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Los cantos originarios de los Nukak y Jiw que difunden la lengua nativa

El desarraigo entre estas comunidades indígenas, cuyas poblaciones disminuyen año a año, se combate desde la música que heredaron los jóvenes de sus antepasados. Armados de sus flautas de carrizo, abandonan temporalmente sus resguardos para llegar a escenarios donde transmiten su cultura a través de líricas en guahibo, como sucedió en la reciente edición del Festival Centro, en Bogotá.

Andrés J. López / @vicclon

El Festival Centro, organizado por la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, cumplió su novena edición como un evento en el que se confunden los diferentes sonidos de rock, rap, salsa, electrónica, jazz y música llanera. También, en sus escenarios, hubo espacio para los sonidos autóctonos que tiene nuestra geografía nacional y, en esta edición, la organización incluyó a la agrupación Linaje Originarios, reconocida por su mezcla de rap y Lengua Embera Chamí y que ya ha participado en eventos como la Batalla de Gallos de Red Bull. Pero expandiendo aún más el horizonte de aquellos sonidos que hay en el territorio colombiano, la organización se preocupó este año por incluir en la programación a miembros de las comunidades Nukak Makú y Jiw, quienes salieron de sus resguardos y le ofrecieron al público bogotano una muestra de su música originaria.

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De los Nukak Makú, la última tribu nómada de Colombia, sabemos que fueron descubiertos casi medio milenio después de que los europeos llegaran por primera vez a América. Ese hallazgo representó una ventaja para los científicos, periodistas y antropólogos, pero no tanto para los integrantes de la comunidad indígena. Desde ese momento, cuando entraron en contacto con una civilización desconocida, se enfermaron y murieron a causa de enfermedades contraídas, como la gripa. También su cultura se vio afectada en su momento, y hasta hoy en día, por la implementación de la lengua castellana, el dinero y hasta la ropa de marca. Un censo realizado por el DANE en 2005, reveló que el número de Nukak estaba alrededor de los 1.080; en 2012, se estimó que quedaban menos de 500, un número que en la actualidad sigue descendiendo.

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Estos indígenas se encuentran principalmente en el departamento del Guaviare, donde también habitan los Jiw o Guayaberos, otro pueblo que también se ha visto afectado por el contacto con la civilización, pues, según un artículo publicado por el Ministerio de Cultura, solo el 61,89% de la población habla el guahibo, la lengua autóctona. Hoy en día los más jóvenes no se interesan por aprenderla o por la falta de practica la terminan olvidando.

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A pesar del panorama poco favorable todavía hay quienes, desde las entrañas de sus comunidades, luchan por preservar su cultura y costumbres, para lo cual cuentan con el apoyo de organizaciones como el Fondo Mixto de Cultura del Guaviare. Fue precisamente esta organización la que ayudó a que miembros de estas comunidades tuvieran presencia en la recién terminada edición del Festival Centro. “La organización ayudó a traerlos, pues el año pasado ya habían invitado a miembros de los Tucano, del Vaupés. León David Cobo, encargado de la curaduría del evento, ha estado con distintas comunidades indígenas, conoce su trabajo y por eso quiso volver a tener este tipo de música”, comenta Blanca Ligia Suárez, gerente del Fondo Mixto de Cultura del Guaviare. Esta organización fomenta a los llaneros a involucrarse con instrumentos como el arpa, el cuatro y las maracas, pero también lucha por preservar la diversidad de los pueblos indígenas de la región a través de la comercialización de sus artesanías y la difusión de su música en lugares distintos a sus resguardos, como lo son los escenarios musicales en Bogotá.

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“La música y los bailes que hemos hecho desde chiquitos han sido enseñados por nuestros antepasados. Así han pasado de generación en generación y nosotros seguiremos con nuestros hijos”, dice Juan, de 15 años, miembro de los Jiw y uno de los pocos de la comunidad que habla español. Los canticos que se les escuchan son en su lengua nativa, el guahibo, y se refieren a la naturaleza, el amanecer, el atardecer y los cerros. Por el contrario, evitan cantar sobre problemas y hacerle daño a alguien más. “Nos gusta que ante todo haya respeto. Si alguien no lo hace es amarrado cuatro horas bajo el sol o la lluvia. Pero si sigue molestando el castigo se extiende a un día o dos”, explica.

Como los Jiw, los Nukak también tratan temáticas similares, pues le cantan al trabajo, la tradición, el conocimiento y la vida en familia. Tampoco hablan de rabia o conflictos. Ambas comunidades organizan fiestas con los respectivos clanes de su etnia, en los cuales muestran sus cantos y bailes. Los representantes de cada uno los clanes van a todos los resguardos, de modo que así se genera una circulación artística. Nada es impuesto y la música se le enseña al que quiera. En los Nukak, las mujeres suelen cantar mientras los hombres tocan la flauta de carrizo, un material usado también para la elaboración de canastos y vivienda. Los Jiw también usan el carrizo, aunque es tocado únicamente por el líder de la agrupación, el mismo que les enseña a tocar; las mujeres se enfocan en los bailes.

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“Ahora escuchamos la música de los blancos, como el vallenato y el reguetón, pero eso sí lo mantenemos separado de lo que hacemos”, cuenta Joaquín Nibe, nukak de 31 años. Pero este no es el caso de todos y varios se quedan con los sonidos ajenos a su cultura ancestral. “Hay algunos niños a los cuales no les gustan las culturas indígenas y se la pasan en la calle. Ya no recuerdan las canciones y han ido perdiendo la lengua”, agrega Juan sobre un desarraigo indígena que es posible evidenciar en diferentes comunidades del país.

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Haciéndole frente a este desarraigo, los grupos musicales de ambas comunidades se presentaron en el segundo día del Festival Centro. Como explican, estas presentaciones afuera de los resguardos ocurren solo cuando son invitados, y nunca por iniciativa propia. “Nuestra labor es propiciar espacios donde ellos se presenten, pero [los indígenas] son muy tímidos, sienten miedos y varios no le encuentran importancia a eso —explica Blanca Ligia—. Ellos sienten temor por las demás culturas y tienen un estigma muy grande por ser indígenas. Es un peso muy fuerte que no les da beneficios sino dolores”. A su parecer, en esta problemática también influyen algunas organizaciones que les hacen creer a las comunidades que terceros se lucran por ponerlos a cantar y bailar en un escenario.

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Joaquín Nibe. Miembro de los Nukak.

 

 

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Juan. Miembro de los Jiw.

 

 

Desde su experiencia apoyando a estos pueblos, la gerente del Fondo Mixto de Cultura del Guaviare reclama que exista un apoyo estatal para las comunidades indígenas y así mermar su abandono y “alargarle la vida a estas tradiciones”. Joaquín agrega que esta problemática se sale del ámbito cultural y nada ha cambiado desde que su pueblo fue desplazado por las Farc, a comienzos del 2000. “Nosotros, los desplazados, no tenemos territorio y por eso no podemos cultivar, pescar y recolectar. Siempre hemos querido regresar pero para eso necesitamos seguridad y un territorio garantizado y desminado. También queremos salud, educación y aún no nos han dado nada”, cuenta Joaquín. Según explica este indígena, el año pasado crearon una organización llamada Mauromunu que precisamente busca reclamar lo que el Estado aún no les ha dado. Por ahora, son ellos mismos los que pelean, por medio de cantos y bailes, para mantener vivas sus tradiciones milenarias, sea en el país que los ha olvidado o en sus propios resguardos.

 

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