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Foto de Mauricio Mejia Muñoz

Editorial: Levantar una biblioteca de las cenizas, construir sobre la herida

De haber durado más tiempo las bibliotecas populares, seguro se habrían convertido en lugares para sanar algunos dolores.

Revista Cartel Urbano

La acción ciudadana de transformar a través de la cultura —al menos por unas horas— espacios en los que se ha ejercido violencia, pudo ocurrir después de que las estructuras ardieran; fueron resignificadas por las y los vecinos con nuevos propósitos mucho más importantes para la gente. Quienes destruyeron estos edificios son buscados y ojalá esa misma diligencia se esté aplicando en la búsqueda de quienes dispararon a los ciudadanos. Vale la pena prestar especial atención al acto de convertir estos espacios en bibliotecas porque habla de un ejercicio de unión, memoria y dignidad en medio de una cruda violencia extendida por el país que nos tiene con el corazón en la mano, es una protesta y una propuesta ciudadana pacífica enmarcada en el arte que habla de una ciudadanía dispuesta a transformar por su cuenta los escenarios que identifica como violentos. Esta es, sobre todo, una transformación en la que la cultura es realmente protagonista: que el CAI de la Gaitana se hubiese convertido por mano de los habitantes del barrio en el Centro Cultural Julieth Ramírez en honor a la joven que murió por una bala perdida el pasado 9 de septiembre, habla de la voluntad de las personas de hacer frente a la violencia y propone una discusión sobre las formas más efectivas para lograrlo, entre ellas, los ejercicios culturales.

No es la misma cultura que brilló en la jornada de perdón desarrollada por la Alcaldía de Bogotá. Lo que armaron los habitantes de algunos barrios bogotanos con brochas sobre los CAI destruidos y lo que las autoridades, ayudados por algunos ciudadanos, taparon sin diálogo y que hoy protegen con un pie de fuerza inquebrantable, fue producto de las acciones culturales barriales que se ejecutan a partir del compartir las cosas propias (como los libros de la casa, los alimentos para las ollas comunitarias o los instrumentos musicales), la misma que no le pide permiso a la violencia para desplazarla.

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Pero las acciones ciudadanas culturales ocurridas la semana pasada alrededor de los CAI en Bogotá no solo hablan de la urgencia de construir bibliotecas populares o centros culturales, también de la importancia de que la ciudadanía pueda retomar espacios que siguen siendo respaldados por la institución aún a sabiendas de lo que ahí ha ocurrido. Si estos centros de atención garantizan la seguridad de los barrios, por supuesto tiene sentido que sigan existiendo, pero la manera en que se ha obviado la voluntad ciudadana de repensar estos espacios para la memoria desde el arte y la cultura y resolvieron, sin ningún diálogo, que no serían destinados para ello incluso luego de que se supieran tantas cosas que han ocurrido en estas edificaciones, deja muchas preguntas acerca de la voluntad.

Durante las manifestaciones ocurridas en los últimos años las acciones artísticas han sido muchas veces escenarios cómodos, sin embargo, esta toma cultural de espacios da cuenta de una apuesta ciudadana pacífica que se opone realmente al escenario de violencia a través de apuestas culturales capaces de unir a la comunidad. Más que un ejercicio de promoción de lectura o de gentrificación (como bien ha ocurrido en otros escenarios con megabibliotecas), los libros, la música y el mural sirvieron para que las comunidades empezaran a construir sobre la herida… y de haber durado más tiempo las bibliotecas, seguro se habrían convertido en lugares para sanar algunos dolores.

Este método de sanación duró poco y se diluyó en la pintura gris. Sin embargo, quedan todavía la urgencia por una reforma policial que evite que sigan muriendo creadores como Trípido y el sueño de que el día de mañana los edificios de la vigilancia y la violencia se conviertan en espacios para la paz.

 

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