
¿Y si a las colombianas se les otorgan licencias laborales por menstruación?
En Indonesia esta política ha traído consigo casos de abuso, en los que para confirmar que la mujer estaba menstruando la forzaban a mostrar su ropa interior. En Japón fue una razón para no contratar mujeres. ¿Cómo les iría entonces a las mujeres en Colombia?
La noticia comenzó a recorrer las redes sociales este año. Bex Baxter, una de las directivas de Coexist, decidió implementar en sus oficinas lo que llamó una “política de menstruación”: las mujeres en su compañía estarían, desde ahora, autorizadas a dejar la oficina en caso de sentirse mal a causa de sus periodos.
Un buen día podría surgir la voz de una Bex Baxter colombiana. Imaginémosla bien, pongámosle un nombre bonito: Catalina.
Catalina dirige una pequeña empresa de publicidad en la que gran parte de sus empleados son mujeres jóvenes entre 24 y 30 años. Es ella una mujer emprendedora, que trabaja desde una oficina higiénica con excelentes condiciones laborales: escritorios modernos, sillas ergonómicas, portalápices, lo que se quiera. Sus empleadas, al igual que ella, están expuestas a pocos riesgos.
Un día esta mujer —hoy imaginaria, pero bastante plausible— leerá en una revista o en internet que varias empresas (la mayoría de Oriente) han llevado a cabo proyectos de ley que permiten a las mujeres ausentarse del trabajo los días que tengan la menstruación. Catalina dirá: ¡Qué buena idea!, yo también haré una política de la menstruación. Asumirá que está en sus manos cambiar el panorama injusto del país.
RCN, Caracol y seguramente algún tipo de revista juvenil como esta atenderán el llamado a la innovación. Un titular llamativo —que de seguro exaltará a Catalina como una heroína— acompañará a una foto de ella en algún lugar de su oficina bonita. La sala de juntas, tal vez. Sonriente y bien presentada, explicará lo que se propone. Podría decir que en Colombia (como en gran parte del mundo) aún se considera la menstruación como un tabú o una enfermedad, algo de lo que las mujeres no deben hablar demasiado. Que aún no se le considera como una razón del todo válida para no asistir a algún compromiso, y dirá que como mujer y directiva de una empresa siente la obligación de hacer algo al respecto.
Catalina, hasta aquí, no habría dicho nada que no sea cierto. Pero al momento de profundizar sus razones, algo podría sentirse fuera de lugar. Su discurso comenzará a variar. Combinará su objetivo inicial de cambiar la forma en que se considera la menstruación con conceptos que son ajenos a ese menester, como la productividad. Catalina podría utilizar el mismo argumento de Bex Baxter y decir que las mujeres, durante su periodo, “están en un estado de invierno, en el que necesitan reagruparse, mantenerse calientes y nutrir sus cuerpos”, por lo que es razonable que no asistan al trabajo durante este tiempo. Dirá también que el ciclo inmediatamente posterior al periodo es (según ella, porque no utilizará ninguna fuente que lo asevere) un punto en el que “las mujeres son, de hecho, tres veces más productivas que lo usual”.
La política de Catalina triunfará. Su idea se difundirá por Bogotá como lo han hecho los jugos de Cosechas. La idea, que es adjudicada como invento de su pequeña empresa, tendrá entonces la posibilidad de convertirse en una preocupación nacional, en un proyecto de ley.
Suena esperanzador, en apariencia, que en Colombia se abrieran las puertas a esta discusión. Muy espiritual, muy de nuestra época en la que cualquiera que hable a favor de la armonía y el “cambio” merece el título de héroe, de innovador, de ecoamigable. Pero el centro de la plática será siempre la idea de generar la política y esto, inevitablemente, dejará bajo el tapete el problema real. De algún modo, la política termina por ser más un obstáculo que un paso al diálogo abierto de temas como este.
Debemos creer en esta Catalina ficticia porque, como ella, la discusión de este tema en Colombia es igual de imaginaria.
No se trata entonces de que no se hable de la menstruación, sino de que parece no permitirse. Más allá de la experiencia inmediata de las mujeres que están alrededor de nosotros, no hay estudios ni estadísticas. Aunque el problema es real, las soluciones a él, como sucede en el caso de Baxter, se adelantan a la discusión propia del porqué la menstruación sigue siendo un tabú. Y se quedan en la pretensión o en la “pantalla”.
Parte de la culpa recae en los medios: no son veraces y apoyan ese ánimo inmediatista de glorificar a personajes como Catalina, o Baxter, porque les gana un tanto la pereza. Pereza de investigar, por ejemplo, cómo se dan las legislaciones ligadas a la menstruación en otros lugares del mundo. ¿Por qué surge este tema en países o zonas donde aún prima el poder patriarcal? ¿Por qué, más allá de la ley, muchas mujeres deciden todavía no ausentarse cuando, por el periodo, se sienten mal?
En Indonesia esta ley ha traído consigo casos de abuso, en los que para confirmar que la mujer estaba menstruando la forzaban a mostrar su ropa interior. En Japón fue una razón para no contratar mujeres, a sabiendas que debían, por ley, darles esos días de ausencia, porque eso se traducía, para los jefes, en menor productividad. No en todos los casos los días de ausencia eran pagos, y en Rusia el principal factor para no llevar a cabo la propuesta de ley fue que se justificaba con aseveraciones como que “los dolores menstruales reducen la memoria y la capacidad de trabajo”, afirmación que no está tan lejos del argumento de “estado de invierno” en el que al parecer las mujeres, toooooodas las mujeres, somos menos productivas durante el periodo y punto. Todo esto, al final, atiza el estereotipo de la mujer y sigue el curso de la discriminación e indiferencia que con tanto fervor parece querer evitar una legislación de este tipo.
¿Qué se debería hacer entonces? Caminar con cuidado, para empezar. Si el deseo de generar una política de menstruación es desmitificarla, podríamos empezar por no segregar sus efectos de los dolores habituales. Aunque la menstruación, en efecto, no es una enfermedad, sí puede producirla. La migraña, la dismenorrea, los desmayos, son dolencias que aunque provienen de un ciclo que, como afirmaría nuestra Catalina imaginaria, es natural, son tan anormales como cualquier otro malestar. Podríamos reconocer, por ejemplo, que esos mitos sobre los que se han basado este tipo de políticas impiden soluciones reales. No todas las mujeres somos tres veces más productivas después del periodo. No todas somos inútiles mientras lo tenemos. Mantenernos en cama no contribuirá necesariamente a tener un parto más saludable (mito que, de paso, fomenta la idea de la mujer como una máquina reproductiva).
Esta política se mueve entre la lucha por la justicia de los úteros y la re-estigmatización de quienes lo llevan dentro. Al pensar en nuestro país, crear una legislación alrededor de la menstruación es realizable, mas no por las razones más sensatas. Reiteraría, sin duda, todo aquello que denuncia, porque se establecería bajo una serie de mitos que, al día de hoy, se mantienen y se refuerzan todos los días. ¿Podemos pensar que una ley acabaría con los estigmas culturales que nos aquejan todos los días? No, si sabemos que el papel o las iniciativas no significan necesariamente una reivindicación del tabú y, mucho menos, su desaparición.
Catalina surge de un estereotipo (una chica de clase media alta de la capital, con evidentes privilegios) porque no hay otra manera de imaginar que su voz pudiese ser escuchada. Imaginar que sería una mujer similar a Bex Baxter y no una mujer colombiana que trabaje en condiciones deplorables o injustas la que sobresalga entre los medios por una iniciativa así, resulta más coherente, tomando en cuenta que el espectáculo mediático no es nunca de los menos favorecidos.
Recientemente hemos visto cómo un número considerable de colombianos toma sus decisiones políticas a partir de mitos o falsedades. ¿Por qué pensar que con este tema, tan “vedado” como muchos otros, sería distinta la historia?