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Las vocaciones de ‘Oso’, el grafitero policía

Empezó con el tema de los aerosoles antes de irse a erradicar coca al monte junto a la Policía Nacional de Colombia. No ha sido fácil lidiar con oficios tan encontrados, pero Oscar González se ha mantenido firme en ambos planos, defendiendo siempre la importancia del arte.

Andrés J. López / @vicclon

Algunas noches sale con chaqueta, pantalones anchos, tenis, una gorra. Varios aerosoles en la maleta. Durante el día su atuendo es radicalmente distinto: botas negras bien lustradas y chaqueta verde menos holgada con el escudo de la Policía Nacional de Colombia en el pecho. Así es la vida desde hace 12 años para Oscar González, llamado así por sus colegas agentes pero conocido en el mundo del grafiti como Oso.

Los inicios en el arte urbano de este pereirano radicado en Bogotá desde los cinco años se remontan a los noventa, cuando heredó de sus cinco hermanos mayores el gusto por el breakdance, las gorras clásicas, la ropa ancha, la música house y el rap de La Etnnia, Estilo Bajo y Contacto Rap. Pero de todas las ramas del hip hop la que más le atraía era el dibujo. El nacimiento de Oso como escritor de grafiti ocurrió en 1999, cuando cumplió 12 años. “Ese día me dieron tres aerosoles que había pedido y en la noche fui con un amigo a pintar en la Primero de Mayo la cara de un oso y le escribí nineteen zone —zona 19, por el número de localidad de Ciudad Bolívar—. Ese grafiti todavía sigue en ese lugar”, comenta.

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El papá de Oso fue policía y crió a sus hijos en ese entorno, llevándolos a cuanto evento de la institución pudiera. Dos de sus hermanos quisieron seguir con el legado pero por problemas con unos exámenes no lo lograron. Ese no fue el caso para el menor de los González.

Durante el último año de colegio, ya con algo del espíritu callejero del hip hop dentro, le llegó la información sobre cómo ingresar al Ejército. Terminó siendo auxiliar bachiller por recomendaciones de conocidos; para evitar el riesgo de irse al monte, le decían.

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Desde su ingreso se destacó por el dibujo y por eso lo dejaron en patrullas escolares, dándole clases a los niños. Luego de acabar el servicio se animó a hacer el curso de policía pero no lo dejaron en colegios, como esperaba, sino que lo ubicaron en la Dirección de Antinarcóticos, donde había estado su padre, con el fin de cubrir proyectos de erradicación de coca en Tolima, Antioquia, Nariño y Amazonas. Luego de casi cuatro años en esta labor, presenciando enfrentamientos y viendo compañeros morir, pensó en retirarse pero por los consejos de su familia tuvo paciencia y encontró el Programa de Prevención de Educación para la Resistencia al Uso y Abuso de las Drogas y la Violencia. Así volvió a las escuelas.

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“Ahora todos mis compañeros saben de mi faceta como grafitero. Al inicio me decían ‘ñero’ y ‘rayaparedes’. A veces se les olvida que son personas (los grafiteros) y por tener un uniforme se sienten capaces de hacer o decir lo que quieran”, dice Oso. El hecho de haber ingresado a la Policía no significa haber dejado de lado su verdadera pasión, incluso la ha defendido más que nunca y esto lo ha hecho merecedor de varios castigos, como el ocurrido el año pasado cuando le negó a una Mayor hacer un mural institucional en Bahía Solano, Chocó. “Ella me pidió pintar un colegio para su reinauguración y la visita de un General. No me dijo nada sobre la consecución de los materiales pero de todos modos hice el boceto y cuando se lo entregué lo rechazó y en una hoja ella hizo un policía entregándole la escuela a un niño y con el escudo de Antinarcóticos. Le dije que ese dibujo no motivaba pero a ella no le importó, quería eso. Al final no acepté pintar el mural porque soy artista, no publicista”.

A causa de su respuesta negativa González fue enviado al Catatumbo, Norte de Santander, una de las zonas con mayor número de hectáreas de cultivos de coca y en donde se han perpetrado masacres. Le dieron plazo para pensarlo pero al día siguiente Oso llegó con sus maletas llenas y se fue. Tres meses después volvió.

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Sea en Norte de Santander, Chocó o cualquier departamento del país donde lo envíen a trabajar, él se lleva dos maletas: una con sus útiles personales y de trabajo, y otra con aerosoles. Parece inconexo, pero así logra intercalar ambas vocaciones. Representa a The Kimera Attack Crew (KAC), el crew de K-no Delix, al cual entró en 2011 luego de que pintaran juntos en el Festival Local de Hip Hop de Ciudad Bolívar. Con ellos sale a pintar cuando puede, de noches y hasta la madrugada. Luego arranca su vida policial y se ha ganado más de un regaño por llegar con las manos salpicadas de colores.

“Él está en una especie de balanza para hacer que la policía aprenda a apreciar este arte —comenta Dexs—. En sus manos está que la institución vea el grafiti como un acto político y este merece ser visibilizado y respetado”. A Oso le ha pasado varias veces por la cabeza la idea de dedicarse de lleno a las latas como hacen sus compañeros en KAC, Ospen, Gris y el propio Dexs, pero por su familia aún no lo ha hecho. Mientras llega el momento de retirarse, se lleva a su hijo de tres años a pintar y lo pone a rayar con pequeñas latas a base de agua. Su idea es viajar con él y pintar por todo el mundo.

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Como ocurre con todos estos grafiteros que admira, Oso tampoco ha estado exento de encontrarse con policías mientras pinta. Así le ocurrió hace seis años mientras hacía bombing y un Coronel lo pilló. “Le dije que era policía y traté de convencerlo porque ya me estaba hablando incluso de un traslado. Desde ese momento dejé de hacer pintadas ilegales y ahora hago trabajos pagos o intervenciones legales, en las cuales voy a una casa y me dejan trabajar un par de días”, explica.

Lo contrario ocurre cuando él ve a alguien pintando. Con el uniforme puesto, Oso nunca había encontrado a un grafitero haciendo lo suyo hasta la más reciente edición de Hip Hop al Parque. “Me les acerqué a saludarlos y a felicitarlos por su pintada pero me hablaban medio rayados. Les pregunté si tenían stickers o si me hacían un tag pero se negaban. Cuando les mostré una de mis calcas cambiaron por completo y se sorprendieron de que yo fuera Oso”.

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Sorpresivamente al ecuatoriano Ache, quien se dedica a uno de los estilos más vandálicos e ilegales del grafiti llamado pixação, le parece rescatable el caso de Oso porque “lucha contra paradigmas y prejuicios por mantenerse en algo que le gusta desde antes. Un montón de prácticas se acaban porque la vida nos pasa por encima: una enfermedad, el estudio, el trabajo y las responsabilidades. Entonces es bacano ver a alguien cerca de sus treintas todavía comprando botes de pintura, sin importar de dónde saque el dinero”.

González considera necesarias todas las leyes en torno al grafiti para mantener un orden, aunque le gustaría que fueran más útiles y beneficiaran tanto al policía como al grafitero. Es consciente de que este arte urbano no va a parar, en parte por el trabajo hecho cuando Oso, en vez del escudo de la Policía, porta con orgullo un aerosol.

 

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