Mi cuerpo es el testimonio de mi vida
La Maestría en Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo, bajo la dirección de Giuseppe Caputo, publicó Travesías. Memorias de personas transmasculinas en Bogotá, un cartonero compuesto por cinco testimonios que nos acercan a experiencias que han quedado relegadas en la representación de sexualidades y géneros disidentes. Aquí publicamos el testimonio que abre el libro para que se antoje y lo descargue.
Mi nombre es Jhonnatan Espinosa. Tengo cuarenta y seis años, una hija de veinticinco, dos gatas negras y un perrito que parece gato. Me gustan los gatos negros. Adopté a mis dos gatas porque me gusta pensar que les estoy dando una oportunidad que la mayoría de la gente no les da por agüeros absurdos. Pienso, de alguna manera, que el mundo sería un lugar más amable si nos diéramos entre todos más oportunidades. Eso me lo ha enseñado mi proceso. Si hay una palabra que me describe, esa es libertad. Soy Piscis, un signo de agua. Por eso, mi lugar feliz es el mar, que es inmenso y profundo, que es poderoso, que cambia repentinamente y que es el albergue de muchas formas de vida. Me siento literalmente “como pez en el agua” cuando tengo la libertad de hacer lo que me gusta, de amar como quiero amar, de compartir mi libertad con los demás, de ayudarle a quien, como yo, ansía la libertad de ser. Eso soy yo: pura libertad.
Me operaron la semana pasada. Esta recuperación ha sido dolorosa. Honestamente estoy harto de las operaciones. Ya me han hecho muchas, no quiero más. Además, siento que cada vez que entro a un quirófano mi cuerpo se va debilitando. Pero, eso sí, quiero que quede claro que no todas las cirugías han estado relacionadas con mi tránsito. He tenido que soportar cirugías porque la vida así lo ha querido. En realidad, sólo hay dos cirugías que tienen que ver con mi tránsito: la mastectomía y la histerectomía. Y ni siquiera eso, porque la histerectomía se dio por una serie de malas prácticas quirúrgicas que terminaron en la remoción inevitable de mi útero. La mastectomía me la hice no porque la necesitara, porque en realidad siempre tuve senos pequeños; no había mucho que esconder. Se trataba más de la conciencia de que mis senos estaban ahí, en mi pecho. Me hacían sentir incómodo. En realidad, si no lo hubiera querido, no habría tenido que operarme, porque parece que mi cuerpo entendió de alguna manera lo que yo debía ser y se adaptó a eso. No quiero ahondar en ese tema. Creo que, por lo menos en mi caso, hay cosas mucho más interesantes que debo compartir.
Yo imagino que para muchas personas mi historia será difícil de entender, pero supongo que eso está bien. Cuando menos, pienso que es normal porque mi historia, mi vida, ha sido particular, ha sido feliz y ha sido triste y ha sido compleja. He recorrido un largo camino y he vivido lo que a veces se siente como tres vidas en una. Soy joven, pero he vivido mucho. Voy entonces a tratar de contar algo porque me interesa que la gente sepa que si la vida es difícil en general, lo es un poco o mucho más para las personas como yo. Y quiero también contar mis cosas porque yo mismo he vivido confusiones, me he sentido perdido y sé lo que se siente, sé cuánto duele. Y yo quiero que si hay alguien en el mundo como yo, sepa que todo va a estar bien, que no está solo, que todo mejora. Llegar a este punto me ha costado mucho, pero he sido paciente y perseverante. Eso es lo que me ha mantenido con vida. Esa paciencia, esa determinación, le han dado forma a mi lucha, a mi razón de ser. Y esa misma lucha se ha convertido en algo increíblemente poderoso, porque me ha dado fuerza: una fuerza que se me sale de las manos y que me ha permitido ayudar a los demás.
Otra razón por la que quiero contar mi historia es que quiero darle una voz a una comunidad que ha sido, en mi opinión, malentendida y desestimada. La gente no sabe bien qué es la transmasculinidad, qué luchas libramos, cuánta violencia recibimos. Me gusta la idea de darle una voz a quienes no la tienen, a quienes el mundo se ha encargado de silenciar, de invisibilizar. Y no hay nada más feo que vivir con miedo de ser quien se es. No quiero darle más vueltas al asunto, así que voy a empezar, pero quiero primero advertirle a quien lea esto que mi relato puede ser confuso y desordenado, pero que eso sólo quiere decir que esta es mi historia personal, única. Que no hay forma ni orden para contar la vida, pero sobre todo, que no hay manera correcta o incorrecta de narrar una vida como la de una persona trans y que todas las historias son válidas.
Cuando era pequeño, mis familiares me llamaban Chiqui. Mis amigos más cercanos y mi madre todavía me dicen así. De hecho, nunca usaron mi nombre de nacimiento; nunca me gustó, nunca me identifiqué con él. Ese nombre representa para mí una de las muchas cárceles de las que me he librado. En el colegio —yo iba a un colegio femenino— aproveché la oportunidad de jugar cuanto deporte pudiera, pues esto me permitía usar pantalón de sudadera en vez de falda. Me explico: yo sabía que tenía el cuerpo de una niña y que cada vez se hacían más aparentes mis senos y eso me ponía en un conflicto terrible con mi cuerpo, pues en mi mente y en mi corazón yo sabía que era Jhonnatan quien se veía forzado a esconderse. Yo fui Chiqui y después fui Jhonnatan. Y me enorgullece ser Jhonnatan porque ser quien soy me ha costado sudor, lágrimas y sangre. Pero hoy, aquí y ahora, puedo decir que todo ha valido la pena.
Soy consciente de que mi nombre es extraño. Lo entiendo. Normalmente, existen los Jhonatan, con una sola “n”, o los Jonathan, con “th”; mi nombre es distinto. En realidad, es la conjunción de dos nombres que me representan y que son fieles testimonios de lo que ha sido mi vida. Me explico: mi nombre es una mezcla entre Juan, que en su dimensión religiosa quiere decir “discípulo amado por Dios” —sí, soy religioso, fui catequista y la fe ha sido muy importante para mí—, y Natael, o Natan, que quiere decir “poder de Dios sobre los hombres”. Desde donde lo veo, Dios ha estado siempre de mi lado porque me ha permitido ser quien soy y me ha dado las herramientas para triunfar en lo que amo, y también me considero un hombre fuerte, poderoso, determinado. Quiero decir que todo lo que me propongo lo logro en todos los aspectos de mi vida. Por eso decidí unir estos dos nombres para crear un nombre único que me describe perfectamente.
Afortunadamente, para mis padres no fue problemático que yo no quisiera vestirme con ropa de niña. No sé si esto fue así porque había problemas que ellos consideraban más importantes o porque realmente mis padres quisieran permitirme ser en libertad. Yo empecé mi tránsito a los dos años. Yo no quería usar vestidos, no quería vestirme como niña, quería tener el pelo corto, vestirme como quisiera vestirme. Me gustaban las camisas leñadoras. Me encantaba vestirme con camisas que me hicieran ver elegante. Mis papás lo aceptaron y desde muy pequeño me dejaron elegir mi ropa. Mi madre, una mujer con un temperamento fuerte, es con quien hoy en día mantengo una relación muy cercana. Sin embargo, no siempre fue así. Tuvimos una relación conflictiva durante mi juventud, pues mi mamá se frustraba mucho conmigo porque no le hacía caso. Hacía travesuras, salía de mi casa cuando no tenía permiso y además me le enfrentaba, porque eso sí, yo me defiendo cuando siento que me están tratando injustamente. Eso me acarreó una buena cuota de golpes. Hoy no guardo rencor por eso. Entiendo que, como vivíamos en lugares difíciles, inseguros, rodeados de posibles ataques, se preocupaba por nosotros. Hoy somos cercanos, que es algo que no puedo decir de la relación con mi padre. El tiempo y las circunstancias nos han alejado.
Cuando digo que empecé mi tránsito a los dos años no quiero decir que yo tuviera conciencia a esa edad de que era trans, ni mucho menos que supiera lo que quiere decir la palabra trans. No, yo sabía lo que quería y lo que no quería. Un niño no tiene la certeza de ser trans, sino que se mueve más en el mundo de las sensaciones. Un niño no sabe lo que es, no sabe lo que quiere, pero sabe qué le gusta y qué no, con qué se siente bien y con qué no. Un niño no escoge, un niño simplemente es. Yo busqué siempre lo que me hacía sentir cómodo y las circunstancias de mi vida me permitieron explorarlo con libertad. A pesar de que yo crecí en una familia machista, mi abuela, la gran matriarca, siempre me ha amado y apoyado incondicionalmente. Siempre quiso que yo fuera feliz, que viviera sin miedo, sin importar lo que eso implicara. Y como ella era la que mandaba la parada en la casa, su amor y su apoyo me dieron las primeras llaves de la puerta hacia la libertad. Lo que ella decía, se hacía.
Yo siempre he sido muy independiente. En buena parte, eso se lo debo a que, después de mi nacimiento, mi madre volvió a quedar embarazada muy pronto. Entonces, como mi mamá tenía que ocuparse de mi hermano recién nacido, yo me acostumbré a la independencia. Mientras crecía, yo tuve la infancia de un niño porque estaba todo el tiempo jugando con mi hermano y mi primo. Jugábamos fútbol, nos tumbamos los dientes de leche jugando a boxear. Yo crecí sin cuestionarme si esto era “normal” o no. No me preocupé por eso, y como mi abuela siempre me defendía de quien se atreviera a cuestionármelo, yo he vivido toda mi vida como Jhonnatan.
Acá es donde la cosa puede ponerse complicada. Como les dije antes, no creo que haya una manera o un orden establecido para un tránsito. Hay casos en los que se sufre mucho porque primero está la conciencia de ser trans y luego se encuentra la identidad hasta que se llega a la transformación física. Hay otros casos en los que el sufrimiento es eterno porque la gente no encuentra la guía o el apoyo que necesita para dar el paso. Hay tantas formas de hacer un tránsito como hay personas trans. Yo, por ejemplo, primero tuve la identidad, crecí como un hombre cisgénero, con parejas, con trabajo, y sólo hasta los treinta y ocho años empecé mi proceso de transición física.
Sí, así como lo leen. Antes de empezar mi proceso de hormonización, yo ya vivía como un hombre. He tenido relaciones con mujeres toda mi vida y antes de mi proceso de tránsito físico me valía de distintos recursos para que nadie se percatara de que yo era un hombre trans. De hecho, a una de estas relaciones le debo una de las mayores alegrías y preocupaciones de mi vida: mi hija, que ahora tiene veinticinco años y vive conmigo. Cuando yo empecé a salir con la madre de mi hija, ella acababa de terminar una relación de la cual había quedado en embarazo. El padre biológico no asumió la paternidad, y yo lo hice sin problema. Y hoy soy un padre orgulloso, cuido a mi hija, le doy todo el amor que tengo en mi corazón y pongo todo mi empeño en que ella esté bien. Mi hija tiene una particularidad y es que nació con hipotiroidismo congénito. Los médicos no lo detectaron a tiempo y ella tiene una discapacidad del treinta por ciento. Mucha gente me pregunta cómo es mi relación con ella, que si ella sabe que yo soy trans. Yo no me he sentado a hablar de esto con ella, pero gran parte de mi vida es el activismo trans. Con esto de la pandemia, estamos los dos en casa todo el tiempo y yo concedo entrevistas, soy panelista en conferencias, hablo constantemente sobre este tema porque es mi vida. Porque no tengo otra vida que contar y porque no tengo absolutamente nada que esconder. Si ella me lo preguntara, yo le contaría mi historia tranquilamente. No tengo miedo de que mi hija me rechace al enterarse de mi historia. Si mi hija me rechazara por ser quien soy, no sería mi hija, porque esa no es la persona que yo he criado. No niego que me dolería perderla, pero estoy seguro de que eso no va a pasar porque yo me he encargado de criarla y de darle todas las herramientas para entender que nada en el mundo es blanco o negro, que hay matices, que hay diferencias y que eso es lo más hermoso y valioso del mundo. Además, yo la conozco mejor que nadie y sé la calidad de persona que crié. Ella es sensible, comprensiva y amorosa.
Hay otras cosas que me motivan a pararme de la cama todos los días. Soy el activista transmasculino de mayor edad. Aunque, si me lo preguntan, pienso que todos en esta vida somos activistas. Desde que tengamos sueños y una historia que contar, todos somos activistas. Me considero más defensor de derechos humanos que activista. Yo hago un activismo distinto al del resto de mis compañeros. Soy el director de una fundación que se llama Ayllu Familias Transmasculinas. Se llama así porque ayllu quiere decir familia en quechua. Sin embargo, empecé desde joven en otros lugares como Entre-Tránsitos. También he hecho “artivismo” con Mujeres al Borde, en conjunto con el grupo de teatro Las aficionadas, y tengo un grupo de rock que se llama 250 Miligramos la dosis de testosterona con la que se empieza el proceso de hormonización. Siempre me ha gustado mucho el arte. Desde el colegio, las distintas manifestaciones del arte han sido mi medio de expresión. Comencé con mi banda de rock porque estaba entusado, y con mis compañeros nos sentamos a oír esa canción de Enrique Bunbury, Aunque no sea conmigo, y empezamos a sacarla, y así nació mi grupo. El activismo es otro de mis grandes amores. Yo he sido afortunado porque he podido sortear todos los obstáculos que la vida me ha puesto, pero sé que hay otras personas como yo que no han corrido con la misma suerte. Sé que ser trans es difícil, y más en un país como Colombia, porque hay muchos prejuicios, porque hay miedo y porque las personas trans experimentamos muchos tipos de violencias a muchos niveles. No es como que un día nos despertamos y se nos prendió el bombillo de ser trans. Es un proceso de mucha confusión, de mucho dolor y de muchas dificultades. Yo lo sé porque lo viví también. Y el activismo para mí es la posibilidad de ayudarles a las personas a superar los miedos, a tener el coraje para hacerse la vida que sueñan, a ser, simplemente a ser. Y como yo siempre he sido un líder, he podido convertir mi liderazgo en esto que me enorgullece profundamente.
(No deje de leer La masculinidad es una cadena que se rompe)
Yo viví mucho tiempo preocupado por lo que los demás pensaran de mí. Viví mucho tiempo de mi vida escondiendo lo que soy. Ahora me importa un carajo lo que la gente piensa de mí. Estoy orgulloso de mi cuerpo, de mi entereza, de mi determinación y de mi fuerza. Ya no escondo nada de mi cuerpo porque mi cuerpo es el testimonio de mi vida. Mi cuerpo es la viva imagen de lo que siempre he querido ser. Soy un hombre independiente, libre, amoroso, generoso y no me preocupa si los demás piensan si estoy bien o estoy mal, si soy serio o si soy divertido. Yo soy y ya. He tenido relaciones hermosas y relaciones abusivas, familiares amorosos y familiares llenos de juicios y distancias. He perdido gente a lo largo del camino, pero también he conocido personas maravillosas que son parte de mi vida. Yo he tenido una vida compleja, pero soy feliz.
La vida me ha enseñado que todo, absolutamente todo es transitorio. Yo, por ejemplo, me construyo y me deconstruyo todos los días. Las parejas, la sexualidad, los amigos, hasta la familia: todo está moviéndose y todo cambia. No hay que sufrir por eso. Hay que aprender a aceptarlo con amor. Todos los días aparece un nuevo Jhonnatan al tiempo que otro pedacito del viejo Jhonnatan se deshace para darle paso. También aprendí que mi proceso es sólo mío y que lo más importante para estar bien con los demás es estar bien conmigo mismo. Yo ya no me cargo con las maletas de nadie. Si tú ves algo malo en mí, mírate tú primero. De pronto ahí encuentras la razón. Yo me ocupo de mi propio equipaje solito. De pronto si todos hiciéramos lo mismo habría menos juicio y más empatía.
Si ustedes me preguntan qué es lo que más me importa en la vida, les digo sin dudas que es tener la posibilidad de ser quien quiero ser, con todo lo que eso implica. También quiero poder brindarles a otros esa posibilidad. Y de pronto, si se puede, una vez cada tanto, me importa ir al mar.
Los otros testimonios que componen Travesías corresponden a Frank Schiavone, Agustín Usumafuui Acosta Rodríguez, Andrew Aguacía Pacheco y Simón Uribe Durán. Aquí puede descargar de manera gratuita el libro.