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“Lo underground se volvió mainstream y esas son formas del capitalismo elástico que vivimos”: Marco Sosa y los 9 años de La Valija de Fuego

En 2009, después de regresar definitivamente de un exilio político en Venezuela, España y Argentina, Marco donó parte de sus ahorros y con lo que le quedó y un préstamo familiar abrió la que se ha convertido en una de las librerías/editoriales más relevantes de Bogotá. “Más que editores, somos saboteadores culturales y el saboteo cultural consiste en romper el canon establecido por la cultura actual, una cultura arribista, esnob y de lugares comunes”.

Julián Guerrero

Marco Sosa (38 años) habla rápido, con afán. Un minuto más en esta entrevista significa dejar de lado la gestión editorial o desatender algún cliente que entra a su librería, esa cueva sonora en la carrera séptima que es la Valija de Fuego. Librero, editor, entusiasta del pensamiento libertario, Marco se ha convertido con los años en ese personaje que muchos han visto al menos una vez en ferias anarquistas, encuentros ácratas o en Asilo. Punko de arriba abajo, ataviado con su chaqueta forrada de parches y exhibiendo sus tatuajes –entre los que resalta ese gato de cuatro ojos que le sobresale en el pecho–, la figura de este hombre se impone.

El 1 de mayo de 2005, tras ser testigo del asesinato del estudiante Nicolás Neira Álvarez y a raíz de sus declaraciones sobre el tema, Marco sufrió momentos de persecución y atentados contra su vida que, aunque lo obligaron a refugiarse en países como Venezuela o España, no mermaron su voluntad de lucha ni su sentido crítico frente a los atropellos que hasta hoy tienen lugar en el país. Autoeducado en el pensamiento anarco e influenciado por el punk como uno de los movimientos estéticos y culturales más importantes del siglo XX, este librero se formó a la fuerza en un país hostil con la certeza de que siempre es necesario un cambio íntimo que mute en lo comunitario.

La voluntad —ese rasgo vital que rescata del anarquismo y que ve todo el tiempo en el interés creador de los que acuden a su editorial— ha dado como fruto la librería y editorial que hoy dirige y que se ha convertido en referente entre los espacios culturales de la ciudad. Existiendo en esa frontera entre las librerías del centro y las independientes que se han regado a lo largo de la ciudad, La Valija de Fuego es, sobre todo, un punto de encuentro del barrio, una interzona en la que confluyen ideas y personas.

 

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¿Raya los libros que lee?

No, nunca. Condiciona la lectura.

 

En qué sentido…

Cuando uno subraya, el subrayado llama más la atención visualmente y lo hace pensar a uno que es una idea importante lo que uno está subrayando y pierde de contexto otras ideas. Prefiero tomar anotaciones.

 

Eso significa que lee un libro más de una vez.

Sí, claro. De hecho, con la editorial hay libros que me toca leer cuatro o cinco veces.

 

¿Tiene libros de cabecera?

No hay un libro de cabecera. Yo creo que los libros cambian momentos y también se marcan en su propio universo. Hay libros muy particulares que tienen su propia personalidad, su propio aire y en esa medida no podría hablar de un libro de cabecera, sino que hay varios libros que van generando un cosmos.

 

Su interés por la lectura empezó en la niñez, con su papá.

Mi papá siempre fue lector. En la casa siempre hubo libros. El primer libro que recuerdo que compré fue en la primera Feria del Libro de Bogotá, Libro Gordo de Petete, y desde ahí siempre me pareció apasionante leer. Fue un hábito que tuve más cuando pequeño y en la adolescencia lo volví a recuperar. Yo creo que en las edades del lector hay un espacio que es como un limbo: de los diez a los quince años, cuando uno está experimentando otras cosas. Ya después volví a retomar la lectura con un interés más político.

 

¿Cuáles fueron esas primeras lecturas políticas?

Estuvieron más que nada vinculadas a la cuestión libertaria y anarquista, pero también Dostoievski y Tolstoi. Un Hombre, de Oriana Fallaci, me marcó mucho. Fueron lecturas de ese tipo sumadas al punk (yo escuchaba punk) y estaban presentes las palabras de autogestión, anarquismo. En ese tiempo me iba hasta la biblioteca Luis Ángel Arango y trataba de recolectar la mayor información sobre el tema.

 

Me llama la atención que en una librería creada por anarquistas haya títulos como Emile Zola o Flaubert, que hacen parte de un canon literario bastante estable.

Yo quiero ser enfático en que la librería no es una librería anarquista. La palabra anarquista es muy grande y si bien yo simpatizo con la idea libertaria (no con la ideología, porque toda ideología es una cárcel) y con la idea anarquista, el espacio como tal no es uno anarquista. Le damos cabida [al anarquismo], hay ciertas prácticas que pueden hermanarse, pero no está concebido como una librería libertaria o ácrata. Eso se ve en los distintos temas que hay. Es una librería que trata de enfocarse en el sentido contracultural, libertario y demás, pero opera como un negocio. Su funcionamiento interno puede ser un poco más libertario o más asambleario (a veces incluso los empleados reciben más salario que el patrón, que soy yo en teoría) pero no es una librería libertaria como tal.

Yo fundé una librería con un carácter amplio porque creo que el conocimiento es una empresa fundamental para el desarrollo humano y en eso tengo un criterio de selección donde caben mis gustos, pero también trato de darle un lugar a otras cosas que me parece que es necesario que la gente llegue a ellas. Incluso cosas que a mí no me llaman la atención, pero que creo que es necesario que esté en circulación, porque yo creo que la cultura hace parte de ese cuestionamiento social.

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A propósito del anarquismo y el punk, ¿cómo entró a ese mundo?

Al punk… por error. Mi hermano escuchaba new wave cuando yo era pequeño, mi hermana escuchaba rock en español, entonces siempre me gustó la música. Lo primero que empecé a escuchar fue metal, en primaria. Ya en quinto de primaria viene esa gran ruptura entre el metal y el punk, que se dio más que todo en Bogotá, y ahí unos escogieron el averno y otros escogimos las cloacas. A mí me gustó más lo que siempre sentí en el punk, una cosa más directa, más colérica, con más fuerza. Entonces me decanté por el punk en un sentido mucho más urbano, más callejero. 

Mientras en ese tiempo en el metal se hacían conciertos grandes, con patrocinios y había mucho público metalero, el punk era lo underground. Hoy muchas bandas que escuchan metaleros, que dicen que eran de metal, en ese momento eran de punk. Doom, ahora lo que llaman black metal punk, todas esas bandas las escuchábamos nosotros. En ese tiempo uno escuchaba eso y los metaleros escuchaban metal.

Yo siempre he dicho que soy un glamero de closet, porque me gusta mucho el glam: Poison, Skid Row, todo eso. Yo más que un punkero soy un lumpen rocker o un rockero de calle. Yo creo que no todo el punk es contracultural y no todo el metal es fenómeno de masas. La música hay que saberla apreciar; toda la música, desde la clásica hasta el tango.

 

Y al anarquismo…

Al anarquismo me empecé a acercar por el punk, en bachillerato, en sexto o séptimo. Alguna vez traté de sacar unos fanzines porque en el colegio hacían un periódico comunal y me censuraron un artículo, una cosa sobre las corridas de toros, ya no me acuerdo, entonces yo decidí sacar mi propio fanzine para hacerlo circular. A raíz de eso empecé a leer más fanzines y ahí encontraba muchas referencias al anarquismo de Europa, sobre todo de España, el movimiento antinuclear en Inglaterra, el anarco punk, las banas y empecé a beber de ese rio revuelto.

Yo pienso que un principio inherente a mí es la cuestión de la libertad, de tener la libertad como disciplina y como algo que se construye desde el individuo hacia lo colectivo. Entonces, si bien puede haber matices de liberalismo clásico, hay una ruptura muy fuerte en la cuestión del contrato social. Eso siempre me llamó la atención: el individuo como ser consciente y no como una masa. Así me vinculé al anarquismo. De ahí saqué un fanzine que se llamaba VIDA (Voluntad Independiente de Actuar), y panfletos, y así duré bastante tiempo, hasta que en el 98 empecé a organizarme con otra gente para sacar cosas. Salen las jornadas libertarias de la Nacional, del que sale un grupo de gente que se vuelve a reunir en el 99. Para el 2000 salen las segundas Jornadas Libertarias y ahí nos juntamos para formar la Coordinadora Libertaria Banderas Negras, que acabó en el 2005 tras el asesinato de Nicolás Neira Álvarez el 1 de mayo.

 

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¿Cómo se da el crecimiento de un anarquista en un país como Colombia?

La palabra anarquista me queda grande, pero el acercamiento, la afinidad con el pensamiento libertario, era muy complejo antes porque en esa época ni había internet y hasta 2004 o 2005 el acceso era muy precario. La última década, del 2008 para arriba, es la gran época del internet. Antes era una cosa más de cartearse, buscar contactos, algo muy empírico y desde la práctica, tratando de hacer muchas colectivas. Digamos que al principio era el conocimiento de una postura política que aún es poco relevante en el país.

Yo creo que las cosas se dan haciéndolas. El anarquismo es un ejercicio proactivo, de construcción: desde un individuo consciente se puede construir, no a manera de vanguardia si no a manera de sujeto que libremente decide empezar el descenso sobre su propio derrotero. En esa medida empezaron a conectarse varias cosas y desde la acción empecé a tener un entendimiento o un conocimiento de qué era lo libertario.

 

¿Qué lugar tiene el arte en esta formación?

El arte en general cumple una labor primero gratificante  y en segunda instancia divulgativa. Yo creo que la capacidad divulgativa del arte es fundamental para el ejercicio de cualquier idea política. Cualquier idea política que se ha desarrollado a través de la historia ha tenido que ver con las artes de una u otra forma. Hasta el fascismo, a su manera. Yo creo que algo muy interesante que ha planteado el anarquismo es la capacidad creadora y la autonomía de los individuos en esa capacidad creadora. Desde lo individual tener una actividad creadora que sea capaz de cambiar el entorno y cambiarlo a uno mismo. Esa es una de las ideas que más me han gustado (no hablo de ideología, reitero), primero porque tiene que ver con la capacidad de insurrección del individuo, la capacidad del individuo consciente de construir sin que haya un tercero que le diga qué hacer, sino que por su propia necesidad va construyendo con otros.

Lo otro que me sorprende del anarquismo, que me vitaliza, es una idea que tiene una capacidad de reconstruirse y asimilar contextos muy fuertes. La gente dice que los anarquistas se quedaron en el siglo XIX y eso es una mentira, porque al no ser una idea estática lo que permite es hacer una serie de objeciones a una sociedad como la actual desde una misma premisa: la de la libertad del individuo, que es una premisa que, creo, no ha cambiado, puesto que seguimos siendo oprimidos económica, cultural y socialmente.

El anarquismo tiene la posibilidad de volatilizar, de ser como un virus en un computador. Al momento de entendernos como individuos conscientes capaces de cambiar nuestras propias realidades y entornos sociales, al ser una diáspora y no una dictadura ni un gobierno central o parte de un partido o de una secta, el individuo tiene la capacidad de difuminarse y jugar un papel importante para el mundo. El anarquismo tiene también una influencia muy fuerte desde el Mayo de 68, que es el momento más clichesudo, desde la artes, desde lo contracultural, los ciberataques… eso tiene mucho potencial desde lo libertario que ha quedado detrás cuando se trata de pensar que el poder es la única forma de construcción.

El anarquismo no pregona por una revolución con punto final, pregona por una insurrección constante. Los anarquistas son individuos que rompen con el girar de los átomos, entran a contracorriente y van generando otra materia. En esa medida es que el anarquismo se vuelve una idea refrescante.

 

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Y en ese sentido ¿qué lugar tiene la Valija de Fuego en este entramado de anarquismo y cultura?

La Valija es una interzona. Es un lugar donde entran distintos elementos y se conjugan para generar algo que no está premeditado. Es un espacio que se presta para diferentes iniciativas e intervenciones culturales: la Asociación de ateos de Bogotá, Ciencia Ficcionarios, Anarquistas, presentaciones de libros, charlas, tertulias. Hace poco se hizo una cosa sobre el cumpleaños de Bogotá, que a mí ese tema me da igual, pero se hizo porque la idea es que este sea un espacio que permita otras miradas.

En este momento hay una centrificación de lo cultural. Los nuevos agentes culturales, como los llaman (esa la cuestión de la economía naranja que ve la cultura como un negocio), han blindado las puertas a esa gente que necesita espacios para difundir sus ideas. Yo no quiero fundar una capilla, yo no quiero fundar una iglesia; yo tengo un espacio como este para que circulen las ideas. Ahora, claro que hay ideas que a mí no me traman: si viene Uribe aquí a dar un discurso o alguien del Centro Democrático, hombre, lo mando a comer mierda… Pero esta es una apuesta abierta para mucha gente y eso se ha demostrado. Ahora la gente ve el espacio con lo que se identifica, no sólo ve la librería como el espacio en que consigue libros sino un espacio donde también encuentra solidaridades y apoyos mutuos que no se dan en otros espacios. Claro, este espacio no está fuera de la lógica del capital, pero sí tratamos de estar en ese borde, de generar esos puntos de quiebre para generar otras dinámicas.

 

¿Por qué seguirle apostando a los libros?

Yo creo que la tradición por la cultura y por lo libros (y es de las pocas tradiciones libertarias que creo que aún hay) es muy importante. En España, por ejemplo, había más de cien diarios en plena guerra civil. Yo vengo de esa tradición de la preservación de los libros, los ateneos, los centros sociales, las editoriales, y eso me ha mostrado que el libro es diversidad y es un universo abierto que permite ver a la gente ver otras cosas. En la medida en que todos acudamos a esas cosas y esos espacios, en lugar de estar viendo un reality o estar oyendo a Uribe diciendo burradas, hay una brecha abierta a un cambio. No sé cuál cambio y tampoco pretendo orientarlo, pero sí pretendo que la gente tenga desde sus singularidades y su realidad una interacción con la literatura y con la cultura. Ése es el pequeño grano de arena que aportamos y que nos diferencia de otros espacios. Tenemos prácticas solidarias con otras editoriales, les ayudamos a mostrar sus libros, se saca dinero para lo del No al Transmilenio en la séptima y se hacen reuniones de los vecinos acá, cosas muy puntuales, pero que de una u otra forma delatan otra orientación, otra forma de ver y otra forma de leer; la capacidad de generar otras formas de leer no es solamente una posición del momento, sino la capacidad de generar circulación de otros contenidos, desde anarquismo hasta ciencia ficción, micro proyectos editoriales emergentes, el fanzine. Se trata de jugar a otras dinámicas dentro de la lógica imperante.

 

¿Visita otras librerías?

Sí, claro. Visito sobre todo las librerías del centro, donde tengo amigos, también Babel libros y otras que en este momento no recuerdo… Soy parte de la ACLI (Asociación Colombiana de Libreros Independientes), ahí están reunidas varias librerías, unas con un perfil mucho más grande, otras más pequeñas. Yo creo que nosotros estamos en la frontera, nuestro lado es más de la gente del centro, de la clientela del centro, pero también estamos del lado de las otras librerías. Y bueno, yo no creo que haya competencia en esto, mientras más librerías haya, mejor. Lo importante es que la gente lea y entienda su realidad.

 

¿Y su biblioteca personal?

Yo no tengo una biblioteca propia. Tuve una biblioteca muy grande sobre anarquismo, pero para una semana santa que estábamos mal de plata, sacamos un evento que se llamó la ‘Semana Ácrata’ y los vendimos muy baratos para que circularan, que es la idea que los anarquistas tienen sobre los libros. Saco libros de acá o los compro en otras librerías y luego los traigo, pero no tengo una biblioteca.

 

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¿Aún es activista político?

Yo antes era una persona que trabajaba mucho con colectivos y organizaciones. Ya no tanto. Hoy apoyo en temas más concretos: recolectas para presos, lo del No al Transmilenio en la séptima, jornadas de solidaridad, pero sólo se trata de esas acciones concretas, no sigo con ninguna organización. No me interesa en este momento de la vida.

 

¿Por qué?

Porque me parece que se van convirtiendo en iglesias. Mi acción política sigue activa, pero por fuera de los colectivos. Yo creo que la acción política también se puede desarrollar de otras maneras, de hecho, en este espacio he hecho más acción cultural que en otros colectivos a los que he estado vinculado. El no estar vinculado a un colectivo no significa no tener acción política o una posición. Más allá del activismo por el activismo hay cuestiones desde lo práctico y desde el quehacer que se siguen efectuando.

 

¿Todavía sale a marchar el 1 de mayo?

No, ya ahora es otra cosa. No señalo que sea inválido, pero pienso que ahora la gente tiene otros planteamientos y está muy “aconductado”, por decirlo de alguna manera. Pienso que la cuestión ciudadanista y lo políticamente correcto ha permeado incluso la movilización social.

 

¿Que recuerda del 1 de mayo en que asesinan a Nicolás?

¿Qué es lo que más recuerdo? Nada, que lo mataron. Lo mataron a golpes en la carrera séptima, entre las calles 18 y 17. Hubo una represión muy fuerte, más de lo habitual, que deja 47 heridos, 7 de gravedad y Nicolás que muere. Luego de eso me tocó irme a Venezuela.

 

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¿Por qué Venezuela?

Porque me iban a matar y Venezuela era lo más cerca que tenía. Allá estuve totalmente desubicado, eso no es como un viaje de turismo, ni nada parecido. El exilio es como volverse un caracol y llevar todo al hombro y romper cualquier vínculo. Es algo que le cercena a uno los vínculos familiares, políticos, sociales y afectivos de la manera más vasta, más grotesca que hay.

Lo de Venezuela me tocó pensarlo un tiempo. Viajé de aquí a Cúcuta y ahí me tocó devolverme porque en ese tiempo había visa para Venezuela. Volví a Bucaramanga, conseguí la visa y de ahí me fui para Caracas. Después de eso volví a Bogotá, tuve un intento de asesinato y me fui para España en un programa de refugiados del principado de Asturias. Volví de nuevo a Colombia, tuve otro problema de seguridad y viajé a Argentina.

De todo esto uno va a aprendiendo que hay gente mierda y que hay gente bien y que uno también cuenta con mucha gente en otras latitudes y eso es muy bacano, porque los vínculos de solidaridad se hacen fuerte, pero, claro, uno también se desencanta de muchas cosas. En España hay una tradición anarquista mucho más fuerte, pero es muy distinto a lo que pasa acá, sobre todo por el contexto, pero extrapolando eso uno aprende a contextualizar y va descubriendo proyectos al tiempo que va caminando. Allá participé en el colectivo de refugiados políticos Luciano Romero, en Asturias, y también di charlas sobre violación de derechos humanos y anarquismo en Colombia en diferentes espacios, en ocupaciones, en sindicatos. En Argentina estuve casi un año, luego volví a viajar a Perú, Ecuador y volví a Colombia.

 

¿Con qué sensación volvió a Colombia?

Con muchas ganas de hacer cosas. Seguí trabajando con la Cruz Negra Anarquista, que era el colectivo con el que estaba y con ellos hicimos un colectivo más amplio que se llama el Grupo Bifurcación y ahí las cosas se empezaron a agrietar. Después de eso yo seguí por mi lado... Uno no puede mantener un proceso por una sigla y no puede limitarse a pensar que el activismo (aunque esa palabra me parece horrible), que la capacidad de hacer cosas, de desarrollar una necesidad política, tiene que basarse en el nombre de una sigla. Ya sólo nos estábamos reuniendo por reunirnos y yo no encontré ningún fundamento en eso.

 

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¿Ahí nació La Valija?

Yo llego a Colombia con algo de dinero. Una parte de ese dinero se lo di a una gente que estaba presa, a sus familiares, y con lo que me quedó, más un préstamo que me hizo un familiar, monté la librería. Empecé con 200 libros, sin un peso y comprando y vendiendo. Cuando monté la librería yo quería hacer algo distinto. Me dije: tengo algún dinero, estoy lleno de deudas, me gustan los libros y quiero algo distinto, voy a ver cómo me va. Y en esa dinámica fui construyendo.

La tradición anarquista en los libros es gigante y hay historias muy buenas, como la del archivo de los movimientos sociales de Holanda, que lo salvaron unos anarquistas en la Segunda Guerra Mundial subiéndose a un barco para preservar los documentos; o la tradición de lo que fue la CNT y la AIT durante la Guerra Civil Española y el posfranquismo; están los anarquistas que expropiaban para sacar imprentas en Argentina, en Chile, en México.

A mí el mote de independiente nunca me ha gustado, me parece que no dice nada al final, prefiero la palabra emergente, es decir que se está reconstruyendo a cada momento, en cada espacio. Si usted me pregunta a mí cómo le va a ir a la librería de aquí a diez años, le voy a decir que no sé, porque no tengo un planteamiento de negocio o de marca. Yo creo que las mismas cosas se van montando y creando.

 

¿Cómo fue el trabajo con la editorial Piromanía y con la Distribuidora Oruga Negra?

Fueron proyectos unipersonales. Con Oruga Negra lo que se buscó fue la difusión de material libertario en escenarios como las marchas anti taurinas, en los primeros de mayo, en los conciertos. Era más que nada música y fanzines, libros casi no había. Con Piromanía lo que se buscaba era reeditar pequeños libelos lo mejor posible y mostrar temas de anarquismo: anarquismo clásico, de los noventas y dos mil. Ese fue un proyecto que duró dos, tres años. Esos proyectos se van acumulando para después sacar lo que es la editorial, que montamos un día tomando cerveza con Jairo Buitrago (ilustrador y editor infantil) y Alejandra Céspedes (ilustradora).

Luego la cosa se va decantando: Alejandra se ocupa en otras cosas, Jairo va a México a vivir y quedé yo. Ahora la editorial Valija de Fuego somos Marco Sosa y Carolina Romero. Ahí se da otro paso porque a mí lo ilustrado me gustaba, pero también me interesaban otras cosas y viene la pregunta de cómo hago una editorial que tenga un cuerpo, que tenga una personalidad. Con el trabajo me fui dando cuenta que cada edición es un cuerpo único y en esa medida, cuando uno hace cada edición como un cuerpo único, se dan unos sellos distintivos: la calidad del trabajo, el archivo gráfico que se utiliza, la calidad del papel, etc. Así, pese a que todos son distintos en esencia, tiene algo que los conecta. Con la editorial yo no quería quedarme en lo underground, en el gueto. Si yo tengo cosas que decir a mí me interesa que estén en la librería Lerner o en la Nacional, y así ha sido. Lo que a mí me interesa es difundir, que la gente conozca y pueda tener una postura crítica frente a más contenidos.

 

¿Por qué no ha editado narrativa (hasta ahora)?

Porque no me llevo muy bien con la narrativa colombiana. Me parece que la mayoría de la narrativa colombiana (no toda, porque hay cosas muy buenas) cae en muchos estereotipos, en muchos egos. No hay nada que me hayan mostrado para editar hasta el momento de narrativa colombiana que me desvele. Lo otro es que yo quiero sacar una narrativa politizada pero no panfletaria. Por ejemplo, hay una editorial, que me parece muy buena en eso, que se llama Hoja de Lata, una editorial de Asturias. Me parece que mezcla un buen nivel de lo narrativo con el plano político, que da una mirada distinta a la del activismo o a la de los militantes y se acerca a otras realidades. Yo no quiero crear una religión con lo que edito. Al que le guste bien y al que no, pues que haga lo suyo. El editar ha servido de estímulo para que otra gente empiece a editar, porque cualquiera puede hacerlo. Ser autodidacta es uno de los grandes logros que uno puede tener y las cosas se aprenden haciéndolas, no hay de otra.

 

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Hay muchos temas de moda hoy, pero ¿libros sobre qué temáticas le interesa realmente editar?

Ahorita está muy en boga lo intimista, el tema del cuerpo. Ahora todos son feministas, todos hablan de la cuestión transgénero. Pero cuando nosotros sacamos el libro de Madorilyn y la familia Crawford, nadie se planteaba eso y ese fue uno de los primeros libros de editoriales pequeñas que empieza a tocar el tema y eso hace que la gente se empiece a interesar y a tocar el tema.

Hoy estamos tratando de sacar libros de punk que vayan más allá del “yo era malo, me paraba los pelos y me peleaba con la policía”, cosas más enriquecedoras. Hay que mostrar el punk como algo menos adolescente y como uno de los movimiento estéticos y culturales más importantes del siglo XX.

 

¿Trabaja con muchos artistas emergentes?

No necesariamente, también trabajamos con escritores de nombre. Se trata de complementar todo. Ahora lo underground se volvió mainstream y esas son formas de este capitalismo elástico que vivimos ahora. Antes el capital se ejercía de una forma fascista, circundada, pero hoy el capital se ha dado cuenta de que tiene que ser elástico y trata de abarcar más, permitiendo que ciertas luchas reivindicativas pasen por su lado. La amplitud que da eso es poder vincular laboralmente a las mujeres y los homosexuales y que se vuelvan mano de trabajo sin discriminaciones. En esa medida, lo que uno tiene que plantear es cómo no hacer lo que todos hacen, mostrar una voz que en verdad sea disidente, no solamente desde los contenidos, sino desde las prácticas editoriales y con los autores y buscar contenidos que apoyen a otros. Se trata de administrar con justicia el espacio, que es algo que también hemos hecho con los fanzines. Lo que queremos es que los contenidos y los autores se expandan. Nosotros, más que editores, somos saboteadores culturales y el saboteo cultural consiste en romper el canon establecido por la cultura actual, una cultura arribista, esnob y de lugares comunes.

 

¿Cómo ve las nuevas producciones editoriales?

Yo creo que hay cosas muy interesantes y no puedo negar que hay autores buenos, pero sí pienso que la mayoría de la narrativa colombiana, y muchas de las editoriales con el sello independiente, tratan de jugarle a lo mismo y uno se da cuenta de eso por los ritmos editoriales. Si uno mira los catálogos editoriales por año, se fija que la mayoría están prácticamente editando los mismos temas. Ahora que el conflicto armado se ha puesto de moda entonces todo el mundo escribe vivencias sobre eso. Cuando nosotros sacamos La asamblea del fuego (un libro sobre los anteriores diálogos de paz) en el 2014, antes de esta gran boga, no fue mucha la atención. Y no se trata de estar un paso adelante, sino de tener otra lógica.

 

¿Seguirá con la librería y con la editorial hasta el final?

Hasta donde la voluntad me deje, sí. Y no solo hablo por mí, sino por la gente que sostiene espacios culturales y que hace una labor titánica en un país donde los oficios se ven prácticamente como la mendicidad. Porque son oficios justamente lo que se hace desde las artes: yo no creo en la profesionalización. Pienso que no solamente este espacio, sino muchos otros, merecen que la gente los divulgue y los apoye. Nosotros no somos el único espacio que quiebra las dinámicas, de hecho los hay regados por toda la ciudad, uno más conocidos que otros, pero hay mucha gente y muchas voces. La cosa es de voluntad, porque este no es el ejercicio más rentable del mundo. Lo que se ha hecho acá se ha hecho con esfuerzo.

 

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