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Ene Ene no ha hecho maletas

“Mi firma es un anónimo. Mi pintura es la que dice mi nombre”, aclara antes de pedirnos que no le tomemos fotos. Este grafitero, skater y tatuador chileno llegó a Colombia en diciembre de 2012 para pasar vacaciones de fin de año. Evidentemente, el viaje se le alargó. Ya se despidió de Bogotá con una exposición en Casa Volketa hace un par de semanas.

Sebastián Aldana Romero

Ene Ene no ha hecho maletas. Cuenta que en un rato —a las 10:00 a.m.— tatuará a un cliente, almorzará a eso del mediodía, y luego seguirá tatuando hasta “horas extremas”. Es martes 2 de junio y su vuelo de regreso a Santiago de Chile, su ciudad natal, está previsto para el sábado 6 a las 7:00 p.m. No sabe a qué horas hará maletas. Mañana y el jueves no hará más que tatuar y tatuar. “Tengo que deshacerme de varias cosas”, dice mientras señala una biblioteca ubicada en uno de los rincones de su “taller” para tatuar. Llaman la atención libros como Arte Islámico y Enciclopedia del tatuaje criminal ruso (volúmenes uno y dos), y una suerte de “culto” a la Santa Muerte y a la figura de Jesús Malverde, el “santo” al que le rezan los narcotraficantes. Antes de instalarse en Bogotá, de vivir en Gratamira, Chapinero Alto y la Soledad, Ene Ene vivió cuatro años en Argentina. Ya perdió la cuenta de los murales y tatuajes que ha hecho a lo largo de este viaje por Suramérica. “Por lo menos en Bogotá, con Crudo, pinté 11 murales”, asegura. Recuerda con agrado sus años de estudiante de Artes en Santiago. También la vez que recibió su primera máquina para tatuar en 2008. Pero sobre todo recuerda con agrado las Sopaipillas, alimento típico de Chile. “Es hora de reencontrarme con mi cultura. Me fui hastiado de todo, del transporte público, de todo. Pero ahora extraño hasta el más mínimo detalle”, confiesa.  Se fue de Chile con 21 años. Vuelve con 28.

“Es hora de reencontrarme con mi cultura. Me fui hastiado de todo, del transporte público, de todo. Pero ahora extraño hasta el más mínimo detalle”: Ene Ene

El jueves, alrededor de las 9:00 p.m., atenderá a sus últimos clientes: sus colegas de APC (Animal Poder Cultura). Les tatuará bocetos originales del fanzine Maleantes, una producción que hizo en conjunto con Santiago Sinvergüenza X, otro de sus mejores amigos colombianos. 

¿Cómo y dónde fue tu primera intervención en Bogotá?

No me lo había preguntado, huevón. Yo llegué en diciembre y de inmediato Rodez, un viejo amigo, me buscó y me llevó a comprar pintura en el barrio Venecia. Luego fuimos al Chorro de Quevedo y allí pintamos un murote. Le pusimos mucha dedicación y duró una mierda (risas). Fueron como 12 horas de producción.

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¿Qué opinión te queda del graffiti colombiano?

Yo tengo una admiración enorme por lo que pasa acá. Existe eso de “Yo pinto mejor que tú, te tapo” y ese tipo de cosas, pero en últimas es como una familia, todos se conocen. Por ejemplo Gris, huevón. Ese man tiene una técnica que uff, a uno le impacta ver sus obras, y ver que el man es una persona tan sencilla es como hijueputa… ¡Increíble! El man tiene todas para creerse dios en la pintura, pero el man es un pan de dios.

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¿Cuál es la principal diferencia que encuentras entre el graffiti chileno y el colombiano?

En mi país la Policía tiene un pasado ligado a la dictadura y si te pillan pintando lo mejor es que pagues las consecuencias. Acá, en cambio, es más breve. Tú puedes solucionarlo de alguna forma. Y no es que sea mejor acá que allá, sino que es otra vuelta, es otra calle.

¿Qué te gustó de Colombia?

Me gustó mucho la música llanera y me llevo una pequeña colección de esa música (risas).

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¿Cuál es tu adquisición más preciada?

Puede parecer absurdo, pero me voy a llevar el mango de una guitarra que Guache y yo usamos para mezclar la pintura en una intervención en el barrio Diana Turbay. Ese palo tiene todos los colores del mural: verdes, azules, morados, rojos, amarillos. Es un recuerdo muy, muy chévere. Era un pedazo de basura que se convirtió en un pedazo de arte; una guitarra pictórica, huevón.


"Puede parecer absurdo, pero me voy a llevar el mango de una guitarra que Guache y yo usamos para mezclar la pintura en una intervención en el barrio Diana Turbay. Ese palo tiene todos los colores del mural: verdes, azules, morados, rojos, amarillos. Es un recuerdo muy, muy chévere. Era un pedazo de basura que se convirtió en un pedazo de arte; una guitarra pictórica, huevón"


¿Cuál fue tu mejor experiencia?

Guache y yo nos ganamos un proyecto de Idartes de pintar un mural gigante en Corabastos. Parce, aparte del viaje a México, eso es de lo más chévere que me ha pasado acá. Fueron dos semanas de trabajo y un día llegó un tipo y dijo: “Mira, mi papá vende mangos y el man fuma marihuana hace 30 años. ¿Puedes pintarle un moño en uno de los muros de su local?”. Yo le dije que claro y cuando volvió, dijo: “Tengo 50 mil pesos, voy a comprar un costilla de cerdo, ya vengo”. Luego sacó una parrilla y armó un asado. Estaba muy agradecido por el detalle que tuvimos con su papá.

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Cuéntanos sobre el viaje a México.

El año pasado, en octubre, los de APC (Animal Poder Cultura) nos fuimos a México, en dónde vive mucha gente del crew. Fue un mes en el que pintamos en el DF (en barrios muy fuertes; Tepito, por ejemplo), en Oaxaca, en Cholula, en Michoacán… uff... Ha sido de lo más grande que me ha pasado. Hay un antes y un después en mi carrera artística.

¿Qué otros lugares de la periferia bogotana conociste?

Tuve la oportunidad de dar talleres de arte en colegios de barrios como Nueva Delhi, 20 de Julio, San Cristóbal, Usme, Bosa, Ciudad Bolívar, Fontibón. Puta, se me escapan, huevón. Pero fui hasta un colegio en el Páramo de Sumapaz.

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¿Qué no te gustó de Bogotá?

La calle es peligrosa. Hablé muchas cosas bonitas, pero la calle es realmente peligrosa. Salir al centro a la una de la mañana, por la 19, es imposible. Tienes que andar con cinco personas o sino no puedes. Se necesita una estrategia para operar en la calle. Como dicen acá, no se debe ‘lamparear’.

¿Ya te despediste de todos tus amigos?

Hice una exposición en casa Volketa. Una muestra de despedida, que encierra todo lo que hice durante el viaje. Traté de juntar a todos mis amigos y colegas para darles un abrazo de despedida, agradeciéndoles todo lo aprendido. Fue el cierre de un ciclo, huevón. Aquí aprendí mucho. Me encanta Colombia.

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