La delgada línea blanca entre la vida y el arte
Por medio de una reflexión sobre la producción y el consumo de cocaína, un artista huilense se reconcilia con su pasado. Con una propuesta artística que encara a una sociedad hipócrita y que surge a partir de su relación personal con el narcotráfico y la violencia, Édinson Quiñones pone el dedo en una llaga colectiva más abierta que nunca.
Édinson Quiñones Falla es hijo de una indígena y de un “pillo”, como él mismo se refiere a su progenitor. Ha vivido entre el campo y la ciudad. Nació en La Plata (Huila), en 1982, y desde niño tuvo contacto directo con los cultivos de coca. En la adolescencia, por cuenta del conflicto armado, el desplazamiento y el tráfico de drogas, su manera de ver la vida cambió radicalmente.
Se considera un artista marginal, que ha creado su obra a partir de sus experiencias como raspachín, procesador de coca y recluso.
Édinson Quiñones se aproxima en su obra a los imaginarios de quienes viven al margen de la ley y han sido excluidos del ideal de ciudadano “de bien”. Llegó a estudiar a la Facultad de Artes de la Universidad del Cauca siendo pintor de brocha gorda. “El arte fue una forma terapéutica de poder contarles a los demás lo que me había pasado y que no me doliera tanto”.
“El arte fue una forma terapéutica de poder contarles a los demás lo que me había pasado y que no me doliera tanto”
Su intención con estas piezas alusivas al consumo de cocaína es correrle el velo a un tabú, a aquello que muchos hacen pero que niegan hacerlo, o lo hacen a escondidas: oler esa sustancia blanca que Quiñones aprendió a procesar en los laboratorios o “cocinas” del narcotráfico. Su propuesta es una alusión lúcida a la realidad colombiana, como lo demuestran la serie Trabajo con las uñas. Paisajes escamosos (2013), o la escultura Flex on Made in Colombia (2013), una representación hiperbólica (70 × 25 cm) de las típicas llaves usadas para inhalar cocaína. “La gente niega que huele y se esconde para hacerlo con una llavecita, pero mi intención es mostrarla grande, hacerla evidente para que quienes lo hacen lo asuman y no estén ahí manteniendo una doble moral”.
En los discursos oficiales y en los medios aparecen por lo general el consumidor, el drogadicto, el expendedor y el traficante, pero nunca el raspachín, aquel que, como Édinson, se relaciona desde otra perspectiva con la hoja de coca: “El campesino que siembra y cosecha ignora en muchas ocasiones cómo es el conflicto en la ciudad y toda la violencia que esto genera. Además, quienes recurren en las ciudades al tráfico lo hacen porque es un medio de ayuda económica, porque muchas veces no hay oportunidades”.
Entre polvo y piel (2013) es un performance en el que amigos, invitados, colegas y público aspiran cocaína sobre un vidrio que funciona como lienzo para el artista, que busca representar metafóricamente la relación sexualidad-muerte-cocaína. La escena la completa una modelo desnuda que sostiene el vidrio. “Por eso muchas personas catalogan lo que yo hago como insoportable, pues más allá de los planteamientos formales del arte y la relación con la belleza, lo que me gusta mostrar es lo que sucede en la realidad y así tocar sensibilidades”.