Ud se encuentra aquí INICIO Historias En La Comision De La Verdad La Cultura Es Un Espejo Que Redirige El Dolor Del Conflicto
Fotos cortesía de la Comisión de la Verdad

En la Comisión de la Verdad la cultura es un espejo que redirige el dolor del conflicto armado

Desde su creación, la Comisión ha insistido en la cultura como una forma de entender las heridas del conflicto, así como una herramienta de sanación, develación de la verdad y resistencia en medio de un país maltrecho.

Julián Guerrero / @elfabety

“El arte es como un espejo, como un escudo sobre el que la imagen directa de la violencia se refeja, y nos protege; la refleja, pero al mismo tiempo la filtra y la redirecciona. Es una especie de traducción mermada del dolor y de lo más crudo y violento”.

Esta es la metáfora que la comisionada Lucía González de la Comisión de la Verdad usa para hablar del rol del arte y la cultura en el conflicto armado; un rol que, ante todo, reconocen las comunidades afectadas, pero que también encuentra relevancia en el trabajo de la Comisión de la Verdad, que ha usado la creación como parte fundamental de su labor para el esclarecimiento de la verdad y la comprensión del conflicto armado en el país.

Pero “comprender” no es la única palabra que define la relación de la Comisión de la Verdad con el arte y la cultura. También “resistir, “sanar” y “revelar la verdad” son conceptos que apelan al lugar que la cultura ocupa en los objetivos y  en los aprendizajes de la institución. La cultura, entonces, no se define por una sola de sus acepciones, sino por los caminos que sus distintas caras permiten abrir.

En la Comisión de la Verdad, la comisinada Lucía González ha sido la encargada de hacer valer una noción de cultura que no se reduce al arte y a las manifestaciones creativas, sino que también contempla un punto de vista más sociológico; un horizonte que permite reconocer lo que somos como país, nuestra historia y los patrones que han caracterizado el conflicto armado interno desde la pregunta sobre cómo y por qué éste se ha gestado y reproducido de la forma en que lo ha hecho.

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Fotografía del taller 'Develaciones: un canto a los cuatro vientos' junto a MAFAPO.

La Comisión de la Verdad ha intentado responder a esa pregunta desde las cargas que tenemos los colombianos, tanto simbólicas como concretas, desde tiempos pasados, anteriores al conflicto armado moderno, y que se reproducen en la sociedad. Por eso, en el trabajo de la Comisión de la Verdad cobra relevancia la reflexión sobre la herencia colonial y sus violencias, así como lo que la comisionada llama “desigualdad hermenéutica”, que define el hecho de que no todas las personas en Colombia han tenido los recursos (no solo económicos, también simbólicos) para discernir, para elegir un camino de vida, para medir las consecuencias de sus propias desiciones.

Por supuesto, la apuesta cultural de la Comisión de la Verdad no solo está a cargo de Lucía González. Dada la importancia sociológica e histórica de la cultura, son varios y distintos los acercamientos a las prácticas culturales que se dan desde la institución.

Por eso, dentro de la Comisión de la Verdad existe también una Estrategia de Arte y Cultura. Quienes hacen parte de este equipo, dirigido por Yudeisy Díaz, se dedican a acompañar procesos sociales en territorios para la reconstrucción del tejido social de poblaciones afectadas por el conflicto armado interno. Se trata de un ejercicio en el que opera una definición de cultura que se refiere a la sanación, a las distintas formas de tramitar el dolor, e incluso a la resignificación de la propia comunidad y del propio ser en un territorio.

Verdad Poética es, por ejemplo, uno de los proyectos que ha liderado el equipo de la Estrategia de Arte y Cultura. Esta iniciativa busca activar el diálogo social y la escucha desde las regiones a través de las organizaciones artísticas y líderes culturales. Se trata de un espacio en el que vuelve a cobrar sentido la pregunta sobre la gestación y reproducción del conflicto, pero también una oportunidad para pensar en las posibilidades que abre el arte para un cambio profundo.

Proyectos de performance, música, cine y cocina tradicional también se han dado desde la Comisión en un trabajo por comprender el conflicto armado desde las diferentes esferas de la sociedad y desde su impacto tanto en sus protagonistas principales como en el resto de la sociedad colombiana.

 

 

Por otro lado, la Comisión de la Verdad ha desarrollado programas como Nombrar lo innombrable: conversaciones sobre arte y verdad, un formato en el que la comisionada González y su asesora, Sara Malagón, conversan con artistas colombianos sobre temas relacionados con el conflicto, como sus narrativas y secuelas o el impacto de la guerra en la vida cotidiana del país. AlcolirykozAndrea EcheverryEdson Velandia y Patricia Ariza han sido algunos de los invitados a este programa que ha promovido la conversación sobre el conflicto desde ideas más abstractas.

Según cuenta Lucía González, si bien el tema de la cultura no ha supuesto un reto en sí mismo, quizá en lo que más tuvo que trabajar fue en hacerle entender a otros miembros de la Comisión de la Verdad que la cultura es importante en cualquier proceso y en cualquier comunidad. Hoy en día, cuenta, “todos somos conscientes del poder que tiene el arte para decir las cosas que en otros espacios no es posible decir. Si algo ha sido ya incorporado por todos los miembros de la Comisión de la Verdad es que el arte no es un accesorio. El arte nos conecta con una emocionalidad que hace más efectivo el acto de digerir y conectarse con cierta información, incluso la que va a entregar el informe final. Este lenguaje permite sentimientos que para la Comisión de la Verdad son muy importantes como la empatía y la conmoción positiva, que se quieren generar en la sociedad colombiana una vez se entregue el informe y toda la estrategia del legado de la Comisión. No se trata de simplemente hacer doler”, explica.  

La comisionada aclara que el arte es algo que brota de los territorios. Es un mecanismo que las comunidades han usado para hacerle frente a sus propios traumas y dolores, así como para fortalecer sus herencias culturales y para resistir. De ninguna manera se trata de algo impuesto por la Comisión, sino todo lo contrario: se trata de un aprendizaje desde los territorios, desde las comunidades. Esto último es un asunto esencial, pues permite responder a la pregunta sobre de qué forma el arte realmente puede contribuir a la reparación de las víctimas y a la comprensión del conflicto.

La Comisión de la Verdad se ha encargado no solo de pensar el conflicto (y con éste la reparación, la verdad y la búsqueda de la no repetición) desde los productos culturales oficiales, sino que ha dado a conocer las apuestas territoriales y las ha puesto en diálogo.

Así, en tanto el arte es algo que brota de las comunidades, el trabajo de la Comisión ha sido el de mediar y brindar más herramientas para que dichas apuestas artísticas y sus distintos intereses puedan desarrollarse. Trabajar de la mano con las comunidades y darles la oportunidad para que sus propias historias y contextos sean la materia prima de la creación son acciones que dan cuenta del lugar que tiene la cultura en la Comisión de la Verdad.

 

 

Esta labor como mediadora, por supuesto, no se ha quedado solo en los territorios y ha buscado tener una incidencia en los escenarios oficiales cuando se habla del conflicto. Esto puede verse en ejercicios como el cuestionar la categoría de “victimarios” frente a la que la Comisión ha preferido usar la palabra “responsables”.

“La Comisión optó desde un principio por no hablar de victimarios y perpetradores porque son palabras demasiado esencialistas. Ponen a quienes han cometido crímenes a lo largo de la guerra en un lugar en que no tienen ninguna redención. Es un lugar estático. Paradójicamente con las víctimas pasa lo mismo. Si uno habla de una víctima siempre como víctima, le está otorgando un carácter casi eterno, que se define desde el evento traumático que marcó su vida, pero no le está otorgando agencia alguna; la agencia que efectivamente tienen las víctimas en la realidad. Gran parte de las víctimas de este país son líderes, actores políticos, agentes de transformación”, explica Lucía González.

Por otro lado, la comisionada cuenta que desde la Comisión de la Verdad han visto cómo la forma en que víctimas y responsables piensan en sí mismos cambia cuando se enfrentan a un ejercicio de expresión. Según explica, encuentran otro lugar en el mundo distinto al que socialmente se les ha asignado: “La gente que ha participado en el conflicto, quizá la mayoría, son personas que no tenían un lugar en el mundo y allí lo encontraron. Hay mucha desatención, mucho abandono que ha hecho que muchas personas hayan encontrado en esos grupos armados su lugar. En algunos territorios eso es todo lo que ha existido. Es la autoridad que ha habido y la única oportunidad económica. Por eso insistimos en que la cultura y el arte otorgan un nuevo lugar en el mundo”, dice.

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Fotografía del taller Develaciones: un canto a los cuatro vientos junto a MAFAPO.

Ese es el caso de Jóvenes Creadores del Chocó, una apuesta artística en la que participan jóvenes que han pertenecido a bandas criminales en Quibdó. También las Madres de Soacha (MAFAPO) han usado el arte como parte de su duelo y ejercicio de memoria. Ellas son un ejemplo de cómo el arte problematiza y funciona como un mecanismo para salirse de determinadas categorías.

Hoy en día, de cara a la entrega del informe final, la comisionada y su equipo están encargados del legado vivo de la Comisión. Así, además de continuar con las apuestas culturales que han venido realizando, ahora deben enfocarse en la creación de procesos y obras para promover la pedagogía y la apropiación del informe final, un trabajo en el que, sin duda, el arte será fundamental para ayudarnos a digerir las verdades reveladas.  

Lucía González, quien confía en que la Comisión de la Verdad ayudará a transformar la relación con el conflicto en el país y dará oportunidades para empezar a decir lo que nos ha faltado decir, recuerda una metáfora que define bien el trabajo de la institución y al tiempo que sugiere la impotancia de la labor de todos los ciudadanos en la búsqueda de la verdad, la paz y la reconciliación: 

“Iván Orozco, que hizo parte del equipo negociador de La Habana, dice que la Comisión de la Verdad es como un buque rompehielos, y a mí siempre me ha gustado ese símil. Quiere decir que la Comisión de la Verdad no va a hacer todo el trabajo, ni es tampoco la primera que hace este ejercicio de nombrar y esclarecer. Pero sí es una institución que, por su importancia en este momento de transición y de posacuerdo, ha empezado a quebrar el hielo del silenciamiento, con miras a que esa grieta siga abriéndose. Luego va a ser responsabilidad de todos seguir rompiendo el bloque de hielo, de lo que se ha mantenido estático, impenetrable”, dice.

Sin duda el arte ha ayudado a abrir esta grieta. Allí donde ha brotado ha servido para contener el relato crudo de la violencia, filtrarlo y redireccionarlo hacia lugares en que el país puede encontrar la verdad y la reconciliación. Que la Comisión de la Verdad haya puesto su empeño en trabajar desde el arte y la cultura da cuenta de su poder transformador, un poder que es democrático y que nos compete a todos.

 

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