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La nueva sangre de la poesía colombiana

Una corriente de poetas jóvenes, editoriales independientes y espacios de difusión no convencionales, quiere impedir que esta tradición literaria se estanque. Hay una apuesta por la ilustración y lo visual, llegando a bares y ferias para acercarse a un público juvenil, al que le hablan de temas cotidianos de sexualidad, migración o pobreza.

 

Carolina Romero

En un texto publicado hace dos años en Arcadia, Consuelo Gaitán, ex directora de la Oficina del Libro del MinCultura, escribió que en Colombia no existían editores de poesía, refiriéndose a que las grandes editoriales la dejaban cada vez más de lado. Sin el apoyo de estos editores parecía estar lejos de materializarse la idea deque“Colombia es tierra de poetas”. Por eso Gaitán celebraba la existencia de iniciativas como Frailejón Editores, una pequeña editorial de Medellín dedicada a publicar poesía de Piedad Bonnett, William Ospina y otros autores.

Como esta editorial, desde principios de década, se han gestado otros proyectos independientes que vienen avivando la poesía colombiana, impulsando una generación de poetas jóvenes, generando espacios no convencionales para su publicación y difusión, y cautivando un público joven. Entonces, si bien puede ser pretencioso hablar de Colombia como un país altamente fértil en poesía, tampoco se puede decir que estamos ante una tradición estancada pues sería ignorar la nueva sangre que la está renovando.

La poesía, mejor si entra por los ojos

Cardumen, un proyecto bogotano que solo publica poesía, conquista a sus lectores con ediciones delicadas y atractivas. “Un formato muy diseñado hace que el público no sea solo de lectores de poesía sino amantes del diseño y coleccionistas, que después terminan leyendo el contenido”, explica Alejandra Algorta, editora de Cardumen.

Con esa idea, El lado salvaje (2016) el más reciente libro de Cardumen, fue concebido como una obra de arte visual: los poemas de Gloria Susana Esquivel están acompañados de las ilustraciones de Catalina Jaramillo, conformando una edición que potencia la imagen y el carácter intimista y femenino de su contenido. “Es un libro que está pensado para ser bello desde las palabras hasta el papel”, dice Alejandra.

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Fue precisamente de la unión entre poesía e ilustración que surgió Atarraya Editores, de la mano del poeta Santiago Rodas y la ilustradora Lina Parra. Su primer libro de poemas, Trampas tropicales (2016) escrito por Santiago, tiene en su interior ilustraciones de JimPluk, que se convirtieron en un gancho extra a la hora de atraer lectores.

“La colaboración de JimPluk le dio otra fuerza; al lanzamiento fue mucha gente por su trabajo y hubo otro acercamiento a la poesía. Además, hicimos que Pluk dibujara mientras yo leía los poemas”, cuenta Santiago (lea también “No es ciencia ficción, es realidad oculta”: lo nuevo de JimPluk y otros cómics de misterio). Con este enfoque visual, las editoriales han encontrado que el público joven se anima a leer poesía pues, acompañados de ilustraciones, los poemas les dicen algo más cercano, alejándolos de la idea del libro de poesía acartonado.

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Similar es el caso de la revista digital Otro páramo, una iniciativa de los bogotanos Juan Afanador, Santiago Ospina y Nicolás Sánchez que publica exclusivamente poesía. Visualmente se han alejado del cliché de los corazones y los atardeceres en la playa, que tanto abundan en los blogs de poemas.

“Optamos por la elegancia  y la limpieza en las ilustraciones que manejamos, así como una estética sobria y minimalista, que le dé suficiente aire al texto para respirar y que valore, por tanto, el espacio en blanco que acompaña a la palabra”, explican a la vez que reconocen la oportunidad de disfrutar de poesía en formato digital, a solo tres clics de distancia.

Bares, ferias y la calle, los nuevos espacios para la difusión de poesía

Además de un trabajo en equipo, en el que los ilustradores juegan un rol importante al lado de los poetas, los editores han optado por otros espacios de difusión distintos a las librerías, abriéndole la puerta a ferias, bares o yéndose a la calle a tener contacto directo con público potencial.

Atarraya Editores ha trasladado sus lanzamientos de obras a los bares de Medellín, en dónde además montan exposiciones de arte o toques de rock alternativo. Por ejemplo, el lanzamiento del primer número de Gris, una revista de poesía y narrativa, se acompañó de una exposición y la presentación de Insomnio en aves, banda de rock alternativo de Medellín, en el desaparecido bar Sin Dominio, ubicado en El Poblado.  “Nuestras ediciones no son acartonadas, entonces los lanzamientos han ido por ese lado también. Son más una excusa para encontrarse”, dice Santiago Rodas.

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Por el camino de la calle se ha ido La sociedad perdida, un colectivo con presencia en Bogotá, Cali, Ipiales y Pasto, entre otras ciudades. Su enfoque es el rescate de la memoria de poetas colombianos y corrientes locales a través de la investigación, llegando a trabajos e historias de personajes como Gonzalo Arango o Raúl Gómez Jattin.

Una vez terminan la investigación, realizan un manifiesto y editan los textos encontrados en fanzines o ediciones cartoneras. “A veces paramos a la gente en la calle, le recitamos un poema y le comentamos sobre el proyecto. Incluso salimos con una cámara y documentamos sus reacciones. La idea es generar otro tipo de encuentros con la poesía”, dice Viviana Rodríguez.

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Frente a los espacios orgánicos, las publicaciones de poesía se están decantando por las ferias, al igual que sucede con otras expresiones de arte joven.“Estos espacios propician el contacto con el público, nos hemos dado cuenta que la gente conoce y sigue nuestro trabajo y referencia a algunas de las personas que publicamos o se interesa por publicar; es un impulso para seguir editando y escribiendo”, dice Julián Pérez, editor de Malagana, una publicación que empezó repartiéndose como fanzine gratuito en la Universidad del Cauca, en Popayán, y ha evolucionado hasta publicar el año pasado Entomología básica para amantes del punk rock, una antología de poetas jóvenes de Colombia.

“Las ferias editoriales son la muestra por excelencia del trabajo colaborativo para impulsar las publicaciones de varias editoriales a la vez”, comenta Julián. Además, los lectores tienen la posibilidad de conocer a las personas detrás de las publicaciones, permitiendo que conozcan mejor el proyecto y se animen a publicar. “Siempre preguntamos si escriben o dibujan, la idea es que todo lector sea un potencial autor. Incentivar a la producción literaria es fundamental en la construcción de una cultura alrededor de la poesía y la literatura”, explica Julián. 

Encuentros como El Publicadero (Manizales), El Garaje (Medellín), Pájara Tinta (Popayán) y la Feria Vagabunda (Bogotá), entre otros, reúnen a editores y fanzineros de toda Colombia, entre los que se hay espacio también para proyectos como estos enfocados en la literatura. Así, la poesía teje redes también con otro tipo públicos, contenidos y proyectos.

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Además de estos espacios abiertos, Atarraya, Otro páramo y Malagana han encontrado en las convocatorias a través de redes sociales la mejor forma de hacerlo, y los resultados demuestran que en el país es gente joven haciendo literatura y poesía: Santiago Rodas y Lina Parra, editores de Atarraya, recibieron 55 textos de toda Colombia, además de ilustraciones, para el segundo número de Gris; al correo de Otro páramo llegan colaboraciones voluntarias diariamente y las ediciones mensuales de MalaGana también cuentan con otro tanto en cola.

Migración, pobreza, sexualidad: la narración de lo cotidiano 

El trabajo de los editores les da un panorama de lo que están escribiendo las nuevas generaciones.“En las convocatorias nos hemos dado cuenta que hay gente narrando la ciudad y su cotidianidad de una manera distinta”, dice Santiago Rodas. Admiten, sin embargo, que hay una tendencia hacia los lugares comunes en un intento por forzar el carácter transgresivo.

“Sentimos que hay una repetición genérica y generacional, un cansancio. Es una poesía poco legible, llena de símbolos, oscura, hija de esa tradición de [Alejandra] Pizarnik; nos gusta algo más sencillo, no tan denso ni complicado”, admite Santiago, quien elabora una poesía sencilla y cotidiana, influenciada particularmente por el rock.

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En Malagana han encontrado una tendencia entre los poetas jóvenes: la mezcla entre los clásico y lo contemporáneo, salirse del lugar común pero seguir sonando a clásico. “En esta sociedad es más complejo escribir poesía fuerte y violenta, que ya suena muy trillada, básica y llena de lugares comunes”, explica Julián Pérez. Rescata, por ejemplo, el trabajo de la caleña Daniela Prado, que le apuesta al performance. Sus recitales no son planos, juega con los ritmos, las sílabas y la sonoridad de su propia voz, como si estuviera cantando rondas.

Por ese mismo camino ha estado trabajando la poeta colombo-argentina Talata Rodríguez, quien viene realizando una poesía performática, audiviosual y rockera, inspirada en The SmithsThe Rolling StonesBob Dylan y Violeta Parra escritores disfrazados de músicos.

Respecto a ese estilo ‘neotradicional’, los editores de Otro páramo rescatan los trabajos de la poeta bogotana Tania Ganitsky,  Premio Nacional de Poesía 2014, y la caleña Alejandra Lerma, que ha sido invitada a varios países a muestras de poesía. El editor de Malagana recomienda el trabajo de la poeta huilense Margarita Losada Vargas, que ya cuenta con varios reconocimientos y de quien esperan editar un libro. También menciona los trabajos de Damián Salguero y Diego Granda, ambos nacidos en Popayán y pertenecientes al colectivo La silla renca, más interesados en un estilo de imágenes menos elaboradas y un lenguaje inspirado en la jerga común.

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“Hay poesía más cercana al habla cotidiana, que explora los problemas del mundo contemporáneo: migración, pobreza, género, capitalismo, pero también el dolor de la pérdida, la sexualidad, el paso del tiempo. Más aún, esta poesía no solo habla de estos temas cercanos, habla en un lenguaje comprensible”, dicen los editores de Otro páramo.

En esta nueva corriente, además de una búsqueda narrativa clara, los editores de Otro páramo se han encontrado con que la relaciones los poetas jóvenes se sustentan en el respeto, la comprensión y la amistad. “Esto nos aleja de generaciones anteriores, que muchas veces basaban sus relaciones en el ego, la envidia y la pelea”, explican.

El movimiento poético entonces, lejos de desalentador, pasa por un momento interesante. Existen editores jóvenes, existen poetas jóvenes, existe un acercamiento diferente al público joven a través de espacios y propuestas diferentes. La poesía colombiana está pasando por un momento efervescente y entre más proyectos como estos aparezcan, que buscan alternativas para que el género se difunda, entonces es posible que veamos la consolidación de la poesía durante los próximos años. 

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