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Les recomiendo este libro que encontrarán en la Filbo

Una canción de Eric Clapton da título a una novela que sucede en un asilo en el centro de Bogotá, administrado por un cura disidente y devoto de la literatura y el rock. ¿Por qué leer Alicia Cocaine?

El delirio y la perversión recorren la novela Alicia Cocaine (Editorial 531), del escritor colombiano Carlos Castillo Quintero.

Un delirio singular, que a veces parece la única herramienta usada por sus personajes para seguir vivos o parta hacerle frente a una muerte en avanzada, muy veloz. Y una perversión que, por el modo de irse construyendo a los ojos del lector, es también alta poesía, potencia de imágenes en medio de la ruina y el desastre.

Su escenario es un asilo en el centro de Bogotá regentado por Ricardo Buenahora, cura disidente, lector de literatura y devoto del rock como vocación y culto excesivo. Allí acoge a jóvenes mujeres de la más diversa y trágica procedencia. Las enajena o mutila, según el cariño o el sentido de protección paternal que desea brindarles. Una de esas jóvenes es Alicia, quien parece haber nacido para sobrevivir a toda clase de horrores, desde la pobreza extrema hasta la violación o el odio. La cercanía o la profunda distancia que esta muchacha asume respecto al cura es una de las historias centrales del libro. Casi su eje.

Porque hay más historias, no por breves secundarias: el padre de Alicia evoca textos de Gabriel García Márquez como si fueran mantras u oráculos; el amor del joven Ricardo Buenahora es una jovencita con hermanos hippies que ven films de Werner Herzog a principios de los años ochenta; la mascota de Alicia es una perra parlante que inicia la novela con una voz incendiaria, se llama Janis y es de felpa.

Probablemente, Alicia Cocaine no será anunciada en los grandes medios, pero representa a una vertiente de la literatura colombiana que no les sigue el juego a las trampas de las ventas astronómicas ni a la promoción del autor como una estrella pop.

 

Marginal, abyecta y ruda, la conjunción de estas historias muestra una atmósfera que sobrepasa la cotidianidad bogotana para volverse una metáfora implacable de este país, donde la aventura infantil está electrocutada desde muy temprano, donde la redención es una quimera presente ya no en la religión sino en la música y en las drogas. Así mismo es una versión de Alicia en el país de las maravillas en la cual los habitantes del mundo de ensoñación se han transformado, por arte de violencia y de sinsabores, en seres fantasmagóricos que arrastran sus existencias corroídos por las circunstancias.

Quizás por esta cercanía con un mundo sórdido y autodestructivo, los sueños juegan un papel clave en el desarrollo de esta narración. En uno de ellos, por ejemplo, se resquebraja el mito del unicornio, antiguo símbolo de la armonía, y se transforma en una liberadora, descarnada alegoría sexual. En otro sueño el escritor Julio Cortázar es devorado por gusanos mientras contesta como puede  una entrevista.

Poeta, cuentista y maestro de escritores, Carlos Castillo Quintero sigue siendo fiel a las obsesiones que han terminado por marcar su obra de un modo indeleble: la noche, los excesos como camino de la sabiduría —según enseñó el poeta inglés William Blake— y unos personajes que luchan por no sucumbir al abismo, o tiene un trato cercano con él. Esta, su primera novela publicada, ganó la bienal de novela corta que organiza la Pontificia Universidad Javeriana en 2012.

¿Por qué leerla? La razón es sencilla: de vez en cuando, entre los esfuerzos que hace la publicidad más feroz y los grandes consorcios editoriales por imponer ciertos libros como “imprescindibles”, “necesarios” o novelas ligeras a veces escritas por actrices de televisión o figuras mediáticas, existen escritores auténticos, con una voz propia y un oficio serio, que retan a sus lectores, que en vez de brindarles necedades románticas o vanas historias lineales los retan y no insultan su inteligencia.

Probablemente, ni Alicia Cocaine ni su autor serán anunciados con estridencia en los grandes medios, pero representan a una vertiente de la literatura colombiana que no les sigue el juego a las trampas de las ventas astronómicas ni a la promoción del autor como una estrella pop.

Hay una imagen contundente de Alicia Cocaine con la cual vale la pena cerrar esta nota. En el confesionario donde el cura Ricardo Buenahora perdona los pecados de sus protegidas, suena permanentemente la canción de Eric Clapton que le dio nombre a la novela. Ahí, en esa extraña unión de nuestra tradición cristiana con la cocaína, se encuentra un retrato despiadado, no exento de belleza, de esta sociedad en la cual vivimos.

Dolorida, poética y dura. Una gran novela. 


Esta novela la podrá encontrar durante la Filbo 2016 en el Pabellón 3 de Corferias, stand 645, primer piso .
Alicia Cocaine
123 páginas.
$29.000 

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