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Entre neas y punkeros se mueve la fotografía de David Sánchez

Con solo 20 años ya ha construido su propio álbum del under manizalita. “Estos chicos son la representación de una identidad emergente permeada por una Colombia efervescente que idealiza al vándalo, que adopta sus fenotipos y ciertos comportamientos, dando lugar a la construcción de sus propias versiones”. 

Daniel Fandiño / @sinsecuencia

Todos los domingos, como se acostumbra en muchas ciudades del país, hay ciclovía. Manizales no es la excepción. A medida que va avanzando la mañana, la gente va saliendo: ancianos que a punta de ejercicio le intentan hacer el quite a la muerte, mamás y papás enseñándoles a los más pequeños a montar en bici, jóvenes que buscan mantener figuras esbeltas como les propone constantemente la publicidad, gente que quiere sudar los excesos. En medio de esa fauna social hay un parche que sobresale por las piruetas que tiran sobre sus bicicletas y por su disruptiva y extravagante estética. Pelados a los que muchos llaman neas. Ese precisamente es el nombre que David Sánchez adoptó para un proyecto fotográfico que tiene a personajes como ellos de protagonistas.

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Uno de esos domingos David se pegó la ida a la ciclovía y abordó a estos jóvenes para hacerles fotos, algunos desconfiaron y otros copiaron, pero hubo uno, Carlos, que se interesó en la idea y logró que los demás se interesaran y aceptarán posar frente a la lente. De esa manera, David empezó a hacerles fotografías picando y haciendo sus fintas sobre las bicicletas con la condición de que al final les rotaba el resultado. “Así me comenzaron a reconocer los chicos —explica David—, como el pelado de la cámara (...) Procuraba no tener una apariencia tan diferente de la de ellos. Decidí cambiar un poco de aspecto, cortando mi cabello como ellos e intentando vestir un poco similar para ir creando una representación dentro de esas estructuras sociales, para que no me vieran como un desconocido”.

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A sus escasos 20 años, David se ha abierto puertas en el mundo de la fotografía y ha experimentado desde un ejercicio completamente empírico y autodidacta el manejo de la cámara tanto analógica, como digital. Las películas de culto, los documentales y la atracción que le generaban las malformaciones de los personajes fueron esas herramientas que inconscientemente alimentaron su ojo para, con el tiempo, definir a qué le quiere hacer fotos y de qué manera, pasando por el constante proceso de prueba, error, reinvención y experimentación, característico de la fotografía documental. “Cometí muchos errores —acepta David, quien actualmente cursa quinto semestre de Trabajo social en la Universidad de Caldas—, pero estos últimos años he aprendido mucho de la mano de colegas fotógrafos de academia, en festivales de fotografía, de amigos que están inmersos en el mundo de las artes, y obviamente de ver cómo trabajan los grandes de la fotografía, los cuales me han nutrido y me han guiado bastante en el proceso fotográfico y de la narrativa”.

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El primer brote fotográfico en la vida de David, sin tener ni idea de lo que estaba haciendo, fue luego de sentir la frustración que le causó no poder hacer un proyecto audiovisual con todas las de la ley porque no tenía ni el equipo ni el conocimiento necesarios. Fue así que un día, en medio del ensayo de una banda de rock conformada por unos parceros, decidió tomar un par de fotografías y el resultado le gustó. Este ejercicio se volvió costumbre y David se iba con la agrupación a hacer foto en espacios que le exigieron aprender a manejar mejor la cámara, saber que en condiciones de poca luz se trabaja distinto y, sobre todo, a moverse y a tener mucho tacto en esa clase de lugares. “Experimentaba con el paisaje —comenta— y con las típicas fotografías que hace una persona cuando está iniciando en esto (...) Al entrar en la universidad el panorama cambió sustancialmente y dejé a un lado las fotografías en los toques pero el conocimiento ya estaba moldeado”. 

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En el proceso fotográfico de David existe un punto de fractura, un antes y un después, que se dio cuando compró su primera cámara analógica en una tienda de segunda mano, en el 2017. Fue una Nikon compacta. La idea que él tenía era coleccionarla, ni siquiera sabía si la cámara funcionaba. Le puso las pilas y una película y comenzó a disparar. Tras pasar por el laboratorio y ver el resultado y la estética que brinda lo analógico, David se involucró en ese rollo —nunca mejor dicho— hasta que consiguió una Nikon N50. “Esa Nikon me brindó la posibilidad de trabajar en manual, de tener más control sobre la cámara (...) En un momento se me ocurrió la idea de hacer el proyecto de los arquetipos de los chicos y chicas de la universidad, pero esta vez le quería agregar otra cosa: que fueran retratos analógicos, pues esta estética le posibilitaba una gama de colores un poco similar a los films en los cuales estaba inspirado”.

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Actualmente este pelado manizalita tiene dos proyectos andando a los que les está metiendo el diente y con los que quiere exponer la realidad de su ciudad a través de su mirada. Porte ilegal de caras es una serie que retrata la escena punk actual de Manizales en los lugares de juerga. “Estoy hace alrededor de 2 años haciendo fotos a una parte de la escena punk de Manizales —explica David—, entendiendo cómo el punk ha sufrido una especie de reconceptualización en sus discursos y cómo mediante el proceso de endoculturacion (es decir: una generación mayor induce a una que está detrás) el punk ha cambiado mi vida”. En este trabajo hay retratos y las fotografías que develan el estado estético del punk. Es un proyecto en el que se está llevando un proceso interdisciplinar, camellando con una ilustradora de la ciudad quien interviene las fotografías. La idea de David es exponer el resultado en un fanzine, siguiendo la lógica del “hazlo tú mismo”.

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El segundo proyecto es Nea, en el que el fotógrafo ha querido retratar los arquetipos de los jóvenes manizalitas, acompañados de elementos alegóricos que llenan de significancia la fotografía, como las bicicletas que cumplen ese rol de unificar los parches. “Estos chicos son la representación de una identidad emergente —señala Sánchez—, permeada por una Colombia efervescente que idealiza al vándalo, adopta sus fenotipos y ciertos comportamientos dando lugar a que los sujetos constituyan sus propias versiones sobre sí mismos, la interacción y la realidad misma”. 

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Otros temas que han sido claves en medio de la obra de David son los tatuajes, debido a la cantidad de documentales que consumió en su adolescencia sobre los Yakuza y los Maras, pues los asocia con la contracultura y el underground, y trabaja aún con el estereotipo de percibirlos como algo políticamente incorrecto. “La música también es una de mis mayores inspiraciones, me gusta ver cómo la música modifica tanto los contextos como la forma en hacer fotos. La música desinhibe y hace parte fundamental de ese ritual que es estar en una fiesta”.

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De tanto retrato e inmiscuirse en la realidad de las calles manizalitas, David ha recopilado una serie de anécdotas y experiencias significativas, sin embargo, hay una que recuerda particularmente. “Fue en un toque de punk —cuenta—, le pedí a un punki que me regalara una fotografía de sus botas y listo, el sujeto me dijo que sí. Cuando tomé la fotografía y lo mire para agradecerle, el punk tenía una navaja en la mano y se quedó mirándome fijamente por unos segundos, luego sonrió y dijo: vea, meta a esta también en la foto. Y la puso al lado de las botas. Creí que lo había ofendido y me quería apuñalar. Pero solo quería componer su foto o meterme un susto”.

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Hasta el momento, este fotógrafo ha tenido la oportunidad de exponer su obra en una exhibición que se llevó a cabo en la Cámara de Comercio de Manizales el año pasado, aunque también sus fotos han participado en un fanzine realizado por un parche punk de España llamado Contrafotografía. Dentro de los proyectos que se plantea en un futuro próximo está una exposición con la gente de Ciudad Impresa, un festival de fotografía documental.


Conozca más del camello de David en su cuenta de Instagram.

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