
Si lo pospone, nunca lo hará
Si esperamos a estabilizar nuestra situación o a sentirnos mejor para cumplir nuestros objetivos, lo más seguro es que terminemos aplastados por una sociedad y por una economía de mercado donde programar la tarea dentro de una semana o un mes equivale a dejarla lista para no hacerla nunca.
El escritor alemán Wolfgang Borchert vivió sólo veintiséis años. Sin embargo le alcanzó el tiempo o lo hizo alcanzar para escribir obras de teatro, ser actor, luchar —a veces solo— contra su enloquecido gobierno, que lo botó a pelear una guerra de la que él no quería formar parte, y para elaborar una obra sólida, poemas, relatos, durante sus últimos dos años, mientras sorteaba las enfermedades que lo llevaron a la muerte.
En un medio como el nuestro, donde relajarse, procrastinar y postergar actividades importantes son tomados como virtudes por obra, entre otras cosas, de la pereza, el ejemplo de Borchert es una literal bofetada. Con gran sutileza nos está diciendo que si deseamos llevar a cabo las metas o sueños trazados, el momento para hacerlo es este. Ya mismo. No en un futuro con esperanza pero totalmente oscuro. El porvenir es, además, un laberinto donde se pierde hasta el más avispado. La juventud no dura tanto como imaginamos y a veces se acaba con una rapidez pasmosa. Si se trata de crear no hay otro plazo que el presente inmediato.
Y este ejemplo no es de ninguna manera el sermón optimista propio del libro de autoayuda o de la motivación empresarial tipo ‘¿Quién se ha llevado mi queso?’, que enseña a adaptarse con sumisión y servilismo a los cambios impuestos por gente con poder o por personas deseosas de manipularnos. La vida y la obra de Borchert apuntan a un lugar diferente: la creación de mejores empeños artísticos, sociales o laborales a pesar de los obstáculos, con ellos o a propósito de ellos.
Quizás mañana no se puedan hacer las cosas que más queremos, porque apremian las urgencias del hoy, las deudas o porque estamos tratando de sobrevivir.
Si esperamos a estabilizar nuestra situación o a sentirnos mejor para cumplir nuestros objetivos, lo más seguro es que terminemos aplastados por una sociedad y por una economía de mercado donde programar la tarea dentro de una semana o un mes equivale a dejarla lista para hacerla nunca. Y eso es, justamente, lo que quiere de nosotros esta lógica práctica en la cual nos movemos. Que nos pongamos a hablar carreta, a divertirnos, a trabajar en oficios insoportables mientras nos consolamos con nuestro acopio de sueños y de proyectos que quizás jamás llevaremos a término.
Con o sin plata, con o sin espacio, si de veras nos interesa aportar algo a alguien dentro de terrenos artísticos o vitales, no existe una excusa suficiente que nos impida ejecutar nuestros planes. Quizá no con todas las características que les hemos diseñado, o de pronto no con el impacto que se espera. Lo fundamental es, a ciencia cierta, no dejar la disposición en manos de otros o ensoñada dentro de nuestras ocupadas cabezas.
A la lección del joven escritor alemán se puede sumar la de un veterano hombre de letras, Enrique Vila–Matas, quien con escepticismo e ironía a flor de piel le brinda un consejo oportuno a cierto muchacho mexicano en la Feria del Libro de Guadalajara. Le cuenta que, pese a haber crecido en una España con el futuro cancelado, dominada por el viejo dictador Francisco Franco, en un ambiente adverso hasta el colmo, había escrito y publicado sus primeros libros. Supo sobreponerse a las barreras que se fueron presentando.
Los engañosos ideales románticos son, bien mirados, un palo en la rueda de nuestras convicciones. Nos mantienen alejados de los propósitos y las acciones que podríamos estar haciendo ahora mismo. Borchert escribió un texto contra los poetas muy elevados que se ajusta a estas épocas en la que se posponen actividades como si se tratara de una ley:
"Los poetas heroicamente enmudecidos, solitarios, deben irse y aprender cómo se hace un zapato, se atrapa un pez y se tapan las goteras de un tejado, pues toda su afectación es parloteo atormentado, sangriento, desesperado, es parloteo ante las noches de mayo, ante el grito del cuclillo, ante las palabras verdaderas del mundo […] Id a casa, poetas, id a los bosques, atrapad peces, cortad leña y poned por obra vuestra acción heroica: ¡callad! Silenciad el grito del cuclillo de vuestros corazones solitarios, pues para eso no hay rima ni metro”.
Tal y como están las cosas, quizás mañana no se puedan hacer las cosas que más queremos, ya sea porque apremian las urgencias del hoy, las deudas contraídas hace tiempo o porque estamos tratando de sobrevivir y de ayudar en ese esfuerzo a otros, muy cercanos. Quizás mañana es nuestro proyecto central pero no sabemos aún muy bien ni cómo es ese mañana dentro de nuestro ordenamiento mental, ni si nuestros proyectos necesitan revisión o ser pulidos. Quizás esas cosas que más queremos se irán desdibujando junto a nuestra concepción de mañana. Quizás mañana no exista.