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Ilustración de Nefazta

Colombia es la distopía de una nación: ¿de qué habla la ciencia ficción que se escribe en el país?

Lectores, editores y libreros nos hablaron sobre un género que ofrece la oportunidad para pensar nuestro futuro que, a fin de cuentas, significa pensar sobre nuestro presente. “La ciencia ficción es un tic-tac que nos despierta a diario, pues los mundos que se crean no son inverosímiles: hay un dejo de realidad que nos despierta, que nos alerta, que nos pone a pensar”.

Julián Guerrero / @elfabety

Mes a mes, la librería Valija de Fuego es el punto de encuentro de Ciencia Ficcionarios, un grupo de entusiastas y estudiosos de la ciencia ficción que se reúne para tener tertulias que giran en torno a autores, historias y experiencias. Aislados por un momento de una ciudad ruidosa con un futuro incierto, junto a una carrera séptima que apenas podemos imaginar en los próximos treinta o cincuenta años, conversan sobre los temas que motivaron a escritores como Phillip K. Dick o Ursula K. Le Guin, también para explorar sus propias incertidumbres desde los universos posibles que plantea la ciencia ficción.

Ingenieros, biólogos, lingüistas, filólogos, literatos, músicos, realizadores, diseñadores y otros se dan cita desde 2009 para discutir temáticas que ellos mismos proponen para discutirlas desde diferentes áreas del conocimiento. Desean dar a conocer un autor, una idea o un avance científico. Esta diversidad en su grupo les permite pensar la ciencia ficción desde diferentes perspectivas: pensarla más allá de la literatura, involucrando también las ciencias y el arte.

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El caso de Ciencia Ficcionarios no es único en Bogotá. En la librería Mirabilia, un pequeño oasis de literatura de ciencia ficción ubicado en el barrio Siete de Agosto y que abre cada sábado para acoger a aficionados o especialistas, también es otro ejemplo de ese nicho que se mantiene vivo y en el que no sólo se lee, sino que también se producen nuevos textos. Dirigida por Felipe López y Angélica Caballero, Mirabilia, que también funciona como editorial, se ha convertido en un espacio de charla sobre la ciencia ficción nacional e internacional a través de sus talleres y encuentros. También gestionan un concurso que celebran cada año, motivando a nuevos y viejos escritores del género.

Es indudable que en Colombia también se escribe, se lee y se piensa la ciencia ficción. Aunque no es el género más popular de nuestra tradición literaria o creativa, sí resulta una perspectiva que ha encontrado espacios de desarrollo a través de sus aficionados y que se ha vuelto también una mirada diferente de nuestra cotidianidad. Ejemplos como Ciencia Ficcionarios o Mirabilia, así como el Club de Ciencia Ficción de la Universidad Nacional y el fanzine Ficciorama, son referentes de la ciencia ficción local y una prueba de que es un género que está en constante movimiento.

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“No puedo decir que haya una especie de espíritu de los tiempos —asegura Felipe López— que esté diciéndonos que la ciencia ficción sea la forma de la literatura más apropiada para nuestra condición colombiana. Pero sí lo hay, en cierto modo, para una especie de condición global o condición humana que hace que subgéneros de la ciencia ficción como la distopía o la catástrofe tengan mayor protagonismo en este momento”. El daño medioambiental que se denuncia a diario o la política actual en la que se ven retrocesos sobre circunstancias históricas que parecían superadas y que ha puesto a la cabeza de los gobiernos dirigentes que bien podrían salir de cualquier historia de ciencia ficción, también han motivado el impulso de este género a nivel global, flujo al que Colombia ha respondido con lectores y lecturas.

Si bien el auge de plataformas como Netflix y su cada vez más extenso catálogo dedicado a este género han activado el gusto global por las narrativas sobre el futuro, los saltos temporales, la vida fuera de la tierra y otros lugares comunes de la ciencia ficción, la existencia de este género en nuestro país no responde necesariamente a este auge y aunque no lo parezca, tiene una tradición de muchos nombres dentro de las letras nacionales.

Campo Ricardo Burgos, Antonio Mora Vélez, Julio Cesar Londoño y Luis Noriega, son algunos de los nombres que suenan en el catálogo de los escritores de ciencia ficción en el país. Aunque se discute mucho por la definición del género y su historia en el país (muchos encuentran un ejercicio de proto-ciencia ficción en autoras como Soledad Acosta de Samper, quien en el siglo XIX escribió un cuento sobre la Bogotá del año 2000), muchos concuerdan en poner al autor René Rebetez como el punto de partida de esta experiencia narrativa en el país. Conocido por obras como La nueva prehistoria o Ellos lo llaman amanecer, y otros cuentos, así como por su trabajo ensayístico sobre el tema, Rebetez es el inaugurador de la ficción científica y especulativa dentro del territorio nacional, pues no sólo se dedicó a escribirla, sino también a criticarla y a reflexionar sobre ella.

“En este momento habría que preguntarse ¿quién no consume ciencia ficción en Colombia? Mucho más en tiempos en el que la producción y edición de este género de manera local está al alza”, comentan los miembros de Ciencia Ficcionarios, quienes hacen énfasis en las recientes ediciones que editoriales como Planeta o Laguna han sacado al mercado. “Algunas editoriales que hace diez o veinte años no habrían publicado ciencia ficción y menos ciencia ficción colombiana — agrega Felipe López—, ahora también están buscándola. Están aceptando, por un lado, que escritores del mainstream literario puedan escribir cosas enmarcadas en la ciencia ficción y, por el otro lado, ese mismo mainstream está aceptando como parte suya a escritores que se criaron en sus márgenes y que quizá pertenecían a géneros que se consideraban menores como la ciencia ficción”.

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Dos espaldarazos tuvo la ciencia ficción nacional en años recientes con publicaciones que revivieron viejas obras del género y pusieron sobre la mesa a nuevos autores. Por un lado se encuentran las tres novelas recuperadas por la editorial Laguna en 2011 bajo el título “Prehistoria de la ciencia ficción”, que reúne Una triste aventura de 14 sabios (1928) de Jose Félix Fuenmayor, Barranquilla 2132 (1932) de José Antonio Lizarazo y Viajes interplanetarios en zepelines que tendrán lugar en el año 2009 (1936) de Manuel F. Sliger. El otro espaldarazo se dió en 2017 con la compilación de dos volúmenes de Rodrigo Bastidas (otra de las voces más relevantes del género en el país) titulados Relojes que no marcan la misma hora (2017) y Cronómetros para el fin de los tiempos (2017). Una Barranquilla misteriosa donde todos tienen avionetas y la prensa se demora menos en anunciar los acontecimientos o un mundo dotado de anteojos imposibles y sistemas de comunicación inalámbrica hacen parte de estas narrativas que exploran el conflicto, el belicismo, los sueños y la arrogancia, entre muchos otros temas.

Los miembros de Ciencia Ficcionarios mencionan también proyectos de otras editoriales, como Alfaguara con Cristian Romero y su novela Después de la ira o apuestas que consideran más ambiciosas como la independiente hecha por Editorial Vestigio que, según comentan, logra un catálogo robusto y variopinto en cuanto a temáticas, autores, tonos y colores para la ciencia ficción colombiana, “género que, además, nos permite extrapolar nuestra realidad tanto desde los clásicos como las nuevas obras y locales”, segú cuentan los miembros de Ciencia Ficcionarios. 

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Felipe López agrega que desde el lugar de la librería y por fuera de las grandes corporaciones literarias, “como lectores y como escritores tenemos esas inquietudes sobre cómo escribir ciencia ficción, cómo podría ser una ciencia ficción colombiana. Hay muchos escritores colombianos de ciencia ficción que no tienen ningún problema con no sonar colombiano y eso también tiene que ver con el estilo y las proyecciones de cada uno. No todos están pensando en contribuir a la ciencia ficción colombiana. Es estar interesado y mantenerse indiferente del lugar desde el que se está escribiendo. No se puede decir: quiero escribir ciencia ficción y no me importa el lugar desde el que estoy contando las cosas”.

Esta cercanía con los autores y sus temas la ha logrado Mirabilia, entre otras cosas, a través de su concurso de cuentos de ciencia ficción que este año llegó a su séptima edición. Enfocado en jóvenes entre 18 y 26 años (un detalle que Felipe considera importante pues es la edad en que más animo existe en la publicación de textos del género), este concurso permite explorar esas incertidumbres que están detrás de los fanáticos y escritores y también, de alguna manera, termina siendo un termómetro de las tendencias en ciencia ficción.

“Al concurso llega de todo —dice Felipe—. Cuando hay un tema de moda la mayoría de los cuentos son de lo mismo y muchos de ellos suenan igual, pero creo que hay mucho de catártico para los escritores en poder escribir sobre eso. Un año por ejemplo nos llegaron veinte cuentos sobre zombies porque estaban los zombies por todo lado y todo el mundo quería su cuento sobre eso. También nos llegaban versiones en cuento de Los Juegos del Hambre. Claro, eso es totalmente entendible, no sólo porque es lo que están consumiendo, sino que también es con lo que se identifican. Cuando están leyendo/viendo los Juegos del Hambre, están queriendo ser la chica que salva a su pueblo”.

Aunque tanto los libreros y editores de Mirabilia como los miembros de Ciencia Ficcionarios concuerdan en que la ciencia ficción colombiana ha aportado poco al género, no deja de ser un ejercicio que nos permite pensar nuestra realidad desde otras perspectivas, como lo ha hecho a lo largo de su historia global. Aunque los autores nacionales no han dejado de lado asuntos recurrentes de la ciencia ficción como los cohetes, los androides y las experiencias tecnológicas, estas obras han encontrado un lugar en las incertidumbres y deseos que experimentan los colombianos a diario.

“En Bogotá, que es el espacio que nosotros conocemos, se mueven mucho las historias introspectivas. Historias como El Gusano de Luis Carlos Barragán han tenido una repercusión muy fuerte en el grupo de aficionados. Parece ser que no estamos buscando en el espacio lo que podemos encontrar acá en la tierra. Guarda relación con las nuevas manifestaciones de la ciencia ficción en nuestro país gracias a los espacios de discusión de la ciencia ficción. Está probando que es efectivo en la reflexión interna nuestra”, opinan los miembros de Ciencia Ficcionarios. Justamente El Gusano, una obra desarrollada en un mundo a finales de la década de los noventa en el que los seres humanos y los animales no pueden tocarse sin mezclarse y producir nuevas hibridaciones, es celebrada por pensar desde su narrativa ficcional temas como la ultraderecha, la xenofobia y la homofobia.

Aunque aún es un género en formación en nuestro país, no deja de haber lectores y lecturas, así como otras piezas audiovisuales que le apuestan también a esta perspectiva. Aunque la ciencia ficción en el país sigue siendo un género eminentemente masculino, la ciencia ficción nacional también cuenta con autoras como Diana Catalina Hernández (El futuro de Ismael) o Andrea Salgado (La lesbiana, el oso y el ponqué), nombres que se suman a un público femenino que ha ido sumándose al género en los últimos años.

“La ciencia ficción permite comprender que existen otros mundos posibles partiendo de la realidad conocida —comenta uno de los miembros de Ciencia Ficcionarios—. Pienso, por ejemplo, en los cuentos de René Rebetez o Antonio Mora Vélez, que suelen contar distopías a partir del territorio que habitamos. O un cuento lindísimo de Luis Carlos Barragán enmarcado en la violencia colombiana que se encuentra en Relojes que no marcan la misma hora. Otros mundos posibles no necesariamente felices y de los que somos partícipes pues el futuro se construye ahora”.

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Colombia es un país de ciencia ficción. Por supuesto no se trata de una nación innovadora y conectada. Tampoco de un país abanderado en temas de transporte (el metro de Bogotá es quizá una de las ficciones especulativas más poderosas y bien podría alimentar cientos de libros del género) o de igualdad. Más bien, Colombia es la distopía de una nación; el relato de una tierra subyugada bajo el régimen totalitario invisible que cada año prometemos destruir, pero que perdura condenándonos a un ciclo eterno de imposibilidades. Querámoslo o no, la ciencia ficción siempre está presente en nuestra vida cotidiana y como bien lo señalan los miembros de Ciencia Ficcionarios, “la ciencia ficción es un tic-tac que nos despierta a diario, pues los mundos que se crean alrededor de esta literatura no son inverosímiles: hay un dejo de realidad que nos despierta, que nos alerta, que nos pone a pensar”. De ahí que haya que seguir conociendo, difundiendo y pensando la ciencia ficción en el país.

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