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"La brocha se pasó": Palomino

El 29 de marzo de 2014, después de la polémica borrada de grafitis en la calle 26 de Bogotá, se organizó una jornada para volver a intervenir estos muros. Cartel Urbano registró el contrapunteo entre grafiteros y el general Rodolfo Palomino, director general de la Policía, que al parecer fue quien ordenó taparlos. Breve crónica de una realidad dibujada con aerosoles, brochas y rodillos.

Sebastián Aldana Romero

Como el imparable espacio que va cubriendo una lágrima al caer sobre una servilleta, cada brochazo que daban los obreros de overol naranja y casco amarillo, fueron escondiendo los rostros dibujados de los líderes de la Unión Patriótica y muchos —muchísimos— otros grafitis que habitaban los muros de la calle 26, en Bogotá.

—Mal hecho. Porque se pierde la plata de la pintura. La platica de uno también vale —dice Naas, uno de los grafiteros que está  aquí, en la 26 con 34, pintando en la jornada que organizó La Mesa Distrital de Grafiti.
—Usted tiene el sueño de algo, ¿sí o qué? Llega cualquiera y entonces se acaban sus sueños. ¿Cómo se va a sentir? ¿Cómo va a reaccionar? Usted no se va a dejar de nadie — vocifera Husk, otro de los participantes.

Los asistentes están reclamando lo que consideran su espacio. Así, desprendiendo rabia y pasión, responden cuando les preguntan sobre la forma en que actuó la policía durante la última semana, cuando, sin más ni más, borraron varios de los murales que adornaban la Calle 26.

Pero no importa. O al menos parece no importar. Acá están otra vez, bajo un ardiente sol de marzo que hace sudar sus frentes, armados con latas de colores reviviendo las formas que la pintura grisácea desdibujó.

La policía, enemiga en más de una ocasión de estos escritores de grafiti, y por orden del General de la Policia Rodolfo Palomino —el mismo que mandó a borrar los muros—, acompaña a los grafiteros para evitar cualquier incidente. Sin embargo, poca atención le prestan estos muchachos llenos de pintura a los cinco uniformados que vigilan cada trazo, cada tintineo, cada movimiento que articulan.

—Así ha sido siempre, los policías siguiéndonos —susita un integrante de la Crew S24 mientras extiende un rodillo, que aún chorrea algunas gotas, sobre el muro más largo—. Simplemente, nosotros estamos acá sin permiso. Que la policía no esté haciendo nada es porque ‘habemos’ varios. Hay comunidad.

Dos horas después de haber llegado los primeros grafiteros, el silencio y la concentración prima entre todos. El análisis y la precisión necesaria se nota. A excepción del bullicio que traen los carros, todo transcurre en calma.

Fue la llegada de Rodolfo Palomino y de varios medios de comunicación lo que alborotó el avispero.

—Lo que se quiso fue borrar aquellas frases denigrantes que había, de pronto la brocha se pasó y alcanzó… —explica Palomino; pero estas últimas palabras son interrumpidas rudamente.
—La brocha se pasó… —repite uno de los grafiteros en tono de burla.
—Hombre, ¡le estoy diciendo!...
—… más de cuarenta metros.
—Ah, bueno. Listo. Perfecto. Dios me lo bendiga y le conceda el doble de lo que usted me desea, ¿oyó? ¡No más! —Concluye el general Palomino, quien lanza una mirada de ceño fruncido al joven y luego se sube en la misma camioneta que había llegado.

Así termina la fugaz visita del General Rodolfo Palomino, quien antes de la discusión, y frente a las cámaras de Caracol Televisión, Canal Capital, Canal Uno y City Tv, repartió agua y manillas con la palabra “Policía”.

—Es una falta de respeto. Es falta de seriedad y profesionalismo. ¿Cómo “se le va a pasar la brocha” más de cuarenta metros? —sigue discutiendo, contra su misma sombra, un joven integrante de Grafiti Capital.

Se cree que la rabia de Palomino explotó a causa de un mensaje escrito poco antes de su llegada: “Rafael Pardo, alcalde ilegítimo. Aquí está el pueblo”.

—Ése es el que prende el parche —dice el grafitero de la crew S24, aún con el rodillo en la mano.
—Si usted con el grafiti quiere transmitir algo, tiene que saber llegarle al pueblo —complementa Band en unísono con su aerosol.
—Mariqueando que la manillita, que no sé qué. Echando cuentos de farándula y nada más —sigue Pack, con cierto dejo en la voz.

Solo fueron 10 minutos de tensión. 10 minutos de Palomino versus los grafiteros. Al abandonar la zona, los jóvenes retoman sus labores. 

—Esto es lo que nos gusta. Así como otras personas pagan como 100 mil pesos por ir a ver a un equipo, a nosotros nos gusta pasar por la calle y ver lo de nosotros.

En estas producciones, los autores pueden gastar desde 20.000 hasta 150.000 pesos. Dicen que lo único que esperan es que después de terminadas, como un lienzo bien templado, sus obras no sean borradas con esa triste pintura gris.

—Usted da lo que sea por esto. Usted da lo que sea por su mamá, ¿no? Yo doy todo por mi madre. Pero el grafiti es otro papá para uno —dice Husk mientras se agacha y sacude su lata de aerosol cada vez más fuerte. La apunta. Dispara.

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