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“Los jóvenes debemos sacar adelante el proyecto de Jaime Garzón”: Jairo Rivera

Con solo 27 años, este tipo, rockero y politólogo de la Nacho, hace parte de Voces de Paz y Reconciliación, el movimiento de transición para la creación del partido político de las Farc. Hablamos con él sobre el papel de los jóvenes en este momento que vive el país y de la actualidad del movimiento estudiantil, del cual hizo parte como vocero de la Mane, saliendo a las calles a protestar contra la reforma a la ley 30.

Carolina Romero

A Jairo le gusta el rock en español y de los setenta y ochenta de Estados Unidos. También compone música y escribe crónicas y relatos, particularmente sobre el conflicto en el país. Es ibaguereño de nacimiento, hace 27 años, pero con muchos de estar radicado en Bogotá. A la capital se trasladó para estudiar Ciencia Política en la Universidad Nacional, en donde germinó en él la idea de contribuir al cambio en Colombia, pero alejado de una carrera política tradicional.

Durante 2011, como miembro fundador y vocero de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (Mane), salió a las calles a protestar contra la reforma a la Ley 30 —de educación superior— por pura pasión y en los últimos meses asesoró a las Farc en los diálogos en La Habana, hacia donde agarró un avión junto a otros ciudadanos tras la victoria del ‘No’ en el plebiscito, el pasado 2 de octubre. Allí pudo verles el rostro humano a los guerrilleros, a esos tipos que desde pequeño le enseñaron a odiar, como recuerda él. En la capital cubana también recibió la propuesta, junto a otros ciudadanos, de sacar adelante un movimiento político para apoyar el paso de los guerrilleros a la vida política y civil.

Esas experiencias fueron peldaños para llegar a la responsabilidad que tiene hoy: Jairo Rivera Hénker es uno de los seis miembros de Voces de Paz y Reconciliación, un movimiento político conformado por ciudadanos que tiene la tarea de vigilar la implementación de los acuerdos de paz en el Congreso y promover la creación del partido político de las Farc en el futuro. “El hecho de que nosotros estemos acá simboliza que ellos van a llegar a la política”, dice Jairo, quien ve esta oportunidad como un compromiso ético, no como una cuestión de capital político.

 

¿Cuál es su visión del conflicto armado en el país después del primer encuentro con las Farc?

Cuando comencé a hablar con ellos me cambió la idea de que eran personas dogmáticas y pragmáticas que hacían la guerra para tomarse el poder e imponer un régimen socialista. En realidad, tenían interés de salir de la guerra hace mucho pero las circunstancias del país y los ciclos de violencia que se dieron después del genocidio de la Unión Patriótica recrudecieron la guerra.

Lejos de la idea de guerrilleros con un cálculo absoluto, casi sin sentimientos, encontré historias tremendamente humanas, muy dolorosas, porque la guerrilla se convirtió en victimario por su condición de actor armado, pero muchos de sus integrantes también son víctimas del conflicto: la madre a la que le mataron sus hijos; la guerrillera que vio a su compañero ser torturado; el guerrillero al que le mataron la familia para obtener información.

Todas esas cosas, que parecen ajenas, están invisibilizadas y me sorprendieron mucho, hasta el punto de atormentarme y hacerme creer que si uno no sale de este conflicto a través de una decisión ética, lo que se va a dar en este país es una masacre eterna y un ciclo eterno de muertes.

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Entre el 20 y 21 de agosto de 2011 se construyó en un encuentro de organizaciones de todo el país la propuesta estudiantil frente a la reforma: el 'Programa mínimo', tomando como referente el surgido en 1971. Foto de Sergio Segura

 

¿Por qué los movimientos que surgieron después del plebiscito del 2 de octubre parecen dormidos hoy en día?

Es la dinámica natural. Lo que vivimos fue un momento de excepción política que tuvo una activación ciudadana pero eso tuvo su reflujo: lo que llaman ‘el día después’, cuando la gente vuelve a la cotidianidad. Esa gente que se movilizó y que al otro día volvió a su cotidianidad sintió que estaba en medio de algo más grande que ellos mismos y que son parte de una generación que está llamada, por lo menos, a pensar diferente respecto de la vieja Colombia que cree que con miedo, autoritarismo, guerra y la cultura del ‘todo vale’ se resuelven los problemas porque este es un país que fracasó.

Esta es una generación que vuelve a creer en la esperanza de que es posible construir un Estado de Derecho que tenga garantías individuales y colectivas para la gente y para las minorías, sustentada en el derecho a vivir en paz.

 

Pero si hablamos de esta generación, ¿puede decirse que los jóvenes son cada vez más apáticos a la política? Los resultados del plebiscito lo demostraron.

Muchos jóvenes y muchos colombianos. No es algo nuevo en Colombia; es producto de una crisis de representación que está en todas las ideologías. Es normal y comprensible porque la política colombiana no ha logrado transformar las realidades de la gente sino que ha profundizado sus problemas.

La gran mayoría de los jóvenes no está activa pero se ha demostrado que se activa, y que lo hace desde la perspectiva de la diversidad y pluralidad, donde quepa todo el mundo, porque tiene otra cultura y otro universo de valores en la cabeza. Y los que no votaron en el plebiscito porque no eran mayores de edad pueden salir a votar en las próximas elecciones, pero no solo votar, pueden hacer parte de los diferentes movimientos ciudadanos.

Apuesto que esa brecha generacional va más hacia la transformación de una cultura política de la democracia, que hacia un nuevo estado de guerra.

 

¿Hay algo de temor por estar en Voces de Paz y Reconciliación, teniendo en cuenta que Colombia sigue siendo un país muy conservador y la experiencia del genocidio de la Unión Patriótica?

Tenemos toda la carga y la simbología de las Farc encima, así no seamos de las Farc. No creo que pase algo como lo de la UP porque era un partido político, nosotros somos una agrupación transitoria, pero sí tenemos temor por tanto odio y rencor enquistado en sectores de nuestra sociedad que todavía no han desligado de sus prácticas cotidianas la violencia, pero en últimas estamos defendiendo no solo la vida de los que estamos en la orilla alternativa, sino de todo el mundo: un país que no pueda garantizar mínimamente el derecho a que a una persona no la maten por como piensa está condenado a la derrota, fracaso y extinción.

 

¿Su interés por trabajar en política se debe a alguna influencia? ¿En qué momento decide escoger este camino?

El paso por la Universidad Nacional me transformó en el sujeto político que soy hoy y me dibujó la perspectiva con la que trabajo. Si fuera una persona sería mi mamá, mi vieja es la mayor influencia de mi vida, y si fuera un referente político diría que Jaime Garzón, quien inició un proyecto que los jóvenes tenemos que continuar y que no hemos podido sacar adelante: hacer de la política algo serio pero de lo que nos podamos reír, y algo por lo cual podamos alegrarnos sin perder la vida. 

 

Cuéntenos un poco de su recorrido, ¿cuál fue el rol que jugó en la Mane?

Fui de la generación que fundó la Mane y me convertí en vocero. Fue una muy bonita coincidencia entre varios factores pero creo que fundamentalmente se presentó en el momento de tránsito y de cambio del movimiento estudiantil y de la universidad colombiana. El movimiento estudiantil colombiano es heredero de su época de oro, que son los sesenta. De alguna manera teníamos que superar eso para entender que el debate de la educación en nuestro tiempo era ya no solo sobre el carácter de la universidad pública y estatal, sino que había un debate sobre el papel de nuestras universidades en el actual contexto político que se debatía alrededor de la paz, de la posibilidad de abrir horizontes para la democracia, y eso también hizo que cambiáramos las prácticas y las dinámicas de la acción colectiva. 

Fue una suma de creaciones para transformar la educación, y esa suma de creatividades fue lo que le dio su gran impulso en el momento inicial. Después cometimos muchas equivocaciones, y se trastabilló el proceso, pero fue histórico y además fue bonito como lo vivimos, porque nunca habíamos desatado una fuerza que pudiera transformar la política de manera diferente y a través de la movilización, y dándole un nuevo sentido a una democracia que había sido restringida durante el gobierno de Uribe.

 

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El Programa Mínimo Estudiantil contenía propuestas frente a los temas de financiación, democracia y autonomía, bienestar universitario, calidad académica, libertades democráticas y la relación universidad - sociedad. Foto del Colectivo Desde el 12

 

¿Esa experiencia fue una escuela para usted en el rol que tiene hoy en Voces de Paz y Reconciliación?

No solo para mí, sino para la mayoría de personas que venimos de esa generación y lo fue porque tuvo tres grandes ejes de cuestionamiento frente a nosotros mismos: primero, la necesidad de renovar las prácticas y la estética de la política, pero también la ética, hacia dónde íbamos y por qué hacíamos las cosas; segundo, porque la Mane fue uno de los primeros movimientos que se atrevió a hablar de la solución política y de la paz como un tema de primer orden, enraizado en lo que debía ser ese momento político; por último, volvimos a sacar adelante, después de mucho tiempo, un proceso de movilización social que se insertara en la democracia después de que era estigmatizada y criminalizada hasta más no poder, la manera en que crecimos ayudó a fortalecer una imagen de la democracia en la calle, que sigue siendo muy importante para el movimiento social y para la transformación política en Colombia.

 

Pero después de la desarticulación de la Mane el movimiento estudiantil ha estado un poco en receso, a pesar de las marchas convocadas por los estudiantes después del plebiscito.

Había un contexto particular. El Gobierno presentó la reforma a la Ley 30 en 2011, y ya  había un proceso de fortalecimiento organizativo que llevaba muchísimos años, desde finales de los noventa. Además existía la necesidad de renovar el programa del movimiento estudiantil y hacerlo mucho más serio; esas coincidencias desataron lo que llamamos Mane.

La gente que está ahora en el movimiento estudiantil es muy capaz, está viviendo su tiempo, que no tiene las mismas coincidencias. El primer error que cometió la generación después de la nuestra fue creer que solo con voluntad se podía construir un movimiento estudiantil como el de la Mane, cuando es producto de una situación política específica, donde se mezclan muchos factores.

Hay una suerte de fetiche de la movilización que tiene el movimiento social y la izquierda, de que todo el tiempo hay que estar en la calle, y esto es un hecho excepcional, también hay momentos para la negociación, para la construcción organizativa; hay otro tipo de espacios y tiempos en los que se construye el movimiento y la política. En eso está el movimiento estudiantil actualmente, y lo peor que podría hacer es intentar emular lo que ya pasó, tienen que pensar en un futuro distinto. Hay gente que está en eso y pensando en una universidad para la paz pero también en una universidad que recupere su papel en una sociedad que la tiene marginada.

 

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