El blanco es el nuevo color de la violencia
Muchas cosas blancas han hecho de este color protagonista del Paro Nacional: las camionetas desde las que se ha disparado a manifestantes, la ropa de quienes llaman a los bloqueos terrorismo y la pintura con que se han censurado los murales en el país. ¿Cuál es el impacto de esta acción simbólica?
Sin lugar a dudas el color blanco ha sido uno de los grandes protagonistas del Paro Nacional. El 7 de mayo en el sector de La Luna en Cali la minga indígena y CRIC denunciaron ataques con arma de fuego desde una camioneta blanca de alta gama con las placas cubiertas. Esa misma noche, según informó el portal KienyKe, también se denunciaron ataques a la misión médica desde un camioneta Toyota Prado de color blanco. En la misma ciudad, el 28 de mayo en Ciudad Jardín, habitantes de la Comuna 22 sacaron sus armas para disuadir a los “vándalos” que intentaban quemar un CAI. Según el testimonio de Andrés Escobar (uno de los implicados), a pesar de que con banderas blancas se trató de disuadir la acción, los vecinos del sector se “vieron obligados” a usarlas, accionándolas justo al lado de miembros de la Policía Nacional.
Así mismo, en el sector de El Poblado, en Medellín, se pintó el 22 de mayo un mural que decía “Convivir con el Estado”. Este mural, según reportaron medios de comunicación, no duró ni 24 horas. Gente vestida de blanco, bloqueando la calle con sus camionetas blancas y armados de pintura blanca, lo borraron y luego pusieron una franja verde para completar la bandera de Antioquia, todo esto con la escolta de la Policía. Al otro día alguien escribió encima “Gente de bien”.
Por último, están las marchas que tuvieron lugar en varias ciudades del país el domingo 30 de mayo. En Bogotá marcharon por la carrera séptima a la altura de Chapinero y por la calle 26 personas vestidas de blanco, llevando en alto símbolos patrios como la bandera de Colombia y repartiendo margaritas a los policías que los cuidaban en su recorrido. En esta marcha se reclamaba el fin del Paro Nacional y de los bloqueos y se rechazaban los hechos de violencia proponiendo la paz y la no polarización como soluciones.
La predilección por el color blanco por parte de algunos sectores conservadores o de la autodenominada “Gente de Bien” no es nueva en tiempos de movilización social. Ya antes habíamos visto a los marchantes de blanco en movilizaciones como “Un millón de voces contra las Farc”, en 2008 o la marcha del 2016 en contra de la llamada “ideología de género”. Sin embargo, llama la atención que un color que también ha sido usado por otros sectores de la población en luchas reivindicativas, se use en acciones armadas y violentas contra civiles. La sistematicidad de estas acciones y el color, así como su constante llamado a determinada idea de paz hacen de este un fenómeno que no puede tomarse a la ligera. ¿Qué tipo de paz se difunde en estas marchas de blanco? ¿Cómo entender el color blanco dentro de las manifestaciones? ¿Cómo entender las imágenes que nos rodean y el impacto que tienen? Son algunas de las preguntas que surgen con esta circunstancia.
Guillermo Vanegas Flórez, crítico y curador de arte se refiere a este tema como una “Guerra de Colores” y explica que, desde hace veinte años, la teoría del color —y de la propaganda— ha servido para comprender el panorama político colombiano”.
“Desde el momento en que se instauró el régimen uribista, éste se apropió del tricolor nacional para acompañar su proyecto de guerra civil eterna. Dentro de los ejemplos más destacados estuvo la campaña publicitaria Colombia es pasión que, adicionalmente, le metía catolicismo a la cosa: ¡turismo extractivo, banderas, dios y patria por todos lados!”, dice.
Guillermo considera que con las movilizaciones de 21N se empezó a ver un cambio, en tanto algunos grupos de manifestantes empezaron a vestir la bandera de Colombia y a pintar con sus colores los escudos de la Primera Línea, un acto de reapropiación que él define como el retorno del patriotismo “a un rumbo más solidario y menos depredador”. Según explica, con el color blanco sucedió algo parecido.
“La secta en el poder decidió recordarnos que desde hace bastante tiempo secuestró la utilización e interpretación de ese tono en sus acciones públicas” dice este crítico e insta a recordar la antes mencionada marcha del millón de voces contra las FARC, en la que el “dress code” exigía vestir camiseta blanca. “El ejemplo cundió en el futuro. Siempre que los miembros de esa organización delictiva han operado a plena luz visten ese tipo de prendas u otras en color pastel. Verbigracia el atuendo de quien amenazara analfabetamente diciendo ‘¡Plomo es lo que hay! ¡Plomo es lo que viene! ¡Plomo no es negoceo [sic]!’”, agrega.
Este curador de arte considera necesario resaltar que el uso del color blanco sigue una clara teoría de la imagen, en sus palabras, “actualizándolo en una simulación de prosperidad (la del emprendedor que da trabajo y atropella manifestantes), sobriedad (la del ciudadano que pinta paredes ajenas de día) y aparente honestidad (la del pequeño narcotraficante preocupado porque sus vueltas están paralizadas y no ha podido generar empleo)”. Así, según explica, el color blanco ha terminado sirviendo de vehículo para representar el grupo de valores que sostienen ese régimen autoritario, a su juicio “muerte para todo el mundo —no uribista—, pobreza generalizada a todo el mundo —uribistas y no uribistas—, consenso a las patadas y dependencia económica a perpetuidad”.
Por otro lado, entre las reacciones y reflexiones en redes sociales que han surgido en este contexto, está una ilustración del artista caleño David Fayad. En esta pieza (producida luego de lo ocurrido en Ciudad Jardín y Pance, donde civiles armados dispararon a la minga indígena), David habla de la apropiación del blanco como símbolo de paz por personas que profesan odio, racismo, violencia y guerra. Como él mismo apunta, paradójicamente estas personas fueron las mismas que votaron por el NO al proceso de paz en 2016.
“Es una vaina muy fuerte y muy violenta ver cómo usan los símbolos. En el hecho de que las personas se vistan de blanco para disparar hay una violencia evidente, pero también hay una violencia mucho más profunda, la violencia simbólica que es apoderarse a la fuerza y con violencia de los símbolos propios de la paz, de los que todos hablamos y promulgamos”, opina David.
Agrega el artista que la paz y sus símbolos cobran especial importancia en el contexto colombiano por su misma historia, por eso tienen una carga tan fuerte. Para él, “querer hacerse dueños de esa narrativa, pero además transformarla en que quien es pacífico es el paramilitar, es una violencia simbólica demasiado fuerte”, señala.
Para David prestar tanta atención al color es muy importante pues, como él mismo explica, hay decisiones que aparentemente tomamos a la ligera, pero que sin duda están atravesadas por nuestra ideología y nuestro sistema de símbolos. “Esa es la vaina con los símbolos visuales”, dice, “Nunca aprendimos a ver lo que tenemos al frente y con esos símbolos nos manipulan, queramos o no. Somos una cultura muy visual, pero muy analfabeta visualmente. Ese es un cóctel perfecto para ser fuertemente manipulados por las imágenes que no somos capaces de consumir críticamente. Todos estos discursos son muy intencionados y la derecha los usa muy habilidosamente”.
Esos hechos de violencia provenientes de personas que se visten de paz y que han sido tan frecuentes en estos días hicieron que David se cuestionara acerca de ese símbolo. ¿Por qué la paz tiene que ser blanca? fue la primera pregunta que se hizo y a partir de la cual empezó a cuestionar el símbolo desde su propia complejidad.
“Si yo hablo de blanco, lo primero que pienso desde mi sesgo personal es supremacía blanca, o sea, una vaina racial muy fuerte. El blanco como color de la pureza en nuestro marco occidental, donde el ser blanco, la limpieza, la asepsia, lo puro, lo impoluto, lo virginal es símbolo del bien; un bien muy macabro porque es un bien construido sobre la dominación, un bien colonial y bien machista. Me parece que ese episodio tétrico de la gente de Pance disparándole a la minga indígena es el ejemplo más claro de la supremacía blanca, del discurso racista sobre el que está construido este país, el discurso del terrateniente que controla su territorio”, dice.
Por otra parte, el poeta y escritor barranquillero Giuseppe Caputo Cepeda también recuerda otro episodio en el que las camisetas blancas brillaron como insignias de sectores que buscan eliminar la diferencia. Según recuerda en 2016, cuando se aprobó el matrimonio igualitario, tuvo lugar una marcha blanca contra la ideología de género y fue en ese momento cuando dicha “ideología” se convirtió en algo muy visible en la discusión mediática. “Pensaba en cómo muchas veces discursos de violencia que están tácitos, por momentos se vuelven más explícitos. Por ejemplo, ese deseo de que ciertos grupos poblacionales dejen de existir puede ser un deseo inconsciente o muy consciente. Aunque les de vergüenza verbalizar, en marchas así se hacen explícitos”, dice Giuseppe.
Este ejemplo lo usa para establecer un símil entre las intenciones más profundas de ese entonces y las de ahora en el contexto del paro, por parte de ese mismo grupo poblacional que adoptó el blanco como símbolo propio. Según explica Giuseppe en ese entonces se pedía la desaparición de las “cartillas homosexualizadoras”, como si al eliminarlas se eliminara también todo rastro de la población LGBTIQ+. Para él hoy en día ese deseo por aniquilar la diferencia ha trascendido en algunos momentos esas intenciones implícitas para dar rienda suelta a lo explícito que es, por ejemplo, disparar armas de fuego en contra de los manifestantes. De ahí que Giuseppe se refiera a la “limpieza social”.
Lo que para él expresa una “falsa marcha” como la del 30 de mayo en Bogotá es la contraposición a ese “ellos” encarnado en los estudiantes, los profesores, los indígenas, los negros, la población LGBTQ+, la gente pobre y en general cualquiera que represente ideales progresistas o de izquierda.
Agrega el escritor que ahí también entra en juego el discurso que enuncia que “el pobre es pobre porque quiere”. Para Giuseppe si bien, muchos de los que salieron a marchar de blanco ese domingo sí representan a las élites de este país, así mismo muchos otros no son “la gente de Rosales”. Son dos caras de la moneda: “Los que no han entendido que están aplastados y los que directamente se benefician de este sistema que aplasta. Son los aplastados que no se saben aplastados o los que se privilegian de un sistema así”, dice. De ahí que afirme que la homogeneidad que aparenta la camiseta blanca tenga un carácter autoimpuesto que elude las fisuras y discriminaciones de clase que también existen dentro.
Desde su punto de vista, las personas de bien que portan el blanco en sus camionetas y camisetas probablemente no han elaborado un discurso en sí en torno al color o al símbolo. “En una primera capa el blanco se remite a la paz, pero en esta situación no creo que se esté hablando de ninguna paz, sino al contrario. Leyendo las pancartas que decían por ejemplo “Autoridad y no mediación” básicamente se lee una invitación a los disparos indiscriminados contra marchantes y población civil”, dice.
Como prueban los casos mencionados al comienzo, el color blanco como símbolo de paz, entre otras cosas, ha sido cooptado en la coyuntura actual por promotores de racismo, violencia y guerra. Como comentaba David, la violencia simbólica que encierra la apropiación del símbolo es quizá aún más devastadora que la violencia evidente. Como agrega Giuseppe esta apropiación del símbolo, del color blanco, apela a una suerte de intento de “limpieza social”, valiéndose de un discurso a veces tácito, a veces explícito, que le apunta a aniquilar la diferencia.
¿Qué hacer, entonces, ante este panorama? Quizá la conclusión de David nos de luces para seguir. Para este artista no debe ser hacerle luto al blanco (pues, en su opinión, éste no nos ha pertenecido nunca), sino que debemos crear nuevos símbolos que nos representen mejor, que sean fieles a quienes somos. Con el blanco perdido, la ciudadanía convencida de un cambio social debe buscar nuevos colores que hablen de la diversidad de sus movimientos y de su voluntad de paz. Símbolos y colores que no sean impuestos, sino que representen a quienes por años se han visto invisibilizados por los entusiastas de un discurso al tiempo pacificador y violento. De ahí que David sentencie: “A nosotros en las ciudades esta guerra nos afecta en los márgenes más distantes de nuestras vidas. Son las víctimas de esa guerra, del narcotráfico y del paramilitarismo a quienes debería pertenecer la narrativa sobre qué es la paz y no los victimarios”.