Ud se encuentra aquí INICIO Opinion El Pico Quiere Convertirse En Un Patrimonio Cultural De Colombia

Donde nacieron los champetúos

Después de 7 décadas el picó debería ser reconocida como la primera subcultura urbana de Colombia. Y de paso como un patrimonio cultural.

Monosóniko Champetúo / Pickó Patrimonio Cultural

Ombe, la cultura picotera no está en crisis. ¿Quién dijo eso? En crisis están los administradores públicos que quieren detener uno de los más fuertes caudales musicales y culturales del país, un torrente sonoro que se hizo grande en los barrios marginales del Caribe y que hoy se establece como un complejo entramado cultural sólido y vital para una sociedad que considera la música como un elemento más de la canasta familiar.

No le estoy echando embuste: en el Caribe la gente cocina, come, se baña, trabaja, socializa y duerme con música. Bueno, me refiero al Caribe donde ‘El Mono’ habita, donde la gente entendió que bailar y sonreír son las mejores formas de lidiar con la existencia, donde si salgo “a buscá mi mojarra frita, camarón, chipi chipi y mi caldero de arroz, ya voy ganao”, donde hay un picó por calle.

Donde nacieron los champetúos.

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El picó es una cultura con más de 7 décadas, labradas a punta de música y pases por 3 generaciones de picoteros y bailadores, tiempo suficiente para ser reconocida como la primera subcultura urbana de Colombia que dio origen a un género como la Champeta, ese género del demonio que preña a las chicas con solo acariciar sus oídos y hace que los chicos del barrio desenfunden sus armas para matarse. Como dijo Charles King en ‘El Abogado Corrupto’: “¿Por qué habrá tanta gente cabeza dura que no entiende que la música es cultura?”.

Por esta razón en 1999 el alcalde de Malambo-Atlántico la prohibió con un decreto y santo remedio, dejaron de matarse los pelaos y por arte de magia ninguna pelá salió preñá durante su imposición. Para esa época la champeta hervía en todo el Caribe y se tomaba las pista de baile en discotecas, bares, clubes, colegios, calles y plazas de mercado. Sonaba en las emisoras, carros y buses. Su ritmo se esparcía y contagiaba a toda Colombia con su sensual cadencia.

Sin embargo la Champeta era solo la punta del iceberg, porque debajo de ella, en su parte más solida, se encontraba el gran tótem de los herederos urbanos de la marginalia afro: un enorme sistema de sonido llamado picó, lleno luces y colores fluorescentes que invita a todos a encontrase para recordarles que la vida hay que danzarla, y danzarla sin pudor porque el “amacice apretaito” y en el oscurito es la más hermosa ofrenda a nuestra fértil madre África.

(Vea este memorial gráfico de picós legendarios)

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Pero una simple prohibición no era suficiente para frenar la industria cultural alternativa de música, danza y artes plásticas más solida del país. La cultura picotera nunca necesitó de la radio, porque era ella quien amplificaba en las calles de los barrios. Una industria cultural generadora de empleo, con un sistema de difusión, distribución y promoción responsable de promover las músicas locales actuales y tradicionales. Reconstructora de un tejido social frágil y vulnerable que necesita de los espacios como el picó para encontrarse y reconocerse.

Por su parte, las inquisidoras administraciones públicas en Cartagena, Barranquilla y Santa Marta no han cesado de prohibir (sin argumentos sólidos) la manifestación de un pueblo al que le gusta bailar. De hecho, el concejo de Cartagena llegó a prohibir el baile de Champeta. Imaginaba yo entonces a los agentes de la Policía asomados en las ventanas de los colegios, dispuestos a llevarse preso al que se le ocurriera bailar ‘La Propia Nubecita’.

Con decirles que hoy en Barranquila no se están expidiendo permisos para realizar bailes con picó, siendo el procedimiento legal que, como micro empresarios, presentan los picoteros para realizar formalmente sus bailes con presencia de la Policía, la Defensa Civil, entre otras instituciones. ¿La razón? “El picó es generador de violencia”, como si la violencia fuera consecuencia de la música. Mira tú esa vaina.

Como dijo el investigador Nicolás Contreras durante su conferencia ‘El picó en el mundo', en el Auditorio de la Sociedad Bolivariana en la ciudad de Santa Marta: “¿Será que en las comunas de Medellín hay picós?”. O como le preguntaba ‘El Mono’ por Facebook a un periodista promotor de la prohibición en Barranquilla, Jorge Cura: “Será que en Palestina hay picós? Porque esa violencia tampoco la entiendo y estoy seguro de que nada tiene que ver la espiritualidad de esas hermosas tierras”.

Los intentos de reprimir la tradición de los sistemas de sonidos son muchos y de ellos son testigos artículos en innumerables medios de la prensa local que dejan claro que aunque esta cultura esté fuertemente arraigada en las minorías (que en realidad son las mayorías), se encuentra en un estado un tanto crítico que requiere cuidarla de aquellos que quieren extinguirla porque “huele a pueblo”, como alguna vez ocurrió con la cumbia, que después de tanto ser discriminada terminó convirtiéndose en embajadora de la identidad, no solo de una región, sino de un país y un continente entero.

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