
El “picado” guerrillero de fútbol que interrumpió doña Elvira buscando a su hijo desaparecido
Los partidos de fútbol hacen el día a día en los campamentos donde las Farc han pasado sus últimos años. Son los momentos de distención y de sana competencia. Este partido terminó con una historia amarga: la de Elvira Silva buscando a su hijo secuestrado el 17 de abril de 1999.
Hay un momento del día de un guerrillero que es inaplazable: el “picado” de fútbol. Es el momento para juntarse con el resto de compañeros de filas, dejar las caletas en donde se esconden del sol y entregarse a la pelota.
Las canchas de fútbol son infaltables en los campamentos donde los guerrilleros de las Farc han pasado sus últimos años. Allí los partidos se desarrollan en un ambiente de camaradería.
Los cotejos arrancan a una hora imposible para el que no está acostumbrado: por las tardes, justo después del almuerzo. A esa hora, en los Llanos del Yarí, el sol pega duro y la temperatura llega a los 35 grados. La cancha la delimita el pasto seco y los arcos están hechos con la madera que la selva les provee.
Las botas de caucho, las mismas con las que han recorrido tantas trochas del país, hacen de guayos. Cada guerrillero gasta un par de botas cada tres meses, en los que han podido recorrer hasta cientos de kilómetros en sus marchas y echarse un partido de fútbol diario.
En la cancha, que si llega a llover se empantana totalmente, no hay distinción entre los jugadores. No importa el género ni el rango cuando rueda la “pecosa”, las guerrilleras rasas y los comandantes se dan pata por igual.
A veces el número de jugadores es tan alto que hay varios equipos, por eso se turnan con cada gol anotado. Los que esperan lo hacen a la sombra, descamisados, buscando refugio en el único arbusto que hay cerca de la cancha.
Algunos se destacan por su desempeño, como este portero que se ganó que lo llamaran “Ospina”, recordando a David Ospina, el arquero de la Selección Colombia, de la cual los guerrillos no se pierden ni un partido.
Aquí no hay medallas, balones de oro, ni Gatorade para hidratarse. El premio para todos es un trago de guarapo bien frío.
Entre guarapo y toques de pelota, este cotejo recibió una interrupción inesperada, que tiñó de amargura el juego: doña Elvira Silva y su sobrina se acercaron a los improvisados futbolistas con una foto de su hijo, William Vargas Silva, secuestrado por la guerrilla el 17 de abril de 1999 en San Vicente del Caguán.
Desde esa fecha se encuentra desaparecido y hace parte de una cifra de 46.204 víctimas de desaparición forzada que ha dejado el conflicto armado entre 1985 y 2016, según el Registro Único de Víctimas.
Cuando el partido llegó a un receso, Doña Elvira le entregó a los guerrilleros una foto de su hijo para ver si lo podían identificar. Algunos le respondieron que se parecía a uno de los “camaradas”, pero que él solía estar en contacto con su madre.
Doña Elvira, con pocas esperanzas, les repondió que desde ese día ya son 17 años en los que no sabe nada de su hijo.
Con la foto en mano y la historia de su hijo desaparecido, doña Elvira le quitó cualquier atención a la pelota. William tenía 29 años y trabajaba en un taller de ornamentación de San Vicente del Caguán cuando el comandante de la columna móvil Teófilo Forero lo empezó a buscar para que se uniera a la guerrilla.
Doña Elvira recuerda que su hijo rechazó siempre las propuestas y que lo último que supo de él fue que lo metieron en un taxi. “Todas las noches tengo zozobra: ¿dónde estará mi hijo? ¿vivo o muerto?. Busco la verdad para quitarme esta zozobra”, dice.
Cuando el sol se empezó a esconder en las llanuras, el juego llegó a su final. Los guerrilleros se fueron a bañar a su riachuelo y doña Elvira dio vuelta atrás, sin ninguna pista nueva del paradero de su hijo.