
En la clandestinidad y bajo amenaza, así trabaja un fotoreportero venezolano
Desde que Wilmer Cubillán se vinculó a un diario de sucesos en Maracaibo, una ciudad donde la violencia alcanza índices altos como en gran parte de Venezuela, se fascinó por el fotoperiodismo. En el oficio ha retratado desde marchas hasta asesinatos, perdiéndole el temor a las agresiones o incluso a la muerte. “No interesa la violencia hacia nosotros, lo primero es informar”.
“El día que vas a una morgue a retratar un cadáver pasa una de dos cosas: te enamoras de la fotoreportería o te decepcionas de ella. Muy pocos están dispuestos a exponer su integridad física por una imagen, pues esta práctica te deja más una satisfacción personal que económica”, dice Wilmer Cubillán, dando un esbozo de lo que es ser reportero gráfico en Venezuela. En este país muchos le huyen a este oficio por seguridad y otros por dedicarse a la fotografía publicitaria o de moda, dos disciplinas mucho más cómodas. Pero este tipo nacido hace 34 años en Maracaibo lo hizo al revés: dejó la publicidad y se echó la cámara al hombro.
Empezó como autodidacta durante una estancia en Aruba, en 2014, y al regresar a Venezuela se vinculó al Qué Pasa, un diario que se presenta con el lema “Sin mordaza y sin miedo” y tiene su fuerte en los sucesos y la crónica roja, una especie del Q’Hubo que circula en nuestro país. En este medio, Wilmer arrancó a cubrir con su lente todo tipo de sucesos, desde marchas hasta asesinatos que se presentaban en el estado de Zulia y fue cuándo se enamoró de la profesión. “Con el fotoreportaje ves una parte de la sociedad que jamás te hubieras imaginado que existe, percibes el dolor y las necesidades del pueblo y, lo más importante, te das cuenta de cómo los políticos le mienten en la cara al pueblo. Todo ese entorno social lo vives tan de cerca que se vuelve adictivo”, explica.
Los asesinatos son lo más difícil de ignorar al hacer fotoreportería en Venezuela. Según un informe publicado por el Observatorio Venezolano de Violencia, en 2016 se presentaron 28.479 homicidios, un incremento del 1,8% en comparación las muertes violentas que sucedieron en 2015. De acuerdo al concejal de Maracaibo, Ángel Machado, en el estado de Zulia las muertes violentas aumentaron 42% en 2016, con más de 100 casos por mes.
Por cubrir estos sucesos, Wilmer y varios de sus colegas han sido amenazados y retenidos por policías y miembros de la Guardia Nacional. Algunas veces los han intentado golpear, sino es que les quitan los equipos y les borran las fotos. Ahora todos deben trabajar bajo la clandestinidad, que se ha convertido en su mejor aliada. Y no solo deben protegerse de las autoridades y fuerzas policiales, sino también de la población civil. “Cuando vamos a las morgues tenemos que ser sigilosos. Una vez los familiares de un delincuente me amenazaron con dispararme si le tomaba fotos al féretro mientras se lo llevaban”, recuerda Wilmer. La inseguridad es preocupante y por eso algunos periodistas han llegado al punto de negarse a firmar sus notas.
La primicia y la exclusividad son los valores agregados de cada medio, pero estos dos elementos han pasado a un segundo plano en Venezuela, y los periodistas hacen cubrimientos en caravana con reporteros de otros medios, llevándole la contraria a la indicación que les dan los editores. En las noches se niegan a ir a los sectores calientes y esperan al boletín de las autoridades o llaman a alguna fuente in situ.
En septiembre del año pasado, Wilmer abrió Sucesos en caliente, su propio diario digital. Se vio obligado a abrir este medio de difusión, en parte, porque los costos y la escasez de papel han golpeado a toda la prensa venezolana, sin importar su trayectoria. La grave crisis inflacionaria, que según la Comisión de Finanzas y Desarrollo Económico podría llegar a 741% al final de este año, no le da a gran parte de la población ni para comprar un periódico.
Por eso, para seguir ejerciendo el fotoperiodismo, Wilmer, como muchos, se la rebusca trabajando en bodas o cubriendo eventos sociales. Pero nada le produce la adrenalina que le da andar con su cámara por las calles, una práctica que también lo pone en contacto directo con la violencia y, dice, en cierta medida eso le ha quitado el miedo a la muerte. Ahora su mayor preocupación es que le roben o le golpeen la cámara, un instrumento de trabajo que en Venezuela puede costar unos 25 salarios mínimos. A pesar de las malas condiciones y el riesgo que implica esta profesión, Wilmer se niega a renunciar a su labor periodística. “Nuestro deber es mostrar la realidad sin censura para que la gente conozca la mentira que el Gobierno y los políticos, sin importar el partido, quieren que vivamos. No interesa la violencia hacia nosotros, lo primero es informar”.