Freeganismo a la carta
Frente a la máquina publicitaria que llena televisores y vallas con comida maquillada, un grupo de personas en Bogotá decidió adoptar una postura radical: alimentarse de lo que desperdician los demás y así evitar el consumo innecesario. El freeganismo es una corriente que viene tomando fuerza desde los años noventa.
En Colombia nos acostumbramos a ver personas deambulando con un costal al hombro, escarbando entre la basura o pidiendo “una monedita pa un pan”. Nos importan una mierda los cuatro millones de colombianos que viven en la pobreza extrema y los cinco millones que están desnutridos. Tampoco parece interesarnos que cada año desperdiciemos casi millón y medio de toneladas de frutas y verduras, sin contar los alimentos procesados que desechan a diario muchas empresas. Es que, según la DIAN, a las compañías les sale más barato botar la comida que ya no se puede comercializar que donarla, porque ni las donaciones están exentas de IVA.
Sin embargo, en un país donde el capitalismo manda, algunos han adoptado el estilo de vida freegan. Hay quienes los llaman “comebasuras”, “carroñeros del sistema”, “mendigos” o “tacaños”, pero en realidad son personas que se oponen a la actual cultura consumista alimentándose de comida en buen estado que otros desechan por considerarla basura. “Buscamos una forma de vivir alejada de lo material, generando el menor impacto posible en el ambiente. Mientras más consumimos, más destruimos”, dice Érik, un freegan activo desde el 2012.
Los freegans tienen una ideología bien definida: vivir con los desechos del capitalismo y rechazar al máximo el sistema económico.
Food Not Bombs, un grupo de colectivos norteamericano formado a finales de los años setenta, cuyo objetivo principal es servir comida vegana de manera gratuita, es considerado el antecesor del freeganismo. Pero fue en la década de los noventa cuando el movimiento se popularizó y tomó forma gracias al activista Adam Weissman y su página web freegan.info, creada en 2003 en Nueva York para promover el movimiento y ofrecer un calendario de eventos. Para Weissman, el veganismo y el freeganismo son dos cosas totalmente distintas. “Es cierto que la palabra freegan se deriva de vegan, y esto confunde a mucha gente. Pero el término freegan se utilizó para satirizar una actitud común entre muchos veganos que parecen despreocupados por los impactos sociales y ecológicos de los productos que compran, siempre y cuando sean veganos”, aseguró en una entrevista para el portal Satyva.
Aunque nadie sabe cuántos freegans puede haber en Bogotá, sólo en el grupo de Érik hay entre 40 y 45 que se reúnen con frecuencia para hacer el “Tour de recolección”, una recolecta que se hace de local en local o directamente en las canecas de la basura.
Karolina Amaranta es vegana hace cinco años y freegan hace dos. Además de alimentarse de comida en buen estado que termina en la basura, convierte en abono la que ya no sirve. Uno de sus principios filosóficos, al igual que el de muchos freegans, es compartir. Por eso forma parte de grupos de trueque en los que no sólo consigue lo que necesita, sino que también se despoja de lo que ya no usa.
¿Por qué continuar participando en una cadena de consumo que nos llena de cosas que no necesitamos? ¿Para qué seguir pagando por comida cuando en Colombia terminan en la basura casi un millón y medio de toneladas de frutas y verduras anualmente? Estas son algunas de las preguntas que formulan los freegans.
En Bogotá, los practicantes del freeganismo se dan cita en las principales plazas de mercado, por lo general los domingos entre seis y siete de la mañana cada ocho o quince días, para sumergirse en una porción de las siete toneladas de frutas y verduras que terminan cada día en la basura. Nunca llevan más de lo que necesitan, pues son conscientes de que, probablemente, más tarde otro grupo irá a hacer su recolecta. En promedio, cada persona recoge entre siete y doce kilos de comida.
Para los comerciantes de la plaza de Paloquemao o de Corabastos, ya es común ver personas de diferentes edades y condiciones socioeconómicas (desde freegans hasta habitantes de la calle) escarbando en los contenedores. Incluso saben de antemano que hay muchas frutas que nadie comprará por su apariencia.
Bogotá no es la única ciudad donde se desperdicia comida de manera inconsciente. Según la Central Mayorista de Antioquia, 77 toneladas de frutas y verduras se desechan a diario en Medellín. En Cali, el 60 % de las 1.700 toneladas de basura producida en un día es desecho orgánico.
Los freegans no buscan concebir un mundo de acuerdo con sus parámetros, sino uno en el que los límites del consumismo no sean tan absurdos. Un mundo donde en la casa los padres no enseñen que “es mejor que sobre y no que falte”.