
Todos somos insectos de Kafka
¿Hasta qué punto la historia de Gregor Samsa, el agente viajero que despierta una mañana convertido en un bicho repugnante, se ha convertido en nuestro pan de cada día?
Hay muchas personas que, un día cualquiera, terminan convertidas en insectos.
Un hombre llamado Luis Augusto Mora es condenado a pasar medio año en el pabellón número 1 de la cárcel La Picota por robar chocolatinas. Esto sucede en un país donde la impunidad es más que asombrosa y donde asesinos y ladrones del erario nunca son castigados o pagan para que les hagan importantes rebajas de penas.
Japoneses que no tienen cómo pagar un apartamento se ven obligados a vivir en cibercafés, reducidos al sueño intranquilo sobre una silla o sobre el suelo.
Otros se suicidan antes de presenciar el embargo de sus viviendas. Si continuaran vivos los esperaría como único destino la calle o la prisión.
Algunos cometen pecados como pertenecer a una minoría o ser homosexuales en sociedades cerradas, violentas, donde se castiga con sangre al que opta por ser distinto.
Una anciana recibe tratamiento de bicho por parte de quien debiera cuidarla.
El corresponsal de BBC Mundo dura medio día tratando de comprar unos cuantos productos alimenticios en Caracas. Filas interminables, mercado negro, especulación, inflación.
El mundo de Franz Kafka
La historia de Gregor Samsa, el agente viajero que despierta una mañana cualquiera convertido en un repugnante insecto, ha dejado de ser una fabulación literaria para convertirse en la más pavorosa de las realidades. Kafka, autor de esa historia, sin sospecharlo dibujó y configuró lo que estamos viviendo cada día. Laberínticas hileras humanas en procura de un simple documento o de comida. Seres humanos confinados a pequeños rincones donde deben soportar órdenes funestas y maltratos. Un aparato estatal que opaca a sus miembros condenándolos a cumplir requisitos, a seguir doctrinas, a bloquear su pensamiento. Y todo esto a velocidades enfermizas, para que veamos sólo aquello que es bonito, esplendoroso: tal como los padres de Samsa, preferimos cerrar la puerta de la habitación donde se halla el bicho, lo dejamos morir de hambre porque no entendemos –ni entenderemos– su condición: no es que sea raro, es simplemente diferente.
Hace cien años el editor alemán Kurt Wolff publicó en un cuadernillo la narración donde se contempla la dramática transformación de Samsa en insecto. Se titula La metamorfosis y es, además de un puntal en la obra de Franz Kafka, el relato que abarca todo su trabajo como escritor. Ahí está completo ese universo interior, lleno de perplejidades ante un ámbito soberbio e injusto que castiga, oprime y asesina sin dar razones. La actualidad de La metamorfosis y de los otros libros de Kafka es innegable. También sobrecoge. Su lectura debería ser prioridad en nuestras instituciones educativas como una suerte de advertencia acerca de lo que tenemos que sobrellevar y de lo que deberán soportar quienes van a ser adultos.
El universo de Kafka abandonó por desgracia su carácter íntimo. Se volvió nuestro pan cotidiano. Leer La metamorfosis no solo brinda una luz fuerte en torno a lo que está sucediendo por estos días; permite comprender, asimismo, cuáles son los grados de miseria moral o material a los que hemos llegado.
Es célebre la anécdota de la petición que Kafka le formula al ilustrador para la primera edición del libro: no quería la aparición del insecto sobre la carátula e insistió muchas veces en que apareciera más bien el dibujo de un hombre desesperado. Así lo publicaron.
Ese hombre repleto de horror que es, o será, un insecto fácil de aplastar, somos y seguiremos siendo nosotros. Franz Kafka sólo demarcó la ruta. Todos los demás la estamos andando.