Una charla contrasexual con la profesora de ‘Estética queer’ de los Andes
La brasileña María Cándida Ferreira de Almeida lleva 4 años dictando una asignatura en la que explora la teoría de los cuerpos de la mano de autores como William Burroughs, Pedro Lemebel e incluso el barranquillero John Better, quien ha sido colaborador de Cartel Urbano. Ferreira en esta entrevista traza una ruta de entrada a la literatura queer.
“Voluntaria y corporalmente, yo, __________, renuncio a mi condición natural de hombre o de mujer. Acepto, de pleno consentimiento, no mantener relaciones sexuales naturalizantes. Me reconozco como difusor de dildos sobre mi propio cuerpo y sobre cualquier otro que firme este contrato”. Esto es parte del contrato contrasexual que publicó el filósofo transgénero y feminista Paul Preciado en 2002, cuando todavía llevaba el nombre de Beatriz. El documento se incluía en el libro Manifiesto Contrasexual, hoy reconocido como pieza imprescindible a la hora de abordar la teoría queer.
El libro apareció, precisamente, cuando detonaba una especie de boom queer: novelas como Salón de belleza de Mario Bellatin y Tengo miedo torero de Pedro Lemebel, fueron el resultado de una escritura y una mirada que se venían gestando desde los años ochenta y que daba identidad a los “anormales”: la literatura queer. Aunque normalmente relacionado con la comunidad LGBTI, el término queer engloba a todos aquellos que dan un paso fuera del sistema normativo y hegemónico, a quienes muchos consideraron y consideran todavía, por ridículo que esto parezca, inferiores o enfermos.
En realidad la literatura queer no es un fenómeno nuevo, pero siempre hubo quien la quiso exiliar. ¿Por qué? Maria Cándida Ferreira de Almeida, doctora en Estudios Literarios de la Universidad Federal de Minas Gerais, ganadora de una mención en el premio Casa de las Américas de ensayo y quien actualmente lidera la asignatura electiva ‘Estéticas Queer’ en la Universidad de los Andes, podría sacarnos de esta y otras dudas.
¿Cómo llegó a la literatura queer?
Yo tenía el grupo de estudios de cultura negra pero la gente no se interesó, se interesaba más por el tema de género y terminé por investigar sobre el tema, sobre si hay una particularidad que configura un arte que le es propio, que es más o menos la misma pregunta que yo tenía para la cultura negra.
¿Y qué respuestas encontró?
Siempre se habla de la invisibilidad, del secreto en la cultura LGBTI. Hay una escena muy interesante en Fun Home de Alison Bechdel, una novela gráfica: ella cuenta su experiencia de descubrirse lesbiana y entonces va a la biblioteca y saca una cantidad de libros, y yo me pregunté, ¿qué silencio, qué invisibilidad si hay una pila de libros? O sea, existía, siempre existió. Y entonces me empecé a preguntar: ¿cómo una bibliografía existe y nadie habla de ella?
No hay cursos, no se divulga, pero existe.
Si usted piensa en Oscar Wilde con De profundis, en Virginia Woolf con Orlando, ellos están dentro del canon pero se trabaja el narrador, la ruptura… ¿Cómo alguien puede trabajar Orlando sin trabajar el problema de género? También, por ejemplo, los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz para la Condesa de Paredes. Un investigador organizó los poemas en un orden distinto de como fueron publicados y ahí usted puede ver unas declaraciones amorosas. El autor (o quizá Sor Juana) se dio cuenta y mezcló los poemas. Toda una historia que está pero a la vez no está.
Es decir, la literatura queer siempre ha existido pero no se ha sabido buscar…
No saber buscar, no: no se invita a buscar. Hay una invitación a un silencio, a no hablar de estos temas.
¿Qué tan similar o diferente es la literatura negra de la queer?
Hay un autor español que va a ofrecer una diferencia muy fuerte: los dos son discriminados por su cuerpo, pero el sujeto negro no se puede enmascarar. Se puede alisar el pelo, no sé, se puede blanquear, pero es más difícil. Hay una posibilidad de la orientación sexual, del deseo, que es enmascarada. Eso ya crea una atracción de gueto, de silencio, de un código más fuerte que la cultura negra. Me parece que [esa] es la gran diferencia: son discriminados por el cuerpo pero se pueden ocultar, pueden narrar todo el cuento sin hablar.
Y esa necesidad de ocultarlo, ¿siempre está?
Hay de esta literatura más secreta, de la confesión, de la autobiográfica, como De profundis, y otra escandalosa como [la de] Pedro Lemebel, en la que declarar es un acto estético y también político. ‘Hablo por mi diferencia’, por ejemplo, es un poema muy bonito, con unas imágenes muy fuertes, pero es un manifiesto político, panfletario. Y Lemebel va por este camino: tanto por como se vestía, como se portaba, por el escándalo, por su sexualidad… pero con estos dos aspectos: estético y político.
Entonces hay dos ramas, una de inclusión y otra de revolución…
No tanto inclusión. Sumisión, tal vez.
¿Y no habría algo de contraproducente en esa literatura queer de sumisión, en la que no se rompe ningún paradigma, en la que lo queer se esconde?
No. Hay otra teórica, Doris Sommer, que en Abrazos y Rechazos reivindica una estética que ella llama particularista, de que no todo es para todo el mundo. Ella habla de los distintos grupos, negros, gays, indígenas, que dicen: “yo no te lo voy a decir todo, esto es nuestro, de quienes tienen esta experiencia, de quien sabe. No es para todos”. Habla muy duro en contra de los literatos, de nuestra gran meta de formar gente que pueda leer todo, que esté preparada para cualquier texto. Ella va a decir a cierta gente: “no, usted no va, no está, no es”.
Literatura queer para queers…
Usted tiene que pasar por estas experiencias para decodificarlo todo. No es exactamente silenciar, pero no es decirlo todo.
¿Y tiende esta literatura a abrirse con el tiempo, a pasar de la sumisión a la revolución?
No sé si se puede generalizar. No sé si todos serán como Lemebel, pero sí hay una escuela Lemebel, como John Better o Giuseppe Caputo, también de la costa. ¿Será que en la costa sí y en Bogotá no?, no sé. ¿Será que empieza una generación que busca mostrarse más?, puede ser.
Hablando de revolución y con toda esta situación del referendo de adopción LGBT, del bus contra la ideología de género, ¿qué tanto cree que impacte esta literatura en la realidad?
La voz de estos escritores no es una voz autorizada. Tal vez si Fernando Molano estuviera vivo… no sé. Tal vez Better debería tener más proyección de la que tiene. Bueno, Fernando Vallejo: él tiene una voz muy importante, muy radical, es uno de los escritores más importantes de Colombia hoy, expresa públicamente su sexualidad, su obra trata de esto…
Mi optimismo varía, hay días que soy muy optimista y creo que solo el arte salva, y otras veces creo que no sé si salva colectivamente pero puede salvar individualmente. Por ejemplo, los jóvenes pueden leer a Bechdel porque ella cuenta toda su historia en Fun Home, en tiras cómicas, y es muy buena porque cuenta [esto de] “no sabia cómo era, empecé a interesarme”. Es un descubrimiento y ayuda mucho a los jóvenes. No solo la literatura, el cine [también] puede ayudar.
En el comienzo de un artículo, Joan Scott habla sobre un músico negro gay que creía que era único [hasta que] finalmente descubre que no está solo. Ahí fue que yo empecé a pensar en estas cosas de lo escondido, del gueto, de cómo se construyen esas comunidades y que esas comunidades pueden ayudar. Finalmente eso es lo importante, lo que el arte puede propiciar. O como Modern Family que está circulando por todos lados, [con eso] se puede decir “no soy solo yo”, puede ayudar individualmente. ¿Colectivamente?, nos tenemos que unir y marchar.
Claro, pero lo más difícil es que esos cambios individuales se den en las personas que no tienen nada que ver con ese mundo…
Por eso hablo de Modern Family. Eso lo pasan por la tarde en la televisión, y cada vez más estos productos están circulando, sin tener al homosexual afectado que es un tipo caricato, que es el estereotipo que se tiene en la cultura de masas. Se ve que la comedia en general trabaja con esos caricatos, ¿no? Yo creo que ya hay productos con menos [de eso]. Y eso circulando puede hacer algo. Un poco la función literaria, del arte, es conectar con experiencias subjetivas que no están normalizadas. ¿Demasiado optimismo tal vez?
Muchos libros relacionan a la mujer y al feminismo con el movimiento queer…
Depende. O sea, ¿cómo saber si la novela es queer? Porque yo creo, yo espero, que la estética queer esté plenamente desarrollada. No puede ser solo describir, es reivindicar, reafirmar otra forma de vida que no sea la vida dentro del sistema, eso sería una literatura queer. El feminismo en algunas partes se acerca, pero aún se escuchan feministas que no aceptan trans en la lucha, entonces al feminismo ya no lo podemos pensar en bloque con lo queer, porque para mí es impensable que una mujer trans no sea parte de la lucha del feminismo.
En uno de sus trabajos se habla del “giro afectivo”, el torque en la academia cuando empezó a considerar el entorno afectivo y emocional como algo importante en las ciencias sociales, lo que ayudó a la teoría queer. ¿Qué tan alejado está hoy el tema queer de la academia?
Yo creo que vamos a tener que esperar el relevo generacional. En el campo social los problemas económicos [todavía] son la gran respuesta para los problemas sociales, aún se esta construyendo este giro afectivo, esa idea de que los sujetos no pueden ser pensados solo a partir de su condición social y la lucha de clases. Entonces yo creo que va para largo: tener otra generación que haga otras preguntas académicas, que construyan otro pensamiento.
Por ejemplo, la literatura en la Universidad de los Andes es muy formalista: el texto tiene todas las respuestas. Hacer una pregunta sobre el cuerpo del autor aún es muy minoritario. Es el discurso hegemónico: no me importa la condición del autor, lo que importa es el texto. Está cero construido en una crítica biográfica, autor negro, mujer, homosexual.
Y entonces ¿vamos hacia allá?
No sé si vamos todos, pero al menos vamos unos. Yo creo que sí, que se abre un espacio en la academia para esto.
Al inicio hablábamos de enmascarar lo queer y pues pienso en Severo Sarduy, que experimenta mucho con el lenguaje, quizás para esconderse. ¿Qué tan importante es la experimentación en la literatura queer?
No, yo creo que… Ahora usted me puso a pensar que podría ser una cuestión generacional. Yo creo que va a depender del estilo. Sarduy está buscando un [estilo] barroco, entonces se va a enredar siempre; Lezama Lima, Guimarães Rosa, toda esa generación. Pero otra gente como Burroughs… Naked Lunch es más enredado, pero Queer es súper explícito y es de los cincuentas. Lemebel, Better, ellos son más [sencillos], tanto que Lemebel desarrolla más crónica que cuentos. Va a depender mucho del proyecto del autor. Entre estos dos polos estaría alguien como Cristina Peri Rossi, que no hace una literatura realista del tipo de Lemebel y la experimentación no es tan radical como la de estos otros.
El rol del sexo es muy prominente en el movimiento queer, una sexualidad considerada por muchos como perversión. En este sentido, ¿la sexualidad “perversa” es siempre queer, por ejemplo, el Marqués de Sade?
¡No!, horrible, ese es un eterno machista convicto. Porque otra vez: lo queer reivindica otra cosa. El propio Pasolini, que ahora lo estoy leyendo en cómics, con Medea (porque no solo es Salò, que sería ese campo de la perversión) no hay una reivindicación o proposición de una mujer empoderada; termina siendo la mujer afligida, loca, asesina. [Lo queer] es hacer una literatura escandalosa pero que se está reivindicando. Es el caso muy claro de Lemebel, él esta reivindicando otro deseo.
Me gusta la extraña familia de Antonia, la película holandesa. Antonia va a lidiar con los problemas normales de las familias pero con la reivindicación de distintas formas de deseo. También The Rocky Horror Picture Show, que yo nunca me imaginé. Yo sabía que la gente se iba a cine y se disfrazaba y yo creía que era una de esas tonterías gringas, y resulta que es toda una crítica de la construcción de lo femenino y lo masculino. Como eso del cuerpo perfecto construido por el doctor que tiene relaciones con los dos de la pareja heteronormativa que llega al castillo, eso es proponer otra cosa. Otra es Tomboy, la niña que pasa por niño y es muy terrible, ¿cómo lidiar con eso?, eso es muy queer desde mi punto de vista.
¿Cómo se trabaja esta temática desde la literatura infantil?
Yo trabajo en el curso con Julia: La niña que tenía sombra de niño, que es todo un clásico. Es interesante cómo juega con eso: ella se da cuenta de que tiene sombra de niño y como es niña le dicen: “usted no se peina bien, no se viste, no tiene modales”. Y la sombra puede todo y ella no puede mucho, es uno de los cuentos bien interesantes que hay sobre esto, y, además, el dibujo es súper realista.
Julia juega más con las emociones, tiene un trabajo narrativo más sofisticado. Hay otro sobre un animalito que está buscando una familia y termina construyendo ciertos papeles, de que las familias son un poquito más complejas de lo que hay.
¿Qué libros recomendaría para aproximarse por primera vez a la literatura queer?
Lemebel primero, Háblame de amores, que me encanta y lo leí en estos días. Está obviamente Manifiesto Contrasexual, de Paul Preciado, que es teórico pero muy divertido; yo no puedo ponerlo al principio del semestre porque, si no, no logro terminar todo el curso. Obviamente a Bechdel, Fun House. Esta colección, Voces para Lilith, es chévere. Néstor Perlongher, Evita vive. Y Orlando de Virginia Woolf, para que no digan que no hablé de los clásicos.