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Detrás de mis ojos rojos: carta abierta de un marihuanero a sus padres

¿Por qué carajos tengo que andar siempre caleto, en la sombra para no “curtirme”? ¿Por qué se nos mira despectivamente si conozco a muchos marihuaneros que son profesionales productivos, hombres y mujeres pacíficos y trabajadores?

Mario Rodríguez H. | @quevivalaeMe

Esta carta les confirma lo que quizá ustedes ya sospechaban. Oh sorpresa, consumo marihuana. Un porrito diario, por lo general, pero no es nada tan grave ni tan importante. Muchos se meten otras sustancias para alterar sus cerebros durante la rutina diaria: café, cigarrillos, licor, cocaína, chocolate.

El otro día estaba pegando un porro con un par de amigos y alguien lanzó el comentario tan gastado de que somos todos “burros” (término utilizado para referirse a quienes fuman hierba) y nos reímos de la equivocada connotación de la palabra. Al rato pasó un vecino y se nos quedó viendo de manera despectiva, como insinuándonos que dábamos pena. Hubiese querido explicarle lo que les explicaré a ustedes a continuación, pero supuse que el tipo me tomaría por un loco de ojos rojos.  

En un mundo como el de hoy, donde las intervenciones al Bronx exponen cómo el consumo desmedido de psicoactivos se puede convertir en el pan de cada día, las drogas juegan un papel importante frente a los modos de una ciudad acelerada y a la segregación social. Frente a la “moral” y las buenas costumbres. Ese debería ser el verdadero temor paternal, no los demostrados por el común con consejos como “no pruebe la droga porque a Fulanito le quedó gustando y luego no pudo parar”, o “Fulanita empezó con la marihuanita y luego quiso experimentar con algo más”.

El miedo es normal y es imposible desconocer las consecuencias para la salud que trae consigo la drogadicción, menos cuando el último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito calcula que “más de 29 millones de personas que consumen drogas sufren trastornos relacionados con ellas”, o que “las muertes por sobredosis representan aproximadamente entre un tercio y la mitad de todas las muertes relacionadas con las drogas”. Pese a que en algún momento las drogas fueron satanizadas, hoy las dinámicas de conciencia frente al consumo, así como su tratamiento a nivel social, se están replanteando.

Fue en la XXX Sesión Especial de la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas sobre el Problema Mundial de las Drogas, realizada en abril de este año, cuando el mismísimo Juan Manuel Santos cuestionó si el objetivo de la lucha contra las drogas se estaba logrando.

“Si hemos aplicado una receta —basada principalmente en la represión— por tanto tiempo sin resolver el problema, es hora de replantear el tratamiento”, indicó el presidente. En dicha asamblea, Santos también precisó que el consumo de drogas ilícitas en el país dejó de ser un asunto que ameritaba un tratamiento criminal y que ahora sería un asunto de salud pública. “Las cárceles son para delincuentes, no para adictos”, agregó el Jefe de Estado.

“Vos tenés conciencia de saber qué está bien y qué está mal. La policía debe llevarte si robás o asesinás”, dice una canción de la banda argentina Viejas Locas. Y es que papás, soy marihuanero porque llegué a la conclusión de que la hierba no es ese demonio que nos pintaban ni la puerta de entrada al infierno.

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Nunca supe muy bien en qué momento me metí en el rollo de escribir una carta que les confesara a ustedes, mis padres, el hecho de que fumo marihuana, pero ahora sé bien que no se trata de ustedes. Se trata de mí, de tener claras mis razones y también mi salud. Sé qué consumo y cómo debo hacerlo. Me informé al respecto y entendí que aunque a veces el estar trabado me haga actuar de manera más lenta y sosegada, andar corriendo siempre alerta entre afanes banales no es el camino que quiero recorrer. Si me metí de lleno en el consumo de bareta fue porque este es el gusto que yo escogí y no otros, porque ahondé en su universo y reconozco sus pros y sus contras, porque para mí es un método efectivo de introspección, y, finalmente, porque acompañé a mi tío en su lucha contra el cáncer, para la cual la cannabis fue su aliada, lo que lo ayudó a sobrevivir.

Entendí, en la audiencia pública ‘Marihuana más allá de lo medicinal’, celebrada el pasado lunes 5 de septiembre en el Salón Boyacá del Capitolio Nacional, que no solo la cannabis, sino otras plantas cuyos componentes son psicoactivos, conforman una errada lista de sustancias prohibidas y que como consecuencia sus componentes medicinales, incluso industriales, no han podido ser explorados e investigados de manera eficaz para el bien del hombre.

Hay niños en Colombia que se han curado de la epilepsia con gotas cannabicas, marcas de ropa que contribuyen al medio ambiente al usar como materia prima el cáñamo, incluso veterinarios que desde el anonimato tratan a sus pacientes con cannabis porque no siempre la medicina tradicional es el camino.

¿Entonces por qué —aún— se le mira tan despectivamente al marihuanero si conozco a muchos que son profesionales productivos, hombres y mujeres pacíficos y trabajadores detrás de sus ojos rojos? Es que incluso cuando estoy turro lo pienso y vuelvo a pensarlo: ma-ri-hua-ne-ro. Suena tan despectivo como “burro”. ¿Debería decirle a quien prefiere arrancar el día con un café “cafeinómano”? En eso pienso cuando salgo al balcón sin despertar al perro para echarme unos plones. También pienso en las que me he visto para que ustedes no me pillen, para no incomodarlos. Porque, dicho sea de paso, nunca me han cogido infraganti.

Confesar públicamente que soy un marihuanero es como salir del clóset, es reconocer el consumo, es dar la cara y aceptarlo. Creo que es intentar construir un imaginario colectivo más colorido y sin estigmas. Y es que ¿por qué carajos tengo que andar siempre caleto, en la sombra para no “curtirme”?

Ya que en el país el asunto de las drogas se está replanteando, considero que el derecho a la venta libre de sustancias como el alcohol y el tabaco (que poquísimos beneficios representan para el hombre) debería extenderse a la marihuana. A veces pienso que sería excelente poder encontrar en el Éxito media cajetilla de Purple Haze y no tener que arriesgarme para contactar a un dealer. Luego pienso en las empresas inconscientes —como las tabacaleras— que en busca del dinero a borbotones empezarían a vender legalmente otras sustancias bajo el nombre de la marihuana y deja de parecerme una idea buena que me ofrezcan un bareto mentolado con una bolita de industrializada procedencia.  

Esta mata no mata. Los moralistas del país lograron asociar el consumo a la vagancia y a la delincuencia. Si bien es una realidad que la drogadicción es una problemática social que afecta a las poblaciones más vulnerables, y que hay muchos vagos que argumentan la pereza en la marihuana, países como Finlandia y Holanda comprobaron que si las políticas públicas se disponen para ayudar a los consumidores, los riesgos disminuyen.

Mi intención nunca fue esconderme y creo que es algo que nadie debería hacer, tampoco creo que sea un tema de tantísima importancia que deba andar exhibiéndose más allá de los ojos rojos y el impregnado aroma de la planta quemada. Sin embargo me escondí y ahora hago público mi consumo con una simple razón: ser completamente honesto con ustedes. Salir del clóset y pegarlo en paz. 

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