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Ilustraciones de Gavilán. Fotos de Adelaida Porras.

El veganismo popular de Verde

Siete años pedaleando por las calles bogotanas con la tarea de ofrecer, con Bici Vurger, una opción de alimentación que no apoye la deforestación del campo ni el sometimiento animal. Verde se ha convertido en una figura sobresaliente del underground capitalino. “Se puede ser vegano en un barrio del sur (…) Alrededor del veganismo popular giran muchas cosas, como la decolonialidad”.

Alberto Domínguez

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Al tiempo que vivía en la casa rural de su abuelo, Verde estudiaba en un colegio militar ubicado a las afueras de Bogotá. Durante noveno, décimo y once debía ir los sábados al colegio como requisito para recibir la libreta militar. Lo obligaban a uniformarse, formar y marchar. Esa versión “soft” de militarización, como la describe hoy, tomaba más cuerpo cuando, una vez el año, realizaban un viaje a Tolemaida para acampar, maquillarse la cara, disparar con pistolas de caza y trotar con un fusil al hombro. En las montañas, para acompañar el trote, los superiores les pedían cantar canciones que ensalzaban una disputa con aquel desconocido que les pintaban como el enemigo. 

Guerrillero en la cima yo te espero 
con granadas y morteros. 

Pero Verde, ya envalentonado por un primer contacto con la música de IRA y Eskorbuto, respondía y revertía el canto militar de guerra con la letra de ‘A las barricadas’, tema bandera de anarquistas y sindicalistas españoles y que ha sido interpretado por bandas como Los Muertos de Cristo.

Negras tormentas agitan los aires
nubes oscuras nos impiden ver.

Aunque nos espere el dolor y la muerte
contra el enemigo nos llama el deber. 

Verde y sus compañeros recibían cada cierto tiempo afiches en los que se mostraban soldados en modernos trajes y piloteando modernos aviones con el fin de antojarlos de hacer carrera militar, pero él prestaba más atención a los punkeros que merodeaban por las calles cuando él salía del colegio. Los veía hacer gala de sus crestas mientras él iba rapado. Del punk lo atrajo primero lo estético, después vinieron los asuntos políticos. “Algo que me influyó resto fue que en el colegio me rapaban la cabeza. De chiquito no me importaba pero ya adolescente, que me preocupaba por verme guapo, me sentía frustrado y horrible”. Salir del colegio, entonces, significó una liberación estética: la posibilidad de dejarse atraer por una estética inconforme y una manera contestataria de ver la vida. 

En la casa de su abuelo, Verde mantenía una relación de amor —común a esa edad— con los animales, especialmente con los perros y las vacas que allí habitaban. Una relación atravesada también por una duda: ¿por qué un día la vaca estaba ahí, en su potrero, y le ponían hasta nombre, pero después desaparecía? “Para eso son” era la respuesta que recibía de los adultos. En ese momento, todavía distante del discurso punk de la liberación animal, Verde no hizo consciencia alguna, pero hoy, mirando en retrospectiva, entiende que allí se establecieron las bases de su actual vida vegana. “Me hizo pensar sobre cómo es la realidad en el campo, en lo denso que es el trato que reciben los animales”

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En ese contexto de educación militar y vida rural tuvo su primer contacto directo con el vegetarianismo, práctica que realizó unos pocos meses antes de hacerse vegano a los diecisiete años. Cursando noveno, uno de sus compañeros se hizo vegetariano y durante las estadías en Tolemaida, Verde lo veía cambiar la carne por papas o evadir el almuerzo, por lo general, como lo dice él mismo: una sopa llena de animales. Su compañero, hoy gran amigo, era visto como el raro entre el pelotón de alumnos: como el único, como aquel que debía rebuscarse la comida en los viajes de campaña. Con el tiempo, y en plena búsqueda de identidad, Verde forjó una relación fuerte con su compañero vegetariano, un tipo al que además le gustaba mucho el reggae y que ya hablaba de liberación animal, algo que, pensaba Verde, iba más allá de un simple gusto musical. Con él empezó a ir a los primeros toques en espacios como el Teatro La Mama, donde lo sedujeron los parches de rastas que abogaban por la libertad de todos los animales y, además, vendían hamburguesas sin carne de animal. Un día, Verde intentó vender unas hamburguesas, con una receta sencilla que con el tiempo fue cogiendo cuerpo, y funcionó, primero en los toques y luego en la universidad. “En los huecos había mucha gente vegetariana que buscaba qué comer y yo lo tenía”.

 

* * *

 

Es viernes en la noche y en Antipoda, una galería de arte y sala de música en vivo inaugurada este año para fortalecer el circuito independiente de Bogotá, se abren las puertas para la última presentación en un tiempo de Muro, banda local de hardcore. En formato versus (hardcore vs. hardcore), la banda estará cobijada por otras siete agrupaciones locales (Grita o Muere, Empatía, Alambrada, Uzi, Strike, Exilio y Soy Legión) en una noche que promete sudor y pogo mosh slam. Sobre el andén de la carrera novena se reúnen los primeros asistentes, enfundados en sus chaquetas de jean deshilachadas y sacos y camisetas de Moscow Death Brigade y otras bandas de hip hop y punk. Unos les entran a sorbos a sus latas de cerveza y otros a botellas de vino. Otros les dan caladas a sus cigarrillos. Hasta el momento, nadie come, nadie parece pensar en comida. Media hora antes de que Muro y Grita o Muere salten al escenario, en el primer versus de la noche, desde la carrera séptima, por la calle del Parque de los Hippies, Verde baja a toda montado en su bici y dobla en la esquina como impulsado por los vientos de agosto. Antipoda es una parada fija en su itinerario de la noche. 

Fue en ese tipo de toques y espacios, frecuentados por punks, ya hace siete años, que Verde empezó a vender sus hamburguesas. Nadie sabía cómo se llamaba el tipo alto, rozando el metro con noventa, que llegaba en bicicleta, se sacaba el casco y se ponía a repartir hamburguesas a base de lentejas, garbanzos o arvejas. Pero además de la estatura, una vez sin casco, resaltaba una cresta de color verde brillante logrado con papel crepé. De ahí el mote de Verde, el cual es más que apropiado y, además, logra eclipsar su nombre real, el cual prefiere mantener bajo reserva. Si bien durante las semanas en las que él y yo nos reunimos —con el fin de escribir esta historia— Verde tiene el pelo rosado, su estilo de vida y su conciencia no han dejado de ser del color utilizado para representar a la naturaleza. Y a la esperanza. 

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Cuando tomó la decisión de hacerse primero vegetariano, lo hizo por postura política, por la incorrección que veía en el trato que se les daba a los animales. Pero pronto, a los pocos meses, sintió que el vegetarianismo era una reforma que se quedaba corta para todo el camino que se debe recorrer. Hoy, a sus 29 años, ya son once los años que lleva en el veganismo. “Dejar ciertas cosas y consumir otras es como decir: quiero ayudar a unos animales, pero a otros no. Si lo ponemos en términos humanos nadie lo haría, nadie diría: yo quisiera que los bebés no sufrieran, pero los niños de ocho a diez años sí. Es una solución que no es completa porque es la misma industria que produce leche, huevos, miel. Es la industria que explota a los animales”.

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Entonces, a los diecisiete años, tomó la decisión de hacerse vegano. “Lo que me llevó al veganismo fueron los problemas que hay detrás del consumo de carnes. El más grave es la deforestación, el espacio que se necesita para alimentar vacas y para la producción agrícola. Luego están los desechos que se producen y la contaminación del aire y del agua. Y, por último, los problemas éticos que hay detrás de esto: quitarle la libertad a un ser vivo que la puede disfrutar solo para satisfacer una necesidad humana. Alrededor de la carne giran un montón de problemas gravísimos y una solución facilísima es dejarla”. Y no le falta razón, al menos en lo referido a la deforestación. Un informe del Instituto de Recursos Mundiales concluye que Colombia es uno de los países más afectados por la deforestación, al lado de Brasil, Indonesia, Bolivia y la República del Congo. El estudio, recogido por Semana Sostenible, establece que <<en 2016, la tasa de deforestación en el territorio nacional alcanzó las 178.597 hectáreas. Pero la cifra no paró y aumentó 23% al año siguiente, llegando casi a las 220.000 hectáreas>>. Entre los factores que han incrementado esta problemática, según lo analiza la Fundación Natura en un informe, están <<la ejecución de políticas inadecuadas de ocupación y utilización del territorio, que han agudizado problemas de colonización y ampliación de la frontera agrícola y llevado a grandes extensiones a la praderización y ganadería extensiva>>, ocasionando una elevada pérdida de bosques, principalmente en la región del Amazonas.

Verde consolidó e interiorizó estas posturas en la Red Libertaria Popular Mateo Kramer, surgida en la Universidad Nacional, la cual resultó su acercamiento político más serio al veganismo. Allí encontró colectivos organizados y preocupados por hacer investigación en política y que estaban metidos de lleno en asuntos de liberación animal. En esta red apareció un concepto que lo fortaleció en el veganismo: el veganismo popular, el cual, como lo explica Verde, “propone que se puede ser vegano en un barrio del sur de Bogotá porque la plaza de mercado está al lado. El veganismo no es ir a comprarle la hamburguesa [supuestamente] vegana a McDonalds sino aprovechar lo mucho que aquí se cultiva. Alrededor del veganismo popular giran muchas cosas como la decolonialidad, cómo el hecho de comer, que también está traspasado por la comida gringa y el cómo sembrar aquí en nuestra propia tierra es una respuesta a eso”.

El veganismo popular fue la respuesta que obtuvo cuando tuvo la preocupación de si convertirse en una empresa más que vende comida vegana porque está pegando, o apostarle a una lucha más radical. Y es que el año pasado Verde se bajó de la bici y abrió un local en Chapinero. Frente a la alta cantidad de pedidos, el reconocimiento que iba adquiriendo la marca Bici Vurger —ya no solo en sectores y espacios subterráneos de la ciudad— y —algo que él no niega— el auge que ha tenido en los últimos años el veganismo, se animó a “formalizar” la venta de hamburguesas. Decidió entrar en el mercado que da cuenta de 528 establecimientos de comida vegana o vegetariana en el país, como concluye un informe de la Asociación Colombiana de la Industria Gastronómica. Según explicó Guillermo Gómez Paris, presidente del gremio, el crecimiento se ha dado, en mayor medida, para satisfacer la demanda de turistas y no para suplir necesidades de la población local. 

Verde recuerda con sentimientos encontrados la noche de la inauguración del local. La apertura coincidió con el robo del que fue víctima la librería La Valija de Fuego y él, como amigo de su propietario, Marco Sosa, destinó la mitad de las ganancias para ayudar con las pérdidas sufridas, ofreciendo dos hamburguesas a precio de una. La idea era abrir hasta la media noche, pero entre seis y ocho se acabó todo y bajaron los tacos. Primero sintió que estaba bien, que estaba ayudando a un amigo, pero, al tiempo, comenzaron a asolarlo las primeras dudas al verse utilizando al punk y la gente que conocía de esos círculos para sacar más plata. A esas primeras dudas siguieron otras, que terminaron por decantar en el cierre del local, ubicado en la 66 con 11 y que compartía con Bistro Veg, solo seis meses después de abierto. “Sentía que había incoherencia. Esto surgió en el punk y en la bici y ahora estaba ahí el man con el gorrito vendiendo hamburguesas. El man del gorro era yo. Sentía que peligraban muchas cosas, que me estaba volviendo una tienda y lo que me gustaba era que yo me le escapaba a la oficina, y ahora estaba cumpliendo un horario que yo me puse. Tenía gente trabajando conmigo, que no está mal, porque darle trabajo a la gente está bien, pero entonces yo era el patrón y les pagaba y esas son relaciones que no me traman. Y era como volverse una marca: sacar papeles de Cámara de Comercio o que venían de la DIAN. Entonces lo dejé por eso y porque es muy caro pagar un local”. Entonces volvió a la rutina que en realidad le genera satisfacción: cocinar en la mañana y salir a pedalear y repartir durante todo el día, noches incluidas los fines de semana. “Hago un resto de ejercicio y siento que me muevo, que hago vainas, en cambio ahí en el local era todo el día quieto”.

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Antes de llegar a Antipoda, Verde ya recorrió el 7 de agosto y la zona de El Campín, una vuelta habitual que esta noche empezó a las seis de la tarde y no termina sino hasta después del toque, pasadas las dos de la mañana. A esa hora los asistentes salen hambrientos y exhaustos. Se rapan las últimas hamburguesas. Apenas lo ven llegar se forma un corrillo alrededor suyo. Unos dicen que él, su bici y su cresta de colores le dan forma a un mito de las noches underground en Bogotá; otros dicen que vende las mejores hamburguesas veganas de la ciudad. Él, por su parte, no se plantea un proyecto revolucionario a partir de la venta de hamburguesas, ni mucho menos, pero sí trata de aportar con pequeños cambios que solo se pueden lograr atrayendo cada vez a más personas. “Yo le vendo a todo el mundo, no solo a punks veganos y anarquistas que piensan de cierta forma, también a personas que están comiendo carne, y lo hago para que se den cuenta de que sí se puede comer rico de otra manera”. El consumo elevado de carne —ya no es un misterio— es una de las actividades humanas con mayor impacto sobre el medio ambiente: el último reporte del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de las Naciones Unidas concluye que, realizando cambios en nuestra dieta diaria, pasando de una dieta basada en carnes a una de alimentos basados en plantas y productos animales obtenidos de manera sostenible, los humanos podemos ayudar a mitigar los devastadores efectos del cambio climático. Como lo dice Hans-Otto Pörtner, presidente del grupo de trabajo de este panel sobre impactos, adaptación y vulnerabilidad: <<sería realmente beneficioso, tanto para el clima como para la salud humana, que la gente de muchos países desarrollados consumiera menos carne, y que la política creara incentivos apropiados a tal efecto>>.

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Con esto rondando su cabeza, la intención de Verde no es que otra llevar un mensaje sobre qué comemos y qué podemos comer. Así sucedió, por poner un caso entre varios de personas que han entrado al veganismo gracias a sus hamburguesas, con el artista urbano Nativo, quien se vio motivado a hacer un mural exponiendo el maltrato que sufren las vacas con un mensaje recomendado las hamburguesas de Verde: un buen pistoletazo de largada en esta forma de ver y vivir en el mundo.

 

* * *

 

Una noche antes de iniciar la semana, preparando un primer bloque de hamburguesas, Verde y su pareja —dice él que ella es un imán para atraer animales en mal estado— recogieron una rata blanca y grande de la calle. La vieron despistada, con miedo de cruzar las calles. Con ayuda de una bolsa plástica de gran tamaño, se la llevaron a casa. No es la primera vez que sucede y, de hecho, es una labor que ha empezado a hacer en sus trayectos en bicicleta. Su relación con los animales ha ido evolucionando paulatinamente: de una infancia y adolescencia rodeada de animales de finca, a cuestionarse por la carne de animales que consumía, para luego preocuparse por la cosmética que implica la experimentación animal y, por último, prestarles atención a aquellos animales de la calle que se ven en aprietos, sean palomas, ratas, perros o gatos. Si los ve enfermos o malheridos se los lleva a lugares como la Unidad de Rescate y Rehabilitación de Animales Silvestres de la Universidad Nacional (URRAS). 

Esta postura hacia los animales comenzó con sus acercamientos al colectivo T Juntas, al colectivo antiespecista Rod Coronado y al Centro de Estudios Abolicionistas por la Liberación Animal. Allí han recogido fondos para esterilizar animales o llevarles comida, entre otras actividades que edifican su lucha política a favor del bienestar de los animales. Además de los animales de paso que han vivido con Verde —como un gallo llamado Clítoris que picoteaba contra el reflejo de un espejo y ahora goza en una finca—, actualmente comparte el espacio con dos gatos adoptados, Pepito y Coco. Antes de decir que son sus gatos, Verde prefiere que se refieran a los dos felinos como habitantes del apartamento. “Precisamente pienso que son seres que merecen tanto respeto y libertad como yo. Merecen el respeto que yo le daría a cualquier ser humano. No me parece correcto que llegue mi hermano y digan: Ah, ese man es tuyo porque vive acá. Es otro ser vivo que vive acá. Para mí el gato vive acá. Se piensa que por ser de otra especie ya la propiedad tiene que ser de alguien”.

Además de esta relación con los gatos, que también lleva tatuados en los puños de sus manos, las paredes y muebles de la casa de Verde son una declaración de los principios sobre los que cimienta el ser vegano. El primero, el más directo y punzante, es un imán prendido de la nevera que dice: <<Que tu nevera no sea una morgue ni tu estómago un cementerio – Hazte vegano>>. En esa misma línea, un cartel da cuenta de lo sucedido durante la temporada taurina 2018 en la plaza de la Santamaría: 6 toros asesinados por corrida, 36 toros por temporada y una inversión de $8.871 millones de pesos para que unos pocos disfrutaran de este mal llamado espectáculo cultural. Otro cartel, de Cacrecore, recuerda que, al final, la comida rápida producida por las grandes cadenas no es más que mierda. En una caja de cartón, Verde guarda fanzines y artículos que, desde sus inicios, han aportado a fortalecer su postura. El más reciente de su colección, Carne es guerra: Veganismo y conflicto armado en Colombia, elaborado por Dostristestigres y Calderita Vegana, contiene textos ideados para pensarse desde la propia geografía y plantear un consumo —crítico incluso— con respecto al veganismo, alejándose de cualquier postura de superioridad moral. Otra cartilla, de las primeras que tuvo Verde para instruirse, aborda el concepto de esta práctica desde la óptica de la Asociación Española de Veganismo en décadas pasadas. Ahí está una de las primeras definiciones de veganismo que conoció el creador de Bici Vurger: <<El veganismo es una alternativa ética y sana al consumo y dependencia de los productos —no adaptados a nuestras necesidades físicas y espirituales— como la carne, el pescado, los lácteos, los huevos, la miel, los productos derivados de los animales y otros artículos de origen animal como el cuero y las pieles. Se puede afirmar que es el estilo de vida más sano y respetuoso con los animales y la naturaleza>>. 

Además de fanzines y de una lectura temprana de Liberación animal, libro referente del antiespecismo escrito por el filósofo australiano Peter Singer, Verde tiene entre sus libros títulos como El poder de la carne, publicado por la editorial de la Universidad Javeriana, que contiene textos de Luis Guillermo Baptiste, Ingrid Johanna Bolívar, Alberto G. Flórez – Malagón, Stefania Gallini y Shawn Van Ausdal, en los cuales se aborda la historia de la ganadería en la primera mitad del siglo XX en Colombia y que pretenden aportar una mirada revisionista sobre el ganado en el país. También tiene Lo que hay que tragar, de Gustavo Duch, que, en palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano, es <<una denuncia implacable de los crímenes que el poder universal comete contra la naturaleza y la gente y un entrañable homenaje a la tierra y a las manos que la trabajan>>.

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Rodeado de esta ambientación, Verde se pone su delantal de cocina —verde, por supuesto— y pone a sonar temas de bandas hip hop españolas como Follie a trois o Kronstadt. ‘Vidas paralelas’, de Follie a trois, cae precisa: 

El público se altera en un concierto de Pantera
y hay trozos de animales muertos en tu nevera.
Un día cualquiera mientras rimo esto
estudiantes cocinando pasta al pesto.

Para hoy, como cualquier día entre semana, tiene planeado preparar veinte hamburguesas a base de lentejas, condimentadas con ajo y cebolla. En un molino muele las lentejas, que trae en grandes bultos de Plaza España, las procesa y les pone la magia a punta de hortalizas, soja, cilantro, perejil. Cuando le da el tiempo, hidrata las lentejas, para que les crezcan raíces hasta germinar. 

Este proceso es el que sigue desde 2012, año en el que se lanzó con las hamburguesas para así pagarse los gastos de su carrera de arquitectura en la Universidad Javeriana. Desde entonces ha ido mejorando la receta. En un principio, dice medio bromeando, él pagaba para que se comieran sus hamburguesas, pero experiencias como un viaje a Barcelona le han permitido darles un sabor hoy reconocido entre sus comensales. Estando en Barcelona, un amigo uruguayo, okupa y vegano de tiempo atrás especializado en cocina árabe, le enseñó a preparar falafel, babagalush y una buena cantidad de salsas que hoy él domina: de berenjena y ajo, de aguacate, de humus, de pimentón asado. 

Como estudiante de arquitectura, Verde critica la faceta devastadora y antiecológica que hay detrás de la construcción y la especulación. En contraposición a esto se ha acercado a temas de bioconstrucción, actividad pensada no para generar grandes beneficios económicos sino para encontrar soluciones arquitectónicas que respondan de manera responsable a los ecosistemas. Su tesis se centró en un trabajo de campo que realizó en dos zonas veredales (Icononzo, en el Tolima, y Mariana Páez, en el Meta) con excombatientes de las FARC. La propuesta de su trabajo, al encontrar instalaciones totalmente indignas para ser habitadas —sin luz ni agua— fue diseñar espacios “que promovieran dinámicas con el tipo de personas que eran, es decir comunistas: no íbamos a poner una alcaldía con una iglesia y una plaza, porque eso no responde a la población que son. Propuse un círculo rural de mujeres, una asamblea, un museo que cuenta las historias de guerra pero también sirve para la tercera edad”. 

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También se preguntó, por supuesto, cómo podría llevarse el veganismo a esta población. Aunque ve que es un asunto lejano en la agenda política del partido FARC, cree que la sensibilidad que tienen ellos por el territorio puede ser la llave de entrada. Sin embargo, se remonta a algunas posturas que conoció en sus inicios en el punk para tratar de entender cuál sería la posición de esta población frente al veganismo: colectivizar los mataderos, apropiarse de los medios de producción, incluyendo los de producción animal: una lucha que no implica liberar animales esclavos sino adueñarse de los medios y hacerlos horizontales, sin modificar las relaciones de poder que hay con otras especies. “FARC, ahora como partido, está pensando en luchas por temas con los que han sufrido durante cincuenta años y que nada tienen que ver con los animales. Yo creo que sus propuestas, al menos en un buen tiempo, no van a centrarse en la explotación de animales sino en temas humanos”.

Entre picar cebolla y moldear la masa de lentejas, después freída en una freidora antigua que le dejó una amiga, Verde recuerda especialmente el último Rock al Parque. Fueron tres días de trabajo intenso, de cocinar, parquearse en el Simón Bolívar, vaciar el morral y volver a casa para seguir cocinando. En total, durante ese fin de semana, Verde vendió cerca de mil hamburguesas, poco más de trescientas por día. Esta vez, como todos los días y durante dos horas, Verde prepara las hamburguesas que terminan empacadas en papel parafinado biodegradable y amontonadas en un morral climatizado que le cedió un domiciliario de Uber Eats. Verde se rodea de personas que comparten sus principios y lo apoyan en su labor: su pareja, vegana también, es la que sale del apartamento con el morral a cuestas para dirigirse a la Universidad Javeriana, uno de los espacios donde más han disfrutado de almuerzos con sus hamburguesas; y Alberto, gran amigo suyo, vegano también, se encarga de los pedidos que, antes de terminar de cocinar, ya le revientan el celular. 

Verde, por su parte, además de la preparación, se ocupa de los pedidos que llegan durante la tarde. Las entregas las realiza en un radio de seis kilómetros, pedaleando en la bicicleta que él mismo armó. Monta su cuerpo tatuado (un pulpo en el torso; un cocodrilo de cuerpo entero, desde el costado hasta el tobillo, elaborado por Azul Luna; una rata, un delfín y un Vegan en la sien derecha) en el sillín elevado de la bicicleta y toma la carrera trece hacia el norte. Además de llevar el mensaje de que comer de otra manera, y comer bien, sí es posible, también le interesa que sus clientes se pregunten por cómo les llega la comida y por eso no se plantea desligarse de la bicicleta. “Se trata también de despertar preocupación por el transporte en la ciudad, por la contaminación, por ese lujo de tener una propiedad que ocupa tanto espacio, como un carro, donde caben cinco pero va uno”. Lo ideal, como no, es volver con la maleta desocupada, habiendo alimentado con sus hamburguesas veganas a viejos y nuevos clientes. Al final del recorrido, cada tantos días, en la maleta quedan, tristes, una o dos hamburguesas y él no duda en echarles mano: “Si sobran, me las como. También he comido muchas hamburguesas”.

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