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Un fracasado maravilloso

Si algo nos urge en el violento y enfermo tiempo presente, es volver la mirada a Don Quijote, ese caballero vencido que no le baja la cabeza a discursos narcisistas, mediocres y cínicos. Necesitamos a ese personaje que no está comercializando un producto, que no está vendiendo su imagen ni buscando el poder para avasallar a los otros.

Don Quijote es la prueba de que aún tenemos derecho, como especie y como sociedad, a una segunda oportunidad. Lúcido o loco –según la interpretación que le dé el lector de la novela–, el personaje de Cervantes posee una autonomía y una capacidad de decisión personal superiores a las de quienes lo quieren ver tranquilo, encerrado dentro de su casa provinciana, callado y obediente. Ni las autoridades religiosas, ni las civiles, ni los amigos cercanos ni la propia familia consiguen detener al viejo Quijote de La Mancha en su empeño de ser caballero andante. Lo curioso es que todos saben, sabemos, que fracasará, que no hay fuerzas ya para las batallas ni para los heroísmos (ese oficio de la caballería era visto como una ridiculez sin fundamento real) y que incluso él mismo desde el principio está seguro de su derrota.

Por donde van, Don Quijote y su escudero Sancho Panza son motivos de burla, bromas y desplantes. Unos prisioneros a quienes liberan los muelen a palos, un noble les monta la farsa de un caballo volador para mofarse de ellos, la mujer de la que está enamorado el anciano caballero lava cerdos –él la ve como una princesa– y se ríe vulgar, rancia, en la cara del escudero. Entre accidentes, equívocos y situaciones bochornosas o simpáticas, Don Quijote pretende llevar a la práctica los ideales de la caballería andante que ha encontrado al leer libros. Su atropellada vida prueba la existencia de valores mucho más honrados que los pragmáticos y tontos fundamentos del mundo actual, esos dechados de individualismo y de frivolidad alimentados por los medios de comunicación y por el consumo. Los modelos sociales de hoy, deportistas, barones de la tecnología, cantantes pop o ídolos provenientes de la ficción, como el baboso e insípido Christian Grey de 50 sombras de Grey, encuentran una réplica digna y honesta en ese decrépito y risible caballero andante de La Mancha que pretende recomponer la equidad, la prudencia y la hidalguía entre los suyos, libre de ataduras dogmáticas y de cualquier apremio ideológico.

Don Quijote es indiferente a la normatividad hipócrita de su sociedad e intenta ser un hombre que piensa por sí mismo. No está comercializando un producto, no está tratando de vender su imagen ni de gustar, ni de lograr el poder para avasallar a los otros. De todos los héroes que ha parido la literatura, es el más transparente, porque busca sólo convertirse en un ser humano a carta cabal, aunque ese esfuerzo lo convierta en el hazmerreír de las multitudes, en el demente, en el fastidioso.
Si algo nos urge como ciudadanos del violento y enfermo tiempo presente, es volver la mirada a ese caballero vencido que no le quiere bajar la cabeza a discursos narcisistas, mediocres y cínicos; que anhela el entendimiento en medio de las grandes intolerancias típicas de todas las épocas.

Hace cuatrocientos años el español Miguel de Cervantes Saavedra, acosado por una complicada situación económica y quizás enfermo, escribió el segundo libro de las desventuras de Don Quijote de La Mancha, volumen que completa la obra y es mucho más hondo y más rematadamente entretenido y poético que el primero. Además de escribir la madre de todas las novelas y de concebir un modo de narrar que indaga en las ambigüedades humanas como pocos lo han conseguido a lo largo de la historia, Cervantes creó a un hombre que es un sueño y al mismo tiempo una persona con los pies firmes sobre la tierra, a un individuo llamado Don Quijote, quien va por ciudades y caminos tratando de demostrar que pertenecer a la humanidad exige coraje, gracia y decencia.

Qué desconocido es Don Quijote en estos tiempos veloces y simples. Paradójico, porque debería estar más vigente que nunca, porque su ejemplo todavía posee fuerza. Este desconocimiento inquieta y duele un poco, pues ahora es cuando más lo necesitamos.

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