La cotidianidad selvática y rural en las fotos de María Parra
El Vaupés y el Amazonas son algunos de los territorios donde esta bogotana se ha internado para conocer —y dar a conocer— el quehacer de sus habitantes. “Está bien poner los ojos sobre estas comunidades y ver de qué forma visibilizar sus vidas puede contribuir a conseguir una ayuda gubernamental”.
Cubierto por una red blanca y delgada, un niño permanece con los ojos cerrados. Atrapado a voluntad en la misma red con que a diario él y sus padres llevan a cabo el ejercicio de la pesca, ocupa el lugar de uno de los animales que pierde la vida atrapado en las atarrayas de los pescadores que habitan las aguas de Nueva Venecia, en Magdalena.
Esa foto, la del niño y la red, hace parte de Hijos del Agua, una serie que la fotógrafa y artista visual María Andrea Parra desarrolló este año en ese paraje de la Ciénaga del Pajaral, que cubre parte de la Ciénaga Grande del Magdalena. Nueva Venecia es un pueblo palafítico (sus viviendas están construidas sobre el mar) cuya subsistencia depende de la pesca, una labor diaria que ha sabido determinar su cultura durante décadas.
Aunque María llegó a Nueva Venecia con el fin de realizar una serie fotográfica sobre la contaminación ambiental y los problemas dérmicos que, suponía, padecerían los habitantes de este lugar donde los desechos van directamente al agua, se encontró con que esta realidad, aunque no era descabellada, no tocaba a los habitantes de la región.
“Fue una idea que partía netamente de la suposición y cuando llegué me di cuenta de que eso no pasaba. El agua sí está contaminada, pero no a niveles alarmantes y la gente no está llena de problemas en la piel como imaginé. Sin tener muy clara la idea hice mi primera salida y empecé a notar las redes colgadas en todos los exteriores de las casas. Me pareció bellísimo. Y estando ahí, navegando por un pueblo de casas flotantes con redes colgando, pensé que mi historia de Nueva Venecia giraría en torno al agua y la pesca”, cuenta María.
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Después de una visita a un pescador que arreglaba los peces para su venta, María consiguió la invitación para entrar a la casa donde conoció a los hijos del pescador. En medio del juego con los niños y algunas capturas entre las que logró unos retratos de los niños sobre las redes, María fue tejiendo su serie, como si de una red de imágenes se tratara. Aunque las primeras fotografías de los niños no le gustaron, durante la charla le preguntó a uno si quería meterse en la red para una foto, este accedió y ahí apareció el horizonte que marcaría las otras fotos. En los días siguientes de su estancia en Nueva Venecia, María siguió puliendo la idea, construyendo así un proyecto poblado por nueve hijos del agua, al lado de su pesca diaria, sus casas y atrapados en las redes que son su vida.
La fotografía ha estado en la vida de María desde su infancia. En el colegio tuvo la oportunidad de tomar la electiva Artes Visuales. Cursándola, un profesor fotógrafo le enseñó las bases de este ejercicio, y justo allí se dio cuenta de que tenía el ojo y la habilidad para ello. Una Lumix compacta fue la cámara con la que comenzó, hasta que cogió cancha para comprarse su primera DSLR, a la que le sacó el jugo por cuatro años, llevándola consigo a todo lado.
“Lo que he comunicado ha ido variando. De unos tres años para acá, he tenido la intención de mostrarle Colombia al mundo. Creo que tenemos un país hermoso, por sus paisajes y su biodiversidad, y quería que todos los espectadores de mis fotos se enamoraran de Colombia y se animaran a conocer esos lugares”, explica esta bogotana de 26 años graduada de Artes Visuales de la Universidad Javeriana. Entonces María empezó a meterle la ficha a su portafolio con la idea de construirlo a partir de fotografías de viajes, paisajes y de historias de sus travesías. “Después me di cuenta de que si quería mostrarle Colombia al mundo, tenía que vincular a las personas que viven aquí, a las personas que habitan esos paisajes, y ahí entré más en lo documental, en comunicar la vida de ciertas comunidades a las que viajaba”, complementa.
Aunque este salto hacia el oficio de retratista de la vida de las comunidades que visita viene desde hace un año, ha sido algo que ha transformado su ejercicio fotográfico y su perspectiva. A pesar de que su fotografía ha pasado ya por diversas temáticas como el viaje o los paisajes, cuenta que hoy por hoy la mueve salir de su cotidianidad y acercarse a otras comunidades con otra forma de vida.
“Es algo muy enriquecedor, ver y encontrar otros modos de vivir en los que las personas son felices, muchas veces con un estilo de vida más sencillo que el mío. Me llena mucho ver cómo la felicidad y estabilidad se sale de los estándares que tenemos en las ciudades”, cuenta. Sin embargo, agrega que no sólo le interesa enfocarse únicamente en comunidades rurales, pues su trabajo le ha permitido ver que existen historias en todas partes y el reto, dice, está en seguir documentando esos rostros y hogares que quieran compartir algo de ellos con ella y con el mundo.
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Además de ‘Hijos del Agua’, entre las series de esta fotógrafa se encuentran ‘Humanos del Vaupés’, allí compartió con las comunidades indígenas Santacruz, Tayazú y Trubón, y una serie realizada en San Pedro de los Lagos, Amazonas, donde compartió junto a los Ticunas. A través de estos proyectos, ha capturado la cotidianidad de estas dos comunidades. Según cuenta, al principio siempre es difícil combatir la ansiedad o la pena que supone “llegar a una comunidad, tocar la puerta de una casa y decir: Hola, soy María, ¿me dejas pasar?”. Transmitir confianza es, para María, el primer reto para llevar a cabo sus fotografías, a pesar de que, dice, ha tenido la fortuna de dar con comunidades abiertas y cómodas con la idea de tener al frente una cámara.
“En ambas comunidades me han invitado a sus casas a comer o a tomar algo. Recuerdo que en San Pedro de los Lagos tuve una invitación a probar jugo de Acai con fariña (yuca molida) a las ocho de la noche de algún día. En el Vaupés me invitaron a probar casabe (arepa de yuca) y chivé (bebida de agua lluvia con yuca), en Amazonas casi todo es yuca. Y así va pasando. La verdad es que cuando un fotógrafo llega a una comunidad se vuelve un "tema" y ellos ya están dispuestos a conversar con uno y dejarse conocer”, cuenta. Dice María que una vez se entra en confianza con la comunidad, se hace mucho más sencillo fotografiar su cotidianidad.
La visibilización de estas realidades es uno de los intereses de esta fotógrafa. Según cuenta, aunque por un lado la motiva conocer formas de vida que la extraigan de la burbuja de la cotidianidad citadina que permanecería oculta de no ser por su acercamiento documental, la visibilización de las problemáticas de estas comunidades y el abandono estatal que sufren también hace parte de su ejercicio fotográfico. “Por ejemplo, Vaupés es el departamento más abandonando de Colombia, y está bien poner los ojos sobre estas comunidades y ver de qué forma visibilizar sus vidas puede contribuir a una ayuda gubernamental. Sé que ahí entra todo el conflicto acerca de qué tanto debe intervenir occidente en las comunidades indígenas, pero, siendo realistas, todas estas comunidades ya están occidentalizadas, hay escuelas, niños, ancianos, y muchas necesidades”, asegura.
Cuenta María que en el caso de Nueva Venecia, se trata de un pueblo muy pobre que vive de la pesca, un ejercicio que muchas veces ha corrido el peligro de cesar en la región. “El día en que la pesca se acabe (porque la verdad no está regulada y los peces empiezan a escasear), la calidad de vida de este pueblo será mucho más baja, y es ahí donde el estado debe intervenir. Si no viajáramos a descubrirlo se quedaría en la mente de muy pocos, se quedaría ahí en el olvido, en medio de la ciénaga”, agrega.
Además de su trabajo como fotógrafa, María trabaja en la fundación Saving The Amazon, a la que, cuenta, le debe su trabajo fotográfico documental. Este año la fundación lanzó un libro escrito por la psicóloga María Ximena Patiño y con fotografías de María con el que se busca promover la conservación de la Amazonía y su gente. Cuenta María que, aunque tenía dominado el paisaje amazónico, nunca se había acercado con su cámara a una comunidad indígena. El proyecto de Saving the Amazon fue el espaldarazo para continuar con este trabajo
“Mis fotografías son la imagen de la fundación, son las caras de las comunidades que apoyamos, y es muy satisfactorio ver que ahí estuve yo, del otro lado de la imagen. Creo yo que mostrar a las comunidades y a los paisajes, es lo que motiva a la gente a querer proteger La Amazonía; proteger nuestra biodiversidad en términos de flora, fauna, y humanidad”, cuenta.
Asimismo, María ha participado en diferentes workshops, como el taller de Fotografía Documental Nueva Venecia o Amazonas Documental, experiencias que describe como necesarias para su trabajo documental. Según cuenta, la oportunidad de tener una crítica objetiva constante y la guía de tutores expertos le han enseñado la rigurosidad fotográfica con la que trabaja ahora. Sus mejores trabajos, cuenta, han salido justamente de los talleres en los que ha estado.
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“Gracias a la fotografía he podido entrar en las vidas de estas personas y estar en constante disposición para retratarlas, atenta a todo, a los detalles. Creo que sería totalmente distinto entrar a estas casas con un cuaderno y tomar notas para un reportaje, que entrar con una cámara para buscar imágenes. Por ejemplo, al hacer mi serie ‘Entre elementos’, aprendí muchísimo de la relación entre los Ticuna y la naturaleza gracias a que quería representar fotográficamente cada elemento de la naturaleza en relación a ellos. Si no hubiera tenido esta intención fotográfica, no hubiera conocido esa parte de su cultura de una manera tan profunda”, cuenta.
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