
Un recorrido fotográfico por la gestión de Médicos Sin Fronteras en Colombia
Desde la tragedia de Armero, en 1985, la organización francesa ha aportado asistencia médica y humanitaria en 20 departamentos del país, centrándose en poblaciones marginadas y afectadas por el conflicto armado o los desastres naturales. De estas crisis sociales, drama humano y la posterior ayuda, dan cuenta fotoreporteros como Anna Surinyach, Marta Soszynska y Ángel Cabello, entre otros.
“No hablaba con nadie sobre mis problemas. Ahora estoy más relajada. Si algo no funciona, aprendí a dejarlo ir. Ya no tengo miedo de todo. No hay una sola persona en Buenaventura que no haya presenciado violencia. Necesitamos ayuda”. Este testimonio de Nuri, una vendedora de pescado de Buenaventura cuyo hijo fue decapitado y luego quemado, hace 16 años, es parte del último informe de la organización médico humanitaria Médicos Sin Fronteras (MSF), A la sombra del proceso: impacto de las otras violencias en la salud de la población colombiana, y es solo uno de los tantos que día a día encuentran en los 20 departamentos del país donde ha actuado desde 1985, cuando el Nevado del Ruiz hizo erupción y sepultó a más de 20.000 habitantes del municipio de Armero, en Tolima.
En ese momento, MSF cumplía 14 años de haberse fundado en Francia y aterrizó en nuestro país para brindar asistencia médica a los damnificados, haciéndolo de la manera que se han planteado desde su creación: yendo a aquellos lugares a donde no van las organizaciones internacionales o las entidades gubernamentales. Esa misión la tienen para evitar la duplicación de esfuerzos en un mismo sector y para atender aquellas poblaciones marginadas por otras instituciones y los medios de comunicación.
Médicos Sin Fronteras en Armero, durante su primera intervención en Colombia. Foto cortesía de MSF.
Después del desastre de Armero, MSF se retiró del país pero volvió en 1994, cuando un terremoto en el Cauca afectó a más de 7.500 personas. Desde ese momento, la organización decidió tener una presencia más continúa y se estableció en Colombia. Pero no se quedó únicamente para atender población afectada por desastres naturales, pues en departamentos como Tolima, Sucre, La Guajira, Córdoba, Nariño, Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Norte de Santander, entre otros, el impacto del conflicto armado sobre los civiles no pasó desapercibido para esta gente.
Los niños en las zonas rurales se esconden cuando ven pasar algún helicóptero sobre ellos. Según MSF, en lugares como Cauca se sigue viendo una fuerte presencia de grupos armados. Esto genera daños mentales pero sus habitantes no tienen ningún tipo de ayuda a la mano. Foto de Anna Surinyach, tomada en 2014. Cortesía de MSF.
Crecer con violencia sexual o en medio del conflicto armado les genera a los habitantes de las zonas tristeza, retraimiento y problemas de aprendizaje. En el caso de abuso sexual, MSF atiende en Buenaventura unos tres casos por semana. Foto de Marta Soszynska para el informe A la sombra del proceso: impacto de las otras violencias en la salud de la población colombiana.
Además de mudarse a viviendas en condiciones precarias, varias sin agua y electricidad, los desplazados se tienen que enfrentar al rechazo de sus habitantes, que los tildan de mentirosos y hasta de guerrilleros. Foto de Marta Soszynska, tomada en Buenaventura, para el informe A la sombra del proceso: impacto de las otras violencias en la salud de la población colombiana.
Aunque con temor, hay desplazados que no aguantan las condiciones precarias, el rechazo y los altos costos de vivir en una ciudad y regresan a su lugar de origen. “Allá en la ciudad a uno le toca pagar por arriendo, comida, agua, todo… Allá trabaja uno pa’ nada un año, dos años, a veces aguanta hambre. Yo quería regresar porque aquí las tierras son muy buenas, aunque la gente vive con miedo y siempre hay rumores de que a alguno lo van a matar”, le dice un padre de familia a MSF. Foto escaneada de Stephan Vanfleteren, tomada en Saiza (Córdoba) para el informe Vivir con miedo: el ciclo de la violencia en Colombia.
En estos lugares también se han enfocado en el impacto de la guerra en la salud y lo complicado que es el acceso para sus víctimas. En Vivir con miedo revelaron que en las zonas rurales se presentan casos de tuberculosis, infecciones parasitarias, dolores de cabeza y problemas mentales por el temor al conflicto. En Acceder a la salud es acceder a la vida: 977 voces, otro informe publicado en 2010, recogieron testimonios de habitantes de Arauca, Nariño, Caquetá, Istmina, Urabá, Norte de Santander y Bolívar, y mostraron la magnitud de esta crisis a nivel nacional.
El informe habla sobre las dificultades existentes para recibir atención médica: desde el desplazamiento al centro de atención —entre una y 72 horas—, la inseguridad —actores armados y minas antipersonales en el trayecto—, falta de información —muchos no saben que tienen acceso a salud gratuita— y la carencia de dinero para pagar el transporte o los medicamentos, entre otros.
Las víctimas sienten desconfianza de ir a un médico por temor a que los grupos armados obtengan sus datos personales, por eso varios se niegan a dar su nombre. Otras son rechazadas en los propios servicios de salud y son tildadas de guerrilleros o paramilitares. Foto tomada por Marta Soszynska, en Buenaventura, durante 2015. Cortesía de MSF.
En los servicios de salud suele verse el rechazo hacia las mujeres, afrodescendientes, desplazados e indígenas. Otras razones identificadas por MSF son la discapacidad, la pobreza, no hablar español (en el caso de los indígenas), provenir de una zona roja o rural, o simplemente porque su urgencia no es vital. Foto cortesía de MSF.
Según la Corte Constitucional, los desplazados no necesitan ningún tipo de documentación para ser atendidos, sin embargo en los servicios de salud se les niega el servicio por no tener una carta que los acredite como desplazados forzados. Foto tomada por Marta Soszynska en Buenaventura, en 2015. Cortesía de MSF.
Actualmente la organización se encuentra trabajando en Buenaventura y Tumaco en lo relacionado a salud mental y violencia sexual. “En ambas poblaciones ya habíamos trabajado y vimos una necesidad concreta. Hicimos misiones exploratorias y a partir de ellas encontramos necesidades, potenciales soluciones y nuestro valor agregado —estar donde nadie más llega—”, comenta Mónica Negrete, coordinadora médica de MSF. Para contar ambas problemáticas han dedicado informes como ¿Y qué pasó con Caperucita? (2014) y A la sombra del proceso: impacto de las otras violencias en la salud de la población colombiana (2017). Este último, según Mónica, también se hizo porque aunque ya se habla de paz, el acuerdo firmado con las Farc y las actuales negociaciones con el ELN, la violencia todavía no para.
Varias víctimas de violencia sexual no piden ayuda por vergüenza, amenazas del violador o la lejanía de los hospitales. El desconocimiento llega a tal punto que muchos no saben que tienen derecho a denunciar o incluso que estos abusos son delito. Foto tomada por Marta Soszynska en Buenaventura, en 2015. Cortesía de MSF.
Entre las afectaciones mentales por el ambiente violento o el abuso sexual están la baja autoestima, ansiedad, alucinaciones, pérdida de apetito, problemas de sueño y hasta intentos de suicidio. MSF atiende a sus pacientes personalmente a través de un psicólogo, una médica y un encargado de logística, pero también los remiten a una EPS o cualquier entidad del Ministerio de Salud. Foto escaneada de Lena Mucha, tomada en Tumaco, para el informe A la sombra del proceso: impacto de las otras violencias en la salud de la población colombiana (2017).
MSF continúa trabajando en zonas marginadas del país y atendiendo catástrofes naturales, como la avalancha de Mocoa el pasado abril. Todo esto lo hacen sin ningún tipo de apoyo gubernamental, únicamente con los aportes de sus más de seis millones de socios alrededor del mundo. “Ya no recibimos fondos de la Unión Europea por las políticas migratorias que afectan a las poblaciones migrantes hacia Europa y naufragan en el Mediterráneo —comenta Mónica—. Tenemos un proyecto con barcos en esa zona porque los gobiernos no tienen una atención humanitaria sino que rechazan sin crear soluciones. Este rechazo a fondos institucionales nos da independencia de actuar según las consecuencias humanitarias que observamos y no las que nos digan”. Según comenta ella, no han tenido trabas en Colombia para actuar, simplemente hablan con las autoridades de la zona (que pueden ser grupos armados) sobre sus acciones y eso les abre las puertas. “En Médicos Sin Fronteras solo queremos ayudar. Nuestras acciones no buscan ofender a nadie”, dice Mónica.
El pasado abril, MSF estuvo presente en la tragedia de Mocoa, en la que murieron casi 300 habitantes. Foto tomada por Ángel Cabello. Cortesía de MSF.