La resistencia y la memoria en el grafiti del Colectivo Dexpierte
Con sus murales, este grupo de tres sociólogos bogotanos mantiene viva la memoria de víctimas del conflicto armado: desde figuras públicas como Jaime Garzón y Jaime Pardo Leal hasta rostros menos conocidos como el estudiante Nicolás Neira y la líder afro Ana Fabricia Córdoba. Conozca aquí su trabajo, que ya ha llegado a otros países latinoamericanos.
“¿Cómo hacer que la gente del común conozca y recuerde su historia? ¿Cómo hacer memoria en medio del conflicto? ¿Puede ser la memoria una herramienta de resistencia?”, se preguntaban los miembros del colectivo Dexpierte al momento de arrancar con el proyecto, según recuerda Ana, una de las integrantes.
Ella y sus otros dos compañeros estudiaron Sociología en la Universidad Santo Tomás, en Bogotá. Durante esa época, entre 2006 y 2007, la capital vivía una doble explosión. Una era la del grafiti, en el que empezaban a ganar reconocimiento artistas como Stinkfish, Toxicómano y Guache gracias a una mayor elaboración en su trabajo y se veían las paredes inundadas de tags. Otra era la del movimiento social, que ponía sobre la mesa el debate en torno a la memoria, y organizaciones como el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado (MOVICE) ganaban visibilidad en medio de la fuerte represión y persecución por parte de grupos paramilitares y fuerzas estatales.
En ese contexto social y artístico, Dexpierte creyó que grafitear era la respuesta a esas preguntas que se habían planteado, y así usar el arte como una herramienta para llegar a espacios y personas a los que los libros, los informes y los debates académicos no llegaban. “Antes que una intención estética, nuestros muros tienen un mensaje claro que no da lugar a interpretaciones. Queremos visibilizar y apoyar a las víctimas en el camino de denuncia y resistencia, y un muro colorido y bien trabajado siempre llama la atención”, explica Ana.
Un día de 2008 se atrevieron pintar la imagen de cuatro víctimas del conflicto armado en un muro de la calle 32 con Avenida Caracas: Carlos Rodríguez, Jaime Garzón, Jaime Pardo Leal y Nicolás Neira. Fue su primer muro, pero les pareció insuficiente. Con el tiempo cogieron nivel y en la calle aprendieron de stencil, serigrafía, aerosoles y vinilos, y ocuparon espacios clave de la ciudad con el rostro de estas personas. El rostro de Carlos Rodríguez, desaparecido durante la retoma del 7 de noviembre de 1985 al Palacio de Justicia, en dónde era administrador de la cafetería, quisieron pintarlo en la fachada en la Casa del Florero, a donde fue trasladado con vida por parte de los militares, según reveló el informe de la Comisión de la Verdad sobre los hechos. Para recordarlo en este lugar, los miembros de Dexpierte imprimieron su cara en un papelón y en cuestión de minutos lo pegaron a las paredes del museo pero no duró allí más de una hora, aunque lograron registrar la acción; la estatua de Jaime Garzón que antes estaba ubicada en el barrio Quinta Paredes, fue empapelada con un afiche con su rostro; en el caso del excandidato presidencial de la Unión Patriótica Jaime Pardo Leal, asesinado el 11 de octubre de 1987 en la vía a La Mesa, viajaron hasta el pueblo.
Estaban pintando una pared en un terreno abandonado y se les acercó un señor enfadado pero le contaron a quién estaban pintando y se emocionó: había sido mecánico de Pardo Leal; un afiche con el rostro de Nicolás Neira, estudiante fallecido a causa de las heridas provocadas por el Esmad durante la marcha del 1º de mayo de 2005, fue puesto en la calle 18 con carrera Séptima, en donde hay una placa suya como homenaje. El de Nicolás es un afiche que, en diferentes movilizaciones, ha sido pegado en varios puntos del Centro de la ciudad, como se puede observar en un video producido por el colectivo.
“El grafiti no implica una transformación social, eso es un proceso lento y comunitario. El mural es el resultado pero lo importante es lo que pasa mientras se hace, la gente que se suma, se inquieta o se sensibiliza. Aprovechamos el carácter efímero para construir con ellos”, explican desde el colectivo.
Así sucedió cuando pintaron el mural de Ana Fabricia Córdoba en la Universidad de Antioquia: la gente se empezó a hacer preguntas. Cuando pasaban por el muro, donde había una inscripción en letras de siete metros con la palabra “MEMORIA”, muchos reconocían el rostro de “La Negra”, una desplazada del conflicto armado que se atrevió a denunciar las problemáticas de su barrio y la complicidad de la Policía en la comuna de Medellín donde vivía.
Algunos transeúntes recordaban a la líder comunitaria asesinada el 7 de junio de 2011; ante las preguntas de otros que no tenían idea de quién era, los estudiantes que estaban pendientes del muro hicieron unos volantes con la información sobre su caso y los repartieron, por iniciativa propia, a los que caminaban por ahí. La misma situación la vivieron en Barranquilla con un muro que recordaba a 42 sindicalistas asesinados. La gente no solo se sorprendía del dato, sino que se interesaba por la historia del movimiento sindicalista, pues el del Atlántico es uno de los más azotados en el país en cuanto a asesinatos y amenazas.
Cómo sucede con los tags, los muros de memoria también generan disputas en la calle. Acompañados de Guache, pintaron en la calle 19 con carrera Séptima a tres victimas del exterminio de la Unión Patriótica: Faustino López, Miguel Ángel Díaz y Bernardo Jaramillo, asesinados o desaparecidos. “Trabajamos en el mural durante tres días, algunos familiares de ellos nos acompañaron. El muro decía ‘gente con memoria reacciona’ y recibimos una reacción: lo tacharon los ‘fachos”, recuerdan. En efecto, a pocos días después de terminar los tres rostros aparecieron marcados con una “X”, la palabra “terroristas” y la cruz celta, símbolo apropiado de los neonazis en la ciudad. No es el único trabajo que les han tachado, pero para ellos hace parte del oficio, en especial tratándose de temas con alta carga política.
“Es otra forma de instalar la memoria en el espacio público. En ocasiones reaparece además el control y la dominación, empiezan a visibilizarse la persecución a quienes realizan las intervenciones o el daño físico a murales”, reflexionan sobre estos hechos, la prueba fehaciente de convivir en un país resquebrajado por el conflicto y las dificultades a las que debe afrontarse si quiere construir paz.
Además de dejar muestras en Bogotá de su trabajo, enmarcado entre el arte-memoria, el colectivo Dexpierte también ha viajado por Colombia y América Latina. Diferentes organizaciones y movimientos sociales los han invitado para conmemorar víctimas, y también han participado en mingas como la de Toribio, en el Cauca, o jornadas muralistas como la de Guasca, en Cundinamarca (lea también: Muralismo y resistencia campesina juvenil para frenar el fracking en el Páramo de Chingaza).
También estuvieron en Chiapas (México) pintando con comunidades indígenas y campesinas cercanas al pensamiento político del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Por ahora, el colectivo está enfocado en trabajos de más largo aliento, pensando en acciones pedagógicas a través del grafiti para las comunidades que quieran trabajar el tema de memoria en el país.
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