Editorial: La cuarentena no ha podido vencer la autogestión
Aun cuando muchos espacios culturales han tenido que cerrar debido a la pandemia, ésta no ha podido derrumbar el apoyo mutuo y la solidaridad, dos bases de la cultura independiente.
A finales de mayo muchos bogotanos recibieron felices la noticia de que la librería La Valija de Fuego abriría de nuevo sus puertas. Después de semanas de incertidumbre, que no solo ellos sino muchos espacios en Bogotá tuvieron que vivir, la librería, para muchos uno de los espacios más importantes de la escena independiente capitalina, volvió a abrir su espacio físico.
No es lo mismo, claro. Sin la compañía de sus clientes, sin el bar que tenía al lado con la música estridente, sin el ruido de la séptima a toda marcha, sin las voces de los transeúntes que paraban a mirar desde la vitrina, la librería ha de ser un pequeño resquicio de lo que hace unos meses fueran las vibrantes calles capitalinas. Pero esto no es tanto un comentario nostálgico sobre el pasado, como la prueba de que la llama sigue viva. Que la Valija abra de nuevo apoyada por sus seguidores es también la promesa de que la independencia cultural, a pesar de lo golpes, ha logrado seguir adelante y de que, cuando menos lo pensemos, estaremos de nuevo en las calles.
Como la Valija, numerosos espacios han logrado sobrevivir estos meses gracias a la ayuda de amigos y su público. Hemos perdido otros, claro, pero si algo ha puesto a prueba la pandemia han sido la autogestión y la independencia, dos valores que, a pesar de las dificultades, han logrado levantarse entre la crisis y el distanciamiento social.
Durante estos meses de aislamiento han surgido colectividades para diferentes sectores y, unos a otros, los miembros de las escenas independientes del país han colaborado para mover nuevas iniciativas no solo para sobrevivir a los días difíciles, sino también para continuar contribuyendo a un ecosistema cultural que es más que entretenimiento y que, como en la naturaleza, debe mantenerse siempre diverso.
Ejemplos como el de los colectivos que han llevado a cabo proyecciones desde el comienzo de la cuarentena demuestran tanto una necesidad de seguir hablando de asuntos que la agenda mediática del coronavirus dejó en el tintero, como la capacidad de agremiarse y actuar incluso cuando no podemos salir de casa.
Que en medio de la pandemia surjan nuevas iniciativas, colectividades, plataformas de comunicación que pongan sobre la mesa los asuntos políticos y culturales que nos tocan a diario, que busquen apropiarse del espacio público incluso cuando no podemos habitarlo igual que antes, que sigan conversando sobre aquello que a muchos se les escapa, es un espaldarazo para el presente y el futuro de la cultura independiente.
El aislamiento también ha servido para reflexionar sobre las escenas y, con cabeza fría, pensar los hilos que las tejen. Plataformas como ECO, que este domingo 21 de junio cerrará la primera temporada con un debate en vivo a través del Facebook de Cartel Urbano sobre las escenas nacionales con un enfoque descentralizado, nos han mostrado la importancia de la organización y la mirada crítica en torno a la resistencia contracultural y la vida nocturna. Además de seguir dinamizando las escenas alternativas, la creación y promoción de estos espacios pone sobre la mesa problemáticas estructurales que no podemos seguir obviando cuando volvamos a las pistas de baile.
El golpe a la cultura ha sido duro y con una cuarentena que se hace cada vez más larga seguro vendrán más días difíciles. Sin embargo, todavía nos quedan el apoyo mutuo y la confianza en los proyectos a los que nos debemos y por los que a diario luchamos por fortalecer. Que la cuarentena no haya destruido el espíritu de la autogestión y el entusiasmo de la independencia cultural es sin lugar a dudas un triunfo sobre las adversidades que hay que abrazar con alegría. Pero este logro también requiere responsabilidades y compromiso.
Si estamos convencidos de que la cultura alternativa es más que entretenimiento fuera de las narrativas convencionales, debemos estar dispuestos a cuestionarla desde dentro, a reevaluar actitudes y comportamientos y a abrir la puerta a nuevas perspectivas. Así, cuando volvamos a ocupar las calles a punta de trabajo colaborativo e independencia cultural, podremos decir que habrá valido la pena el aguante.