Los adefesios arquitectónicos de Bogotá
Tres arquitectos hechos en la capital y estudiosos de su paisaje urbano, echando mano de conceptos propios de su profesión, nos ayudaron a darles una mirada a esas construcciones que simplemente no cuajan con el paisaje de la ciudad de los cerros orientales.
Empecemos por lo obvio: Bogotá está repleta de edificios. Piense en espacios de la ciudad que no estén rodeados de construcciones y pocos le llegarán a la cabeza: a donde quiera que voltee la cabeza, va a ver un edificio. Y, por lo general, la belleza de una ciudad se juzga a partir de sus construcciones: Sidney tiene la Casa de la Ópera, Londres no se entiende sin el Big Ben, Paris perdería esencia sin Notre Dame y los rascacielos de Nueva York tienen su corona en el Empire State.
Bogotá, seamos justos, en esa maraña de edificios y construcciones, tiene sus íconos: las recién estrenadas Torres BD Bacatá, que le ganan en altura a la (a veces feamente) iluminada y también emblemática Torre Colpatria, ubicada muy cerca de otro infaltable en un bosquejo de la ciudad, el Edificio Aseguradora del Valle. El tema es que, en una ciudad como Bogotá, escapar de sus edificios es un reto casi imposible, y la arquitectura hace parte de la cotidianidad de sus habitantes.
Y es que esta ciudad se ha destacado sobre todo por lo variopinto de su población y de sus construcciones, que cada vez son más altas e impresionantes. Según los últimos datos de la Secretaría Distrital de Planeación, la capital tiene una población de 8.1 millones de habitantes, en contraste con los 6.7 millones de 2005. Esto significa que en 12 años han llegado más de un millón de habitantes nuevos al mismo sector geográfico. Esto significa más edificios para la ciudad.
Pero volvamos a otra obviedad: no todos los edificios tienen la fortuna de ser recordados por su belleza. Al referirnos a edificios también hay que hablar de los feos y la capital da mucha tela por cortar en este tema.
Julián Sossa, Andrea Torres y Germán Gutiérrez, tres jóvenes arquitectos bogotanos, admiten la dificultad que existe para definir qué se puede considerar como un buen edificio, pero la tienen clara al pillar esos aspectos que convierten una construcción en un verdadero accidente del paisaje urbano. Por eso, atendieron nuestra llamada para definir los edificios más feos entre los feos y lo hicieron a partir de conceptos clave como el primer piso, el contexto, la fachada y la escala.
Mientras esperamos a ver cómo queda Bogotá en unos años (si queda algo y Peñalosa nos hace el favor de no clavarnos un Transmilenio por la Séptima) preparamos un paredón de lo que no se merece la ciudad en términos arquitectónicos. Esos edificios que rayan también en lo raro y que no siempre significa que sean feos sino que no encajan en el paisaje de la ciudad, como el man que llega de blazer y corbata a jugar tejo con los amigos.
(No solo vamos a celebrar la fealdad, ya le estamos echando mano al listado de los edificios más guapos)
Atlantis Plaza
¿En qué falla la joya de la corona de la zona rosa del norte de la capital? De acuerdo con los que saben, este edificio inaugurado en noviembre del 2000, es uno de los que no está bien parado, o no entiende el contexto de la ciudad. Por eso parece una construcción de Miami, ciudad de playa y sol, en las lluviosas calles de Bogotá. Este edificio sería el Messi que va a recibir premios en traje de terciopelo vinotinto y tachuelas.
Portoalegre
Este otro centro comercial que adorna el barrio Colina Campestre desde 1996 resalta, sobre todo, por lo excéntrico de su construcción. A esto es lo que se refieren los arquitectos con forma o, en este caso, falta de forma. Ellos aseguran que las formas extrañas solos se les da bien a unos pocos y que lo mejor es no experimentar en muchos casos, sino quedarse con lo clásico. Ojalá alguien le hubiera sugerido esto al arquitecto del Portoalegre.
Edificio Victoria de San Victorino y City U
Estos edificios son como ese niño del colegio que creció años antes que sus compañeros y que mide medio metro más que los demás. El Edificio Victoria se erige en pleno San Victorino, unas gigantescas torres que son visibles a kilómetros de distancia y que interrumpen el paisaje visual del sector, entre otras cosas, por la elección de colores. Entre un sinfín de techos grises, se encuentran estos monstruos multicolor todavía en construcción y pensadas para albergar a 310 familias. Pasa algo similar con el City U de Las Aguas, que falla en lo mismo, pues los colores verdes y azules de los edificios gigantes no cuadran con la vista de los cerros. Eso sí, Andrea Torres rescata el primer piso comercial del City U, proyecto en el que un apartamento individual cuesta $8.950.000 y una habitación en uno cuádruple $5.450.000 por semestre académico.
Plaza de la Hoja
Esta edificación es lo que cualquiera de nosotros llamaría un edificio feo. Para los que saben, lo feo es su fachada, la cara del edificio. Sumado a esto, el cemento y los colores que lo adornan le dan todo el semblante de un edificio hecho en 1960 en la Unión Soviética, aunque este proyecto de Felipe González Pacheco lo inauguraron en 2015.
El derretido de la 57 con Séptima:
Como si se hubiera acabado el presupuesto a la mitad de la construcción, o el arquitecto hubiera cambiado de idea, así se ve este ícono de la Carrera Séptima. Chucky García –quien por cierto inspiró esta versión reloaded de adefesios- lo catalogó correctamente como una oda al Crem Helado. El asunto es que este edificio falla en la materialidad –los materiales escogidos para hacerlo- y en su fachada, que recuerda la cara del Fantasma de la Ópera o la del jorobado Cuasimodo.
Paralelo 108 (Huawei):
Contrario al primer piso comercial del City U, el del Edificio Huawei de la 106 es terrible, como llevar smoking con Converse. En 2008, el proyecto estuvo envuelto en un escándalo por su tamaño y la afectación que podría tener en la movididad del sector. Además, para su ubicación, es un edificio muy grande y, lo que nadie entiende y tal vez su rareza más llamativa, es qué hacen esas escaleras eléctricas ahí. Aunque no es fácil de definir, al Huawei le falta estilo y fomenta la flojera.
Bulevar Niza:
Este edificio, inaugurado en 1988, falla en implantación, un concepto arquitectónico similar al contexto o la ubicación con respecto a otras estructuras donde se levanta un edificio y la dirección que tiene. Para nuestros expertos, es muy parecido a la forma de sentarse: uno no se sienta escurrido en una silla en plena entrevista o, mejor, alguien con una falda corta no se debería sentar con las piernas abiertas. Pero este edificio lo hace.
Vía Libre y Terraza Pasteur:
Estos dos edificios del Centro de Bogotá son clásicos sin estilo. Terraza Pasteur tuvo, en algún momento, el honor de ser punto de encuentro de prostitución, y Vía Libre es ese centro comercial de tatuajes, piercings y ropa para hipsters y aspirantes a punketos. En términos mundanos, el estilo es la “combinación de las otras características en una composición elegante, agradable y acorde al momento”. Las palmeras del Pasteur -que fue inaugurado en el 87 para celebrar los 450 años de la fundación de Bogotá-, en notorio abandono, y ese extraño arco en la entrada del Vía Libre tienen un no sé qué que no les cuadra y que los hacen merecedores de entrar en este listado.