Gillmar Villamil y sus postales selva adentro de los Nukak Makú, el último pueblo nómada colombiano
En un viaje al Guaviare, este fotógrafo documental descubrió más de la historia y prácticas ancestrales del clan Wayari mono, perteneciente a los Nukak Makú. Cámara en mano, Gillmar ofrece un relato de las largas caminatas que este grupo realiza de un lugar a otro, el conflicto interno de los más jóvenes ante el descubrimiento de smartphones o camisetas de equipos de fútbol y su particular relación de desapego con los perros.
Después de seis años dedicado de lleno a la fotografía de moda, el barranquillero Gillmar Villamil, diseñador industrial de profesión, sacó su cámara del estudio para capturar las historias de aquellos personajes que antes solo veía por televisión o conocía por las historias de amigos y familiares. Lo hizo gracias a su trabajo en la Registraduría Nacional del Estado Civil, en donde se encarga de producir el programa de televisión de la entidad. Este empleo, confiesa, le dio la oportunidad de llegar a sitios donde jamás hubiera podido ir por su propia cuenta.
Durante uno de esos viajes al departamento del Guaviare se encontró con el clan Wayari mono, perteneciente a los Nukak-Makú, el último pueblo nómada que queda en Colombia, descubierto apenas en la década de los ochenta. Gilmar se adentró en la selva y, junto a su equipo de trabajo, convivió con los Wayari mono durante tres días, aprendiendo no solo un poco más de su historia sino conociendo su día a día.
Los Nukak tuvieron su primer contacto con la civilización cuando una epidemia de gripa mató a muchos de sus miembros, principalmente hombres. Después de conocer la sociedad occidentalizada, muchos no quisieron regresar a la selva.
Esta señora, que se ve pintando el rostro a una niña, fue una de las primeras personas del clan Wayari mono en ser avistadas. Los ancianos infunden respeto entre el resto de la comunidad y nunca son vistos como una carga. “Ellos no hacen ningún tipo de ritual y viven su vida de la misma forma. Cuando hay algún acontecimiento especial para ellos, en este caso nuestra visita, se pintan los rostros para decir que somos bienvenidos”, dice Gillmar sobre los trazos de pintura que ponen en sus caras.
Gran parte de este pueblo ha dejado de ser nómada para instalarse en ciudades o caseríos, alejándose de la selva. Los que aún no lo hacen, se trasladan constantemente con su grupo de un lugar a otro, sin considerar un tiempo definido para cada parada.
Varios de los lugares a donde llegan tienen dueño. Algunos saben que su estadía será corta y no les ponen problema, pero también se dan casos en los que los Nukak no son bien recibidos por los propietarios de las tierras. Estos desencuentros con la civilización evitan que varios indígenas decidan abandonar su hábitat.
“Todas las tribus reciben ayuda humanitaria por parte del Gobierno, que incluye ropa y comida”, explica Gillmar. Pero ellos todavía salen a cazar y siempre ponen a los mejores cazadores de primeros y últimos en la fila, para protegerse de los tigres, pues los consideran su principal amenaza.
Algunos de los animales que cazan son monos, con los que incluso hacen sopa. Para esto suelen usar perros, pero los Nukak no se preocupan por ellos como mascotas y los conservan únicamente mientras les sirven (como todas sus pertenencias), y terminan por desecharlos.
“Cuando llegamos, había un perro con la pata lastimada, pero nosotros no podíamos hacer nada y los miembros del clan actuaban como si no pasara nada —recuerda Gillmar—. Al notar lo mal que nos sentíamos con su estado, porque nosotros sí desarrollamos cierto apego hacia los animales, lo único que hicieron fue alejarlo unos cien metros, pero seguíamos oyendo su llanto. A los tres días murió por inanición y sed”.
Cuando no cazan o están en el bosque, salen de pesca. Pero esto lo hacen más por romper con la rutina, pues entre las ayudas del Gobierno hay atún y sardinas. Primero buscan gusanos en la tierra para usarlos como carnada, después piden prestado un bote y pescan únicamente lo que van a consumir ese día. No tienen manera alguna de conservar frescos los alimentos.
Ellos también elaboran manillas, tejidos o cualquier tipo de artesanías bordadas. Un intermediario se las compra para luego venderlas en aeropuertos o sitios turísticos a precios mucho más altos.
Los jóvenes son los que más cerca están del “mundo occidental”. También los que más desean vivir en él. Ellos imitan todas las labores de los adultos del clan, pero cuando ya tienen 13 años, aproximadamente, van a la escuela y empiezan a familiarizarse con el español, nuestras costumbres y elementos ya cotidianos para nosotros: smartphones, zapatos de marca o camisetas de equipos de fútbol.
Por no tener acceso a este tipo de bienes, o por sentirse rechazados fuera de su clan, los jóvenes suelen ser muy depresivos. Algunos optan por el suicidio y se envenenan con plantas del bosque.
Los Nukak no resuelven sus diferencias hablando sino alejándose un tiempo, hasta que todo se cure. “Puede ser que más adelante se vean de nuevo, pero también se puede presentar el caso de que nunca se reencuentren”, comenta Gillmar.