Sobrevivir en la sociedad del rebusque
Transmilenio y su flota de casi mil quinientos buses es el principal sistema de movilidad en Bogotá. Pero es, sobre todo, el escenario de una economía marginal y el punto de acopio de dinámicas sociales que los pasajeros a veces ignoran.
Germán era uno de los raperos que iniciaba y finalizaba su jornada en el Portal Tunal. Se montaba en los buses articulados para conseguir dinero o algo de comer para su familia. Una noche, terminando tarde su día de rebusque, le asestaron 16 puñaladas. Su padre y su hijo, quienes dependían de él, quedaron desahuciados. Decidieron —a falta de mejores oportunidades en la ciudad— tomar el parlante, el micrófono y la ropa de Germán, y lanzarse a engrosar la tropa de vendedores, cantantes, humoristas, músicos, improvisadores, cuenteros, entre otros, que a diario encuentran las lucas para sobrevivir ofreciendo lo que saben hacer de manera informal en el transporte público.
La historia de Germán es apenas una entre miles. Y no por eso carece de importancia.
Con más de dos millones de viajes diarios, Transmilenio y su flota de casi mil quinientos buses es el principal sistema de movilidad en Bogotá. Dentro de estas cajas de metal se consolida una economía fuera de los márgenes, asimismo se construye una sociedad del rebusque: se juntan minuto a minuto miles de personas de distintas latitudes del país —y del mundo— que decidieron, por diferentes y múltiples circunstancias, hacer de esas cajas móviles sus tarimas y espacios laborales. No solo se canta o se vende: se conversa, se crean amistades y también se gestan enemistades, por supuesto, con la policía, con otras personas, con los pasajeros.
La mejor forma para describir y descubrir la ciudad es recorrerla, y una manera efectiva de atravesarla es sumergirse en ese sistema que prohíbe las fotos y criminaliza las transacciones pero que, sin embargo, está lleno de música y comida. Muchos músicos se paran frente a los pasajeros para presentar su oficio y reciben a cambio, en una gran cantidad de ocasiones, miradas de reprobación y fastidio: parece que muchos espectadores se comieron —nos comimos— el cuento de las campañas institucionales según las cuales lo corrupto es colarse y rebuscarse la plata en el transporte público, mas no las políticas gubernamentales truculentas, los proyectos inacabados, la incapacidad de ofrecer una forma de transporte digna y, entre muchas otras cosas, la inasistencia social.
La historia de Germán es apenas una entre miles.
La historia de Germán comparte tarima con la de Jahz, una mujer de 25 años que responde por su mamá, su hermana y su sobrina cantando rap conciencia; con la de Jimmy, de 19 años, quien puede llegar a hacerse noventa mil pesos en una jornada larga para gastárselos —con todo su derecho— en lo que se le dé la gana, por ejemplo echando chorro en la Primera de Mayo y pagando la habitación en la que vive; o con la de Paula, que se viene a Bogotá desde Villavicencio con su pareja para trabajar tres días a la semana y con la plata que esto le supone sobrevivir. Porque las historias de Transmilenio son, entre otras muchas cosas, eso: supervivencia.