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Ilustraciones por Johnny Matiz / @burdo.666

“Ahora puedo mirar a un animal a los ojos, sentirlo como mi hermano”: el exganadero que fundó un santuario animalista

Como miembro de un linaje ganadero antioqueño, Juan Esteban Builes dedicó parte de su vida al oficio familiar, pero hace 10 años sintió la necesidad de enmendar el daño causado. No solo fundó uno de los santuarios más reconocidos en Colombia, sino que participó en el diseño de una iniciativa de transición para pequeños campesinos hacia una actividad agraria rentable y ética.

Por María Teresa Flórez*

“¿Cuál es el punctum de esta fotografía, María Teresa?”, me preguntó el profesor Carlos Rincón Bolívar, refiriéndose a ese concepto barthesiano de aquello que nos punza (que nos hiere) de una fotografía, mientras mirábamos la famosa fotografía de Melitón Rodríguez que muestra una recua de bueyes reposando sobre una calle empedrada de Medellín con el fondo de la catedral en la plaza (Arrieros en calle Palacé, 1905). “Es la baba del buey”, continuó. “Es la mirada del campesino descalzo. Ninguno de los dos sabe cómo habitar ese nuevo espacio que es la ciudad. Es un espacio que no les corresponde, pero que los fuerza a habitarlo. Eso es la modernidad”. Gracias a esa observación del profesor Rincón, un capítulo de mi trabajo de grado miraba las fotos de Melitón en las que aparecían animales, los que clasificamos como animales de granja. Sostenía yo que lejos de ser paisaje, ese interés insistente de Melitón por fotografiar estos animales domesticados se debía a una sensibilidad particular, a una empatía del fotógrafo con estos animales pues habían compartido una vida común en su pasado como campesino. En estas fotos, veía yo, el que es considerado el gran fotógrafo de la industrialización de Medellín, de su -digámoslo eufemísticamente- transición de pueblo a ciudad, retrataba en los animales una profecía: la modernidad les haría a los humanos lo mismo que les hacía a los animales: someterlos. 

Esta es una charla con otro antioqueño, más contemporáneo a nuestros días, a quien también su familiaridad con los animales gracias a su historia parental ganadera y la tecnificación de su oficio -el método de estabulación-, paradójicamente le permitieron una mayor cercanía con estos seres que sometemos a diario para comer sus secreciones y sus cuerpos en partes límpidas y empacadas. Hoy Juan Esteban Builes es vegano y se dedica al rescate de los mal llamados animales de granja en su espacio La voz de Goyo, ubicado en el municipio de Fredonia. El santuario fue fundado en el 2017, unos meses después de que falleciera un armadillo bebé sólo tres días después de haber sido rescatado. Juan lo bautizó como Goyo y en su homenaje nombró al santuario. Desde entonces allí se han rescatado aproximadamente 350 animales. Hoy este espacio alberga 250 animales entre los que hay vacas, cerdos, mulas, cabras, ovejas, conejos, gallinas, patos, tortugas, perros y gatos. 

“Si yo, que fui ganadero de tradición, pude cambiar, cualquiera, con las condiciones y la compañía adecuadas, puede hacerlo”.

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Entre las historias de personas que han abierto santuarios o espacios de rescate animal, la tuya es muy particular. Tú viviste un cambio de 180 grados. Cuéntame sobre tu tradición familiar en la ganadería y cómo decidiste cambiar de oficio para rescatar y cuidar animales.

Nací en una familia ganadera. Mi abuelo fue ganadero, toda la vida se dedicó a la producción de leche. De hecho, fue uno de los lecheros más reconocidos acá en Antioquia. Mi papá también fue ganadero, pero él se dedicó más al negocio de cría y de ceba. Él estaba en el bajo Cauca antiqueño donde por el clima y la topografía se daba mejor este negocio. 

Yo crecí en medio de fincas ganaderas, con esas tradiciones y con toda esa información. Mis vacaciones transcurrían con mi papá, normalizando ese asunto de ver a unos animales como cosas con las que negociar y de ver a otros respetados y amados, como son las mal llamadas mascotas. Siempre en las fincas tuvimos perritos y gatitos, esos se respetaban y se amaban. Pero al mismo tiempo teníamos los otros que explotábamos. 

Aunque era muy charro porque yo nunca vi a mi papá maltratar a un animal, hecho muy curioso y a la vez incoherente. Mi papá advertía: “el que me llegue a maltratar a un animal, una vaca o el que sea, inmediatamente lo echo de la finca, porque a ellos hay que tratarlos muy bien.” Una cosa muy curiosa, porque dentro de la explotación mi papá trataba de darles, entre comillas, mucho bienestar a los animales. Dentro de ese mundo se daba pues esa incoherencia: se trataba bien a los animales, pero finalmente se los explotaba y se los mataba. 

Mi papá quería que yo fuera veterinario, para que aplicáramos innovaciones técnicas genéticas. Él era una persona a la que le interesaba mucho este tema de la genética para mejoras en la producción. Él era muy inteligente dentro del campo de la ganadería. Por su impulso intenté estudiar veterinaria en la Universidad de Antioquia, que en ese momento era la única que ofrecía esa carrera, pero no pasé. Comencé entonces una carrera llamada Industrias pecuarias, que tiene que ver con la explotación agropecuaria. Pero apenas estaba comenzando mis estudios, mi papá murió y entonces yo me dediqué al negocio y al patrimonio familiar. 

Seguí con ese negocio en Caucasia, en el bajo Cauca. Estuve en esto durante casi 15 años y tuve todo tipo de negocio de ganadería: ceba, doble propósito, lechería. Luego terminé en Fredonia, donde ahora es el santuario, con mi último negocio, de ceba en confinamiento o en estabulación, que consiste en engordar a los animales en confinamiento en establos para llegar al peso que se necesita y enviarlos al matadero. Es un modelo europeo. 

Durante todo este proceso siempre tuve un conflicto interno porque cada vez que teníamos que realizar una práctica que exige la industria, prácticas crueles, la verdad no me sentía bien. Igual seguía en el negocio. Teníamos que destetar y separar las crías de sus madres, que teníamos que capar, topizar, marcar. 

Finalmente teníamos que enviar a los animales al matadero y yo no era capaz de embarcarlos. No era capaz de hacerlo. Siempre enviaba a los empleados, yo me hacía el güevón porque dentro de mí había algo que me decía: “Juancho, esto no está bien”. Sin embargo, continuaba en el negocio desde la zona de confort, desde toda mi tradición familiar, y desde el ego, porque desafortunadamente en este país decir que uno es ganadero le da cierto estatus. De hecho uno lo dice con mucho orgullo. Entonces para uno tampoco era fácil parar de hacerlo, sumado al hecho de que era el negocio familiar y dependíamos económicamente de eso.

Pero bueno, vendimos la finca de Caucasia y nos trasladamos a Fredonia, que es una zona totalmente diferente porque es cafetera. Pasé de una zona totalmente ganadera y minera, en los límites con Córdoba, a una zona de siembra de café. Pero yo seguía terco con el negocio ganadero, tratando de innovar a principios de los 2000 con la ceba en confinamiento. Con eso insistí mucho tiempo, hasta el 2009 más o menos, año en el que en la feria ganadera de Medellín compré un lote de terneros. Allá siempre compraba los terneros de 200 a 250 kilos para llevarlos al peso final de 450 a 480 kilos, el último negocio que tuve. En esa ocasión iba a comprar unos treinta terneros. Curiosamente desde que entré al corral un ternero se me acercó muy tranquilo y empezó a lamerme la mano. Me pareció un ternerito muy bonito, entonces me lo llevé con el resto. Al llegar a la finca comenzamos el proceso de engorde, pero también comenzó la conexión con este ternero, que literal parecía un perrito, era muy noble y el más amoroso que haya conocido. Este negocio te permite hacer una conexión permanente con ellos, porque vos estás ahí 24/7, llevándoles comida a las canoas. Por ese motivo son animales que se vuelven muy mansos. A diferencia del pastoreo tradicional, extensivo, donde los animales están en los potreros, solamente se va en caballo a hacer inventario y a revisar que todo esté bien, pero ellos no tienen ese contacto directo con los humanos como en la estabulación. 

En esa época mi hijo de seis años se enamoró de ese ternero y lo bautizó Osito. Todos los fines de semana que iba mi hijo pasaba a sobar a Osito. El ternero creció y se convirtió en un toro de 480 kilos. Llegó el momento más difícil, el momento de mandar a estos animales a matadero. Ese fin de semana yo estaba en la finca con mi hijo, por eso escuchó la conversación con el mayordomo –vuelvo y te digo, yo cuadraba todo, pero yo me iba porque no me gustaba verlos en los camiones ni nada de eso, eso me partía el corazón y me generaba un conflicto interno horrible-. Entonces mi hijo escuchó la palabra “matadero” y, como los niños son muy inteligentes, me dice: “papá, ¿usted va a mandar a Osito al matadero?”. Me quedé callado porque efectivamente era lo que iba a hacer. Él me dijo: “papá, si usted manda a Osito al matadero yo no le vuelvo a hablar, porque Osito es nuestro amigo”. Literal, me sentí como un culo. Le di toda la razón a mi hijo, Osito era nuestro amigo. Decidí conservarlo, aunque obviamente el resto de los animales fueron enviados a matadero. 

Osito siguió creciendo y se convirtió en un toro de más de mil kilos, pero sigue siendo el animal más noble, cariñoso, amoroso. Hasta le tenía miedo a los perros que teníamos en la finca. Así pude establecer una conexión más fuerte con él. Pasaba horas sobándolo. Un sábado de agosto de 2010, yo estaba sobándolo, y me pregunté: “¿jueputa, yo qué estoy haciendo?” Llevo tantos años diciendo que amo a los animales, pero sólo a los que me enseñaron a amar, a estos otros los estoy engordando para enviarlos al matadero, me los estoy comiendo. Sentí la incoherencia entre lo que pensaba y lo que hacía. Para ese momento mi ex esposa me llamó a almorzar. Una vez me sirvió el pedazo de carne, le dije que no iba a volver a comer carne. Ella se extrañó y yo le expliqué que era algo que hace mucho venía sintiendo, que ya lo habíamos hablado. Literalmente me sentía un hijueputa. Sentí que quería acabar con el que era mi negocio. Le dije que a partir de ese día ya no quería hacer más parte de esa explotación. Ella estuvo de acuerdo y me apoyó en esa decisión. Decidí de forma súbita que iba a ser vegano.

 

Fuiste capaz de reconocer que lo que hacías era explotar animales, pero otra cosa es estar en contacto con la filosofía vegana. Tú vivías una contradicción interna que te hizo tomar esa decisión, y sin embargo imagino que no sabías que existe una corriente de pensamiento ético y un movimiento que aboga por los derechos de los animales. ¿Cómo se da ese contacto tuyo con esta filosofía? 

Fue muy gracioso porque en ese momento no conocía la palabra “veganismo”. La palabra que más conocíamos en ese momento, que ya leyendo más sobre el tema me di cuenta que fue la primera palabra que utilizaron las primeras personas que hicieron esta conexión y que estaban buscando volver a esta empatía con los animales, era la palabra “vegetarianismo”. Luego, en mil novecientos y punta, no me acuerdo, se define este como un movimiento y como una postura ética. 

Pero cuando yo tomé la decisión no pensé: “me voy a hacer vegano porque sé qué es ser vegano”. No, para nada. Mi decisión fue no explotar más animales y respetarlos porque ellos también tienen derecho a vivir y su propio propósito en esta Tierra. De hecho, te cuento, cuando yo tomé esa decisión y conocí el término “veganismo” yo decía “ay jueputa, yo soy el único vegano de la región. Yo no conozco a ningún vegano en Medellín”. ¿Me entiendes?, estamos hablando del 2010. Obviamente, por mi estilo de vida yo no era de redes sociales, entonces no conocía nada de ese mundo. Yo vine a abrir Instagram por el proyecto de La voz de Goyo hace unos cuatro años. Pero en el momento en el que me hice vegano, que apenas estaban llegando al país estos smartphones, yo no tenía un aparato de esos. Yo tenía el Nokia de linternita y decía: “yo no me voy a comprar una güevonada de esas. Todo el mundo está agüevado con esas redes sociales. Qué pereza”. Echaba cantaleta con eso. Además, porque yo soy montañero, necesitaba un celular para recibir y hacer llamadas. No más. Pero obviamente si uno quiere seguir entregando esta información, cosa que entendí después de varios años, necesita esas herramientas. 

El proyecto del santuario nace, en mi caso, desde la culpa por mi oficio ganadero, más que del amor que siento ahora por los animales. Sentía la necesidad de enmendar tantos años de estar dentro de la industria siendo un victimario. Ya

no me juzgo por eso, ya me perdoné y entendí que también fui víctima, de algún modo, del sistema de opresión animal en el que estamos y de toda la información a la que nos vemos expuestos. Pero al principio fue muy duro, por la culpa. Sentí entonces que debía hacer algo más para contribuir a esta causa. Como yo conozco el manejo productivo que se le da a los animales, sobre todo a los bovinos porque trabajé mucho tiempo con ellos, sé de primera mano lo que pasa con ellos que la gente en la ciudad no conoce. Por eso mismo es difícil que la gente en las ciudades haga esa conexión, no porque no quieran, sino porque esta información no es pública y accesible. Los grandes medios de comunicación no van a hacer difusión de esto porque son grandes aliados de la industria. Por eso pasan los comerciales que pasan, promocionando productos de explotación animal. Por ese motivo sentí que mi deber era entregar toda esa información de mi experiencia, porque yo estuve allí, he entrado a los mataderos y sé que son el verdadero infierno. Conozco de primera mano lo que padecen los animales y sé lo que hay detrás de esta industria. Decidí volverme ese instrumento para entregar esta información, sin juzgar a nadie porque finalmente también hice parte de eso. Tampoco me parece que sea efectivo. 

Ahí decidí montar el proyecto del santuario, para entregar esta información de la forma más amorosa posible. Claro, como todos al principio de mi decisión sí juzgaba, uno se vuelve muy intransigente porque está uno muy gomoso. Como está tan nuevo entonces uno señala a todos de “carnacas”. Uno se siente el justiciero y se vuelve el juez de todo el que no comparte esta filosofía de vida. Ya uno con el tiempo y la experiencia entiende que ese no es el camino, que esta labor hay que hacerla con amor, con entendimiento. Porque a mí nadie me juzgó y con seguridad si me hubieran juzgado yo hubiera mandado a la gente a la porra, hubiera rechazado esto. 

Entendí que el camino era mostrar a los animales, mostrar realmente quiénes son, porque creo que esto conecta más que cualquier discurso e información. Mostrar que este es un cerdo, por ejemplo, que es un ser vivo sintiente, como individuo, no como cosa, no como comida. Mostrarle eso a la gente porque con esa acción logran ellos mismos hacer la relación. Los santuarios son, entonces, espacios muy educativos, porque en este lugar los animales son quienes hablan. Bueno, a mí me toca hablar también porque ellos no tienen nuestro lenguaje, pero finalmente el activismo es mostrarlos a ellos. Cuando uno rescata un animal y luego muestra su historia, que es este individuo, que fue rescatado de esta industria, que lo trajimos a este espacio, gracias a esa historia la gente empieza a conectarse con ese animal. Uno empieza a mostrar que puede con cualquiera de ellos, dependiendo de su historia de maltrato, hacer la misma amistad que con un perro o un gato. Ahí mucha gente empieza a entender: es más efectivo.

Gracias a este proyecto del santuario pude hacer conexiones con otros veganos, me di cuenta que yo no era el único que vegano, cosa que me dio una felicidad muy grande. 

(No se pierda este viaje fotográfico por Suesca, Chía, Zipaquirá y La Calera que nos lleva hasta 4 santuarios en los que, aun rodeados de la industria láctea y los mataderos, rescatan y protegen animales)

 

Antes de abrir La voz de Goyo llevabas esta labor de rescate animal en privado, en solitario, pensando que eras el único vegano de la región. Sin embargo, cuéntame cómo se dio el apoyo familiar en tu transición, tanto de estilo de vida como de oficio. Porque imagino que sin el apoyo familiar hubiese sido mucho más difícil, si no imposible, hacer el proyecto.

Yo llevaba varios años intentando iniciar este proyecto, pero finalmente el que me dio el empujoncito fue Goyo, un armadillo bebé que sobrevivió a una cacería que le hicieron a su madre. La gente de la región ya sabía que en esta finca hacíamos rescate animal y por eso lo trajeron aquí.

Sin embargo, cuando tomé mi decisión personal estaba muy resuelto. Pensé que si mi familia me apoyaba, pues fantástico. Pero si no me apoyaban, no me importaría, porque mi decisión era por convicción. Cuando vos hacés esa conexión y entendés que no tienes razón para irrespetar la vida de los animales, que están acá porque tienen el mismo derecho que tienes vos y que tienen sus propias motivaciones, puede haber o no apoyo y vos vas pa’delante. Ahora, claro, si tenés el apoyo de tu entorno es más fácil, fue lo que me pasó a mí e incluso se unieron a esa decisión. Mi esposa en ese momento me dijo que ella, a diferencia de mí, sí quería tener un proceso más pausado, por pasos. Y eso hay que respetarlo, pero yo no lo hice en ese momento porque como estaba tan nuevo era bastante fastidioso. Mi mamá y mis hermanas también decidieron hacer el cambio, porque el santuario está ubicado en una finca que fue un patrimonio que nos dejó mi papá. Mi mamá ha sido el apoyo más grande, nunca me ha dicho algo como: “Juancho, te enloqueciste”. Cuando me ve más angustiado por el asunto económico que requiere este proyecto, ella me dice: “tranquilo, no te preocupés. Cualquier cosa, hacemos lo necesario. Dios está con vos y te ve. Él sabe que estás haciendo lo correcto.” 

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Fui muy bonito porque cuando tomé mi decisión lo pude hacer acompañado y fue un gran alivio. En cuestión de uno o dos años no se volvió a ver carne en mi casa y luego los demás productos, como leche o huevos. Pasó lo mismo con mi hijo, que a los diez años decidió ser vegetariano y a los quince vegano. Así yo entendí que este cambio no sucede desde el ejemplo. Con amor la gente se va sumando, se cultiva la curiosidad. 

Eso sí, esta decisión también va alejando a mucha gente de la vida de uno, luego uno va conociendo otra nueva. Fue mi caso, no volví a verme con ninguno de mis amigos ganaderos porque ellos no entendían qué fue lo que me pasó. En algún momento me encontré con uno y me decía: “Güevón, vos te enloqueciste, marica. ¿Que vos te volviste qué?”. Y yo en medio de risas y charlas le dije que sí, que estaba loco pero que estaba feliz. Es normal que el círculo de uno cambie. Al principio yo estaba de algún modo solo en esto y ahora no alcanzo a contar todas las personas que han llegado a mi vida y que estamos en este mismo camino, todas personas maravillosas y fundamentales para poder hacer crecer este proyecto de La voz de Goyo. Solo no hubiese podido. Hemos logrado lo que hemos logrado gracias al trabajo colectivo. Por el asunto económico, por la logística, este proyecto requiere de muchas manos.

En las redes sociales mostramos lo más bonito de esta labor, pero detrás de eso no te imaginás la lucha por todo lo que necesita un santuario que de verdad uno a veces siente una angustia intensa. Es una responsabilidad muy grande, sobre todo porque la mayoría de animales que te llegan traen ya secuelas, físicas y psicológicas, que requieren de tratamiento veterinario y especializado para su recuperación. La adecuación de los espacios para cada especie, que siempre pone límites para la cantidad de animales que puede recibir y albergar el espacio. Aunque hay rescates de emergencia que nos requieren hacer excepciones, por la naturaleza del caso de rescate, y toca en tiempo récord adecuar las condiciones para rescatarlo y recibirlo. Nos pasó con la operación 130, que eran 130 gallinas ponedoras a las que no les pudimos decir que no. Hubo que hacerlo con responsabilidad, no se pueden recibir y soltarlas por ahí. Tuvimos que construir un espacio adecuado grande, enmallar, poner un galpón para que duerman en la noche, comederos, bebederos, en fin. Nos tocó de emergencia hacer un evento de hamburguesas veganas que nosotros mismos producimos, afortunadamente se logró la meta gracias a la respuesta de la gente. Todo esto se logra gracias al trabajo colectivo. Solo no se es capaz ni es responsable.

 

¿Cómo era un día antes como ganadero y cómo es ahora como rescatista vegano? 

Pues ha cambiado totalmente. Es muy charro. Porque cuando era ganadero en el tema económico era súper bueno (risas), porque si necesitaba plata esa semana pues iba a la finca, separaba un lote de terneros, vendía y solucionaba. Pero, vuelvo y te digo, estaba ese conflicto interno, esa infelicidad. Ahora es todo lo contrario, ahora me siento la persona más satisfecha del mundo haciendo lo correcto, con mis imperfecciones como todo ser humano. Pero sí me siento muy feliz con este propósito y misión de vida, que es tratar de rescatar algunos animales. Uno quisiera rescatarlos a todos, pero no se puede precisamente por el tema económico, que es una preocupación constante desde que uno se levanta hasta que se acuesta, porque hay que pensar diariamente cómo generar recursos, estar pidiendo no es una estrategia estable. Las donaciones las necesitamos, claro, pero son limitadas y cambiantes. 

El cambio ha sido todo: ahora vivo con una tranquilidad y una felicidad inmensas. Sin embargo, esto es una locura. Porque tengo bajo mi responsabilidad más de 250 vidas. Aquí no se puede sacar días de descanso, y no hay vuelta atrás. No es fácil, pero yo siento que es el proyecto más maravilloso que he podido tener. Con mis hermanos de otros santuarios de la región lo hablamos, aquí en Antioquia hemos hecho una alianza maravillosa, una amistad y una hermandad hermosísima, con Miguel y Nani del santuario Namigni y con el santuario Second Chances. Hablamos, nos desahogamos de nuestras penas y estamos acompañándonos en este mismo proyecto. Porque la vida de nosotros gira en torno de esto, todo peso que entra va para el proyecto. 

Este proyecto es una alegría muy grande. Nada más yo le decía esta semana a mi mamá que si no fuera por esto yo, personalmente, no le encontraría sentido a la vida. A veces me parece muy jarto vivir. Y ella me dijo que afortunadamente encontré este propósito. Así me llene de angustias, de preocupaciones, de miedos, es mi motivación diaria. Es el sentido de mi vida. Pues, no es que la vida me parezca jarta como tal, la vida me parece hermosa, el planeta Tierra, los animales: maravillosos. Es este sistema en el que estamos metidos que la vuelve un sin sentido. A veces la gente no me entiende eso, creen que no soy agradecido con mi vida. Y sí lo soy. Pero este sistema es una mierda en la que estamos metidos, las consecuencias de toda esta locura. Esto no es vida.

Andre, mi gran amiga de Second chances, tiene una frase muy bonita: Rescatando animales perdí la cabeza, pero encontré el alma, me encontré a mí misma. Y es real, este proyecto me salvó. Encontré lo que para mí le da sentido a vivir.

 

Teniendo en cuenta que Antioquia es, según FEDEGÁN, el departamento más rentable para la ganadería en todos sus negocios, pues tiene la mayoría de “cabezas de ganado” del país y es el mayor productor en los diferentes negocios de explotación que hay (lechería, doble propósito, ceba), ¿cómo percibes el impacto de la labor del santuario en este territorio? 

El contexto antioqueño es complejo, la tradición paisa por las montañas y por la cultura ha sido muy ganadera. El paisa tiene un ego muy jodido. A veces a mí me da cierta pereza decir que soy paisa, por los imaginarios que hay alrededor de eso, la fama de negociante, de verraco, de avispado. A mí me parece que tiene muchas connotaciones negativas: es ser ventajoso y hablador. Esto está ligado con el tema de la ganadería y de hecho decir que uno es ganadero es algo que da estatus. Por lo menos en Antioquia. 

El trabajo de los santuarios ha sido maravilloso. Independiente del número de animales que tenga cada santuario. Porque para nosotros, a diferencia del negocio ganadero, no se trata de la cantidad de animales sino de la calidad de vida que se les ofrece a los que podemos rescatar. Cualquier rescate, incluso si es de un solo individuo, es valiosísimo. Desde que se haga de una forma responsable y se le pueda dar al animal la calidad de vida que se le ha quitado.

Me parece que el impacto de los santuarios es muy positivo desde la parte educativa. Justamente eso fue lo que me hizo cambiar de lo privado a hacer la labor pública, visible. Primero porque entendí que muchas personas que no han tenido un contacto con un animal mal llamado de granja, pues no tienen ni idea de la realidad de explotación que vive este ser. La gente cree, por ejemplo, que el cerdo es cochino y que de ahí sale el chicharrón y listo, pare de contar. Que la vaca da leche porque es vaca. Tristemente esa es la desinformación, mucha gente todavía cree esto, no entienden que la vaca es un mamífero que para producir leche para esta industria hay que preñarla, esperar nueve meses de gestación, que da a luz a su cría y que luego hay que separarlos para quedarnos con esa leche. Por eso es que valioso el trabajo de los santuarios, por el asunto educativo. Porque este es un espacio para poder reconectar con estos animales. Además, desde mi experiencia como ganadero puedo entregar toda esa información que conozco y que el público general no conoce. Esto es fundamental.

Luego también está el tema de los recursos, otra razón por la que decidí hacer pública esta labor. Porque cuantos más animales se quiera rescatar, pues más recursos se necesitan. Aquí hay algo en lo que hay que ser enfáticos: el bienestar que vos podás ofrecerles a los animales a tu cargo, se sustenta con dinero. Cuanta más plata haya, más rescates son posibles. Vos podés tener la mejor intención y todo el amor del mundo, tener muy clara tu postura, pero para poder llevar a cabo esta labor necesitás de plata. Es un hecho. ¿Para qué? Pues para todo: para comprar alimento, para adecuar un espacio, para pagar el transporte, para contar con veterinario, para pagar empleados que ayuden al cuidado del animal. 

Cualquier persona que rescate un animal de forma responsable hace una labor valiosa. Prescindiendo pues del título que se le quiera poner, porque entiendo que hay una discusión sobre quién sí puede llamarse santuario y quién no. Yo digo, quitémosle el título, pero el sólo hecho de cambiarle las condiciones a una vida víctima de la explotación, y que ese animal pueda ser, ya es muy importante. Independientemente de que tengás uno o tengás mil, de forma responsable siempre. Me parece entonces que el trabajo de los santuarios es muy importante por eso, y no sólo de los que somos visibles, también de los que lo hacen en el ámbito privado. Conozco mucha gente que hace una labor de rescate y cuidado animal maravillosa, pero simplemente no le interesa mostrar lo que está haciendo porque hacerlo público trae nuevas responsabilidades: manejar una imagen pública, manejar redes sociales. Está también el hecho de que si vos sos más visible, te pueden llegar más recursos, pero así mismo te llegan más casos. Uno se inunda de casos. Y uno no puede asumir todos los casos que llegan, porque de nuevo, se trata de hacerlo de forma responsable. Porque si vos lo haces de forma más emocional, más desde el corazón y no tanto de manera racional te puede suceder que caigas en el síndrome de Noé. Hay que tenerlo siempre presente y hay que saber decir que no a tiempo. También hay que prepararse y buscar asesoría, porque cuidar cada animal requiere particularidades que probablemente vos no conozcas y hace parte de lo que es ser rescatista animal. Rescatar animales no es sólo sacarlos de la explotación, es el compromiso que adquieres de ahí en adelante, esa es la parte más dura y a la que tienes que estar dispuesto y preparado. Entonces ahí es útil la red de apoyo que se conforma entre santuarios, entre rescatistas, porque compartimos conocimientos para ofrecer mejor calidad de vida a los rescates que hacemos. También necesitas estar en contacto con profesionales, con veterinarios especializados en la especie que querás rescatar. 

Para hacer esta labor necesitas partir de la aceptación de que no te las sabes todas, de que necesitas el apoyo de otros para poder hacerlo y de que vas a necesitar la asesoría de expertos para hacerlo de forma correcta.

También necesitas contar con espacio. Porque vos podés tener plata, pero no podés hacer nada si no contás con espacio. Sobre todo si estamos hablando de animales de mediano y gran tamaño, como cerdos o bovinos. No es que requieras la gran extensión de terreno, pero sí un mínimo para que esté cómodo. No para que viva en libertad, sino para que esté cómodo. Es una falacia decir que los animales rescatados van a vivir en libertad. La verdad es que nosotros no le podemos ofrecer la libertad a ningún animal que rescatemos, eso sucedería en el mundo ideal pero en este no. Por la sencilla razón de que son animales que van a depender enteramente de nosotros y porque el espacio con el que van a contar es delimitado. Son animales que desde que les brindes todo lo que necesitan de acuerdo a sus propias características, van a estar bien.

 

Esta es una labor que requiere mucho dinero, porque definitivamente de amor no viven los animales. ¿Qué estrategias de financiación para el santuario implementan? 

Las donaciones han sido un apoyo muy importante, sobre todo los últimos dos años en los que siempre hemos recibido. Estaría mintiendo si dijera que no, porque la gente ha respondido muchísimo cada vez que necesitamos financiación. En momento de emergencia, la respuesta es muy positiva. Estoy muy agradecido por eso. Aunque claro, el 80% de los recursos yo los genero con mi trabajo, el año pasado me fui a trabajar a Estados Unidos porque aquí estaba muy complicada la situación financiera. También tenemos un emprendimiento de alimentos veganos: masa de proteína de lentejas y arvejas, garbanzo y avena, mayonesa vegana y otros aderezos. Estamos también reactivando el cultivo de café, porque en años anteriores también me dediqué a eso, lo que pasa es que me metí de lleno al santuario y quedó suspendido. Estamos haciendo una alianza que a mediano plazo nos va a permitir generar recursos del café.

El tema financiero es una preocupación constante. Muchas veces hay que salir a pedir prestado (risas). Pero te cuento algo, yo tomé la decisión de abrir el santuario en la crisis económica más grande de mi vida.  No sé cómo lo hice. Porque si yo hubiera esperado a tener plata simplemente no lo hubiera hecho jamás. Tuve la determinación de tomarlo. ¿Y qué hago para sostenerlo? Lo que resulte. Porque yo me dediqué toda mi vida a ser ganadero, fue para lo que me formé, y de un momento a otro renuncié a esa profesión y me quedé sin ese sustento. Pues a Juancho Builes le tocó empezar a inventar a ver qué hacía: lo hice un tiempo con el café, también compré un carro para manejar Uber, luego salió lo de los alimentos veganos, me tuve que ir del país a trabajar afuera... Mejor dicho, lo que haya que hacer por los animales. 

Ahora estamos legalizándonos como fundación. Estamos en eso para poder recibir de manera más formal donaciones, para que la gente done tranquilamente porque hay más credibilidad. También para tocar puertas de empresas y poder hacer alianzas más grandes.

 

Hablabas del santuario como un espacio educativo para que sus visitantes tengan la oportunidad de reconectar con los animales explotados a través de sus historias de vida, que los veamos como individuos y no como mercancías.  Es un espacio para cambiar hábitos de consumo. Ustedes desde esa comunidad de santuarios en Antioquia plantearon otra labor educativa, el programa ‘Cambia la finca’, ¿en qué consiste y por qué lo diseñaron?

Eso fue una idea que se le ocurrió a Miguel del santuario Namigni porque hemos conversado sobre este tema muchas veces. Y es que los veganos muchas veces señalamos a los pequeños productores y no nos ponemos en los zapatos de ellos. Estamos hablando de los pequeños productores, porque el programa es para los pequeños campesinos. Obviamente un ganadero que tenga en su propiedad miles de “cabezas de ganado” no va a querer cambiar su actividad económica. Pero sí pensamos en que el campesino en Colombia pasa por unas condiciones muy precarias y por un abandono estatal, eso es una realidad. Los pequeños campesinos, que tienen algún tipo de explotación animal sea con cerdos, con vacas, con gallinas, con seguridad, no tienen otra mejor opción para su sustento. Entonces en vez de señalarlos y atacarlos pensamos siempre en ayudarlos. 

Yo estuve en ese medio porque tuve cultivo de arroz, sé lo que tiene que pasar el pequeño campesino y sé que muchas veces ni siquiera vive contento con lo que hace, sino que le toca porque no tiene otra opción. Por ejemplo, el campesino que tiene tres vacas y que le toca levantarse a las 3 de la mañana para ordeñar, luego tiene que salir con su cantina de leche en mula, si tiene, o al hombro, hasta la mierda donde pasa el carro recolector que se la compran por tres pesos... Mejor dicho, que no tiene otra opción, pensamos en ellos y decidimos armar un programa para su bienestar también. Les planteamos entonces la siguiente propuesta: a cambio de la entrega de sus animales nosotros les ofrecemos una labor de acompañamiento y transición para el cambio de actividad de la finca.

Diseñamos una nueva actividad agraria que le permita conseguir la misma cantidad de dinero o incluso más que la que le ofrecía su dependencia de esos animales. Miramos de acuerdo al municipio, al tipo de tierra, al clima para diseñar el nuevo negocio que podría tener esta persona. Además del acompañamiento en el cambio de actividad también ofrecemos la comercialización de esos cultivos para que pueda generar el mismo ingreso o quizás más de lo que ganaba anteriormente. Si vos garantizas eso, con seguridad muchos campesinos se animarían a cambiar de actividad. La idea es también, en el momento de la comercialización, reducir la cantidad de intermediarios, que la compra sea lo más directa posible, para que así le podamos garantizar al suscrito al programa que no tendrá pérdidas con el cambio de actividad. Somos conscientes de que al pequeño campesino en Colombia muchas veces no se le paga ni lo que invirtieron en su cosecha, entonces para ellos termina volviéndose una pérdida dedicarse a esta labor.

Hasta el momento nadie se ha suscrito a este programa. Lo lanzamos apenas el año pasado. Estamos a la espera de que alguien se suscriba y así podamos completar el proceso con esa persona. Cuando eso suceda, queremos poder documentar y registrar ese proceso para poder mostrarlo como un ejemplo de cambio colectivo.  

Diseñamos este programa pensando en que el pequeño campesino es también una víctima de un sistema que no le deja más opciones, así como los animales que explota (sólo que ellos son la mayor víctima). Para nosotros es una realidad que mientras las personas no tengan bienestar, no le van a ofrecer bienestar a los animales.

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A veces uno desde la propia comodidad no tiene en cuenta que para poder tomar ciertas decisiones morales hay que gozar también de un nivel de bienestar. En Bogotá hace unos años se implementó una ley para prohibir los vehículos de tracción animal en la ciudad, las llamadas zorras, que eran carretas jaladas por equinos. Ese proyecto de ley lo redactó la concejala Andrea Padilla, y en esa ley se contemplaba también ofrecer alternativas que beneficiaran a las personas que dependían económicamente de sus zorras. Hubo por eso una incomodidad, se le señaló a Andrea de falsa animalista por buscar beneficiar, además de a los animales, a las personas que dependían de estos vehículos, a quienes algunos sólo podían tildar de “maltratadores y explotadores de animales”. Lo que no se tenía en cuenta en ese señalamiento era la vulnerabilidad de este sector poblacional, que no hacía eso por disfrutar del maltrato animal sino porque simplemente resultaba mucho más barato tener una carreta jalada por un animal que una motorizada. Es decir, esas personas no tenían otra opción.

Lo que sucede es que opinar y señalar desde la comodidad que le ofrece a uno estar en cierto sector social es muy fácil. Y eso sucede no sólo en la comunidad vegana sino en cualquier problemática social. Sucedió en el proceso de paz cuando se señala injustamente a los ex combatientes sin tener en cuenta las situaciones que los llevaron a tomar esas acciones. No nos ponemos en el lugar del otro, mejor dicho. Esa es una crítica que yo tengo a veces para los veganos, y yo soy uno de ellos; es que esa empatía que sentimos con los animales tiene que ser también una empatía con nuestra propia especie, porque si no, no vamos a lograr nada.

Aquí sucedió algo similar con el proyecto de ley que sacó con el mismo fin mi gran amigo el diputado Álvaro Múnera. En ese proyecto también se tenía en cuenta el bienestar de las personas que dependían económicamente de estos vehículos, pues se trata de entender que a esas personas, lejos de juzgarlas, hay que ofrecerles bienestar para que puedan salir de esas situaciones. Todos ganan ahí, los animales y las personas que dependían de ellos económicamente. Porque hay muchos de ellos que no es que quieran explotar animales, aunque hay excepciones. Pero lo cierto es que la mayoría de estas personas, cuando se empezó a implementar este programa, lloraban entregando a sus animales porque de verdad los amaban, les tenían mucho agradecimiento porque fueron compañeros durante muchos años y quienes les permitieron conseguir sustento diario. Y sí, es complejo porque había explotación de por medio, pero era un amor real, de verdad lo querían.

Nosotros desde este santuario entendemos mucho y tratamos de ser más tolerantes y comprensivos con las personas campesinas que explotan animales, porque conocemos el contexto social en el que surge este maltrato. Es diferente cuando vos haces activismo a partir de lo que sabes a través de la pantalla de un computador, en el escritorio de tu casa. Ahí es muy fácil señalar, volver todo blanco o negro. Así nunca vas a conocer los matices, porque no experimentas que este es un mundo imperfecto y que la realidad es mucho más compleja, tanto para los animales que están en la explotación como para las personas que están dentro de este sistema lleno de desigualdad y de injusticias.

 

Creo que lo que nos sucede a muchos veganos en las ciudades de Colombia es que muchas veces nos volvemos veganos por los videos que vemos en internet, material que no retrata la realidad de explotación animal de este país. Son videos de la producción industrial de carne y leche, pero aquí no hay esa producción industrial porque Colombia no es un país industrializado. Aquí la producción de carne y de leche funciona de otras maneras, hay una relación particular entre el campo y la ciudad en nuestro país. Creo que poder entender esa relación campo-ciudad aquí cambia muchas cosas y serviría para situar socialmente al veganismo en nuestro país, que requiere de demandas localizadas. Esto nos ayudaría a entender que aquí el veganismo tiene una relación con la soberanía alimentaria de los pueblos, con el cuidado de la naturaleza y la preservación de los ecosistemas, con el conflicto armado.

Es que es un engranaje completo. Yo lo entendí hace muchos años. Si las personas no encuentran su bienestar, son más propensos a maltratar a otros. Siento que los seres humanos desquitamos nuestras frustraciones de nuestras carencias con el más vulnerable y el más indefenso. Eso lo vemos en el maltrato animal, en el maltrato infantil e incluso en el maltrato hacia la mujer. Vuelvo e insisto, hay que seguir difundiendo este mensaje del veganismo con mucho amor, pero buscando también el bienestar de las personas. Lo conversaba con mi querida amiga de la fundación Hopet, que se encarga de rescate y procesos de adopción de perros y gatos. Hablamos de una realidad muy difícil que hay en San Bernardo del Viento, en estos pueblos costeros del lado de Córdoba con los que los paisas tenemos más cercanía. Hace poquito trajimos una perrita de allá, un caso muy triste, ella estuvo hospitalizada doce días, pero finalmente murió. Decíamos que la realidad de los animales en estos lugares es horrorosa, miedosa. Pero qué le vamos a pedir a los habitantes de allá si cuando vos vas a esos lugares ves que los niños están desnutridos, no tienen acceso a agua potable, no tienen ropa, no tienen vivienda. Es decir, no tienen ni para vivir en condiciones dignas ellos. Entonces cómo los vamos a señalar de maltratadores de animales, cuando ni ellos mismos tienen ese bienestar que nosotros como seres humanos también merecemos. El mundo real es mucho más complejo que esa postura ideal del veganismo perfecto. Como vegano qué más quisiera yo que ver a los animales en libertad, que no los explotáramos más. Pero sé que eso no va a pasar en muchísimo tiempo, hasta que no se den unas mejores condiciones para los humanos. Porque la realidad de muchos lugares en Colombia es el abandono estatal y aunque la prioridad del veganismo son los animales, el movimiento sí tiene que ser incluyente con el maltrato que también viven las personas. Señalando no vamos a lograr nada diferente de la estigmatización y que la gente no quiera acercarse a este movimiento. Eso termina perjudicando a los animales, porque son menos personas luchando por sus derechos, por los que ellos mismos no pueden luchar. Entonces es eso, ser más tolerante, más compasivo y más amoroso con las personas, con esas que tampoco la están pasando nada bien y más en este país.

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Según el DANE, en Antioquia nada más la ganadería genera tres veces más ganancias que el cultivo de café. Si tenemos en cuenta este aspecto económico, resulta claro que la gente va a preferir ganar más dinero por encima de cualquier aspecto de la ética animal. En el programa ‘Cambia tu finca’, ¿qué se han planteado para enfrentar esa situación, la de la rentabilidad de la explotación animal frente a otra actividad económica?

El mercado está regido por la demanda. Para nadie es un secreto que la ganadería en Antioquia y en Colombia es de unos pocos. Cuando yo fui ganadero teníamos una finca de quinientas hectáreas como con 800 animales y éramos de los pequeñitos. A un ganadero de los grandes no le va a interesar un programa de estos (al menos por ahora) porque lo que le interesa es el dinero. Es tan simple como que el día que haya un negocio más rentable que la ganadería, la ganadería se acaba. Punto. 

Pero qué es lo que pasa con los pequeños campesinos. El éxito del programa que nosotros lanzamos estará en el acompañamiento durante la comercialización, porque yo puedo asegurar que la gente consume más papa que carne, por ejemplo, pero, ¿cuál es el problema?: que siempre hay un intermediario. En Bogotá está Corabastos y en Medellín tenemos La mayorista. Es un negocio que está centralizado, donde ya están establecidos los monopolios y los que los manejan. Allá pagan de forma arbitraria a lo que les parezca a ellos. Esos intermediarios se encargan de distribuirle a todos los expendios de la ciudad. Entonces el asunto de la comercialización es la clave. Si logramos, siguiendo con el ejemplo de la papa, que un campesino siembre equis cantidad de toneladas de papa y las comercializamos de forma directa, sin intermediarios, es seguro que es más rentable que lo que gana por la cantidad de litros de leche que vende. 

Está este otro asunto, y es que puede que el negocio en estadísticas lo muestren muy rentable, pero sólo lo es para las grandes del mismo. Para las grandes cooperativas de leche y de carne. Porque son ellos los que venden el producto final y se quedan con las ganancias. Ellos tienen la sartén por el mango con los pequeños productores porque ellos fijan el precio de compra y si el campesino accede, pues bien, pero si no le parece el precio justo entonces bote eso porque no se lo van a comprar. Es por eso que no es que sea un negocio rentable para el pequeño campesino, porque el precio no lo fijan ellos como productores, ellos se atienen al precio que fijan los intermediarios. Incluso si ese precio no cubre ni siquiera los gastos de producción, o sea muchas veces no recuperan siquiera lo invertido.

Prescindiendo de los intermediarios, las ganancias van totalmente para el pequeño campesino productor. Es un reto difícil, sí, pero es nuestro propósito para lograr un cambio.

Estamos a la espera de que alguien se suscriba al programa para poder documentar el proceso y poder conseguir así financiación para llevar a cabo este tipo de programas. Para que tanto los animales que nos entregaría como el pequeño campesino que cambia de actividad, salgan ganando.

 

Devolvámonos un poco para hacerte la siguiente pregunta, sobre la relación particular con los animales que puede tener quien trabaja explotándolos. Por las labores que ejercías antes tenías una cercanía con estos animales, pero de algún modo ponías una tara para poder seguir haciendo lo que hacías. Sin embargo, es gracias a esa cercanía que pudiste tomar una decisión de cambio. ¿Cómo sientes el cambio de relación ahora?

Durante muchos años yo me di látigo, me sentía muy culpable por haber estado en este negocio tanto tiempo, matando muchos animales. Yo mismo llevé procedimientos como castrarlos o topizarlos. Mi relación con ellos ahora es totalmente diferente a la que tenía con ellos en la industria. En ese momento yo decía que me interesaba el bienestar de ellos, pero buscando esa conveniencia monetaria mía. Si estaban en buen estado, los podía vender mejor. Ahora los puedo mirar a los ojos y sentirlos como mis hermanos, decirles con franqueza: “no te preocupés que no te voy a hacer absolutamente nada que vaya en contra de tu voluntad”, a no ser que haya que vacunarlos, pero eso es por su bienestar. Es una conexión muy diferente. A mí todos esos años en la ganadería me sirvieron para poder entregarle a la gente la información que hoy conozco. También tener conocimiento en el manejo de ellos, de su alimentación y de sus necesidades. Pero no es para nada la conexión que tengo ahora con ellos, porque ahora los veo como mis hermanos y maestros. Ahora cuido de ellos para que no les falte nada, para que puedan cumplir su propósito de vida. Estoy convencido de que los animales que llegan a este y a cualquier santuario tienen el propósito gigante de conectar con la gente para que reencuentren su empatía. 

Es grandioso que hoy ellos puedan tener esa tranquilidad de que cada vez que me les acerco es para agradecerles, para cuidarlos, para darles la posibilidad de ser; recibir esa energía de ellos, que sólo la conocemos los que nos dedicamos a rescatar y cuidar animales. Lo que ellos nos transmiten no tiene precio y eso cambia toda la relación.

 

Después de tanta cercanía y empatía, ¿cómo lidian con la muerte?

Es algo que tratamos de mentalizar, porque nos va pasar muchas veces. Cada vez que muere un animal sabemos que no es el primero, pero que no va a ser el último. Es una sensación muy difícil, de frustración, de impotencia, porque muchas veces sucede apenas un animal llega al espacio, para por fin tener una vida digna. Pero no pudo disfrutarla ni conocer ese lado amable de los humanos. 

Asumimos esto como un hecho que hace parte de la labor, entonces nos enfocamos en que cuando ya los veterinarios nos dicen que no hay nada que hacer para sanarlo, el animal no sufra nada de dolor y que muera tranquilamente. Si su agonía va a ser larga, decidimos ayudarlo a morir para que no la sufra. Lo acompañamos y le damos el bienestar que no tuvo en su vida para que pueda dejar su cuerpo lastimado de la forma más amorosa y tranquila.

Hay otro asunto, que hemos hablado con Miguel de Namigni muchas veces. Este trabajo es como estar en un campo de guerra, en el sentido de que se muere uno, lo enterramos y no tenemos tiempo de hacer duelo porque tenemos que estar pendientes de los otros que están enfermos, o de los que llegaron nuevos, o terminar de gestionar un evento para generar recursos. Nos toca seguir porque tenemos muchos animales a cargo.

 

Siento que seguimos, aun siendo veganos, viendo como números a los animales. Me explico: en tu santuario hay en este momento 250 animales, pero resulta que en Bogotá, por ejemplo, al día asesinan mil bovinos. Esa diferencia tan brutal puede hacernos sentir que la labor pierde sentido, porque no podemos hacer un rescate mucho más numeroso. Volvemos cifras a los animales al comparar esas cifras. La diferencia está en que, de un lado, en el negocio de la ganadería los animales cuentan como unidades, en los santuarios cuentan cada uno como individuos. Por eso es que salvar una vida vale la pena porque es restituirle a ese animal su condición individual.

Ese es un debate muy grande. Es una discusión que los que tenemos santuarios hemos tenido con muchos, incluso con veganos, que dicen justamente eso que planteás. Uno sabe y es consciente de que mientras estamos hablando acá miles de millones de animales están siendo asesinados en todo el mundo, es una realidad que en este momento no podemos cambiar. Pero cuando nos metemos en un proyecto como un santuario tenemos claro que prima el individuo, entonces celebramos cada vida rescatada: siempre cuenta porque cada vida es sagrada. 

No se trata sólo de mirar toda esa realidad tan agobiante que viven los animales, sino también ver ese otro lado de que cada animal rescatado tiene un propósito gigante. De hecho, muchas personas hacen la conexión de la injusticia que apoyan, no mirando imágenes de mataderos, porque hay mucha gente que no quiere ver eso porque sabe en el fondo de lo que es partícipe, sino viendo a ese animal feliz jugando. Por eso celebramos la vida de cualquier animal rescatado, incluso del más pequeño. Sin olvidarnos jamás de esa realidad tan brutal de miles de millones de animales en el mundo, por eso siempre ingeniamos nuevas formas de conseguir más recursos para poder hacer más rescates y crear más consciencia.

También quisiéramos que llegara el día en que podamos decir que todos los santuarios animales del mundo se cierran, pero soy consciente de que yo no lo voy a vivir. Sería lo ideal, pero como eso no va a pasar en mucho tiempo, celebramos cada vida rescatada y cada espacio que se abre para su rescate.

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*María Teresa es filósofa. Puede seguirles la pista a sus textos en Medium.

 

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