Ud se encuentra aquí INICIO Creadorescriollos Que Hacemos Ahora Que Las Estatuas Ya No Estan Una Entrevista Con Julieth Morales
Fotos cortesía: Julieth Morales

¿Qué hacemos ahora que las estatuas ya no están?: una entrevista con Julieth Morales, artista Misak

Hablamos con esta artista feminista sobre los monumentos derribados en el Paro Nacional, así como otras acciones que invitan a pensar la historia desde miradas más amplias. Rituales, performance y reivindicación histórica son algunos de los temas que exploramos en esta charla.

Nicolás Gómez Ospina / @ngospina14

Desde el año pasado hemos visto cómo el pueblo Misak se ha manifestado durante las movilizaciones sociales. Quizás las acciones que más revuelo han generado han sido las que han tenido lugar sobre los monumentos coloniales, acciones que han puesto en el centro de la conversación la pregunta sobre lo simbólico y las narrativas históricas. Así, ha caído el Jiménez de Quesada de la Plazoleta del Rosario y los Sebastián de Belalcázar de Popayán y Cali y en su caída han abierto la posibilidad para renombrar las calles y pensar la historia.

Ninguna de estas acciones es gratuita; son muchas las deudas del Estado colombiano con el pueblo Misak y su memoria. La Constitución del 91 plantea unas reglas de juego para la pervivencia de las comunidades indígenas, pero también limita la autonomía de muchas de ellas al nombrarlas sin un contexto histórico. Solo para dar un ejemplo, podemos mencionar el insulto “guambiano” hacía referencia a la comunidad indígena residente en el resguardo (determinado por la Constitución) de Guambia en el Cauca. Esto ha significado el desconocimiento del nombre real de un pueblo milenario como el Misak que ha encontrado, en el hecho de nombrarse correctamente y otras acciones, formas de resistir ante los embates de un país que, por más pluriétnico que se declare, prefiere la homogeneización de las narrativas históricas.

La obra de Julieth Morales (28 años) da cuenta de estas resistencias. Julieth es una artista Misak que salió de su territorio a los 17 años para estudiar historia en la Universidad del Cauca y se estrelló de frente con una realidad la educación rural no le había permitido analizar. Su ingreso a la universidad garantizado por los cupos que les son otorgados a las comunidades indígenas, le hizo chocar de frente con una barrera en la manera de enseñar y de aprender pensada desde el centralismo y lo urbano.

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Pørtsik (Chumbe) (2014) Fotos: Rodrigo Velázquez, Daniela Tobar

Julieth regresó al resguardo tras un semestre de estudios cursados con un montón de información nueva en la cabeza y la sensación de esa separación que existe entre el resguardo y la ciudad. Dejó la carrera de historia y de nuevo en casa empezó a explorar con el dibujo y la pintura en una búsqueda por nombrarse y representarse como individuo más allá de las fronteras impuestas por el Estado y su comunidad. Allí empezó a retratar su cuerpo desnudo y fuera de las ataduras o chumbes (cinta utilizada para corregir la postura) impuestos por la misma familia de la que hacía parte.

En esa búsqueda por reconocerse, Julieth decidió una vez más emprender el vuelo hacía la Universidad del Cauca, esta vez hacia la academia de arte, para encontrarse con la oportunidad de expresar a través de lo performativo y lo plástico las cosas que tenía guardadas. Hoy en día tiene el cartón de artista que su familia le pedía y regresó al resguardo, desde la comunidad, seguir explorando estéticamente sus límites y retos.

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Hablamos con ella sobre la performatividad detrás de las acciones realizadas por la comunidad y las barreras educativas entre ruralidad, en medio de la coyuntura del Paro Nacional, para entender el trasfondo de esas manifestaciones que han abierto una discusión en el país sobre la resignificación de los espacios y los símbolos por su carrera artística. Una discusión clave en especial ahora que se pone en juego la narrativa del posconflicto y del estallido social que vivimos hace un par de semanas.

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¿En qué se diferenciaba la historia que estudiaba en el colegio del resguardo a la que entró a ver en la Universidad del Cauca?

En todo. Para empezar, que en las clases de historia del colegio solo nos ubican un poco geográficamente. Llegábamos a entender que hacíamos parte de un continente y que vivíamos un país llamado Colombia y se desarrollaba temáticamente en lo que correspondía al departamento del Cauca, pero muy poco. Llegar a la universidad implicó entender temas de economía política. Tengo muy presente a mi profesora de Historia de la Imagen, era la única clase en la que me sentía bien. Yo hasta ese momento no sabía que existía el arte. Solo recuerdo de ese momento la preocupación de no poder entender un libro, de que tenía que leer con el diccionario al lado, eran cosas que jamás había escuchado.

Eso aparte de frustrarme, me mostró que hay algunas falencias importantes en los colegios rurales; uno quisiera al menos tener una biblioteca que fuera un poco más amplia, que pudiera contarnos nuestra historia latinoamericana, nuestra historia colombiana, caucana y como comunidades indígenas que afecta un territorio más general que el exclusivo del resguardo. Ahora como artista también me doy cuenta de que es muy difícil encontrar, así sea en Google, registros de artistas de origen indígena, casi que el único del que se encuentra información fácil es de Carlos Jacanamijoy, que también trabaja con unas técnicas muy clásicas de la pintura.

“Esto que estamos presenciando ahora es el deber de los jóvenes de luchar y darle fuerza esas voces que vienen desde hace tanto tiempo y es lo que nos permite resistir ahorita. Con todo esto del paro ha habido varios tipos de manifestaciones como la tumbada de la estatua, las caminatas”.

 

Hemos visto estas formas de manifestarse por parte de la comunidad Misak que buscan resignificar espacios y tumbar ciertos monumentos ¿Cree que tiene alguna relación con cómo se concibe la historia dentro de la comunidad?

Hay una preocupación de los mayores por la narrativa y la tenemos hace tiempo. Es algo que pensaron las personas en su momento cuando ya muchas comunidades estaban desapareciendo y ya no había suficiente población indígena. De ahí nace la preocupación por la reivindicación del territorio y de las comunidades. La intención de defender los derechos de los pueblos indígenas ante la Constitución, ante la educación. Queremos participar de todo eso y no dejarnos aplacar o borrar. Esto que estamos presenciando ahora es el deber de los jóvenes de luchar y darle fuerza a esas voces que vienen desde hace tanto tiempo, es lo que nos permite resistir ahorita. Con todo esto del paro ha habido varios tipos de manifestaciones como la tumbada de la estatua, las caminatas. Caminatas que recuerdo desde que yo estaba más chiquita; nos íbamos hasta Cali en un acto simbólico de caminar por la carretera. Me acuerdo que cuando mi mamá regresaba de allá me decía que había sido muy bonito porque la gente era muy solidaria al verlos caminar. Esa caminata era por la necesidad de recordarles que existimos, que estamos ahí, que pertenecemos a un mismo territorio y que necesitamos un espacio en lo político.

 

Desde el punto de vista artístico ¿Qué valor cree que tienen los monumentos como símbolos? ¿Cómo deberíamos pensar esas estructuras?

Con muchos compañeros nos hemos sentado a pensar ese valor simbólico que tienen los objetos expuestos y decíamos “¿Qué hacemos ahora que ya no están?” Yo lo pensaba más desde el ritual y pensando por lo menos en el morro de Popayán, que congregaba a muchos caciques y es un lugar sagrado, de ritual, donde se concentran las energías. Decíamos que ahí ya no hacía falta otro monumento de ningún cacique. Creemos que podría ser un lugar más orgánico que pueda congregar nuevamente esos rituales, que congregue a las comunidades y que funcione como un espacio de formación espiritual. Que no vuelva a ser un lugar frío que cuente una sola historia, porque podríamos caer en el error de otra vez solo señalar un aspecto de la historia. Acá en el Cauca habitamos muchísimas comunidades, no es solo nuestra historia, sino mucho más. Pueden ser espacios para congregar. Ahora, en las ciudades yo no sé cómo podría funcionar, pero también podría ser un lugar de encuentro. Creo que esos monumentos tienen una connotación muy violenta para la historia y se encasilla en una sola mirada, en un solo relato. Creo que el objeto simbólico también es difícil pensarlo y nosotros como comunidad indígena tenemos muchas formas de manifestación, desde el tejido y desde la escultura, no solo con esas intervenciones.

“No se trata de que decidieron levantarse, montarse a una chiva, ir a la ciudad a tumbar un monumento y se regresó. Eso también ha sido un proceso de conversar con los médicos tradicionales, ir a la laguna, pensarlo espiritualmente para entender si esa acción va a estar acompañada de ese componente”.

¿Cómo se planean las intervenciones de la comunidad? Entiendo que no son cosas que se piensan de la noche a la mañana.

Exactamente, son ideas que no nacieron este mes ni el año pasado. Son cosas que han estado ahí dando vueltas en el territorio, que se han estado pensando muchísimo y que ya se han buscado otras formas de reivindicar la memoria. Por ejemplo, desde la recuperación de las tierras, cuando la gente, la comunidad, iba a las haciendas y se metía de noche o en las madrugadas y se metía a picar la tierra. Nos íbamos a meter a la tierra y a sembrar porque eran potreros y eran tierras que no estaban produciendo y que la comunidad necesitaba aprovechar porque no había alimento. Era una forma de reivindicación de la memoria y de recuperar ese territorio. Las caminatas que te contaba ahorita, que cuando yo estaba pequeña, por allá serían los 90, empiezan a aparecer estas salidas de manera muy performáticas, muy simbólicas. He estado pensando y este último acto ha estado ahí en la cabeza de nuestros mayores, o sea ni siquiera de nosotros los jóvenes, eso ya viene desde los mayores, solo que ahora ha tomado mucha más fuerza porque ha sido necesario, ha pasado mucho tiempo bajo ese mismo suplicio. Siempre ahí como guerreando y no hay un reconocimiento, es necesario que ese reconocimiento se vea por fuera también, que la gente lo vea. Que se vea esa problemática.

¿Usted encasillaría los ejercicios de la comunidad Misak en la categoría de performance?

Sí. Teniendo en cuenta esa acepción de lo ritual, sí. En tanto que todo nace de lo espiritual. No se trata de que decidieron levantarse, montarse a una chiva, ir a la ciudad a tumbar un monumento y se regresó. Eso también ha sido un proceso de conversar con los médicos tradicionales, ir a la laguna, pensarlo espiritualmente para entender si esa acción va a estar acompañada de ese componente. Antes hay una pregunta sobre si es un acto que va a reivindicar la memoria y a la comunidad, entonces es un proceso muy ritual lo que termina desencadenando la acción. Luego de la acción viene también un proceso ritual de liberar todas estas energías que pueden ser muy negativas, justamente porque a la gente de la ciudad no les gustan y ven mal estas acciones y eso la sobrecarga de energía negativa. Para mí, que siempre he sido muy de estas acciones rituales, lo considero como algo performativo y que va acompañado del ritual.

 

Pensando las acciones realizadas en la hoy llamada Avenida Misak y en las placas puestas, al ser una persona que ha vivido una parte en la ciudad y otra en el resguardo ¿Cómo es esa interacción que tienen los indígenas al llegar a la ciudad?

Eso también me recordaba a los nombres que se les ha colocado a las comunidades indígenas, y que ha sido bastante violento. Desde ahí se ha empezado a resignificar la cultura también. Antes se nos conocían como Guambianos, que es el nombre que la Colonia nos asigna. Desde ahí empieza a una pelea porque se nos reconozca como pueblo Misak y se deriva de nuestra lengua.

“Siempre uno está buscando esa manera de que ese hilo o esa memoria no se pierda; estamos en esa tarea de no dejarlo perder. Al final la manera en la que nosotros interpretemos eso es con la intención de conocer la memoria, no para desconocerla, no para borrarla, ni para modificarla, sino para fortalecerla”
 

Básicamente dijeron como: “los guambianos son los que nosotros decimos que viven allá en Guambia” ¿Cierto?

Sí, no somos nosotros. Da cuenta de esa imposición de la gente que vino de afuera y nos colocó un nombre. Ahorita veo lo que sucedió allá en Bogotá y me parece bien por un lado porque se reconoce que entonces hay una comunidad y que con todo ese acto de resignificación cabe nuestro nombre por ese lado en las ciudades. Supongo que han sido personas de la ciudad, son las personas de la ciudad que le están dando una resignificación a la comunidad dentro del lugar que ellos habitan y que es lo que a nosotros nos tomó mucho tiempo hacer, decir: no somos Guambianos, somos Misak.

 

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Usted como artista que resignifica esos rituales y los deconstruye ¿Cómo ve lo estático que pueden llegar a ser los monumentos y los rituales?

Son necesarias las resignificaciones. Es muy importante siempre revivir la memoria, revivir esos rituales. Es necesario traerlos al presente. Es algo que se requiere para lo que se está viviendo en este momento y creo que por eso es que hemos permanecido también en el tiempo, porque siempre ha habido una constante preocupación por transformar, por revitalizar la cultura. Lo que pasa ahora es que nosotros salimos a las ciudades y no tenemos ese contacto inmediato con la naturaleza, somos nosotros los que tenemos que cargar parte de esa naturaleza en nuestras mochilas, en nuestra maleta, de llevarnos un poco de esa medicina espiritual hacia la ciudad y realizar los rituales en las ciudades para subvertir esa lógica pasiva.

Siempre uno está buscando esa manera de que ese hilo o esa memoria no se pierda; estamos en esa tarea de no dejarlo perder. Al final la manera en la que nosotros interpretemos eso es con la intención de conocer la memoria, no para desconocerla, no para borrarla, ni para modificarla, sino para fortalecerla. Pero, por ejemplo, en la acción que ha sucedido en Cali y Popayán, no hay compañeros que se encasillen dentro del arte, sino que todos coincidimos desde la conciencia de que hay que actuar, porque hay que buscar la manera de señalar esas problemáticas, de evidenciarse. Son decisiones en las que es muy bonito ver que la gente se ha unido con todo, que es un acto que compartimos todos y que gracias a las personas que han estado ahí con esa iniciativa es que se dan.

“De algún modo creo que los mayores han cumplido con la tarea más dura que es radicalizar la cultura y nosotros ahora como jóvenes en la universidad también tenemos la misma tarea”.

 

¿Siente que es necesario abrir nuevos espacios donde repensemos ese tipo de cosas en el marco de una movilización social como la que estamos viviendo actualmente?

Sí creo que sería lo ideal. Uno quisiera poder encontrar por fuera también ese tipo de reflexiones, un lugar donde uno pueda encontrar esos puntos de encuentro, donde coincidan esos pensamientos, donde se busque fortalecerlos, aparte de las universidades. Por fuera de la universidad creo que es muy difícil encontrar ese tipo de espacios, creo que es importante irlos generando y ahora que sabemos más, aprovechar a los jóvenes que nos estamos pensando la identidad; en el territorio, creo que irán surgiendo poco a poco. Creo que ahorita no se ven porque el proceso de luchar también es poco y mucho al tiempo, apenas están surgiendo jóvenes que están abriendo otros espacios en otros lugares y que confiando esperamos que sean muchos y que nos congregue a todos

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Decía algo ahorita muy interesante y es que los mayores siempre se han preocupado por transformar y no modernizar, pero sí estar siempre cambiando para fortalecer y me gustaría saber cómo es eso.

Pues es difícil de explicar, creo. Y me cuesta un poco más porque pues esa tarea la tienen los maestros de la comunidad. Digamos que uno de los sistemas más homogeneizantes que existen ha sido la escuela y la lucha la piensan los profesores ¿Cómo modificar esa estructura tan rígida que llega a la comunidad? ¿Cómo volverla más cercana a la filosofía? Al pensamiento Misak ¿Cómo se transforma eso? Entonces creo que por lo menos en el caso de los maestros se les agradece mucho porque han tenido esa tarea desde hace muchos años, de ir transformando esa educación para que vaya más de la mano de los mayores. Por ejemplo, ahorita en las clases de las escuelas y de los colegios, los profesores siempre están acompañados de los mayores, del taita, de una mama, las matemáticas siempre van a ir de la mano de los cultivos, siempre está la tarea de que cada niño debe tener su propio cultivo, el profesor es quien va a acompañar la cosecha y todo eso, acompañando toda la sombra, desde la siembra hasta la cosecha. Tratan de no desligarse completamente de la tierra, a pesar de que vaya con este conocimiento occidental.

De algún modo creo que los mayores han cumplido con la tarea más dura que es radicalizar la cultura y nosotros ahora como jóvenes en la universidad también tenemos la misma tarea. Muchos nos fuimos en algún momento con la idea de no regresar, de olvidar de algún modo, porque no había un entendimiento muy claro y la adolescencia también hace que se nuble la mirada. Ahora en la universidad nosotros tenemos ese deber de aplicar con una mirada más amplia lo que sucede afuera del resguardo. Por eso decidimos ir a vivir en los resguardos, regresar, compartir ese nuevo conocimiento y pensar cómo, a partir de ahí, vamos a fortalecer nuestra cultura, fortalecer el territorio. Antes no había muchos estudiantes y pienso que por eso tampoco había muchos espacios en los que uno pudiera discutir, pero ahora hay más jóvenes que hemos tenido la posibilidad de estudiar y creo que hay otros jóvenes que han salido a estudiar no con la idea de dejar el territorio sino todo lo contrario, hay algunos que han salido con la convicción desde un inicio de fortalecer la cultura. Otros, como a mi, pues me ha tomado más tiempo comprender eso y pues he tomado el camino más largo, pero pues bueno todo termina aquí.

 

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