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Fotos por Adelaida Porras / @thrashstn

El Kalvo: un grito de libertad

Creció en un pedazo de campo en la mitad de Bogotá. De su madre aprendió el amor por la palabra y la conciencia política; del hip hop, cómo moverse por la ciudad. ‘Algarabías’, su nuevo álbum, condensa su protesta y su defensa de los derechos que están en peligro.​

Santiago Cembrano / @scembrano

Por las calles de El Edén, María Luisa González sacaba a su cabra a pastar. A mediados de los 2000, los vecinos de este pequeño barrio de Bogotá ya estaban acostumbrados a verla arriar a aquel animal de cuernos enormes. María Luisa, oriunda de Ubalá, Cundinamarca, vivía con su esposo Elías Bohórquez en una casa de tres pisos con un amplio patio trasero. Ahí, junto a una vaca, entre un cerezo y un durazno, vivía la cabra. Balaba todas las noches y fastidiaba el sueño de la familia Bohórquez, hasta que se la comieron. 

En 1959, Elías había empezado a construir aquella casa, un piso a la vez. Campesino de Somondoco, Boyacá, fue uno de los fundadores del barrio El Edén, que hoy está cerca de La Floresta, la Calle 100 y el río Arzobispo, pero que en ese entonces era un gran potrero. En esa misma casa crecería Santiago Rojas, el hijo de Andrea, el nieto de Elías y María Luisa, también conocido como El Kalvo: un rapero que con descripciones vívidas, actitud irreverente y críticas políticas contundentes ha forjado su lugar como una de las voces más originales y urgentes del hip hop colombiano.

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Los títulos de sus discos Mr. Chabakán (2015) y Atarbán (2019) sitúan al Kalvo en las antípodas de las buenas costumbres bogotanas. Sin protocolos ni burocracias, escupe la realidad como la ve y la siente. Lo que algunos pueden tomar como irrespeto él lo defiende como sinceridad, sin pantomimas de decencia: crudo. Y eso lo aprendió de su abuelo Elías, en esa casa de El Edén. “La gente del campo es muy honesta y no le tiene pudor a la palabra, entonces va nombrando las cosas como son. Es eso, rapeo sin pudor”, cuenta El Kalvo. Del abuelo, que murió cuando Santiago tenía ocho años, también heredó su carácter dicharachero y el talante mamagallista. Por eso ahora rapea como si mantuviera una media sonrisa que indica que sabe algo que tú no, cierta malicia pícara.

“Mis papás se separaron cuando yo tenía como dos años y eso fue chocante para mí, entonces de chinche fui medio caspa. Como cuando tenía trece volvieron a estar juntos y eso me devolvió mucha tranquilidad. Igual tuve una infancia tranquila, era caserito”, recuerda El Kalvo, nacido en 1991, sobre su niñez en ese pedazo de campo en la mitad de Bogotá. Pero fue un niño grande y a los doce años ya bordeaba el 1.80 m, por lo que pudo callejear temprano y conocer el rap junto con su primo Álvaro, cinco años mayor, que se acaba de mudar con su familia al tercer piso de su casa. Álvaro luego sería Deja Vu, productor con créditos en álbumes de Crack Family y, en general, del rap bogotano.

Antes del rap, El Kalvo ya estaba interesado en la palabra. Su madre lo llevaba a ver cuenteros en el Terraza Pasteur y le ponía Marinero en tierra, un homenaje musicalizado a Pablo Neruda. Pero la combinación de palabra más ritmo más estilo que le presentó Deja Vu, en forma de un casete desgastado de rap local y una canción de Nando Nandez, lo cautivó. Luego pasó a un compilado de rap en español que iba de Violadores del Verso a Cypress Hill. “Eso me voló la cabeza y, para mí, fue una barra muy alta para el rap colombiano. Escuchar mucho rap español y rap boricua fue lo que me marcó el gusto y el criterio”. 

A la par que escuchaba a grupos locales como Octavo Imperio y Quinto Elemento así como a Ariana Puello y Cypress Hill, El Kalvo con trece años ya tenía sus primeros temas, grabados junto con Deja Vu en su estudio casero: un micrófono barato y el computador que acababa de comprar la familia para la miscelánea que había en el primer piso. Cantaba contra el reggaetón y la cosificación de la mujer, los Tratados de Libre Comercio, la violencia en Colombia y la degradación social de pensar solo en dinero y en drogarse. Era un púber idealista y moralista, con una curiosidad política clara. Sus nociones de hip hop las consolidaron los primos yendo con frecuencia a Golpe Directo, el centro cultural de integrantes de Gotas de Rap, a pocas cuadras de la Casa de Nariño. Cuando llegó a noveno grado, El Kalvo ya había participado en tres festivales de Muestras para no delinquir. Con Deja Vu eran Real Supra Fam. Tenían discos con portadas de Paint y producciones en Fruity Loops. Se sentían raperos consolidados.

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Por esa época se mudó con sus padres a La Campiña, en Suba. “Era como un barrio bonito de Suba, pero no por eso era relajado: siempre se sentía la tensión, trataban de probar a la gente de Campiña a ver si tenía las güevas de vivir en Suba”, cuenta. Ese fue su punto de partida para moverse por Engativá, Modelia, Álamos y Barrios Unidos, una vida clase media que le hizo el quite a meterse de lleno en mundos de pandillas y dealers, aun si estaban a su alrededor. En Suba parchaba con hardcoreros y skinheads, pero, aunque su ropa se hizo menos ancha, se mantuvo conectado con la escena del rap del centro. Cuando sus papás se fueron a vivir a Tunja, él se mudó a Galerías, más cerca del núcleo que le interesaba, del centro y Chapinero. 

Yendo y viniendo, El Kalvo fue formando su mapa de Bogotá, a la que describe en su himno “Bacatá” como a una mujer de ruana y guantes de lana que duerme en la buseta mientras choca contra la ventana, pero también como impuntual y buena con las excusas, capaz de tumbar y a la que han tumbado. “Siempre fue hostil, pero uno se acostumbra a andar a la defensiva. Y cuando iba al centro o parchaba en otros lugares no me sentía en riesgo, me sentía protegido por mi indumentaria de rapero”, explica.

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El hip hop se volvió su carta de navegación para orientarse en una ciudad voraz en la que al que se confía lo ponen a perder. Sabía que a los raperos los veían como ratas, que su aspecto podía intimidar, que hacía parte de la calle. Esa lectura de los códigos del asfalto funcionó como su brújula para entrar y salir de Egipto y Las Cruces, para coger Transmilenio hasta San Victorino a vender libros que con sus amigos habían robado en el colegio, y con esa plata comprar discos y ropa. 

¿Cómo plasmar ese mundo en sus letras? Su vida no había sido difícil ni marginal, no le había faltado nada, por lo que no tenía sentido rapear de lo pesadas que eran las calles o de lo dura que era la vida, aun si pesaba la equivalencia rapera de marginal = real. “Yo traté de hablar de la guerra o de la política, no tanto de lo autobiográfico, no había mucho por decir, sino de temas más sociales. Ese fue mi primer acercamiento. Y aunque me costó salirme de ese lugar, desde el principio decidí que no quería hablar de rap ni del oficio de rapear”, dice. Luego de Real Supra Fam fundó Geniales Analíticos en 2008. Tras otros grupos, desde 2015 seguiría principalmente su carrera como solista.

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El Kalvo destaca, además de su capacidad para plasmar imágenes vívidas con descripciones precisas, por cómo aborda la política en sus canciones. “Polombia”, “Champú”, “Polémico y presunto” y “Cómo y cuánto” combinan denuncias implacables con una habilidad para escapar al lugar común. Esta búsqueda de ser un tábano que incomoda y despierta a la sociedad con sus preguntas viene de su madre, Andrea, que trabajó más de veinte años en la Cruz Roja. “Con ella vino una constante conciencia sobre el conflicto armado en Colombia, siempre hablábamos al respecto. Yo me di cuenta desde chiquito de que no se podía confiar en el Estado ni en las noticias, güevón”, explica. ¿Cómo iba a rimar de temas personales si estaba frente a esa ventana llena de realidades que necesitaban rapearse? Estar cerca de tanta información lo impulsó a rapear más: así su vida no fuera violenta, entendía que la de millones de colombianos sí lo era. De ahí, de conocer esas historias, de escuchar esas cifras, surgió la preocupación que todavía mantiene por desmenuzar y catalizar la información y hacerla más digerible con su rap: en eso piensa cuando se arrima a un papel.

"Yo traté de hablar de la guerra o de la política, no tanto de lo autobiográfico, no había mucho por decir, sino de temas más sociales"

Ante ese mundo inclemente, el rap es su herramienta de análisis. Un filtro de humor y crítica que usa como método socrático: no dice qué pensar sino que sugiere, señala, ilustra. Deja las conclusiones al oyente, para que llegue a ellas con una sonrisa. Cada vez todo más caro / Tiene más fruta el champú que el jugo, rapea en “Champú”, una línea que primero te hace gracia y luego te hace reflexionar. Y esa lógica aplica a la hora de describir la idiosincrasia de Colombia y sus habitantes, como lo hace en “Polombia”: Primero el televisor y después va la nevera / Ruegue por que no se enferme porque en la fila se queda. “Ahí es donde está el aprendizaje y el giro nutritivo de la mierda. Ahí hiciste que la persona pensara, no le estás embutiendo un concepto académico o una idea monolítica tuya de que así son las cosas. Al generar el chiste o esas imágenes inesperadas, la gente entiende algo por sí misma”. Él tiene claro qué impacto tienen sus barras. Lo dice en “Atarbán”, una imagen tan precisa que se hace sentir: Voy a derretirte el cerebro como un helado / Pa’ que te lo suerbas como los mocos en piscina / A ver a qué te saben tus ideas mezquinas / Yo ya las probé y tienen gusto a espinillas.

A veces se piensa como periodista de guerra, un cronista que retrata escenas y personajes a ambos lados de la batalla, sin estigmatizar ni enaltecer a ninguno. Avanza en un país en guerra y deja el registro de su experiencia, cuatro cuartos a la vez. Y, como lo aprendió de los cuenteros que lo cautivaron desde niño, vuelve al matrimonio entre rap y literatura, una fusión que le interesa particularmente, como si sus canciones fueran fábulas y él, Esopo. “Me gusta mucho montarme en la película del escritor griego que narraba una odisea que dejaba una moraleja. Me gusta irme a la mierda con historias ficticias y enseñar algo”. Luego duda de si quiere enseñar, piensa en la responsabilidad. Ahí sigue el rap para explorar esas preguntas y contradicciones, para seguir.

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Desde la tribuna que le confieren un papel, un lápiz, un beat, un micrófono y una audiencia construida año tras año con cada canción, disco y concierto, El Kalvo defiende el sentido crítico, la posibilidad de pensar distinto. “Reivindico la capacidad de cuestionar las grandes imposiciones. Creo que la capacidad de opinar y analizar se está perdiendo, estamos en una época de repetir e imitar, eso son los contenidos culturales. Nos acaban de resetear con una pandemia re extraña, todo se volvió más crudo, hay una pérdida total de la privacidad y de los derechos individuales. Estamos despertando de este letargo. No sé la solución, estoy tratando de solucionarme a mí mismo”, afirma.

Su próximo proyecto, Algarabías, un álbum/libro que sucede a Bitute & Galguerías (2020), aborda esas inquietudes. Desde su perspectiva personal busca lo colectivo. Por eso ha empezado a meditar, cultivar su propia marihuana, comer mejor, hacer más ejercicio y pasar menos tiempo en las redes sociales: para estar bien y luego enfrentarse al mundo. Y por ese enfoque colectivo invitó a siete ilustradores a que diseñaran las portadas de cada una de las canciones de Algarabías, producido por amigos y colegas como Hi-Kymon, Ruzto y N. Hardem. Aunque el proyecto debía salir en la primera mitad de 2021, el paro nacional trajo un panorama emocional para él y el país que no se correspondía con el disco que tenía listo. “Toca Bregar”, “Quién”, “Repetir Hasta Coronar” y “Severenda Muchacha”, lanzadas este año, anticipan lo que será, el resultado final.

Con cada canción, El Kalvo escribió una anécdota, un comentario o una observación. Todas juntas resultaron en un libro, que hace que crezca el universo de Algarabías. El álbum/libro será publicado con el apoyo de Rexistencia Hip Hop, luego de que El Kalvo participara en la convocatoria y saliera airoso. Será un manifiesto de inconformismo con el que alzará la voz para defender su derecho a denunciar. Define el libro como un grito para liberar sus ideas con ironía y sarcasmo. Quizás despierte a toda la casa como aquella cabra lo despertaba a él hace tantos años. Y en esa algarabía que generará, y que siempre lo acompaña con su risa estruendosa y su voz que retumba en el espacio, concluye con claridad: “Algarabías es una muestra de resiliencia. Podemos aprender de lo malo y lo denso que nos ha tocado vivir, y salir más fuertes de eso. Sabemos que ya no tenemos miedo de nada, porque ya no tenemos nada”

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Rexistencia Hip Hop es un laboratorio de formación y creación artística para el fortalecimiento de proyectos musicales con incidencia social y comunitaria. Es una iniciativa creada en conjunto entre la Fundación Cartel Urbano y el ICTJ para visibilizar los procesos y proyectos musicales que encuentran en el Hip Hop una herramienta de cambio para sus comunidades y una oportunidad para seguir promoviendo el pensamiento crítico y la libertad de expresión.

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