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Ilustraciones por @burdo.666

Un escrache masivo y el silencio de las escenas locales

Las más de 700 denuncias que tuvieron lugar la semana pasada a miembros de la escena independiente colombiana por abuso, acoso y violencia de género, nos obligan a preguntarnos por las violencias normalizadas y por esos espacios inseguros para las mujeres en la escena.

Daniela Pomés y Julián Guerrero

El Escrache

 

Hace un par de semanas estalló en redes sociales una polémica que, como una bola de nieve, se fue haciendo más grande con el paso de los días. El origen de la controversia se sitúa en Instagram, red desde la que se compartieron cerca de 700 denuncias de mujeres, la mayoría de ellas anónimas, en las que se exponen diferentes casos de abuso, acoso y violencias de género. Los presuntos agresores pertenecen al círculo que conocemos como la escena cultural alternativa colombiana. Y la mayoría de los casos expuestos se concentran en las ciudades de Medellín y Bogotá. 

La mujer que se apersonó de estas denuncias, prestando no sólo sus redes sociales personales sino también su rostro y su propia imagen, se presenta en Instagram como Lola de la Cuesta

Desde 2018, cuando denunció un caso personal de acoso por parte del fotógrafo Felipe Naranjo (a raíz de la cual otras mujeres contaron casos parecidos con esta persona y quien volvió a ser denunciado la semana pasada), Lola ha usado su plataforma para escrachar a hombres que se sobrepasan en sus comentarios o que envían fotos con contenido sexual no solicitadas, entre otras malas conductas frecuentes sobre todo a través de redes sociales. 

A finales de mayo Lola fue contactada a través de Facebook por una mujer que le pedía apoyo para denunciar por acoso a Esteban Calvo, un tatuador en la ciudad de Medellín. Al leer el mensaje Lola conectó lo relatado con otras acusaciones aisladas que conocía sobre la misma persona. Fue ahí cuando decidió compartir la acusación manteniendo a la denunciante en el anonimato a través de su perfil personal de Instagram. Para su sorpresa la respuesta fue masiva. Muchas otras mujeres se unieron a esta denuncia. 

Al día siguiente publicó una historia con una caja de preguntas en la que escribió: “¿Te has sentido acosada de alguna forma por un tatuador?”. La respuesta fue, en sus palabras, “impresionante”. Dice que pasó al menos cuatro días publicando denuncias que involucraban únicamente a tatuadores. Posteriormente empezó a recibir más y más mensajes en los que se le pedía que hiciera denuncias de fotógrafos, músicos, gestores culturales y demás. Todos involucrados de algún modo en la escena alternativa. Fue así como hasta el momento, ha recogido alredeor de 700 denuncias. 

Lola comenta que ha recibido todo tipo de denuncias, “desde lo más normalizado como me tocó cuando me estaba haciendo un piercing, hasta me encerró en el baño o me violó”, además, muchos de los implicados perpetuaron dichas conductas por años aprovechándose del silencio y el miedo de la víctimas. Muchas de las denunciantes declararon que ya habían llevado sus casos a las autoridades competentes, como la Fiscalía, pero no habían obtenido ninguna reparación.  

A la par de los mensajes de cientos de mujeres, también recibió respuestas por parte de los presuntos agresores. “Tú me conoces, yo no soy así”, “yo habría podido hacerte lo mismo a ti y nunca te lo hice” fueron algunas. Entre amenazas e insultos, Lola decidió cerrar sus redes no sin antes pedir que se tomaran pantallazos de todo lo expuesto y que fueran viralizados para que así nada de lo publicado hasta entonces se perdiera en el olvido. El escrache migró a Twitter y Facebook, donde se compartió masivamente dando paso a nuevas denuncias. 

Redes y colectivas feministas como Wikigrillas o el movimiento No Me Callo, se unieron a la labor de Lola ayudándole a difundir y sobre todo ofreciendo soporte emocional y jurídico tanto para ella como para las denunciantes. 

Cuando Lola decidió abrir de nuevo sus redes sociales, las amenazas de muerte no se hicieron esperar. Desde un perfil falso y en el que se publica contenido machista, le escribieron que “para qué se ponía de sapa” y le dijeron que se cuidara porque la iban a matar. Además de las amenazas, Lola ha recibido todo tipo de insultos y juicios dirigidos a ella y sus redes sociales y pasando por alto el contenido de las acusaciones y la cantidad de mujeres que se han atrevido a contar sus historias. 

Las acciones de Lola han permitido que el escrache haya tenido un alcance poderoso, lo que prueba el hecho de que la discusión se esté dando incluso por fuera de la escena. Las denuncias en sus redes y en las de otras personas no solo dan testimonio de la ineficacia de los sistemas judiciales que obliga todo el tiempo a las mujeres a tejer sus propias redes de apoyo; también revela un problema que persiste desde hace tiempo en la escena y que se ha normalizado.

(Para entrar en el contexto: “Si no hay justicia, hay escrache”)

 

Las respuestas, la exigencia de pruebas y las redes sociales

 

Ante las acusaciones emergieron comunicados y toma de medidas por parte de algunas bandas y colectivos. Sin embargo, la  mayoría de las respuestas señalaban los abusos como inevitables por el oficio, desconocidos en su momento o producto de malas intenciones. La mayoría de ellos se respaldó en la legalidad como el camino a seguir para limpiar su nombre. Por otro lado, algunos de los acusados respondieron a las denuncias con sentencias como que llevarían las denuncias ante la Fiscalía o preguntando si habían pagado a Lola para hacer publicidad. 

Koyi K Utho desvinculó de la banda a la persona involucrada y afirmaron que ésta no hacía parte activa de Koyi desde hacía cuatro años. Asimismo, debido a las acusaciones sobre ex miembros y un miembro activo, la banda The Tryout decidió cortar relación con sus sellos colaboradores y acabarse.

Con todo, fueron pocas las respuestas que se obtuvieron por parte de los acusados y en general brillaron las afirmaciones de falso testimonio o calumnia y un amplio silencio. Por ejemplo, la agrupación Tiempos de Sangre escribió un comunicado en Facebook en el que señalaban que las denuncias en su contra eran denuncias hechas por un “falso anónimo”. 

“Lastimosamente, para unas pocas personas la imagen de la banda como la de sus integrantes pasó a ser objetivo de personas inescrupulosas que con el fin de desprestigiar y descargar su odio por medio de las redes sociales y de un falso anonimato, nos han acusado de actos misóginos, acusaciones tan graves como la de “drogar y violar mujeres” y por las cuales hemos recibido varias amenazas y ataques mediáticos”, se lee al comienzo del comunicado. 

Juan Camilo Goez (Gozo Vital) explicó las situaciones por las que se le acusa de abuso desde el bondage y el sadomasoquismo –prácticas que presuntamente han usado para violentar mujeres– escudándose en las características de los procedimientos. Así mismo, según cuenta Lola, José Cuberos de la Revista BBYB ha hecho varios lives minimizando la situación y negando acusaciones que incluso vienen desde antes de esta ola de denuncias, además de insultarla públicamente. 

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Otra respuesta fue la de Nicolás Makenzy, del grupo Los Makenzy, quien tras las acusaciones en su contra pidió en una publicación de Twitter la identidad de su denunciante y un correo electrónico para los trámites legales. “Hola, la denuncia es falsa, hablé con la mujer que lo publicó y no me contesta ni quién la hizo ni un correo para llevar el debido proceso legal así que me veo obligado a denunciarla ante la fiscalía”, dice la respuesta.

La exigencia de pruebas y procesos ante las “autoridades competentes” fueron un motivo recurrente en muchas de las respuestas, incluso en las de aquellos que afirmaban rechazar los hechos denunciados. Este fue el caso de SHARP Bogotá, quienes a pesar de que en su comunicado señalaron que desvinculaban a la persona denunciada de su colectivo, también afirmaron que “las denuncias que cada persona haga tienen total validez, ya que cada ser humano tiene ese derecho, acompañado de pruebas y testimonios reales y fehacientes, no simples relatos sin sentido o fundamento”.

El énfasis en los “testimonios reales y fehacientes” (además de la búsqueda de validación de los relatos de las víctimas) se suma a la retórica de que toda denuncia es válida siempre y cuando se tengan las pruebas necesarias, un argumento que, en últimas, termina invalidando el escrache. Pedir pruebas sobre hechos que ocurrieron hace tiempo, que costaron un gran esfuerzo por parte de las víctimas para llegar a ser denunciados y sobre los que probablemente no existe una prueba material hoy en día, termina restando legitimidad a las denuncias. “Invitamos a todas las personas que sientan que hayan sido víctimas de esta situación a que denuncien, ojalá legalmente, formalmente y con las pruebas pertinentes. Nosotros como banda les apoyaremos en sus denuncias mientras todo se esclarece”, se lee también en el comunicado de Koyi K Utho.

No decimos que este sea el caso de los acusados mencionados en esta publicación, pero la exigencia de pruebas y de un proceso en Fiscalía es una salida fácil para desviar la legitimidad de las acusaciones y revisar del fondo el problema. En el mismo comunicado de SHARP se lee al final: “invitamos nuevamente a quienes estén entablando estas denuncias a que lo hagan formalmente ante los entes respectivos contando con nuestro apoyo, las redes sociales no son el medio para tratar temas de esta magnitud y mancillar el nombre y antigüedad de colectivos como este que luchan en solitario día a día por la igualdad racial y el exterminio de los prejuicios”.

Si bien puede que, en efecto, las acciones de los implicados no correspondiesen con la visión y misión del colectivo, zafarse del problema como si se tratara solo de las acciones de un individuo descarriado deja de lado la revisión de los hechos tanto dentro del colectivo como fuera de este. El silencio de muchas bandas y colectivos frente a miembros acusados puede leerse de la misma manera en que se han presentado por estos días otros ejercicios de violencia: se asume que se trata de manzanas podridas cuando detrás existe toda una estructura que respalda las acciones, así sea callando. 

No hace falta decir que la mención de que “las redes sociales no son el espacio para realizar este tipo de denuncias” termina siendo un comentario que deslegitima el ejercicio del escrache. Que se dieran estas denuncias la semana pasada no solo sirvió para que muchas mujeres alivianaran la carga de casos del pasado y encontraran un lugar para hablar con libertad, sino que también demostró que la escena de tatuadores, hardcoreros, fótografos y en general lo que conocemos como la escena independiente bogotana no está exenta de los hechos de violencia contra la mujer. 

Sin embargo, en Twitter ocurrió algo que vale la pena revisar dentro de la discusión de redes sociales. Entre las denuncias amplificadas en esta red social estuvo la que se refería a los miembros de la agrupación de rap Doble Porción, quienes vieron revivir un escrache que ya había tenido lugar en años anteriores. 

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Muchas personas decidieron etiquetar la cuenta Doble Porción Mbz dentro de los tweet de denuncia. Esta cuenta —que días después cambiaría su foto de perfil, diría que era de una cuenta falsa para publicar letras de las canciones de la agrupación y que hoy ya no existe en Twitter—  respondió al escrache con comentarios retadores o sarcásticos que borraron al poco tiempo de haber sido publicados. Con el cierre de la cuenta también se perdieron en el flujo de las redes las acusaciones a los integrantes de la banda, así como la posibilidad de continuar con la denuncias a través de esta red.

Si bien el escrache en redes sociales ha demostrado ser efectivo, sobre todo cuando se trata de denuncias en escenas culturales (basta ver ejemplos como el de Ya no nos callamos más o el blog de denuncias sobre la banda Onda Vaga en Argentina), la naturaleza de las redes sociales y posibilidades como cerrar una cuenta para eludir las acusaciones (no sabemos si es el caso de Doble Porción, pero bien podría hacerlo cualquier cuenta de cualquier acusado) deja varias preguntas. 

(Le podría interesar: La nueva era del rap, el rap de siempre: una mirada al machismo en el hip hop nacional)

 

Acompañamiento feminista

 

Habitualmente, cuando se abren este tipo de espacios como el escrache o en general cuando suceden situaciones que involucran violencia de género hacia las mujeres, feminicidios y demás agresiones, son precisamente otras mujeres las que entran a acompañar y a apañar. Grupos feministas organizados, colectivas y redes se han organizado no solo para pensar el escrache, sino tejer redes de apoyo alrededor de las denunciantes. 

Hace poco se hizo un live en Instagram que reunió a varias de estas colectivas y redes en torno al tema del escrache iniciado por Lola, abordando el tema desde diferentes ópticas, pero siempre con perspectiva feminista. Pez Alado, la Red Solidaria de Mujeres, Mujeres en Movimiento, Manada Guaricha, Sin Roles y La Direkta, entre otras fueron algunas de las participantes.

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Asimismo una de las colectivas que más ha acompañado a Lola desde el comienzo ha sido Wikigrillas, una comunidad que se creó en Medellín y que se ha convertido en un espacio muy importante a través del cual se cuentan historias de violencia, de abuso, de infidelidad y otras vivencias, todas ellas sobre mujeres, comunidad LGBTI y disidencias. La cabeza y creadora de esta comunidad es Laura Benitez, comunicadora social de 33 años quien cuenta con un equipo de cinco mujeres.

Su interés principal en este caso particular ha sido reafirmar que sin importar cuáles son las motivaciones que llevaron a estas mujeres a denunciar —y hasta a la misma Lola—, las mujeres no son culpables de las violencias de las que son víctimas todo el tiempo. Resaltan la valentía de las que se atreven a denunciar, aun cuando lo hagan de manera anónima, y lo simbólico y poderoso que resulta. 

Dicen que a pesar de los riesgos que puede implicar el escrache, la realidad es que la policía no acompaña. Agregan que la denuncia pública es un proceder que no está bien visto por algunas teorías feministas y reconocen que ellas mismas son muy cuidadosas con el tema. Sin embargo, sostienen que más allá del cómo se expresen las denuncias o por qué medio, lo que está en juego en el fondo es la propia vida y eso trasciende cualquier teoría y cualquier procedimiento. “Nosotras desde Wikigrillas no hemos visibilizado el acoso con nombre y apellido, pero en esta oportunidad vimos que era algo a una escala tan impensable que nuestra posición fue que estaba por encima del escrache y de lo demás la vida de las mujeres”, cuenta Laura. 

Para ella esto ha sido una prueba más de que las autoridades, las instituciones y el Estado no respaldan estas situaciones y se sigue culpando a las mujeres. Cuenta Laura que al conocer las amenazas a Lola, acudió en primera instancia a la policía. La respuesta que recibió fue que ella había decidido usar su imagen para hacer denuncias públicas y que ahí no se podía hacer nada, en otras palabras que “ella se lo buscó”. Hasta el momento, para Laura esto ha sido “una gran bola de heno”, pues no ha habido aún ningún pronunciamiento oficial al respecto. 

Cuenta que tanto ella como las demás integrantes de la comunidad, así como Lola y otras colectivas y mujeres, están bastante afectadas por el desenlace trágico de uno de los casos denunciados a través de Instagram. Han aportado todas las pruebas a la justicia y exigen garantías para que se aclaren los hechos: se trata del caso de Angie Paulina Escobar, quien murió el sábado 30 de mayo, días después de que se conocieran algunos detalles de una situación de violencia de género por la que atravesaba. Hoy en día el caso de Angie está en manos de la Fundación Feminicidios Colombia, en cabeza de Gloria Roncancio, quienes asumieron la representación judicial y extrajudicial del caso “en relación con su muerte y otras situaciones derivadas o previas a la misma” y quienes hacen un “llamado a la justicia para que se opere de manera diligente, oportuna y con enfoque de género”. 

Para Laura este caso demuestra la fragilidad en la que estamos por el simple hecho de ser mujeres, además de sentar un precedente muy amargo. “Y todavía nos dicen exageradas, locas, feminazis y radicales. Esto es un problema que abarca un montón de cosas alrededor y por eso es más que necesario exponerlo y hablarlo. Qué triste que lleguen cosas como la de Angie para demostrar lo importante que es hablar de esto y regularlo. La vida de esta mujer y de muchas otras se extingue delante de los ojos de todos y nadie dice nada”. 

En vista de lo anterior, están enfocando sus esfuerzos para evitar que se presenten situaciones similares, invitando a las mujeres que así lo deseen a denunciar legalmente a sus agresores y ofreciendo facilidades y acompañamiento para que estas denuncias puedan hacerse conjuntamente con el fin de que así sean finalmente escuchadas. Sin embargo, a modo de crítica, sostienen que hay una falta inmensa de legalidad y regulación en situaciones como las que se han expuesto a través de este escrache y que, además, muchas veces están completamente normalizadas. Para Laura las líneas finas que separan el acoso de la coquetería sirven de escudo para muchos de los agresores y es así donde se sienta la normalización de ciertas conductas y el vacío legal al respecto. 

Asimismo la revictimización también entra a jugar en contra de las mujeres. Cuenta Laura que conoce la historia de una persona que grabó el abuso a un menor y al denunciar la respuesta de la fiscalía fue que grabar a alguien sin su consentimiento es un delito. “Gran ironía”, comenta. “Si decimos en Twitter no me gusta como este tipo me dice esto en la calle, nos dicen que somos unas exageradas, unas feminazis, que ya todo es acoso. Si vamos a la policía nos dicen a ver las pruebas ¿no hay?, de malas, devuélvase, quien la manda a ponerse esa minifalda. Si les contamos a los amigos entonces nos dicen ¿segura que sí?, ese man es super bien, yo no creo, es super querido; y si vamos a la familia te pueden decir vos siempre tan pataletosa, tan chillona, yo no te creo nada”. 

Laura termina su reflexión sobre el escrache a nombre de Wikigrillas haciendo énfasis nuevamente en la importancia que tiene hablar públicamente de estos temas, levantar la voz a pesar del miedo. Muchas mujeres aún desconocen que la violencia que sufren no es normal, y que es denunciable. Algunas incluso se sienten culpables por las agresiones. “Estamos tan acostumbrados todos los seres humanos a que los hombres hagan este tipo de cosas que ni ellos son conscientes de lo grave que es y de lo importante que es empezar a validar el No como un No, y no como un quizás. Si nos ponemos a pensar en cuántas veces en la vida nos han tocado, nos han agredido, nos han dicho cosas... Esto es para entender, reflexionar y mirar por qué tantas mujeres lo están diciendo. Esto no es algo casual”, concluye. 

 

Escrache y legalidad

 

Lina Morales, abogada feminista integrante de la Red Jurídica Feminista, define el escrache como un tema político que como mujeres y como feministas debe tener un espacio jurídico y psicológico. Para ellas como red de abogadas es claro que la justicia es lenta y muchas veces ignora las violencias que sufren las mujeres. También son conscientes de lo complicado que puede llegar a ser demostrar ciertas conductas cuando no hay una prueba física, salvo que sean muchas mujeres denunciando lo mismo. 

Para ellas el escrache se podría explicar como una suerte de justicia feminista que trasciende juzgados y cárceles y que además opera como mecanismo de apoyo entre mujeres al saber que muchas otras también han sido víctimas de violencia de género. Esto sin querer decir que las denuncias en Fiscalía no sean válidas o útiles, sino proponiéndolo como un instrumento más del que pueden hacer uso las mujeres.

La apuesta de la Red en torno al escrache parte de dar consejos para blindarse jurídicamente cuando se hace uso de esta herramienta. Dicen que lo primero es que hay que ser muy consciente de lo que se va a decir públicamente; cuidarse mucho en la terminología que se usa al momento de compartir la denuncia, pues muchas veces se utilizan términos que luego pueden ser usados por los abogados del acusado para desvirtuar las denuncias e incluso devolverlas en contra de la persona que la entabla. “Hay que cuidarse de no usar palabras del argot de los abogados y que impliquen situaciones jurídicas distintas porque por ahí es por dónde se agarran los otros abogados”, explica Lina. 

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Por otro lado, la amenaza más común de los agresores al verse expuestos es que las van a entutelar o denunciar por injuria o calumnia, además de la exigencia de pruebas físicas a sabiendas de que en muchos casos no existen. Ante esto debe saberse que la Corte Constitucional ha fallado a favor del derecho a denunciar temas de interés general públicamente, lo que incluye la violencia de género. 

Según cuenta Lina, muchas mujeres prefieren callar por el miedo a que terminen ellas denunciadas e incluso creen que pueden terminar en la cárcel. Lo que deben saber al respecto es que para hacer una acusación por injuria, el denunciante debe presentarse él mismo a entablar la demanda y debe demostrar con pruebas que se le está violentando el buen nombre y la honra falsamente. 

Lina agrega que según un informe de colectivos jurídicos, se han investigado a profundidad muchos casos de escrache y han llegado a la siguiente conclusión: menos del 1% de las denuncias que se exponen por este medio son falsas. Así pues, lo que hay que hacer es sostener que lo que se dice es verdad y la otra persona tendrá que probar que no cometió el delito en el caso de la calumnia o que realmente le pudo dañar su buen nombre en el caso de la injuria.

Contar es un derecho más allá del medio por el que se haga y el testimonio en sí mismo es una prueba. Todo lo que tenga que ver con el derecho penal es muy estricto y opera para los dos lados. Quien denuncia a una mujer por calumnia o injuria debe probar “más allá de cualquier duda” que verdaderamente se vio afectado su buen nombre o que la acusación responde a un delito que en realidad no cometió. El escrache también sirve para encontrar a otras mujeres que hayan pasado por situaciones similares con el mismo agresor y así unirse y darle más fuerza a lo testimonial. 

Subrayan que es una apuesta del feminismo que las mujeres que hacen las denuncias sean rodeadas y que tengan el acompañamiento psicológico y jurídico. “Debemos cuidarnos mutuamente y generar redes entre nosotras”, dice Lina. “Las mujeres que ponen la cara y recogen las denuncias a su nombre reciben una carga emocional muy alta además de amenazas, no podemos dejarlas solas”.

Dice Lina que las rutas y herramientas que el Estado otorga a las mujeres están en el papel. Según cuenta hay leyes de prevención de violencia de género y Colombia reconoce el feminicidio como un delito independiente, pero en la praxis no siempre se da. “Las rutas están pero son ineficientes e insuficientes. No dan abasto y eso se vio más en la pandemia. No todos los funcionarios están capacitados en violencia de género ni en cómo atender los casos. La justicia está tan centralizada que no alcanza a llegar a todos los territorios. En lo material los derechos de las mujeres no se garantizan”. 

(Para seguir leyendo sobre el tema: Violencia de género en cuarentena: la doble amenaza a las mujeres)

Por último, desde la Red quieren elevar el mensaje de que denunciar jurídicamente tampoco es una obligación, es un derecho muy personal. No deben juzgarnos por decidir callar ni culparnos por “no proteger a otras con nuestros testimonios”. Las consecuencias sociales del escrache están a la orden del día. Comprometer la imagen y ser posiblemente acusada por lo sucedido (por haber estado ebria, por haberse vestido de cierta manera, por no haber hablado antes, por sostener una relación con un maltratador, por hablar, por callar, por ser). Esto es estructural y sería mentira decir que no va a pasar.

También el no querer necesariamente cárcel para el agresor es válido. Dice Lina que “hay un montón de hombres en la cárcel pero la pregunta es: ¿cómo eso cambia la estructura que nos violenta todo el tiempo?. Si bien es válido querer que la persona que me violentó esté en la cárcel, también es válido pensar que eso no me repara a mí en nada pero sí que se reconozca que esta persona ha sido violenta”. Así, otra posibilidad de hacer justicia que también surge a raíz del escrache es la unión entre mujeres para, por ejemplo, exigir al empleador, colectivo, banda o cualquier espacio del que el abusador haga parte, que se le desvincule: que se deje de validar su forma de pensar y actuar.

Y acá entra en juego el asunto de la separación del artista y su obra, algo que no debería suceder: que deje de escucharse música hecha por misóginos, que la radio no pase sus canciones, que los saquen de plataformas digitales. Que no se compre el arte o se consuman contenidos hechos por personas que han sido violentas con las mujeres. No ir a espacios en los que esto suceda. Todos los espacios son políticos en ese sentido. Para Lina eso también sirve para que otros hombres, agresores o no, cuestionen sus comportamientos y los de sus amigos, y así poco a poco se rompan los paradigmas de la violencia de género contra las mujeres. 

 

El silencio de la escena

 

A pesar de que algunos artistas manifestaron su rechazo ante las denuncias, el grueso de las voces relevantes de las escenas involucradas o allegadas permaneció en silencio. Si bien algunos artistas como Lianna sancionaron las acciones de los agresores, los comentarios por parte de músicos, periodistas culturales y gestores de la escena fueron más bien escasos.

Entre las denuncias no solo hay músicos, tatuadores y artistas, sino también gestores de lugares en los que se desarrolla la agenda independiente de las principales ciudades del país. Que estas personas estén involucradas en las acusaciones no solo revela que se trata de una circunstancia estructural, sino también lo reducidos que son los espacios seguros para las mujeres en la escena. Una vez más el escrache –que para muchos solo partió de un juego de envidias y malas intenciones– sirvió para develar una escena a la que todavía le falta mucho para cumplir lo que predica.

La discusión en redes, por otro lado, fue bastante amplia y generó conversatorios como el de la colectiva Las Aparecidas, así como otros debates en los que se problematizó el escrache. Asimismo muchas de las mujeres que participaron en esta conversación hicieron ejercicios como una lista de tatuadoras a las que podían acudir con la seguridad de que no serían violentadas. Del mismo modo, en el perfil de Lola de la Cuesta se ofreció un espacio para aquellas personas que quisiesen apoyar desde sus oficios en esta situación.

Como ya ha pasado antes, al final han sido los grupos de apoyo y colectivas feministas las que han tomado los casos y han puesto sobre la mesa la discusión que otras mujeres produjeron con sus denuncias. Colectivas como Las Aparecidas, el portal Wikigrillas o la Red Jurídica Feminista fueron algunos de los espacios que tomaron las banderas de denuncias que, a pesar del alcance que tuvieron, fue poco lo que recibieron por parte de artistas y gestores de diferentes espacios. 

Este no es el primer el caso de escrache que ocurre alrededor de la escena independiente del país y no será el último, por lo cual una escena que se presenta como disruptiva tendría que tomar las riendas sobre el asunto y no ver los casos como acciones aisladas que solo conciernen cuando tienen un mayor alcance mediático. Repensar toda la estructura de la escena es algo que nos atraviesa a todos, desde periodistas, gestores, artistas y consumidores. Y es una tarea que sigue pendiente.

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