
Aérea Negrot: la dama latina del techno europeo
Esta artista transexual venezolana hizo parte de la reconocida banda Hercules and Love Affair y hoy como solista, entre el techno, la atmósfera de cabaret y el house, figura en la nómina de BPitch Control, el sello discográfico de Ellen Allien, emperatriz de la escena electrónica en Berlín.
Entre las muchas cosas que borró la Tragedia de Vargas —la inundación que sufrió la costa venezolana hacia el final de 1999— estaba la partida de nacimiento de Danielle Gallegos. Convencida de que no pertenecía a su país natal se fue a Porto, donde vivía parte de su familia. De ahí partió hacia Ámsterdam tras el amor de un azafato que trabajaba en la KLM. No funcionó, así que Danielle, de apenas 17 años, terminó cantando por dinero en la Estación Central de Ámsterdam. Al regresar a Caracas, un tiempo después, empezó a coquetear con la escena electrónica por medio del cabaret y subió por fin a unos tacones para cantar: Aérea Negrot había nacido.
Retomó su camino en Holanda y de ahí se fue para Londres, ciudad en la cual recibió entrenamiento formal de canto hasta que le cerraron el paso. Según uno de los profesores, con 24 años Aérea era demasiado vieja para iniciar clases en el conservatorio. En un último gesto del azar, de nuevo tras el amor, Aérea se fue a vivir a Berlín. “Hay fuerzas que te empujan por ciertas vías —dice— y las puedes usar como muletas para apoyarte. No lo llamaría azar o destino: lo llamaría atajos, quizás”.
En la capital alemana, a la salida de un concierto de Antony and the Johnsons, Aérea conoció a Andy Butler, líder de Hercules and Love Affair. Un par de años después, Butler, impresionado por lo que escucha en el demo de Aérea, la invita a participar en el segundo disco de su banda.
Tu vida ha estado en constante transición: tu género y el de tu música, los países donde has vivido… Casi pareces ir en contra de una identidad, ¿no?
Yo estuve en la antesala del carnaval de Barranquilla y me pareció súper especial la preparación: los rituales, los trajes típicos, el maquillaje, el barro. Me quedé pensando “¿qué habrá allá en Venezuela que represente algo similar?”. Yo soy de la costa, de La Guaira, y por supuesto me encantaría salir con unas alpargatas y un vestido de Tamunangue y ser la negra Lorenza. Pero es que yo nací en una época en que quizá ya eso había muerto un poco. Mi ritual sería mucho más auténtico si fuera sobre Jem and the Holograms o Punky Brewster.
Vengo de una familia de blancos, zambos, negros… una cajita de colores que no solamente contiene músicos y bailarines, sino además amantes de la música en general y todos oían cualquier cantidad de cosas al día. Eso violó mi identidad. Todas las identidades vienen de la violación, digo yo. Es el caso de Latinoamérica: cuando llegas a una tierra nueva y violas a todo el mundo, y luego traes a otro grupo para que nos vuelvan a violar, en algún momento va a nacer una generación que no está tan arraigada al entorno.
Esta es una búsqueda perenne: no de dónde vengo sino a dónde voy.
Yo creo que esa es la identidad. El coco es mi identidad, el patacón, la guayaba. La guanábana es mi identidad, pero con un poquito de techno.
Después de todo lo que viajaste, terminaste en Berlín, donde pareces haber encontrado tu lugar. ¿Qué fue lo que encontraste en Berlín que no había en Venezuela?
Para serte one-hundred-percent-honest, yo sigo buscando. Berlín para mí ha sido una plataforma y también la forma mas fácil de representar en qué lugar me gustaría vivir por la cultura: la gente es tan distante que te permite ser tú mismo. Pero al mismo tiempo te das cuenta de que esa misma distancia es el problema que tienes con la ciudad. Ya yo hablo alemán, pago mis impuestos, separo mi basura, insulto a mis vecinos, ¡y soy rubia! Pero esa búsqueda continua: Berlín no es mi última estación.
Venezuela sigue siendo parte fundamental de mi vida, mientras crezco me he puesto súper melancólica pensando en ella, en la situación por la que está pasando. Me habría gustado que la situación me hubiera permitido volver y estar allá, más cerca de los míos. Pero creo que el asunto exacerbó el miedo que ya yo tenía de Venezuela, de una cultura tan machista.
La música electrónica está históricamente atada a la comunidad LGBT, a la liberación sexual de los setenta y, ¿por qué no?, un poco al discurso político. ¿Ves tú en las pistas de baile el espacio que debería retomar una comunidad?
Yo creo que a medida que la comunidad LGBT… QITSR… se ha hecho más visible, más palpable, se han mezclado más los espacios que exploran la sexualidad y la apertura mental. Tanto en clubes como en eventos veo que incluyen toda la gama de sexualidades, de tipos de gente, toda su paleta de edades, color, razas, idiomas. Esa es la gran tendencia en comparación con otros años en los que parecía una cosa estrictamente de origen sexual. Me parece que la gente joven que ha tenido la oportunidad de ver y conocer lo que es ser gay, lesbiana, transgénero, straight, bisexual, está aportando y se está lanzando a abrir mucho más su espectro de lo que es la vida nocturna. La noche ya no juega el rol fundamental de dividir las personas sino más bien de unirlas.
¿Por qué hacer música electrónica?
Tuve la dicha de crecer con Michael Jackson como una gran referencia, y con muchas estrellas del rock de Venezuela como Melissa. La mayoría de nosotros que pertenecemos a la edad de los 40 crecimos con esa imagen un tanto anárquica, liberada, sin sexualidad, como el barón Ashler de Mazinger Z, este villano que era mitad hombre mitad mujer. Hay cierto nivel de identificación con estos personajes que se salen de lo que es estándar. Yo vengo de una familia de bailarines y siempre pensé que iba a bailar toda mi vida, hasta que oí por primera vez ‘Gypsy Woman’ de Crystal Waters en la radio. Fue mi primera experiencia con el house y fue para mí… yo lloré en ese momento. Tenía como 9 o 10 años y fue mi primer contacto con la música electrónica.
Años después, con Milton Fermat y DJ Fata, comenzamos a experimentar un poco más. Trabajamos con Fruity Loops (FL Studio), comenzamos a hacer música para performance, para clubs en Caracas, y de ahí me atreví un poco a hacer música. Al principio eran solo beats, hasta que empecé a usar el propio micrófono y mucho, mucho después —después de que me negaran la entrada a un conservatorio— fue que me dediqué a sentarme en el piano y a hacer acordes y progresiones.
Tu música es espontánea: hay momentos muy dramáticos y otros que imitan situaciones ridículas como ‘Listen to the People’, con los que corres el riesgo de que no se tome en serio. ¿Qué tanto te importa esto?
Por ahí en The Guardian un periodista escribió algo así como “Aérea Negrot trata a su publico con inteligencia” —lo que me pareció por supuesto un halago— “y su autenticidad ha probado ser a veces un suicidio artístico”. Yo pienso que para comenzar a hacer algo nuevo tú tienes que morir, no suicidarte, tal vez matar tu propio personaje. A mí, como ser humano, no me interesa estar en un solo lugar. Es de estabilidades y de desestabilizarte, de tener una fuerza femenina pero al mismo tiempo ser un carácter masculino.
Me gustaría experimentar con otras cosas, hacer un álbum solo a capela, con humor: siempre tiene que haber humor, y quizás con esa misma vulnerabilidad, el miedo a sentirse desnudo, frágil ante los otros. Eso es una cosa muy latinoamericana, no decir “me duele algo” sino “¡mira estoy sangrando y perdiendo el pelo!”.
Cuando pequeña querías ser traductora y ahora en tus canciones intercalas varios idiomas. ¿Cuál es la importancia de las lenguas para ti?
Yo creo que los idiomas, obviamente además de lo escrito, son sencillamente un sonido. Yo no veo las palabras como un concepto sino como expresión, como dinámica. Es por eso que cuando la gente “eu falo portugués…” entonces como que “¡ay!, ella me está diciendo algo, me está seduciendo”, pero cuando “¡ich weiß was ich sage!”, es como “mira: yo sé lo que te estoy diciendo”. Es jugar un poco con ese hincapié. Es buscar cada sonido, mucho más en la música electrónica, porque yo no oigo una beat machine y “ah, esa es una LinnDrum blablablá”. Yo oigo qué color, qué lenguaje, qué es lo que me está diciendo el beat. Si es del sur entonces hablo en alemán: ¡no seas predecible!, esa es mi teoría. Si quieres cantar una samba, ¡cántala en alemán! Es desafiar un poco el oído.
Gran parte de lo que haces es el cómo te ves: vestimenta, pelo, cuerpo, adornos. ¿Por qué es tan importante la imagen para ti?
La imagen siempre representa a una persona. La música no se huele ni se ve, pero se siente, mientras que la imagen es la contraparte del sonido. Muchas personas que conozco siento que me están cantando con el cuerpo, cómo se mueven, cómo interactúan.
En uno de mis trabajos más recientes hice una banda sonora para una película que se llama Fluidø, estrenada en la Berlinale la semana pasada. Es una película sci-fi porn. Traducir esos movimientos y esa imagen tan imponente pero al mismo tiempo tan explícita fue una de las cosas más mind-opening porque una escena de sexo tiene un sonido específico, un beat específico, y tomar todo eso y convertirlo en una cosa completamente nueva y futurista fue para mí uno de los ejemplos de: mira el cuerpo y lo que te dicen los rostros, lo que te dice una pintura de labio corrida, lo que te dice una persona que no tiene dientes y lo que te dice una persona que está comiendo.
Uno podría pensar que tienes una relación complicada con el baile ya que es una herencia familiar y la relación con tu familia, por lo que uno escucha en ‘Todeloo’, es difícil. También está el problema que tuviste en la rodilla que te impidió seguir con el ballet. ¿Cómo es tu relación con el baile?
Yo tengo un problema con los estándares, con el baile, no como baile, sino como ballet. Yo tomé clases de ballet diarias, hice una dieta súper estricta. Este tipo de cosas corporales me han pasado mucho: tuve un accidente con una mano recientemente, una vez en un tobillo, otra en la rodilla. Son partes muy específicas del cuerpo, articulaciones súper importantes. Mi cuerpo consigue estas formas de decirme: “no, mira, no seas tan así con tu cuerpo, no seas tan auto-flagelante”. La pasión tiene a veces que ver con esa parte auto-flagelante, esa parte de trabaja sin cesar, de no pares porque quieres hacerlo, pero tu cuerpo se queja.
Yo creo que lo de la rótula me hizo la carrera prácticamente, porque mi palabra siempre fue la música pero no conseguía meterme en lo correcto: yo pensaba que era baile y tarde o temprano me di cuenta de que la batuta es la música, al crear música tú estas creando el ritmo al que se baila. Así como la rodilla y la mano, pasan cosas que te hacen caer en cuenta, muchas veces las generas con tu propio cuerpo, con tu misma actitud. Tú sí influencias lo que está pasando alrededor. Al final te ayudan a darte cuenta de qué es lo que quieres hacer de verdad independientemente de que haya pasado porque tenía que pasar.
Seis años han pasado desde que sacaste tu primer disco. Ahora, ¿qué planes tienes para el futuro?
Después del primer álbum quedé con una gran duda, porque no solamente puedes sentir a nivel creativo sino tienes que pensar: ¿en qué camino quiero ir? ¿Quiero hacer el segundo disco, quiero irme de tour, ser Dj, ser actriz? Hice el segundo álbum y me comió tanto la cabeza que tuve que hacer un tercer álbum y entonces el tercero lo voy a lanzar de segundo. Todo el mundo me está jalando las orejas, “¡dámelo, dámelo ya!”, pero yo creo que 6 años está bien para que te salgan los dientes de hueso.
Todo artista te va a decir que el segundo álbum es el más difícil porque la gente siempre espera algo de ti. Y claro: si vas a hacer otro álbum, hazte un tercero de una vez y hazte un puente entre el primero y el segundo. Es matemática, ¿no? Éste nuevo trabajo yo no diría que es menos espontáneo que el primero, pero es mucho más feliz. Yo no quiero cantar lo mismo siempre, yo no quiero ser una diva, las divas terminan siempre mal y solas. Yo quiero ser… yo quiero ser. Quiero divertirme, quiero ser como El General, el de “El Funkete”, como Wilfrido Vargas: una persona que quiere lo que hace y al mismo tiempo lo disfruta.