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Foto cortesía de Juan Carlos Flórez

Los Que Sobran

En este ensayo global se ponen de presente temas de una actualidad apabullante. Los propagandistas de este capitalismo tardío nos quieren hacer creer que no tenemos alternativas para él, lo cual es un embuste visto desde la perspectiva histórica. Todo sistema, toda cultura, toda civilización ha tenido un fin y de sus propias entrañas ha surgido un nuevo mundo.

Juan Carlos Flórez

Los que sobran

Juan Carlos Flórez

Ariel, 2021

(Fragmento)

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Turguénev comprendió, como otros de sus contemporáneos, que los cambios que vivía Rusia tras el fin del oscuro reinado de Nicolás requerían un nuevo tipo de personalidad. En aquel entonces se había consolidado el consenso que los hamletianos de los años 30 y 40 –que tan perspicazmente Turguénev retrató en varias de sus obras– no tenían la capacidad de afrontar las inmensas tareas que Rusia tenía ante sí. Pero justo cuando los revolucionarios se acercaban al umbral de su extrema radicalización, cuando el nihilismo como postura ante la sociedad se transformó en nihilismo de los hechos, Turguénev va en contravía y propone a Don Quijote como el modelo de alguien capaz de pasar a la acción, pero con una gran carga moral en sus propósitos. El riesgo que los revolucionarios de los años 60 mandarán la moral y la ética al basurero de la historia gravitaba en el ambiente. Y así es como finalmente ocurrirá, cuando muchos jóvenes rusos se entreguen con extrema pasión al terrorismo y se crean dueños de la vida y la muerte de sus adversarios, entre ellos quien era su objetivo más importante, el zar. En la juventud había una sed de ideales, y eso lo comprende muy bien Turguénev, pero el contrapunteo entre los crecientes actos de terror y el incremento de las acciones represivas del régimen de Alejandro II inclinará la balanza en contra del idealismo. Ni Rudin ni Don Quijote representaban ya a esa parte más activa que buscaba el cambio y creyó que la violencia era su partera.

Son muchas las interpretaciones que existen acerca de por qué la juventud rusa se radicalizó de tal manera en los años 60, 70 y 80 del siglo XIX. En los años 70 muchos de ellos hicieron parte de un movimiento conocido como Ir al pueblo; miles de jóvenes citadinos marcharon al campo para tratar de ilustrar a los campesinos que apenas estaban saliendo del espantoso régimen de servidumbre. Algunos intentaron sublevarlos, pero la gran mayoría de quienes marcharon al campo estaba poseída por la pasión idealista de mejorar la vida de sus compatriotas campesinos. El movimiento fue un fracaso. Las ideas con las que muchos de ellos fueron a las aldeas de Rusia no resultaron tan ciertas: que los campesinos tenían una propensión natural a la rebelión (dogma que muchos jóvenes habían tomado del anarquista Bakunin) y que estos preferían las antiguas formas comunales de propiedad de la tierra y que por lo tanto eran proclives a la predica de un socialismo comunitario. Los campesinos habían participado en potentes rebeliones y volverían a hacerlo, pero durante eso años de ir al pueblo no estuvieron dispuestos a sublevarse. Y en cuanto al interés por la propiedad colectiva de la tierra, el ansia de ser dueños de su propio pedazo de tierra era más fuerte en muchos campesinos. El abismo entre los estudiantes de las ciudades y las masas analfabetas era más profundo de lo que cualquiera de los entusiastas jóvenes podía imaginar. Los habitantes del campo no tomaron en serio a esos citadinos disfrazados de campesinos. Y muy pronto el ir al pueblo se transformó en un ir a la cárcel.

En 1874 las autoridades dieron inicio a una amplia acción policial contra los populistas que participaban en ese éxodo temporal a las aldeas; por orden imperial el caso será denominado “Sobre la propaganda en el imperio”. Los datos que presentaré a continuación fueron publicados por Nikolai Tróitski, 1931-2014, el historiador más riguroso y reconocido en el estudio de los procesos judiciales que se llevaron a cabo contra los revolucionarios bajo el zarismo. (Tróitski N. A., Los tribunales zaristas contra la Rusia revolucionaria (Juicios políticos, 1817-1880), Sarátov, 1976, capítulo 2).

Algunas fuentes históricas señalan que la policía detuvo alrededor de cuatro mil personas, otras fuentes creen que la cifra se elevaría a ocho mil, en todo caso, tuvo lugar “un diluvio de arrestos” como lo llamó el prestigioso jurista Nikolái Tagántsev, que actuó como uno de los defensores en el monumental juicio. De aquellos que fueron arrestados inicialmente, serán llamados a indagatoria 770, pero al final en la investigación solo serán involucrados 265 “buhoneros que van al pueblo” como despectivamente les llamaba el gobierno. El proceso investigativo, plagado de errores, duró tres años y medio. Antes del inicio del proceso, el 30 de octubre de 1877, 43 detenidos habían fallecido, 12 se habían suicidado y 38 habían perdido la razón. Finalmente fueron llamados a juicio 197 acusados, de los cuales fallecieron otros 4. Los 193 que finalmente comparecieron ante el tribunal dieron al caso el nombre con el que quedó para la posteridad, el juicio de los 193. Ciento veinte acusados boicotearon el juicio y se negaron a asistir a las sesiones. La prensa de la época los llamó “los protestantes”. Entre ellos se encontraban dos de los futuros organizadores del asesinato de Alejandro II, Sófia Peróvskaia y Andrei Zheliávov. Los 73 restantes que permanecieron en la sala del tribunal fueron llamados “los católicos”.

Ni a los “protestantes” ni a los “católicos” les faltaron defensores. Treinta y cinco de los más prestigiosos abogados ofrecieron su concurso a los incriminados, en el más grande proceso judicial que aconteció en la Rusia zarista.

El 15 de noviembre de 1877 Ippolít Mishkin, quien hablaba a nombre de muchos de los incriminados señaló en su defensa: “[…] podemos acaso nosotros soñar en un camino pacífico cuando el poder estatal no solo no se somete a la voz del pueblo, sino que ni tan siquiera desea escucharlo, cuando por toda aspiración que está en desacuerdo con las exigencias del gobierno las personas son premiadas con trabajos forzados. Se puede acaso reflexionar bajo tal régimen sobre las demandas del pueblo cuando este, para expresarlas, no tiene otro medio excepto el motín, que es el único instrumento del pueblo …”. Y continuaba Mishkin en la defensa de su causa, “la acción práctica de todos los amigos del pueblo debe consistir no en desatar artificialmente la revolución, sino en garantizar su exitoso resultado, por cuanto que no es necesario ser profeta para adivinar el fin inevitable de las cosas, la insoslayable sublevación”. (Transcripción taquigráfica de la intervención de I. N. Mishkin ante el tribunal, Squépsis, [Escepticismo], Revista de ciencia y divulgación, Moscú, s.f.)

La defensa de Mishkin terminó en tal batalla campal entre acusados y guardias, que el presidente de la comisión senatorial, Vladislav Zhelejóvski exclamó asustado, “esto es pura revolución”. Mishkin será sentenciado a la pena de muerte en 1885 por lanzarle un plato a un guardia en la fortaleza de Schlüsselburg, donde se hallaba recluido.

El tribunal absolvió a 90 de los acusados. Otros 39 fueron enviados al destierro, 32 a la cárcel y 28 fueron condenados a trabajos forzados por períodos entre 3 y 10 años. Pero al zar Alejandro II no le gustó la decisión del tribunal de absolver a 90 acusados y envío a destierro administrativo a 80 de ellos. El escritor Vladímir Korolenko, 1853-1921, anotó en su autobiografía, Historia de mi contemporáneo: “Esto produjo la más negativa impresión incluso en aquella sociedad que permanecía neutral y, es posible, decidió la suerte de Alejandro II”.

El masivo juicio trajo consigo una gran rabia entre la juventud radicalizada. Muchas personas, y no solo los jóvenes, percibían que la única respuesta del régimen era la policial y esto hizo más propicias las condiciones para que una minoría extremista pudiese orientar el ala más radical del movimiento opositor hacia el terrorismo.

Dos revolucionarios que decidirán la suerte de Alejandro II quedaron libres tras el proceso 193, se trata de Andrei Zheliávov y Sófia Peróvskaia. Según el historiador Tróitski, también quedaron libres N. A. Morózov, M. F. Grachévski, M. V. Langans, T. I. Lébedeva, A. V. Yakímova. “Tres-cuatro años después, [todos] ellos fueron condenados en otros juicios a la horca o a trabajos forzados perpetuos”.

Un punto de inflexión en el proceso de radicalización parece haber sido el hecho que, tras el atentado contra el gobernador de San Petersburgo, Fiodor Trepov, cometido por Vera Zasúlich, una joven de 29 años, el 5 de febrero de 1878, esta fue absuelta por un jurado de conciencia. (El atentado tuvo lugar apenas había concluido el juicio de los 193 acusados). En su defensa Zasúlich señaló que había disparado contra el gobernador –quien sobrevivió– debido a que Trepov, en una visita a una cárcel había ordenado azotar al prisionero político Alexei S. Bogoliúbov, porque este no se había quitado el sombrero ante él, aunque los castigos corporales a los presidiarios estaban prohibidos en el imperio ruso desde 1863. Bogoliúbov había sido condenado a quince años de trabajos forzados por participar en la primera manifestación política de la historia de Rusia, en diciembre de 1876, en la plaza de Kazán en San Petersburgo.

Vera Zasúlich, representó a un nuevo tipo de mujer, cuya vida estuvo dedicada al cambio del sistema en Rusia. Así la recordó en sus Memorias uno de sus ex compañeros, Lev Tijomírov, que pasó de revolucionario radical y miembro de Voluntad popular, a monarquista: “Por su apariencia ella era una nihilista pura sangre, sucia, despeinada, siempre iba desastrada, con unos zapatos gastados, y en ocasiones a pie limpio. Pero su alma era bondadosa, pura y luminosa, excepcionalmente sincera. [..] Ella leía mucho, y era muy atrayente tener trato con ella”.

Turguénev se encontraba en San Petersburgo, en 1878, mientras se llevaba a cabo el juicio a Vera Zasúlich y asistió a una de las sesiones del tribunal. Como observador extraordinario de los asuntos que le eran contemporáneos, el escritor percibió que había surgido un tipo de mujer, desconocido hasta entonces, poseída por un supremo idealismo y dispuesta a llevar a cabo, en busca de su ideal, los mayores sacrificios, incluidos terribles atentados terroristas; eran jóvenes que estaban dispuestas a entregar su vida a la revolución. Unas semanas después, en mayo de 1878, Turguénev escribió un poema en prosa que vale la pena citar aquí por entero. En él, una joven revolucionaria está a punto de cruzar el umbral de su destino. El poema se llama “Umbral” (Porog en ruso):

“Veo un edificio gigantesco.

En la pared delantera una estrecha puerta está abierta de par en par; detrás de la puerta una lúgubre niebla.

Ante el alto umbral una joven está de pie… Una joven rusa.

La niebla inescrutable exuda frío, y junto a la corriente helada sale de lo profundo del edificio una voz pausada y cavernosa.

-Oh tú, que deseas atravesar este umbral, ¿sabes acaso lo que te espera?

-Lo sé, responde la joven.

- ¿Hambre, frío, odio, escarnio, ultraje, humillación, cárcel, enfermedad y la misma muerte?

-Lo sé.

- ¿El total aislamiento, la soledad?

-Lo sé, estoy preparada. Soportaré todos los sufrimientos, todos los golpes.

-No solo de los enemigos, pero ¿y los de los parientes, de los amigos?

-Sí… y los de ellos.

-Bien. ¿Estás dispuesta al sacrificio?

-Sí.

- ¿A un sacrificio anónimo? Tu perecerás y nadie… nadie sabrá ni tan siquiera qué memoria debe honrar.

-No necesito ni agradecimientos ni compasión. No necesito un nombre.

- ¿Estás preparada para cometer un crimen?

-La joven inclinó la cabeza… Y para el crimen estoy preparada.

La voz no reanudó sus preguntas de inmediato.

- ¿Sabes tú acaso -dijo finalmente- que puedes desengañarte de aquello en lo que crees hoy?, puedes comprender que te engañaste y en vano arruinaste tu joven existencia.

-Esto también lo sé. Y de todas maneras yo quiero entrar.

Entra.

-La joven atravesó el umbral y una pesada cortina cayó tras ella.

¡Estúpida! rechinó alguien a sus espaldas.

¡Santa! se escuchó desde algún lado como respuesta”.

Aunque este poema solo se editó en Rusia hasta 1905 –debido a las cortapisas que imponía la censura zarista– copias clandestinas del mismo se distribuyeron muy pronto después de su publicación. (Turguénev, I.S., Obras completas y epistolario, 2da edición corregida y aumentada, tomo 10, Poemas en Prosa, 1878-1883, Porog (Umbral), Moscú, Nauka, 1982, págs. 147-148)

Como hemos podido evidenciar, la terca ceguera del zarismo le despejó el camino a la acción de la oposición más extremista.

Por todo lo anterior, vale la pena recordar la comprensión profundamente humanista que Turguénev tiene de la figura de Don Quijote: “¿Qué representa en sí mismo Don Quijote? La fe ante todo, la fe en algo eterno, inquebrantable, en la verdad, en una palabra, en aquella verdad que se encuentra más allá de un individuo, pero que se le da fácilmente y que exige entrega y sacrificios, y que es posible gracias a la constancia en la entrega y a la fuerza del sacrificio. Don Quijote está todo compenetrado por la fidelidad al ideal, por el cual está dispuesto a someterse a todas las privaciones, a sacrificar la vida, que él valora en cuanto que ella pueda servir de instrumento para la realización del ideal, la instauración de la verdad, de la justicia en la tierra. Nos dirán que ese ideal es extraído por su imaginación alterada del mundo fantástico de las novelas de caballería, de acuerdo, y en eso estriba el lado cómico de Don Quijote, pero el ideal permanece en toda su intocable pureza. Don Quijote consideraría ignominioso vivir para sí, preocuparse de sí mismo. Él vive todo (si se puede expresar de esa manera) por fuera de sí, para los demás, para sus hermanos, para la aniquilación del mal, para confrontar las fuerzas enemigas de la humanidad, magos, gigantes, es decir, los opresores. En él no hay ni huella de egoísmo, él no se preocupa por sí mismo, él es todo abnegación –¡valoren esta palabra!– él cree, firmemente y sin dudarlo. Es arrojado, paciente, se contenta con la comida más frugal, con las ropas más pobres, no tiene tiempo para eso. Humilde de corazón, es audaz y valiente de espíritu […] la fortaleza de su entidad moral (observen ustedes que este hidalgo loco y errabundo es el ser más moral de este mundo) le da una fuerza especial y grandeza a todos sus juicios y discursos, a toda su figura, a despecho de las situaciones cómicas y vergonzosas en las que cae con frecuencia … Don Quijote es un entusiasta, un servidor de la idea y por ello está nimbado por su resplandor”. (Turguénev I. S., Obras completas y epistolario, 2da edición corregida y aumentada, t. 5, Hamlet y Don Quijote, Moscú, Editorial Nauka, 1980, pág. 332-333).

En medio del clima de rechazo a la generación de los que sobran y a algunos de sus más destacados exponentes como es el caso de Herzen y Turguénev, el ensayo de este fue sometido a dura crítica. En la atmósfera extremadamente politizada del reinado de Alejandro II, la opinión antizarista no era favorable a una interpretación de los revolucionarios, que estaban reemplazando a la generación de los que sobraban, como Don Quijotes. En el ala radical quien encabezó ese rechazo fue el crítico Dobroliúbov: “Muchos empiezan a acometer nimiedades, imaginando que en ellas está todo el asunto, o se enfrentan con espectros y, de esa manera, en la acción práctica son habitualmente unos lamentables y tristes Don Quijotes, a pesar de toda la nobleza de sus aspiraciones. La característica distintiva de Don Quijote, tanto la incomprensión del porqué lucha, como del que saldrá de sus esfuerzos, se ve de manera sorprendentemente clara reflejada en ellos”. (Citado en: Turguénev, I.S., Obras completas y epistolario, t. 5, 2da edición corregida y aumentada, Comentarios a Hamlet y Don Quijote, Moscú, Editorial Nauka, 1980, pág. 520).

Aun así, hubo quienes advirtieron el extraordinario contenido moral del ensayo, una suerte de canto de cisne de la generación de los que sobran. Como reseñó el especialista en Shakespeare, Iuri D. Levin, 1920-2006, quien elaboró el análisis sobre “Hamlet y Don Quijote” para la edición de las obras completas de Turguénev que he utilizado en este libro, León Tolstoi fue de una gran opinión sobre aquel ensayo: “El pathos ético del artículo de Turguénev fue altamente valorado por L.N. Tolstói. En carta dirigida a Alexandr Pypin del 10 de enero de 1884, Tolstoi le señaló que a Turguénev le era característica “una fe no declarada [tácita] en el bien, el amor y el espíritu de sacrificio, que le impulsa en la vida y en sus escritos y se expresa en todos sus personajes abnegados y más admirablemente en Don Quijote, en el que el carácter paradójico y la particularidad de la forma lo liberaron del pudor frente al rol de predicador del bien”. Levin nos comparte otro testimonio sobre la valoración que Tolstói hizo del Hamlet y Don Quijote de Turguénev, las anotaciones que al respecto hizo el 23 de junio de 1894, en su diario, V. F. Lazurski, maestro de los niños de Tolstói en su casa solariega de Iásnaia Poliana: “Por encima de todo (en Turguénev) él (Tolstoi) pone a “Basta” [Fragmento de los apuntes de un artista fallecido] y el artículo “Hamlet y Don Quijote”. Mencionó que ha escrito un artículo sobre Turguénev, en el que examina estas dos obras, relacionándolas, (el estado de ánimo de desilusión y después la indicación del camino para liberarse de la sensación de vacío)”. (Turguénev, I.S., Obras completas y epistolario, t. 5, 2da edición corregida y aumentada, Comentarios a Hamlet y Don Quijote, Moscú, Editorial Nauka, 1980, pág. 523).

En un homenaje que le rindiese la juventud en el restaurante Hermitage, en Moscú, el 18 de marzo de 1879, Turguénev reiteró de nuevo los principios que habían orientado no solo su carrera literaria sino también su condición de ciudadano de su país y ciudadano del mundo: “No hay duda alguna que vuestra simpatía hacia mí tiene que ver no tanto con el escritor, que ha tenido la suerte de merecer vuestro reconocimiento, como con el hombre perteneciente a la época de los años 40; ella tiene que ver con el ser humano que no traicionó ni sus convicciones artísticas y literarias ni la así llamada orientación liberal. Este término “liberal” se ha vulgarizado un tanto en el último tiempo, y no sin razón. Ahora, cuando todo señala que estamos en vísperas de, por lo menos, una transformación cercana, legítima y correcta, pero significativa de la vida social, ese término parece algo indefinido y vacilante. Piensas, quién no se tapa con él. Pero en el nuestro, en el tiempo de mi juventud, cuando ni por asomo había vida política, la palabra “liberal” significaba la protesta contra todo lo oscuro y opresor, significaba respeto hacia la ciencia y la educación, amor a la poesía y el arte y finalmente, ante todo, quería decir amor al pueblo, que estando todavía bajo la opresión de una servidumbre sin derechos necesitaba de una activa ayuda de sus hijos afortunados”. (Turguénev, Obras completas y epistolario en 30 tomos, Epistolario en 18 tomos, tomo 16, libro 2, cartas de 1879, Moscú, Editorial Nauka, 2018, pág. 559).

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