Ud se encuentra aquí INICIO Node 27710
Archivo Familia Muñoz

La fiera triunfante: un álbum familiar picotero

El picó se estableció hace más de siete décadas en los barrios marginales del Caribe. Hoy es una manifestación cultural de gran valor para familias costeñas cuyo sustento básico, además de la canasta familiar, es la música. Esta historia íntima de un paso generacional nos acerca al origen mismo de los grandes sistemas de sonido.

Por Linda Esperanza Aragón* / @lindaragonm

Desde muy joven no le tuvo miedo a agarrar el machete por la cacha. Ayudaba a su padre en los quehaceres del campo y aprendió de él a sudar para conseguir el pan, a amenizar la jornada con la radio y a juntar la voluntad con el deseo para no acostumbrarse a perseguir al azar.

Chaparro, bigotudo, medio calvo –pero con pelo en pecho– y blanco, tan blanco que quienes lo veían pasar por calles alejadas de su terruño, murmuraban: “ese tipo es cachaco”. Y no, mi abuelo Héctor Muñoz no era cachaco: nació en Heredia, Magdalena, corregimiento bordeado por el río Magdalena. Era herediano.

Cuando ya era un hombrecito responsable y trabajador, alistó su corazón para encontrar a la mujer que lo acompañaría hasta el final. Su truco para enamorar era el de cambiar un billete por billetes menudos para que la cartera se le engruesara. Pero con Ana Rosa de la Hoz –mi abuela– le resultó falible, optó entonces por dedicarle rancheras. Eran largas horas de música y coqueteo. Pasaban las semanas y el tipo se hacía más persistente; le tocaba pensar cuál iba a ser la programación del día, con el fin de no repetir. Insistió e insistió hasta salirse con la suya: Ana se enamoró a lo mexicano, no a lo financiero. En 1962 construyeron una mediagua a pulso. Heredia, que todavía no contaba con electricidad, fue testigo del amor floreciente y del nacimiento de los siete hijos de esta unión: dos varones y cinco mujeres.

(Le puede interesar Donde nacieron los champetúos para que se ponga en sintonía con la movida y los orígenes picoteros)

Morena de cabello liso, robusta, más alta que el abuelo y apática a los aretes, collares y pantalones. Eran las faldas y las blusas holgadas lo más cómodo para disponerse a hacer cocadas, bollos y bocadillos, y venderlos; la abuela los preparaba con las frutas y el maíz que Héctor traía de la parcelita.

Iluminados por un mechón: Ana madrugaba a las 3 de la mañana para pilar el maíz y rallar cocos, y el abuelo se dedicaba a organizar las herramientas y a alistar al burro para ir al monte. Después de tomarse el tinto, se iba por las trochas polvorientas con un pequeño radio escuchando vallenatos. A través de la emisora se enteraba de cuáles eran las canciones nuevas y camino a casa las tarareaba. Por las noches las volvía a cantar al tiempo que tocaba el cuero de un taburete con el manduco –pieza de madera– que usaba mi abuela para lavar la ropa en el río Magdalena. Los vecinos decían que Héctor tenía un vibrato potente que apaciguaba el caminar de quienes pasaban cerquita.

La música penetró en la infancia de sus dos hijos: Alex y Julio Muñoz, y como solo había un radio en la casa, ese que Héctor se llevaba todos los días, después del colegio se iban a la orilla del río Magdalena a buscar barro para elaborar los bafles, el tocadiscos y el motor a gasolina y recrear una escena “picotera” onírica.

6._album_familia_munoz.jpg

 

–Tú interpretas las canciones –decía Álex.

–Y tú imitas el sonido del motor –respondía Julio.

Para que aquella quimera quedara perfecta, a Julio le tocaba la tarea de aprenderse las canciones del momento, por eso escuchaba a su padre Héctor y se acercaba a los bailes y parrandas que se hacían en Heredia. A Alex le tocaba dominar la respiración para darle fuerza a la resonancia del motor.

–Rrrrrrrrrrrr… ¡Ya me estoy agotando! –gritaba Álex como con voz gastada.

–¿Ya te cansaste? –preguntaba el hermano, pues no tenía más opción que dejar de cantar.

–¡Sí!

–¿Cómo hacemos ahora?

–Julio, cada vez que me canse, imagina que al motor se le acabó la gasolina.

–¡Erda!     

Las tardes de este par –mis tíos– eran un mundo hecho de barro, pero no por eso significaba que era frágil, todo lo contrario: el sueño de construir un picó de verdad se hacía más fuerte día tras día. Ana los veía jugar en silencio, un silencio que acariciaba una historia de largo aliento; ella sabía que sus hijos lo harían realidad.

 

10._album_familia_munoz.jpg

 

Se fueron a Barranquilla en 1979, ya que Ana Rosa sufrió un agotamiento físico crónico. Llegaron al barrio La Chinita y se hospedaron en la casa de una de sus hermanas por unas cuantas semanas, pero apenas supieron que una casa estaba en venta, no dudaron en comprarla con sus ahorros. En ‘Curramba’ se quedaron.

Ana no paró: madrugaba a las 4 de la mañana para irse al mercado a vender pescado y suero. Héctor salía en las tardes a vender suero. El burro, las cocadas y el barro se quedaron en Heredia, no obstante, galopaban en los recuerdos. La ciudad no aniquiló la unión familiar y el perrenque. Aunque vivían en ‘La Arenosa’, el sueño de barro no se truncó.

(Pille acá otro trabajo fotográfico de la autora: Ser DJ en un pueblo)

Cuando mis abuelos lograron reunir los ahorros, en 1984 Álex y Julio fabricaron un picó de verdad: un turbo de madera con bajos, medios y un tocadiscos, no requería de un motor a gasolina, ya que en la ciudad había electricidad. Un jinete invicto con ansias indómitas de comerse el mundo era el rostro del picó, al que llamaron “El Triunfante #1”, nombre fue sugerido por una de las hijas de Héctor, Nora Muñoz –mi mamá–, y según ella aludía a tres motivos: a un sueño musical materializado, a la grata acogida de Barranquilla a la familia Muñoz de la Hoz y a que no les había faltado el pan desde el primer día en que llegaron.

Los dos hermanos estaban contentos y aferrados al turbo, que era como un miembro más de la familia. Y sí, lo era, porque lo ubicaron en la sala de la casa y aparecía en las fotografías de eventos especiales como grados, matrimonios, cumpleaños, fiestas decembrinas, carnavales y las celebraciones de los primeros años de los nietos.

 

setfotos1_0.png

 

Con el pasar del tiempo, además de acortarle el nombre a “Triunfa” para que se quedara en el corazón y la mente de la gente con más facilidad, lo transformaron en varias ocasiones, era como si le compraran ropa nueva. El picó era como un ser vivo para la familia, tenía alma.

Los sábados mi abuelo lo sacaba a la terraza desde las 9 de la mañana y le dedicaba una hora a cada género musical: vallenato, ranchera, charanga, porro, salsa y cumbia. Tenía más de 600 LP en un baúl, y entre sus artistas predilectos estaban Los Zuleta, Jorge Oñate, Calixto Ochoa, Lisandro Meza, Alejandro Durán, Juancho Polo Valencia, Pacho Rada, Enrique Díaz, Abel Antonio, Joe Arroyo, La Niña Emilia, Irene Martínez, Los Corraleros de Majagual, Antonio Aguilar, Pedrito Fernández, Flor Silvestre y Las Hermanas Calle. Una “viejoteca” sabática que lo ponía todo a vibrar.

Bailaban sus siete hijos, sobrinos y vecinos del barrio hasta las 11 de la noche. El sonido exquisito y gozoso del picó logró imponer un par de leyes: ya Ana Rosa no le gustaba bailar sola, solamente lo hacía con Héctor; y él no tomaba, el alcohol era la música.

 

setfotos2_0.png

 

A abuelo le dio dos veces trombosis, pero por eso no suspendió el ritual rumbero de los sábados. Cuando le dio isquemia sí les cedió esa herencia sonora a sus dos hijos. Y fue en 1992 que decidieron volver a transformarlo y nombrarlo “El Tigre”, una fiera genuina del sonido e irrepetible como el patrón de rayas del felino: nunca son iguales. El nuevo sistema de sonido, que al mismo tiempo era magdalenense y atlanticense, experimentó el paso del long play al CD y rugía en billares, matrimonios, quinceaños, bautizos, fiestas de barrio, Navidad y en carnavales. Nunca faltaba la placa célebre: “¡Aquíiiiii suenaaaaaa!”

 

9._album_familia_munoz.jpg

 

A veces El Tigre no rugía, sino que arrullaba cuando mi tío Álex le dedicaba a su padre una de las canciones más bonitas de Piero, esa que dice:

“Es un buen tipo mi viejo /que anda solo y esperando / tiene la tristeza larga / de tanto venir andando”.

 

setfotos3_0.png

 

El viejo detestaba los hospitales y no seguía las instrucciones médicas. Prefería tratar sus enfermedades con bebidas a base de plantas medicinales. Era obstinado. Pero el 14 de septiembre de 2014 no le perdonó tanta terquedad y murió de un paro cardíaco.

Septiembre, ¡ay, septiembre!, eres tan mustio y tan falto de festivos que no hallaste otro remedio que llevarte a Héctor, el disyóquey veterano. Abuela Ana lo recuerda escuchando las rancheras conquistadoras, la que los juntó hasta que la muerte asomó sus narices.

Hoy, “El Tigre” sigue rugiendo y amenizando las calles de La Chinita y de Barranquilla, mezclando la tecnología con lo nostálgico. Y aunque el rostro del picó no es ya un jinete raudo sino un felino que acapara con las garras a un long play, volvió a ser un turbo, aquella forma inicial de un sueño de barro con dos raíces, de un sueño anfibio.

 

15.-linda-esperanza-aragon_0.png


Las tres últimas fotos fueron tomadas por Linda Aragón, el resto pertenece al álbum familiar Muñoz.


*Periodista y fotógrafa documental. Esp. Gerencia de la Comunicación para el Desarrollo Social. Sígale el rastro en lindaaragon.co o en Instagram.

Comentar con facebook

contenido relacionado