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Fotos por Adelaida Porras

Volver a las calles para exigir justicia: así fue la quinta marcha trans

El pasado viernes, y esta vez por fuera del Santa Fe, la comunidad trans salió a manifestarse en contra de los de asesinatos, violaciones de derechos humanos y agresiones que se han acrecentado con la cuarentena.

Daniela Pomés Trujillo / @danipomes

Eran las cuatro de la tarde y el sol brillaba con fuerza después de varios días de lluvia. Integrantes de la Red Comunitaria Trans, trabajadoras sexuales, mujeres, hombres, maricas, lesbianas, travestis, personas de todos los géneros e identidades, gente del barrio que paseaba a sus perros y unos cuantos curiosos se daban cita en la Torre del Reloj del Parque Nacional. 

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Mientras la gente iba llegando al parque, detrás, en la zona donde están las canchas de tenis, esperaban parqueados dos buses de policía llenos de agentes. Algunos miembros del ESMAD miraban desde lejos mientras fumaban o hablaban entre ellos. A un lado descansaban escudos y cascos, dando la sensación de que subestimaban el poder de convocatoria de la comunidad trans o incluso el poder de la misma marcha. 

(Lea “Esta vez no nos van a callar”: apuntes sobre la cuarta marcha del orgullo trans)

Pasada media hora el imponente Transinflable de color rojo ganaba protagonismo a medida que se iba llenando de aire. Mujeres y hombres transgénero recorrían el espacio ofreciendo botellas de agua y alcohol en gel entre los asistentes, mientras recomendaban hacer uso del tapabocas apelando al cuidado mutuo. Juli, Yoko, Daniela, Alexa y otras integrantes de la Red organizaban la logística y ultimaban detalles mientras entonaban cantos, casi siempre haciendo mención a Alejandra y a las condiciones que rodearon su muerte. 

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El 29 de mayo a las 3:00 am murió en su habitación Alejandra Monocuco, mujer trans y trabajadora sexual del barrio Santa Fe. Según han denunciado desde la Red Comunitaria, a Alejandra la mató la transfobia institucional, pues cuentan que una ambulancia le negó el servicio de emergencia luego de saber que esta mujer era trans y vivía con VIH. Pasaron más de quince horas antes de que se hiciera el levantamiento del cadáver. Aunque la Secretaría de Salud afirmó que una de las mujeres que estaba con Alejandra en ese momento había firmado un desistimiento de traslado, días más tarde la misma Secretaría reveló que no había sido así y que habían cometido un error. “Alejandra no murió, a Alejandra la mataron”, era el grito que resonaba el viernes por encima de megáfonos y equipos de sonido.

“Nos están exterminando porque no encajamos en sus categorías de orden y limpieza”, respondía Juli Salamanca a la pregunta que alguien le hacía sobre el porqué de la marcha. Mientras tanto desfilaban por el parque los cuerpos disidentes que se sumaban a la manifestación. Piel, pezones, culos asomados por debajo de minifaldas, transparencias, pelucas, maquillaje, pancartas y banderas del movimiento componían el paisaje. 

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De golpe la rotonda que rodea la Torre del Reloj estaba atiborrada de gente. Una niña se robaba la mirada de medios de comunicación, participantes y transeúntes por su atuendo. Llevaba un tapabocas con franjas rosadas, blancas y azul claro, igual que su chaqueta; los colores que simbolizan la elección del género y la transición. La acompañaban un hombre y mujer cisgénero y una pancarta que decía: #YoMarchoTrans.

Por otro lado, se veía a una mujer transgénero ondear con vehemencia una bandera trans como si se le fuera la vida en ello. En un momento de agitación se fue de rodillas al piso y sin parar nunca de agitar la bandera gritaba: “A Alejandra la mataron, que lo sepa el mundo entero, que aquí nos están matando, nos están persiguiendo a las mujeres trans”. Durante todo el recorrido no dejó de flamear la bandera. 

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Cuando el Transinflable estuvo listo sobre las seis de la tarde, las organizadoras de la marcha empezaron a vocear que ya era tiempo de arrancar y mientras la gente se organizaba detrás de los brazos que alzaban la estructura roja y luminosa. Ya sobre la carrera séptima se podía apreciar mejor la longitud de la manifestación. Al comienzo la marcha ocupaba más o menos tres cuadras. 

En la parte de atrás alumbraban las sirenas de las patrullas de policía, mientras un ambiente carnavalesco conformado por batucadas, artistas en zancos, bailarines y toda clase de personas coreaban al unísono diferentes arengas. “La policía no me cuida, me cuidan las travestis”, repetían. 

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La furia trans reverberaba con fuerza. Por fin había llegado el momento de sacar toda la ira que durante la cuarentena fue creciendo con cada abuso, y sobretodo, con cada muerte. Razones les sobraban para decidir tomarse las calles muy a pesar de la amenaza silenciosa del virus. La movilización fue la única opción que les quedó para exigir el respeto a la vida. Quizás fue esa una de las razones para salir del barrio Santa Fe y llevar la discusión a otros espacios.  

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La transfobia y la discriminación son problemáticas a las que se han enfrentado desde siempre las personas trans, pero ahora con la cuarentena éstas no sólo se agravaron, sino que se hicieron más visibles. El primero de los problemas llegó de la mano con el confinamiento obligatorio, pues una buena parte de la comunidad trans en Bogotá ejerce el trabajo sexual como medio para subsistir y con el encierro muchas trabajadoras sexuales trans, a falta de clientes, quedaron sentenciadas a vivir prácticamente en la calle. 

“Nos alerta mucho que la ausencia de un plan de contingencia incluyente frente al COVID-19 termine siendo limpieza social. Que se termine materializando en el exterminio de comunidades históricamente excluidas y marginadas”, comentaba Juli Salamanca al inicio de la cuarentena obligatoria. Ellas mismas, ante el silencio del distrito y del gobierno en general, tuvieron que arreglárselas con la creación de un fondo de emergencia alimentado por donaciones particulares.  

Pocas semanas después entró en vigencia el Pico y Género en Bogotá, a pesar de las peticiones que varias organizaciones sociales hicieron directamente a la alcaldesa Claudia López. Tal como lo pronosticaron, a pocas horas de la entrada en vigencia del decreto ya se presentaban los primeros casos de violencia contra la población trans por motivos de género. Muchas de estas violencias fueron cometidas por miembros de la Policía Nacional

(Conozca ‘Encorazonadas’: narrar la memoria trans del barrio Santa Fe)

Tristemente, lo peor aún estaba por venir. Desde la Red se insistía: “No somos peligrosas, estamos en peligro”, pero el distrito hacía oídos sordos a los reclamos. La violencia policial contra trabajadoras sexuales y mujeres trans seguía siendo el pan de cada día y nadie hacía nada al respecto. La llama estaba cada vez más encendida. 

Persecución y agresiones a trabajadoras sexuales trans fueron denunciados cada día por la comunidad sin obtener respuesta alguna. A Natalia y a Macarena la policía les disparó en los glúteos luego de corretearlas, insultarlas y golpearlas con un bolillo. ¿Por qué crimen?: ser mujeres trans y trabajadoras sexuales. 

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A los pocos días despedían a Alejandra con el sabor amargo de la injusticia. Todavía con lágrimas en los ojos y una ira incontenible, el 13 de junio denunciaban los asesinatos de dos mujeres trans en la costa Caribe. Brandy y Kennedy fueron asesinadas a cuchilladas, reviviendo patrones de la peor época del paramilitarismo en Colombia, cuando a las mujeres trans se les asesinaba de la misma forma, se les cortaba el pelo y se les metían los testículos en la boca. Prácticas que por su crueldad y sobre todo por su forma ilustran el odio y los prejuicios basados en la identidad de género. 

Como si fuera poco, el día de la celebración del Orgullo, Eilyn Catalina, mujer trans y trabajadora sexual en Medellín fue asesinada a puñaladas al igual que sus hermanas Brandy y Kennedy. Con tan solo 21 años, esta mujer murió en las manos de sus compañeras que hicieron lo que pudieron para tratar de salvarla, pero las heridas que le dejó su agresor le arrebataron la vida. 

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En este punto el estallido social era inminente y aunque las nuevas normas producto de la pandemia dictaran el distanciamiento social, estas no fueron suficientes para contener la rabia y el dolor. 

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De vuelta a la carrera séptima, con la caída de la tarde las luces internas del inflable relucían atrayendo las miradas de peatones y vecinos. Algunos grababan el paso de la marcha con sus celulares y en sus ojos se veía el destello de cierta curiosidad morbosa. Otros miraban despectivamente, como si la libertad exuberante de las marchantes fuera una ofensa expresa contra ellos. Sin embargo, uno cuantos mostraron solidaridad desde las ventanas haciendo retumbar las cacerolas y hasta se vio una persona en la azotea de un edificio aparentemente abandonado agitando una chispita mariposa. 

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A su paso por la Javeriana la marcha se detuvo unos minutos. Parados ahí, justo en frente de la entrada del Hospital San Ignacio era imposible no recordar a Dylan Cruz

Unos pasos más adelante había un grupo de diez o más personas haciendo voguing. Era hechizante ver cómo marchaban al tiempo que hacían los movimientos más extremos de esta danza. Según contó uno de los integrantes, hacen parte de un colectivo nuevo llamado House of Abismal. La diversidad que reunía ese pequeño grupo parecía una representación a escala de la diversidad presente en toda la marcha. 

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Algunos parches feministas aliados acompañaban también la marcha, gritando al unísono con la comunidad trans. Durante el recorrido algunas de las chicas que integraban estos colectivos fueron motivo de discordia para otras por hacer pintas en supermercados, paraderos, cajeros, bancos y otras paredes. “Las vidas trans importan”, “Digna Rabia” y otras frases quedaron grabadas con aerosol en los muros alimentando una disputa sobre las pintas en las marchas. Y es que, aunque muchas personas opinan que se debe respetar la propiedad privada para ganar, o mejor, para no perder adeptos a las causas, otras consideran que todos los medios que sirvan para hacerlas visibles son válidos y que sólo incomodando se gestan cambios. 

Otro grupo de chicas pegaba carteles en un muro. Como un rompecabezas iban juntando las piezas que conformaban imágenes de mujeres trans, cis, masculinas, delgadas, de pelo corto, etc. El mensaje era claro, en este mundo hay espacio para todas más allá de lo corporal, de la biología, de los estereotipos de género, de las imposiciones patriarcales y de la heteronormatividad. 

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La marcha iba avanzando. A la altura de la 49 con séptima, los activistas gráficos de Puro Veneno carteleaban afanados sobre un muro muy amplio. La marcha se detuvo un buen rato mientras las personas se agolparon alrededor esperando poder ver por fin la pieza terminada. Se trataba del rostro de Alejandra Monocuco conformado por decenas de hojas y acompañado con contundencia por este mensaje: “Ser trans en Colombia es una sentencia de muerte” quedó plasmado en la pared como prueba no sólo del paso de la marcha, sino de su propia muerte. De treinta y cinco años es la expectativa de vida de las personas trans en Colombia. 

Policías de tránsito motorizados detenían los carros en la intersección de la carrera séptima con la calle 53. Pitos y conductores alterados por no poder transitar componían la escena, representando otro de los grandes problemas que aquejan a la sociedad colombiana: la falta de empatía. 

Un par de cuadras más adelante se asomaban dos hombres tatuados y musculosos, en pantaloneta y esqueleto y con guantes de boxeo en las manos. Miraban desde la altura de la entrada elevada del lugar con gestos que podría decirse mezclaban curiosidad con aversión. Una pareja de hombres que pasaba justo al frente, lejos de sentirse afectados u ofendidos por las miradas de los dos sujetos empezaron a gritarles “qué rico”. Ambos bajaron las miradas ante la inesperada respuesta y a leguas se notaba que no sabían ni qué hacer ni qué decir. 

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El destino final, el Parque de los Hippies, empezaba a vislumbrarse a la distancia. Sobre la calle 58 se empezaban a ver los miembros de la fuerza disponible de la policía. Aunque no se los vio mucho a lo largo del recorrido, en el parque ya se formaba una línea corta de agentes. Las miradas inexpresivas de los oficiales contrastaban con la diversidad que les desfilaba al frente. 

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Un habitante de calle miraba con alegría la llegada de la marcha mientras bailaba y prendía fósforos como queriendo unirse a los manifestantes. Sin embargo, es este punto la desilusión se adueñaba de los afectos. “Nos están matando, Claudia, hablemos”, gritaban, pero la alcaldesa no se pronunció. 

(Lea ‘De feminismo, transfeminismo y otras tensiones’)

Por medio de una publicación en redes sociales Claudia López se refirió al caso de Alejandra y pidió que se investigaran las circunstancias de su muerte. “Hubo error, quizá estigma, en todo caso un servicio inadecuado que de haberse hecho bien quizá le habría salvado la vida”, dijo y luego prometió que haría justicia. Ha pasado más de un mes desde entonces y sus compañeras siguen exigiendo justicia para Alejandra. 

Después de cinco horas de manifestación social, la jornada culminó sin que hubiera respuesta alguna. Unas cuadras más adelante, esperaba en silencio la tanqueta del ESMAD por unos disturbios que jamás sucedieron. El cielo se tornó gris y casi como si hubiera estado aguantando, se desgarró en chorros de agua, marcando así el fin de la jornada.

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La unión, el respeto y la diversidad describen lo que se vivió el viernes en las calles de Bogotá. La furia trans y el apoyo de sus aliados se unieron en un solo grito de exigencia por el respeto a la vida y dignidad, elementos que compusieron esta postal capitalina.

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