
Al miedo le respondemos con arte
“No somos lxs mismxs de hace 30 años y eso nos permite tener herramientas con las cuales actuar distinto a lxs políticos que nos gobiernan”.
“Volvimos a la época de las matanzas”.
“Retrocedimos 30 años”.
“El concierto de la esperanza se debe cancelar”.
“En Colombia no hay democracia”.
“No existe seguridad para los candidatos presidenciales”.
“Todo es culpa de Petro y su consulta”.
Estas han sido varias de las frases que he escuchado después del atentado contra el senador y precandidato del Centro Democrático, Miguel Uribe Turbay, el pasado 7 de junio, cuando se encontraba en un acto de campaña en el barrio Modelia, en Bogotá. Él decía “yo sí creo que el colombiano de bien que considere la necesidad de tener su arma, lo puede hacer” y poco después recibió un disparo en la cabeza y otro en la pierna izquierda.
El suceso conmocionó al país y, en lo personal, me ha hecho preguntarme varias cosas relacionadas con el panorama de violencia que vivimos diariamente y en la forma en que solucionamos nuestros conflictos como sociedad, en la que parece que olvidamos que el respeto a la vida es fundamental. Debo mencionar que no hago parte de la generación que tuvo que ver cómo en 6 meses, entre 1989 y 1990, asesinaron a 3 candidatos presidenciales: Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro. Tampoco viví la época del terror en la que asesinaron a más de 6200 militantes de la Unión Patriótica. Pero sí soy de la generación que vivió la muerte de Jaime Garzón, la operación Orión, la que escuchaba el clamor de las madres de los falsos positivos exigiendo justicia. Viví las muertes de lxs firmantes de paz que creyeron en un proyecto de país distinto. Viví una muerte que me marcó profundamente, la de Dylan Cruz, el 23 de noviembre de 2019.
El asesinato de este joven cambió mi vida, me llevó a desarrollar propuestas creativas desde el artivismo y también desde la defensa de la vida en primera línea. Desde ese lugar y desde mi quehacer como artista, elevé un grito: nadie debía ser asesinadx ni encarceladx por estar alzando su voz.
En esa premisa creía en el 2019 y en esa misma premisa sigo creyendo en el 2025.
Desafortunadamente, Dylan no ha sido el único que he llorado, me estremecí ante el horror del 9 de septiembre del 2020, en el que la policía se volteó las chaquetas y disparó contra lxs jóvenes que salieron a protestar por la brutalidad policial y también ante lxs asesinatos impunes de más de 80 jóvenes que salieron a manifestarse durante del estallido social del 2021 y jamás regresaron a su casa.
Menciono estos acontecimientos para afirmar que desde que tengo memoria la violencia política hace parte de nuestro país; sólo en lo que va de este año, según INDEPAZ, han asesinado violentamente a 65 liderazgos sociales.
La violencia en Colombia existe y no es un fenómeno que se haya frenado con el paso de los años, lo que sucede es que se concentra en las regiones y no en las grandes ciudades. Detrás de cada liderazgo asesinado hay una historia de lucha y de resistencia, pero desafortunadamente sus muertes pasan de agache porque no tienen el alcance mediático al no ser precandidatos presidenciales de la derecha o miembros de la oligarquía como es el caso de Miguel Uribe.
Miguel Uribe ha recorrido su camino político en oposición al acuerdo de Paz con las FARC, incentivando que los civiles puedan armarse y siendo uno de los opositores de la reforma laboral, que le daría a lxs trabajadores derechos básicos y dignos. Estas ideas son las que promulgaba el día que le dispararon.
En defensa de estas posturas, muchas figuras de la derecha se han centrado en la capitalización de sus campañas políticas, consolidando un clima de urgencia que desactiva las reflexiones profundas, haciéndonos creer que el país está en su peor crisis para después vendernos la salvación por medio de “la seguridad”. Esta narrativa ha sido reforzada por los medios de comunicación hegemónicos que afirman que estamos igual que hace 30 años. Pero esto no es así, el país ha cambiado gracias a la labor de la comisión de la verdad, de la JEP, de organizaciones civiles y de muchos soñadores, artistas y liderazgos regionales que han arriesgado sus vidas para que las cosas puedan hacerse distintas.
Este atentado busca generar miedo en la población y el miedo puede llevarnos a la autocensura, por eso es fundamental no caer en el discurso de que la solución a nuestros problemas es “la seguridad” y el plomo. ¿Qué país queremos tener? ¿Uno en el que todos pensemos iguales con respecto a todos los asuntos, o uno en el que no podamos convivir con la diferencia? ¿Uno en el que por expresar nuestras ideas tengamos miedo de recibir un balazo o uno en el que podamos expresarlas libremente sabiendo que no seremos asesinadxs o encarceladxs por ello?¿ O uno en el que debamos silenciar nuestra voz y autocensurarnos para no incomodar a los señores de la guerra que prometen “darle balín a los manifestantes”?
Los discursos oficiales quieren hacernos creer que no existe camino para el disenso y que desescalar el discurso es dejar de denunciar o callar; es fundamental abogar por el valor que tiene este derecho en la sociedad civil. La libertad de expresión no puede estar relegada a un bando político, es la herramienta que tenemos como ciudadanxs para cuestionar la sociedad desde todos los ángulos posibles y reflexionar de forma colectiva sobre la forma de organizarnos y de coexistir con la diferencia. Si tememos a expresarnos libremente, también nos estamos negando a la posibilidad de imaginar futuros distintos y esta sería una forma de castrar la utopía y la esperanza de que la sociedad se puede organizar con justicia social.
Debemos ser conscientes de que ellos, los poderosos, quieren que tengamos miedo, pero nuestra respuesta siempre ha sido el arte, nosotrxs lxs jóvenes, hemos aprendido a resolver nuestros conflictos de formas creativas. El arte en Colombia ha sufrido por la violencia, hemos sido testigos de cómo han callado las voces de artistas que generaban preguntas incómodas en la sociedad, como Samurái, Tripido y tantxs otrxs que han muerto por tomarse espacios en los que pusieron una idea en discusión.
Esa es, para mí, la labor del arte: ser un punto de tensión y conflicto en el que podamos debatir sobre nuestra realidad social sin que tengamos que llegar a matarnos. El arte no está para neutralizar sino para dejar en evidencia. Gracias al arte hemos podido nombrar lo innombrable y en tiempos de dictadura ha sido el canal de comunicación más efectivo para denunciar la opresión y también para tener esperanza.
En este momento puntual del país en el que parece imposible tolerar el punto de vista opuesto al nuestro, es necesario alzar la voz y ojalá de forma contundente para desarmar la propaganda emocional de héroes y villanos que se instala en el panorama social.
Desde nuestro alcance, los invito a abrazar la utopía de consolidar otra realidad que pueda mostrarnos un camino hacia una Colombia distinta. No somos lxs mismxs que hace 30 años y eso nos permite tener herramientas con las cuales actuar distinto a lxs políticos que nos gobiernan, sabiendo que pondremos al descubierto los conflictos que tenemos, decidiendo si lo hacemos desde la calle, manifestando nuestra digna rabia, o desde el arte, sabiendo que es una herramienta para resistir y abrazarnos como sociedad desde la ternura y el dolor, reconstruyendo así los lazos sociales que se rompen por el miedo a entrar en una espiral de terror y censura.