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Fotos cortesía Ruber Osoria

De mano en mano, indocumentado: una conversación con el fotógrafo Ruber Osoria

Ganador del premio Nuevos talentos de fotografía en Latinoamérica 2022 del Festival internacional de fotografía Santa Marta, y del Programa de Becas de Resiliencia para Artistas Cubanos Migrantes 2023. La historia de este fotógrafo es, en buena parte, la historia de la migración. Una entrevista que es en realidad un mapa abierto sobre la mesa.

Ángel Carrillo Cárdenas / @angelcarrillo

Ángel: ¿Por qué te fuiste de Cuba?

Ruber: Como joven no tenía oportunidad de desarrollarme profesionalmente en nada. Hay escasez de comida y de libertad, la represión del Partido Comunista y de los agentes de la seguridad del Estado hacia los disidentes es sistemática. Cortes de electricidad constantes. Ni hay acceso a agua potable. La explotación a las que son sometidos las y los trabajadores estatales. Por tantas injusticias me fui de Cuba… pero el detonante fue encontrarme con la fotografía y no tener cómo comprar una cámara.

 

El único acercamiento a algo tecnológico era un radio beef que mami tenía y ahí nos entreteniamos  escuchando novelas radiales y programas musicales. A mi mamá le encanta cantar; la extraño tanto, quisiera abrazarla  y agradecerle por no dejarme morir a pesar de tanto trabajo que pasó ella sola. Yo vengo de andar descalzo, crecí con los puercos, jugué a ser indio taíno. En mi casa no teníamos baño ni agua y la electricidad era clandestina, el liso de la casa era de tierra. Éramos como ilegales en nuestro país.

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Un día pasó un ciclón y nos tumbó la casa. Todo esto sucedió al oriente, en Santiago de Cuba, a principios de los 2000. Entonces nos fuimos para Contramaestre, más al pueblo, a vivir con un hombre que se convirtió en mi padre, un ex-guerrillero. Conocí la casa de cultura y la Asociación Hermanos Saiz, espacios para el arte y la cultura controlados por el partido. Conocí poetas y músicos, formé parte del primer grupo de teatro en Contramaestre y conocí a la banda de rock  metástasys,  ellos me pasaron una cámara para que hiciera fotos en sus presentaciones. Ahí me enamoré de la imagen, pero tener una cámara era un sueño posible fuera de Cuba, o para tener el dinero tenía que prostituirme con algún extranjero. Eres policía o te prostituyes. O emigras. 

 

Un tío político que vivía en Estados Unidos fue a Cuba y me regaló un iphone. No le pude poner línea allá porque me costaba 40 dólares. Decidí llevárselo a un amigo que los piratea y pensé: le pongo música y ya. Pero entonces descubrí que tenía cámara.

 

Me iba para los cañaverales con mi machete, tempranito arrancaba, pescaba en el arroyo, recolectaba unos mangos, me comía unas cañas. Pasé unos días maravillosos: la cámara del teléfono, la naturaleza y yo.

 

El trino de la pichilinga, el canto del sinsonte. La cartacuba.

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En esos días hice una serie de retratos. Yo no sabía que existía un movimiento de foto, todo era desconocido, no tenía referentes. Y yo con mi iphone. Mira, me fui de Cuba para poder desarrollarme profesionalmente y ser un hombre libre. 

 

Á: ¿Y el periplo entre Cuba y Chile?

R: Mi familia por parte de padre se exilió en el 61, después de que Fidel triunfa en el 59. En 2018 tuve acceso por primera vez a internet y me comuniqué con unas tías que estaban allá, en su exilio en Estados Unidos. Ellas dijeron: Ruber siempre ha estudiado, nunca ha andado de mala cabeza. Así que me ayudaron con 3.000 dólares para poder hacer el viaje.

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Salí de La Habana a Guayana, donde hay toda una compañía ilícita y bueno… esa es la manera de sobrevivir del latino, las condiciones son precarias en casi todos nuestros países. A veces los medios solo estigmatizan a los coyotes pero hay muchos que te ayudan, que te dan la mano y te dicen: Oye, por aquí. De Guayana volé a Lethen, que es un pueblo que está entre Brasil y Guayana. Ahí me estaba esperando un coyote que me llevó en un taxi hasta la frontera. Hice el paso fronterizo, me hicieron unas preguntas, miraron mi pasaporte. Ya en Brasil, estuve un tiempo en una pequeña habitación de un  hotelito en la Ciudad de Boa Vista, esperando que se llenara un bus con rumbo a Manaos. Después, Puerto Velho, Río Branco, y entré a Perú por Puerto Maldonado, pura carretera hasta Arequipa. Después, Tacna, adonde llegamos a las 4 de la mañana. Viajaba con mujeres recién paridas y niños, todos íbamos cansados. Me hubiera gustado hacer fotos en ese momento, pero las condiciones no me lo permitieron. Ahí entonces llegué a Arica, por el desierto minado, acompañado por un matrimonio de dominicanos y otros cubanos. Nos perdimos en ese desierto de madrugada, en el puro invierno. En medio de todo eso nos agarraron los carabineros y nos metieron al calabozo. Nos desvistieron. Nos hicieron preguntas. A una mujer le quitaron a su hija porque era menor de edad y no debía estar pasando la frontera. Llamaron a la fiscal. La muchacha llorando. No sé qué le sucedió. Cada cual con lo suyo. Al otro día llamaron a la Policía Internacional y me pusieron a firmar como un preso domiciliario. Me dije: Yo estoy aquí, en este país, no conozco a nadie, nada, empezar de cero, y hacerme fotógrafo, a eso vine . Mi misión: comprar cámara, hacerme fotógrafo. Buscar el campo también, me dije, replicar un pedacito de patria en el exilio.

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Así llegué a Chile, de mano en mano. Indocumentado. 

 

A: ¿Cómo empieza la vida cuando eres indocumentado?

R: Terrible.

 

Salí de ahí, de Arica, y me comuniqué con un amigo pintor que había viajado por La ruta del hielo; se fue para Rusia y de Rusia brincó por allá para arriba hasta llegar a Alemania, por todos esos países. Él me dijo: Hermano, no te quedes en ninguna ciudad, tú no eres de ahí, no te amarres a ropa ni zapatos, no te amarres a nada material, te vas de una ciudad a otra y, si no sale algo, te vas a otro país.

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Yo estaba tan desesperado que no buscaba arraigo. Pensé en irme a Argentina o algún otro lado, a lo loco. Entonces seguí el consejo de mi amigo pintor. Me fui para Santiago, dormí una noche, me encontré a otro cubano, nos ayudamos. Siempre solidario: la solidaridad que nos inculcó Martí a nosotros, todo eso se retribuye.

 

Luego me fui a Talca, buscando. Hasta que llegué a Concepción, que es acá, esta ciudad donde empecé a vivir. Viví meses en una iglesia después de pasar una noche en situación de calle. El corazón se me exprimió al no tener dónde dormir. Fui al hogar de cristo y no había espacio para mí. Me dieron un plato de lentejas. Otras personas en situación de calle me dijeron: Oye, hay un albergue que se habilita en invierno, si quieres ven a dormir con nosotros.

 

Pasé la primera noche pensando en la manera en la que funciona la sociedad neoliberal, todo muy distinto, ¿no?, yo no sabía ni cruzar un semáforo. Y además de eso: indocumentado. Acá los semáforos les hablan a los ciegos. 

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Una trabajadora social fue al albergue, nos conocimos. Ella me llevó a Inmigración, a donde una venezolana, que a su vez me llevó a la casa de inmigrantes, donde conocí al padre Erwin. Viví 6 meses en una iglesia entre ecuatorianos, venezolanos y otros haitianos. Hicimos una comunidad, una experiencia magnífica. Me consiguieron, con la comunidad de testigos de Jehová, trabajo en un taller mecánico.

 

En esas estaba cuando me llegó el aviso de expulsión del país. Otra vez no sabía qué hacer. Ya tenía mi cámara y mi computador, ya estaba trabajando aunque de manera ilegal. Una mañana mandé varios correos a esas organizaciones de inmigración, diciendo que no sabía qué hacer, que estaba desesperado, explicando que seguía indocumentado y que necesitaba ayuda para regularizarme en el país.

 

En ese momento comprendí lo terrible que es no tener un documento de identificación, te vuelves nulo, invisible, ¿cómo puede ser que un documento que se arruga y se vence tiene más valor que la vida de una persona?

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Un día una de esas organizaciones me respondió, me dieron el contacto de una abogada, fui a ver a la abogada Bárbara, ella me dijo: Ruber, vamos a sacarte de ese problema, no tienes que pagar. Fuimos al Tribunal supremo, apelamos a la expulsión del país, y por fin me pude quedar de forma “legal” en el país con una visa de trabajo.

 

A: Y en medio de todo ese trámite, ¿hiciste fotos? 

R: Sí, y las hice con esa cámara que ya me había podido comprar sacrificando unos meses las remesas a mi mamá, priorizando mi herramienta.

 

A: Esa era la finalidad de tu migración: ser fotógrafo. 

R: Exacto.

 

A: ¿Cómo empezó esa vida como fotógrafo en Chile?

R: Entre inicios de 2019, finales de 2018, empecé a hacer algunas fotos en mi primer trabajo formal en Infocap, que es algo así como una universidad del trabajador. Me hice un instagram y subí fotos con el hashtag de la zona. Un día me invitaron a un programa de televisión local por algunas de esas fotos. Yo me dije: Coño, son mensajes del universo. Fui a la entrevista. Eso me incentivó, me puse a leer más, a aprender que la fotografía, estudiar y hacer fotografía, me podía ayudar a sanar mi dolor. 

 

Los fines de semana me hacía mi petaquita de ron, mi tabaco, y me iba a buscar el mar. Ese era mi pedacito de patria efímera.

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Esas fotos se publicaron en una revista cubana después de intentar con varios medios que me dijeron que no. 

 

A: Y llegó el estallido social.

R: Y empecé a salir a fotografiar y ahí fue que mis fotos se dieron a conocer. Empecé a relacionarme en la calle con fotógrafos de acá, me agregaron a un grupo de whatsapp, me prestaron una máscara. Empecé a hacer amistades a través de la fotografía. Fundamos, 3 fotógrafos y yo, la Asociación de fotógrafos de Concepción con la que hemos hecho ferias, exposiciones.

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A: La migración ha condicionado tu mirada fotográfica, definitivamente. Y si no la ha condicionado, la ha encauzado. 

R: La migración me ha planteado una línea de trabajo, me ha dicho qué temas tocar. Como no vengo de una escuela, de una academia de periodismo, trato de hablar de lo que sé sin andar buscando palabras en el diccionario ni inventando nada. Así como la migración, lo rural y lo campesino también marcan líneas para mi mirada. La migración además me ha llevado a ser más político. 

 

Mi trabajo Rastro de la diáspora cubana en Chile llegó de ahí mismo, de esa necesidad. A veces veía mis fotos y no encontraba nada que me relacionara con Cuba. ¿De qué manera busco a mi país estando acá?

 

Al final somos pedacitos de islas  flotando en este intenso y bravo mar que es el exilio.

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Los medios muestran la migración siempre en un estado máximo de vulnerabilidad. Gente cruzando frontera, niños en situaciones deplorables. Esa es una etapa, claro. Pero yo quiero mirar otra etapa. Esa ya la pasé. Y esta otra etapa es: estamos con documentos, estamos ya cogiéndole la vuelta a este país y empezamos a realizar nuestros sueños, somos seres humanos aunque los medios promuevan la xenofobia.

 

Si te muestro una foto de Jorge, que ahora trabaja acá en un hospital… pues no parece migrante. Quítate ese estigma del migrante y quítamelo a mí. Yo actualmente estoy con la documentación vencida y eso me impide desarrollarme profesionalmente y libremente, no puedo, por ejemplo, postularme a un fondo para fotógrafos del Ministerio de Cultura,  no puedo salir del país. Soy un preso domiciliario. 

 

A: Háblame de Un pedacito de patria efímera.

R: Ohhhh, hacer esa serie fue un alivio.

 

Yo estaba indocumentado y empecé a mezclarme con comunidades que hacen deporte. Empecé a escribirles a personas que sabía que estaban organizando partidos de béisbol y a decirles: Oye, yo quiero. Empecé a ir los fines de semana a escuchar a la gente gritar, emocionados, jugando. Cuando miraba por el visor de la cámara, inmediatamente viajaba a mi infancia, a mis amigos, Alexito, Alejandro , Yuro, todas las personas que dejé atrás estaban ahí. Me conecté con la bulla. Era mi país, de alguna manera. Más que ir a fotografiar, iba a hacer un viaje espiritual por el tiempo. Había cubanos y venezolanos porque el béisbol nos conecta.

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Mira, migrar es también negarse a uno mismo para poder mezclarse y tratar de ser parte de la sociedad que nos adopta, es un proceso torturador y triste, es traicionarse a uno mismo, dejar de hablar, de hacer y de actuar como uno para convertirse en otra persona.

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A: ¿Qué hay de Chile en ti ahora?   

R: Yo tengo una hija que nació acá, es chilena, ¿qué te puedo decir? Hay mucho. Mira, yo estoy acá porque tuve que irme de mi país, pero yo espiritualmente siempre estoy allá, yo no quería irme y si pudiera devolverme y seguir con mi carrera allá, lo haría. Pero no puedo. A veces le digo esto a mi esposa y le duele, pero es así. Hacer fotografía en Cuba es complejo, pasas por un filtro del Partido Comunista y si a ellos les conviene lo que vas a hacer, te prestan un espacio. No hay libertad de creación. A través del artículo 349 el partido te puede poner un inspector que no sabe nada de arte pero te dice sí o no. ¿Vas a hacer una serie? ¿Vas a fotografiar a los campesinos de Cuba que no tienen acceso al agua? ¿Estás loco? Te meten preso a ti y meten presos a los que se dejaron fotografiar porque no son buenos revolucionarios. 

 

A: Volvamos a Cuba y a tu serie hecha con el teléfono, Rostros del Contramaestre.

R: Es ruralidad. En esa serie le hice, antes de irme, retratos a mi abuela, que ya murió; no pude despedirme de ella, fue, sin que yo lo supiera, una forma de despedirnos. A mis tías también las fotografié y también murieron sin que pudiera despedirme, por la distancia. Son mujeres que ocuparon un lugar especial en mi corazón. Mi familia por parte de madre es muy humilde, tener fotografías familiares fue durante mucho tiempo un lujo que no nos podíamos dar. Esa serie, de todas maneras, es pura fotografía vernácula. Un artista plástico de la isla vio las fotos y le interesaron, me ayudó para hacer mi primera exposición en Contramaestre. Ese reconocimiento de mi pueblo hacia mi trabajo es importante para mí.

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He querido seguir con esa ruralidad fotográfica pero el campo acá es muy moderno para mi gusto y toda la tecnología me hace mucho ruido a la hora de componer. Cuando conocí a mi esposa, ella me dijo que iríamos a su casa, más al campo; yo, ingenuo, tenía la idea de un municipio de Cuba, cuando veo que hasta las personas de pueblos originarios acá andan en carro y compran en el supermercado. 

 

A: Tomas una distancia de la isla por unas condiciones políticas. Llegas a otro país que atraviesa, justamente, un estallido social por sus condiciones políticas. Existen ahí, en ellos, dos formas de represión distintas ejercidas desde lugares políticos “opuestos”. 

R: Yo lo veo como un problema de poder: quienes tienen el poder no lo quieren soltar.

 

A: Y en medio de eso, ¿cómo ves el estado de la libertad de expresión en América Latina para quienes hacen fotografía con enfoque social?

R: Es un asunto delicado donde quieras. A un compañero fotógrafo, Felipe Durán, lo metieron preso por dar voz a la causa mapuche. Mira lo que pasó en Argentina con el fotoperiodista Pablo Grillo [que resultó gravemente herido tras ser alcanzado por un gas lacrimógeno de la policía durante una manifestación]. Por donde mires hay censura.

 

La fotografía siempre ha jugado un papel fundamental en la denuncia y la visibilización, por eso la censura y la represión hacia los fotógrafos y periodistas suele ser sistemática en países en conflictos. 

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A: ¿Cómo desarrollas tu trabajo fotográfico ahora mismo en Chile? ¿Trabajas para algún medio?

R: Trabajo de manera independiente y a largo plazo. Mientras trabajo también estudio; tuve que hacer todo desde cero, desde  la secundaria, el pre, todo. En la universidad estoy estudiando Educación diferencial, una carrera muy tierna e inclusiva que posteriormente quiero vincular con la fotografía. Quiero ser un fotopedagogo.

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Trabajo también con la Asociación de fotógrafos de Cañete, creando espacios para visibilizar el trabajo de fotógrafos locales. Tenemos un evento que se llama Enfoco Sur: dos días de exposiciones en la plaza, invitamos a fotógrafos y fotógrafas del Cono sur. Fui ganador del Cuban Migrant Artists Resilience Fellowship con lo que pude trabajar en el proyecto de fotolibro sobre la diáspora cubana en Chile. Por lo demás, todo mi trabajo es independiente y muy personal, es mi diario.

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A: En alguna entrevista decías que la fotografía debe tener una postura política. ¿Qué representa para la fotografía lo político y a qué postura te refieres?

R: Hablo de la fotografía como militancia. Yo vengo de un sector muy político. Siempre milité en la Unión de jóvenes comunistas de Cuba, siempre he estado muy activo, desde chico. Ahora, como fotógrafo, me pregunto ¿cuál es mi postura como fotógrafo en dictadura? La fotografía juega un papel fundamental y como fotógrafos tenemos que crear un corpus de obra que refleje una intención de pensamiento tanto en la estética de la imagen como en el análisis del discurso. Quiero ir a dar talleres en las zonas rurales de Cuba, quiero que los niños puedan comprender qué es la fotografía, brindarles las herramientas para que ellos puedan contar su realidad. 

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A: Hay quienes dicen que el arte no necesariamente debe estar dentro de una esfera de militancia política porque lo condiciona. 

R: Lo que te condiciona es dónde naciste, el contexto en el que tú creces. Uno representa lo que vive. Para mí el arte político y mi militante no es más que un acto de conciencia. Rebeldía es usar la fotografía como herramienta política capaz de transformar realidades y cambiar vidas. 

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Puedes seguir su trabajo en Instagram: @ruber_osoria


 

 

 

 

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