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Un memorial gráfico de picós legendarios

Aquí no se habla de una buena fiesta sino de un vacile efectivo, la música no tiene fuerza sino “meque”, los éxitos son la pulpa y la sabrosura el “triquiteo”. Un barranquillero ha recopilado historias y fotos de picós (esas enormes discotecas ambulantes) por 25 años.

Nicolás Rodríguez Sanabria

Todo pintado con intensos colores sicodélicos: un perro conduciendo un tanque de guerra, un astronauta surcando el espacio mientras toca guitarra, un hombre sin pantalones y botas altas que abraza a un tigrillo. No hay manera de ignorar las imágenes que ostentan los picós, esos monstruosos sistemas de sonido que marcaron el paso de la rumba en los años setenta, ochenta y noventa. Nada se puede pasar por alto: la música tan misteriosa como atronadora, los sacudones del baile, las cajas de sonido altas como un basquetbolista y anchas como un camión. Aun así, muchos colombianos ignoran lo que es un picó. 

Esto lo sabe muy bien Fabián Altahona, y por eso ha trabajado toda su vida en preservar la tradición picotera. Desde niño se empeñó en archivar todo lo que escuchaba y veía. En tiempos de carnaval, espiaba las verbenas que sus hermanos mayores organizaban en el barrio y andaba pendiente de las transmisiones radiales de música picotera para grabar encima de los casetes de sus hermanas.

—Estas vivencias y recuerdos me motivaron a seguir buscando —dice Fabián—. Todo este fenómeno, esta manifestación cultural, fue y es de gran importancia para la costa norte y el resto de Colombia.

Sin ayuda y sin que nadie tuviera que pedírselo, este barranquillero ha construido Africolombia, un blog único que ha recibido millones de visitas desde todo el mundo. 

—Lo que quiero es que se le brinde a esta cultura todo el aprecio y valor que se merece, que nuestros gobernantes la apoyen y permitan realizar más bailes y proyectos. Que llegue a todos los rincones del planeta y la tradición no muera. Ojalá el picó algún día sea declarado patrimonio cultural, como el Carnaval de Barranquilla.

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Fabián junto a Gran Torres

 

 

Y es que la cultura picotera va más allá de un bafle monumental. Desde la palabra “picó” (que proviene de pick up, la aguja del tornamesa que rebota sobre los surcos del acetato “recogiendo” el sonido para mandarlo a los parlantes), todo está fuertemente arraigado a nuestra tradición. De hecho, el picó es como una metáfora del colombiano.

De construcción artesanal, los picós no tienen otro fin que ser más estrepitosos que el del vecino. La decoración exuberante que los cubre es al mismo tiempo una efectiva forma de mercadeo y una declaración de anhelos tropicales: poder, lujos, ferocidad y éxito. Expiden música africana en verbenas que perpetúan el espíritu esclavo: ir a bailar para hacer familia, para conseguir pareja. Aquí no se habla de una buena fiesta sino de un vacile efectivo, la música no tiene fuerza sino meque, los éxitos son la pulpa y la sabrosura el triquiteo.

La exclusividad lo era todo. Los picoteros desechaban las portadas y rasgaban los sellos de los discos que conseguían para que nadie supiera qué artista ni qué canción sonaba. Con esta música exclusiva competían entre ellos; se retaban con el uso de “placas”, una especie de pauta publicitaria en la que el picó mostraba su carácter y retaba a su contendiente.

Por todo esto, hay ciertos picós que nadie olvida: por su decoración, potencia, ambiente y, sobre todo, música única. Fabián nos presenta nueve de estos picós legendarios:

 

El Sibanicú, "el que prefieres tú"

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Se dice que este equipo fue el primero en presentarle al público barranquillero una melodía africana. Su dueño, Cristóbal Ruiz, tenía por vecino a Ernesto Corrales, cuyo padre trabajaba como mecánico de aviación en Kinshasa, antigua capital del Zaire, hoy de República del Congo. Entre las remesas que éste le enviaba, a Ernesto le llegaron discos de ese país, que luego terminarían sonando en El Sibanicú. La primera canción sería ‘Mekua Mu Murako’, de Messe des Bayanzi, bautizada como “El cucú” en Barranquilla, y ‘El indio Mayenye’ en Cartagena. Se dice que este picó ostentaba la placa que más “meque” tenía. El “Aquí suena el Sibanicú” sonaba tan fuerte, cuentan, que en un duelo llegó a romper la tela de la caja de El Conde de Cartagena.

 

El Conde de Cartagena, “La potencia mundial”

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Uno de los picós mas recordados de Cartagena, en donde todavía se le conoce como “la biblia de la música” por su extensa y variada colección de discos. Su portada está inspirada en el cantante boricua de salsa Pete “El conde” Rodríguez y en su momento llegó a considerarse invencible por la potencia de sus 64 tubos (unas válvulas al vacío que amplificaban el sonido, tecnología muy usada por los técnicos artesanales para crear equipos más poderosos que los importados).

 

El Timbalero, "El que arrolla sin agüero"

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Este picó era el equivalente barranquillero de El Conde. Por mucho tiempo fueron rivales, ambos de larga trayectoria y con una gran fanaticada. El Timba, como lo llaman, alcanzó tanta fama que en una época fue perseguido tanto por las autoridades como por pandillas de la ciudad. Sus dueños se vieron obligados a cambiarle el nombre para evitar problemas y le pusieron El Negro Rumbero

 

El Rojo, “la cobra de Barranquilla”

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Aunque siempre fue del mismo color despampanante, El Rojo no siempre tuvo a una cobra en el escaparate. Originalmente, El Rojo presentaba al diablo en llamas con un trinche en la mano que clavaba en la arena. La pintura causó problemas con los movimientos evangélicos de la comunidad barranquillera y su artista, el muy popular Belimastth, lo cambió por un dragón de tres cabezas. Luego, cuando El Rojo pasó de tener 16 tubos a 34, se decidió cambiar la portada nuevamente. Por esos días la película de Sylvester Stallone, Cobra, estaba en auge: de ahí tomaron el animal con el que ahora todos recuerdan a este picó. 

 

 

El Gran Fidel, "El ministro de la salsa"

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El diseño de los picós no era una simple forma de llamar la atención. En sus equipos, los picoteros mostraban su forma de ver el mundo. Las imágenes de los escaparates están repletos de referencias a eventos históricos, de ídolos y héroes personales, de los imaginarios de la costa atlántica. El Gran Fidel es un clásico ejemplo: su dueño, Jaime Álvarez, era un hombre que simpatizaba con la izquierda y que había pertenecido a movimientos revolucionarios en su época de estudiante. Llegó a tener otro picó además de este, El Gran Che, que después vendería. 

 

El Gran Fredy, "La revelación del momento"

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En este caso, el diseño del picó tenía una relación más directa con el dueño. Álvaro Rodríguez Acuña, conocido como “El caimán”, le puso el mismo nombre que llevaba su hijo menor: ejemplo de la importancia que tienen estas máquinas en la vida de los picoteros. El Gran Fredy se hizo famoso en la década de los ochenta por sus temas exclusivos que ahora son clásicos.

 

El Concord, "Con técnica japonesa"

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La fama le provino por la proeza de “El chino” Tony Wong, su dueño, quien en vez de tubos uso por primera vez transistores para amplificar el sonido y logró el estéreo. Como todo primero en la cultura picotera, todavía se discute si en efecto fue éste el primer picó que innovó con sonido estéreo y transistores, o si fue otro llamado Ray Estéreo. Sin embargo, los transistores no pegaron tanto como los tubos y El Concord entró en decadencia.  

 

El Coreano, “El tanque de guerra”

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Para muchos este fue el verdadero primer picó de Colombia. Al parecer, su portada y nombre fueron elegidos por el dueño en honor a un miembro de su familia que había hecho parte del batallón colombiano enviado a la guerra de Corea. Además, El Coreano era reconocido porque tenía menos parlantes que los picós más grandes y aún así era capaz de medirse ante cualquiera.

 

El Isleño, “El león de la salsa”

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Antes del famoso león que lo caracterizó, El Isleño llevaba en su tela pintado a un hombre que pescaba en una isla. Algunos cuentan que este picó tenía el tornamesa más alto de todos, tanto así que era necesaria una canasta de cerveza para que el disc-jockey pudiera manejar esta máquina. En vez de tubos, el sistema de sonido estaba compuesto por 8 “teteros”, como llamaban los picoteros a unas válvulas al vacío más grandes que usaban las emisoras. Ciertas historias dicen que en ocasiones las emisoras no lograban transmitir porque las atracaban para llevarse los grandes tubos que luego aparecían en otros picós.

 

 

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