
Coleccionistas de cráneos
Un muro hecho de calaveras es el principal atractivo turístico de Biru, un municipio chino ubicado en la prefectura más grande de la Región Autónoma del Tibet. Está conformado por casi mil cráneos y es el resultado de un extraño entierro en el que ofrecen cadáveres a los buitres para que los despellejen. No caben dudas: un continente lleno de rarezas.
El ‘Biru Skull Wall’ también es conocido como el ‘Dodoka Skull Wall’ porque está situado dentro del monasterio tibetano Dodoka, un complejo que alcanza los 4 mil metros cuadrados. Asimismo, los monjes que viven en él tienen una importante función en los ‘entierros en el cielo’: además de ofrecer los cuerpos sin vida a los buitres para que hagan de las suyas, deben recoger los huesos, machacarlos, mezclarlos con harina de cebada, té y mantequilla, y luego dar este revoltijo a la aves para que se alimenten.
Por supuesto, previo a todo este proceso, los religiosos ya han separado y colocado los cráneos en el muro.
Fotos: Lyle Vincent y Chinayak
Estos ‘entierros en el cielo’ se practican sobre todo en el Tibet y, en menor medida, en China y Mongolia. El budismo los justifica a través de uno de sus principios fundamentales: la bondad hacia los animales. Meg Van Huygen, autor del artículo Give My Body To The Birds: The Practice of Sky Burial, lo resume así:
“Si tu cuerpo es tan solo la cáscara de tu espíritu, el cual de todas formas va a reencarnar, entonces podrías ayudar a otra criatura”.
Es evidente, por la zona en la que se encuentra, que el ‘Dodoka Skull Wall’ no es ajeno al budismo, pero esto no es suficiente para resolver el misterio de por qué empezó a conformarse.
Foto: Chensiyuan
Existen dos teorías al respecto: la primera, que hace décadas, el Buda viviente quería construir un monumento que recordara a la gente la ‘impermanencia’ en este mundo; la segunda, que data de principios del siglo XX, es la historia un niño tibetano de ocho años que presenció el asesinato de tres personas. El hecho lo traumatizó a tal punto que el Buda viviente tuvo que acogerlo en el monasterio Dodoka para consolarlo. Años más tarde el chico, convertido en especialista en ‘entierros celestiales’, empezó a conservar las calaveras como amuleto para repeler el shock que había sufrido en su infancia.
El Buda viviente quería construir un monumento que recordara a la gente la ‘impermanencia’ en este mundo.
En 1965, durante la Gran Revolución Cultural, estos entierros fueron abolidos y apenas hace diez años empezaron a realizarse de nuevo. Las diferentes acciones de los monjes y una política gubernamental que busca proteger reliquias como esta lograron que así fuera.
Fuente: Atlas Obscura