Ud se encuentra aquí INICIO Ciudadunder Se Debe Cobrar Por Un Fanzine
Collage de Nefazta

¿Se debe cobrar por un fanzine?

Esta es una discusión incómoda para quienes dedican su tiempo y esfuerzo a hacer estas publicaciones, pequeñas y de bajo presupuesto, para hacerse unos pesos. Es posible que estemos confundiendo el concepto de fanzine con el de otro tipo de publicación. Surge además otra pregunta: ¿cobrar un fanzine debe responder a la sostenibilidad de una idea o a la rentabilidad de un negocio?

Daniel Fandiño / @sinsecuencia

Antes de empezar a hablar de esta vuelta, vale la pena ponernos en contexto. Un fanzine es una autopublicación hecha con poco recursos en la que el creador escribe o dibuja o fotografía sobre lo que le plazca. El hecho de que se haga con las uñas no es un limitante, al contrario es un factor que obliga al fanzinero a ser creativo a la hora de recurrir a ciertos materiales o ciertas ideas. 

Hablar de los orígenes del fanzine es complejo, cualquier persona hace cien años podía estar haciéndolo sin tener muy claro lo que hacía, sin embargo, algunos registros históricos aseguran que los primeros fanzines se crearon en Estados Unidos, en la década de los 30, y se desarrollaron en torno a temáticas como la ciencia ficción y los cómics. Tiempo después, entre los años 50 y 70, con la aparición en Inglaterra y Estados Unidos de parches como los mod o los punk, los zines se convirtieron en una de sus formas comunicación. En medio de esas dinámicas, los fanzines eran ejemplares de distribución gratuita cuyos objetivos no eran otros sino dar a conocer las ideas de los creadores. Para la época, el trueque era quizás la manera más común a través de la cual se rotaban los fanzines. 

A Colombia los fanzines llegaron de la mano del punk, un fenómeno que tuvo como epicentro a Medellín. Los paisas sacaron provecho de los zines exponiendo lo que estaban haciendo en términos de música. Fue, entre otras cosas, un escupitajo a los sellos disqueros y las agencias que querían estandarizar la publicidad en la música. Fragmentos o Nueva Fuerza, fueron algunas de esas primeras publicaciones que pasaron por las fotocopiadoras de los barrios marginales de Medallo con el fin de multiplicar la bacteria.  

zines-4_1.jpg

Collage de Nefazta

(Le puede interesar también: ‘Mala Hierba’, un relato desde adentro sobre los orígenes del punk paisa’)

Actualmente, el surgimiento de un sinnúmero de ferias y espacios que cobran montos (independientemente de si son costos elevados o no) por tener una mesa en la que se pueda vender todo tipo de material gráfico, crea malestar entre ciertos sectores de la producción gráfica. La vuelta no es que una persona que produce gráfica no se pueda lucrar con su material, el raye radica en que se vendan específicamente fanzines. 

Para Marco Sosa, editor de La Valija de Fuego y quien ha estado involucrado en la movida fanzinera desde hace 28 años, el cobro del fanzine depende de las necesidades propias de quien esté desarrollándolo. “Hay fanzines de distribución gratuita, hay otros para corresponder los gastos, hay unos por los que se cobra más para poder ofrecer más diversidad fanzinera (...) Se cobra a un precio justo pero que da un margen de ganancia que permite activar el proyecto, sacar copias, ampliar el stock, etcétera”, explica.

Más allá del valor económico con el que se puede tasar un fanzine, es relevante hablar de lo que hay detrás de una publicación con estas características. Poder autopublicarse, exponer el interés o conocimiento que una persona tiene en un tema determinado, y establecer autónomamente el formato y los materiales que utilizará para la elaboración, son algunos de los aspectos diferenciales que convierten al fanzine en un dispositivo de libertad editorial y belleza con un buen número de adeptos.  

“El fanzine ofrece unas herramientas de pedagogía al ser un medio de comunicación impreso que permite una interacción más directa entre las necesidades de quien lo edita y el público que lo circunda. Es un tipo de publicación que aporta e invita a la gente a que haga sus propios fanzines y tenga un espacio en esto”, señala Marco.

(Lea ‘“Lo underground se volvió mainstream y esas son formas del capitalismo elástico que vivimos”: Marco Sosa y los 9 años de La Valija de Fuego’)

Para Leonardo Ramírez, de la Distribuidora Libertaria Rojinegro, un espacio cultural en el que se mueven, entre otros artículos, fanzines realizados bajo distintas técnicas, los zines son el “resultado de una apuesta individual o colectiva de personas que quieren dar a conocer una idea o posición frente a algún acontecimiento y que generalmente ha sido de distribución gratuita o de muy bajo costo (recuperando lo invertido). Para nosotros el cobrar o no por un fanzine es una decisión autónoma de quienes lo realizan (...) Depende del objetivo que se tenga con la publicación (difusión, denuncia, artístico), si se quiere o no recuperar el dinero invertido para otra edición o en apoyo a otro proyecto”.

x_5.jpg

Fotos cortesía de la Distribuidora Libertaria Rojinegro

En resumidas cuentas, la responsabilidad de cobrar o no por un fanzine recae sobre el creador de la publicación. Ahora la pregunta sería: ¿cobrar por un fanzine debe responder a la sostenibilidad de una idea o a la rentabilidad de un negocio? 

Así pues, vender fanzines para sacar lo de las copias, producir más ejemplares y hasta invertir en materiales de mejor calidad, no es reprochable como sí lo es hacer negocio a partir de estas publicaciones. De hecho, la palabra <<negocio>> suena irónica en este contexto si se tienen en cuenta los discursos contraculturales y contrahegemónicos que siempre han caracterizado al zine. Y es que si se trata de mantenerse a partir de la gráfica que uno hace, que es algo completamente válido, se pueden acudir a otras formas de las artes gráficas que, incluso, pueden encajar mejor en ferias y espacios pensados para la comercialización. El fanzine pertenece más a dinámicas de la calle como el trueque.

z.jpg

Miércoles de Fanzines en Quito. Fotos tomadas de la página de Facebook 'Miércoles de fanzines'

Miércoles de Fanzines, por ejemplo, fue un espacio creado en Quito, gestionado por el artista ecuatoriano Ache, para compartir autopublicaciones y divulgar nuevas propuestas impresas a través de técnicas como serigrafía, offset o fotocopia. Ache tiene varias reflexiones frente a la producción del fanzine, es autocrítico y contundente cuando habla al respecto. Considera que los talleres de fanzine son un timo, teniendo en cuenta que el ejercicio de autopublicarse y expresarse visualmente de manera física, no tiene ningún estándar o canon. “Es un ejercicio de experimentación y si tú vas a enseñar con tus límites y tus miedos, estás yendo en contra del fanzine, porque es un búsqueda de experimentación individual que te puede llevar a lugares inesperados”, comenta. Ache además piensa que hay una responsabilidad no afrontada de un montón de fanzineros que muchas veces se prestan para ese tipo de instrumentalización, ya que quienes quieren dar un taller de fanzine —generalmente instituciones o entidades paraestatales y gubernamentales— se terminan lucrando con el camello de los creadores.

Acá nadie tiene la última palabra sobre si se debería o no cobrar por un fanzine, y sería ideal que se abriera un hilo de debate al respecto. Lo que sí es definitivo es que estamos confundiendo el concepto de fanzine con el de revista, al menos con una revista de bajo presupuesto, como asegura Ache: “Hay gente que a una revista hecha a medias le llama fanzine”.

 

Comentar con facebook

contenido relacionado