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La noche en la que el silencio fue un grito de paz

Tuvieron que quitarnos la esperanza de un país mejor para ver la Plaza de Bolívar a reventar: universitarios, adultos mayores, grupos LGBTI, víctimas, los del ‘Sí’ y los del ‘No’. Todos llegaron con un mensaje de reconciliación, armados con antorchas o banderas. Esta es la crónica de una noche que espera marcar un antes y un después en la búsqueda de la paz en Colombia.

Carolina Romero

A las cinco de la tarde de ayer, un martes de octubre diferente, el Planetario Distrital tenía un paisaje inusual: universitarios arengando, profesores con claveles, mujeres vestidas de blanco repartiendo velas y personas de la comunidad LGBTI ondeando su bandera. Era una masa diversa con camisas, banderas blancas, banderas de Colombia, pancartas y telas. 

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El motivo era una jornada que quedará en la historia del país, la tercera Marcha del Silencio, que surgió como una iniciativa espontánea en redes sociales el domingo en la noche después del bofetazo, del No al plebiscito. Después de ver tambalear la posibilidad de vivir en un país mejor.

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“Un grupo de estudiantes de diferentes universidades habíamos hecho pedagogía de los acuerdos en los buses. Cuando el ‘No’ ganó, lo primero que sentimos fue que Colombia se polarizaba aún más. Por eso quisimos hacer un llamado urgente a la reconciliación nacional a través de la marcha”, explica Paula Salinas, una de las organizadoras. 

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Aunque los estudiantes detrás de la iniciativa fueron enfáticos en que era una marcha sin partidos políticos, no faltaron los botones por el ‘Sí’ y las pancartas que respaldaban los acuerdos, así como las proclamas contra Uribe y el Gobierno. Dos jóvenes con máscaras del senador Uribe y el presidente Santos se tomaban fotos abrazados, como buenos amigos, retratando el momento que horas antes se vivía en la Casa de Nariño. 

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Pero también había espacio para otras posiciones. “Yo voté ‘No’ pero igual quiero la paz de Colombia. Más allá de nuestra decisión en el plebiscito, es algo que nos importa a todos”, decía Camila, una joven que iba sonriente acompañada de sus amigas, que votaron por el ‘Sí’. La realidad es que, esta vez, cuando la ciudadanía fue la que tomó las riendas, sí hubo espacio para todos.

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“Yo no voté. No creo ni en la democracia ni en las marchas, pero aquí estamos. Este es un momento preocupante, no sé si esta marcha tenga una presión real sobre la situación, pero me parece mejor que quedarse sentado viendo la televisión”, confesaba Rodrigo, un joven que marchaba con su cicla en la mano. 

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El puño cerrado y en alto era el llamado al silencio, la manera en que los marchantes se comunicarían entre ellos. A las seis de la tarde los asistentes bajaban hacia la Carrera Séptima entonando el himno nacional y con las velas y las antorchas prendidas. Minutos antes algunos jóvenes de logística desgastaban su voz pidiendo silencio a gritos frente a las arengas estudiantiles. “¿Si no nos ponemos de acuerdo ni para hacer silencio, qué va a ser de la paz?”, murmuró en voz baja una viejita. 

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Pero poco a poco los gritos de lado y lado se fueron apagando y en la 26 con Séptima, todo quedó en silencio. Fue un minuto largo, sonaban más duro las hélices de las cámaras de dron que sobrevolaban la zona. Con las caras conmovidas y el puño en alto decididos, la marcha arrancó, ahora sí, apropiada por el silencio. 

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Amigos, rockeros, oficinistas en traje y corbata, familias con niños, parejas de homosexuales, de heterosexuales, adultos mayores, extranjeros.  “No permitiremos 52 años más de guerra”, “Ni una víctima más”, “Ni del sí, ni del no, los muertos no los pone la clase política, los pone usted” se leía en algunas pancartas.

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“Por todo lo que nos une y contra todo lo que nos separa” era el lema de los organizadores, el mismo que los estudiantes abanderaban el 25 de agosto de 1989 en la segunda Marcha del Silencio, una respuesta ciudadana al asesinato de Luis Carlos Galán y a la ola de violencia proveniente del narcotráfico que se intensificó en las ciudades. Todo lo que se quiere evitar hoy. 

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Hubo espacio para los performances artísticos y musicales, y los artistas que asistieron se declararon en asamblea permanente por la paz y la vida. “Nosotros como artistas podemos encaminar el debate sobre la paz y proponer otro tipo de lenguajes que se alejen de la desinformación mediática”, comentaba Diego Carreño.

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Acostumbrados a las marchas, a caminar para pedir verdad y justicia, se hicieron sentir las víctimas del conflicto. Sus rostros dejaban una pregunta en el aire: ¿No es paradójico que el domingo haya ganado el No y que ayer saliera tanta gente marchando también por las víctimas? 

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“Más allá de las razones de su voto, hubo una gran desinformación y era necesario darle una voz más amplia y clara a las víctimas. Los derechos humanos hay que defenderlos todos los días, no un día sí y otro no”, afirmaba Jennifer, una joven familiar de una víctima de desaparición forzada. 

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El que llegaba a la Plaza de Bolívar hacia las siete y media de la noche lo hacía en silencio y permanecía así, inmutable. Otro minuto de silencio, esta vez por las víctimas del conflicto y el grito de todos, dos reclamos que retumbaron a todo pulmón: “Queremos paz”, “Acuerdos ya”

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Desde una tarima empezó la lectura de la Oración por la paz de Jorge Eliécer Gaitán aunque con algunas modificaciones, aquella que leyó el 7 de febrero de 1948 en la primera Marcha del Silencio, dos meses antes de ser asesinado. Durante la lectura, las reflexiones de los asistentes. 

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La paz es un asunto político, pero nuestra pretensión es honesta, no estamos haciendo política ni nos interesa. Este es el primer paso para que los estudiantes nos reunamos masivamente de nuevo y le planteemos una propuesta concreta al país, al menos eso esperamos” , comentaba Pedro Ravelo, uno de los universitarios que coordinó el evento.

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Por último, leyeron un manifiesto construido el día anterior en una asamblea de estudiantes que apoyaron el sí, el no y los que se abstuvieron. Fueron ocho puntos, rechazando todo tipo de violencia, exigiendo respeto a los derechos humanos, clamando por el derecho a vivir en paz, exigiendo mantener el cese al fuego y rogando por la salida negociada al conflicto.

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Un grupo de trans y LGBTI reclamaba que el enfoque de género por el que ha sido reconocido positivamente el acuerdo no se eliminara, ahora que los del No entraban a concertar algunas cosas, y por eso solicitaron una audiencia con Santos, ya que algunas iglesias tuvieron su turno.

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No todos oyeron fuerte y claro los puntos, pues algunos estaban más angustiados por la situación de la estatua de Simón Bolívar, al que un joven intentaba amarrar la bandera de la paz y no podía. “Que Uribe le ayude", coreaban algunos mientras él sacrificaba el cordón de su zapato para la hazaña. Otro logró colgarle una bandera del M-19 después. 

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Por momentos, volvía el ambiente de fiesta: gritos, saltos, cantos y un abrazo gigante que parecía un pogo por lo descoordinado, pero a las nueve y media empezó la salida de la plaza, aunque algunos pensaban en acampar permanentemente. La gente volvió a sus casas con algo más de esperanza entre la incertidumbre, y con la certeza de que un asunto como la paz del país no se puede dejar solo en manos de un puñado de políticos.

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