
Buscar pareja a punta de online dating es como buscar trabajo
Un economista asegura que el desempleo es el equivalente a la soledad en el agitado mundo de las citas en línea.
Los gringos andan por la vida como volador sin palo. Sobre todo los gringos que trabajan con tecnología, que están actualizando softwares, iPhones, iPads o apps casi cada vez que pestañean.
Esta diarrea creativa ha impulsado la producción de todo un universo de juguetes tecnológicos, entre los que se encuentran las aplicaciones para buscar pareja Grinder, Tinder, Ok Cupid, Match.com, Bumble. Cada uno de esos programas ofrece un algoritmo de búsqueda diferente.
Ya habrán oído hasta el cansancio anécdotas dignas de convertirse en largometrajes, protagonizadas por usuarios de este mercadeo sentimental. Y a pesar de lo descabellado, extraño e innatural de esta “compra” por catálogo, la gente sigue practicándola. Es tan exitoso el negocio de las aplicaciones que funcionan como cupido que hasta LinkedIn intentó entrar en el campo de batalla con Belinked, una aplicación móvil que se convirtió en el Tinder de los geeks, pues selecciona sus emparejamientos de acuerdo a los intereses profesionales que escanea de los perfiles de LinkedIn. Por supuesto, no ha podido ni llegarle a los tobillos a Tinder o Bumble.
En una entrevista para Harvard Business Review, el economista Paul Oyer, autor del libro Todo lo que alguna vez tuve que saber de economía lo aprendí con el online dating, asegura que buscar pareja en estos sitios es casi lo mismo que buscar un trabajo o elegir un empleado. Oyer afirma que el desempleo es el equivalente a la soledad en el mundo del online dating.
Siguiendo esta idea, quien vaya a una cita de Tinder o Bumble o Match.com podría estar haciendo perfectamente el trabajo de un operario de Recursos Humanos, es decir, tratando de encontrar con cada pregunta las fortalezas y debilidades que su prospecto romántico le ofrece para así evaluar su desempeño en el futuro.
Hace poco, en un vergonzoso intento de repechaje con un examante, tuve un estremecedor acercamiento —por no llamarlo revelación— a lo que significa realmente buscar pareja en el ciberespacio. El tipo y yo vivimos en ciudades distintas. Me había invitado a visitarlo durante el verano y unas semanas antes de la fecha planeada para mi viaje me dijo que una mujer de China estaba hospedada en su casa. Que la había conocido gracias a internet —luego me enteré de que la conoció a través de Belinked—, que era una inversionista que se había apasionado por su empresa y quería invertir en ella pero que, además, quería casarse con él porque necesitaba la greencard.
El tipo me aseguró hasta el cansancio que no estaba interesado románticamente en la china, pero que ella era una mujer muy inteligente para los negocios y que le había dicho que él, por su parte, podía seguir teniendo relaciones con otras mujeres, pues ella no era celosa.
En este caso, si se quiere extremo, se aplica muy bien lo que dice Oyer: la mujer de China, quien según este ex amante mío habla poco inglés, jugaba las veces de empleador y buscaba a alguien que le ayudara a administrar sus yuanes; por su parte, el susodicho picaflor, que no habla chino, buscaba un financiador bien dotado cuyas tasas de interés fueran menores a las del mercado. Según la única versión que pude conocer —la del hombre caritativo que recibió a una mujer despistada proveniente de China la cual le propuso matrimonio en contra de su voluntad y una cuantiosa inversión a su recién nacida empresa—, el emparejamiento era de orden más bien profesional y no romántico. Aunque claro, si se enredaba algún cariñito, ¿qué tan malo podía resultar?
Entonces, aprovechando ese volador sin palo que tienen los fanáticos de Steve Jobs metido entre las nalgas, ¿por qué no se inventan una aplicación que además de buscarle a uno marido, novio o amante, nos encuentre también jefe, inversionista, abogado, prestamista, médico y cirujano plástico? Yo en este punto de mi vida, con un divorcio encima y a 4 años de decirle chao a mi fertilidad, ya no tengo mucho tiempo para perder, y más bien necesito con urgencia una especie de Leonardo Da Vinci multimillonario que se encargue de todo en la casa.
Queridos desarrolladores de Silicon Valley, el algoritmo del futuro no solamente debe emparejar gustos, hobbies, religiones o looks, también debe ser capaz de emparejarnos con esa persona que esté totalmente convencida de que somos el “empleado ideal”, alguien dispuesto a hacernos contrato a largo plazo con beneficios flexibles como los ofrecidos por la china capitalista al joven americano con quien, afortunadamente, no volví a caer.
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