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“Las drogas están y estarán siempre con nosotros”

Más que un profesor universitario, el neuropsicólogo Juan Daniel Gómez parece un gurú de los psicoactivos. A los 11 años se voló al Amazonas y desde entonces ha vivido varias veces con distintas comunidades indígenas. Quedó enganchado por un tiempo a la heroína cuando hacía un trabajo etnográfico con heroinómanos en Holanda. Es un crítico implacable de las políticas públicas sobre drogas y de la industria farmacéutica. Ha dedicado casi 40 años de su vida al estudio de las drogas y es un experto en  neuropsicofarmacología.

Nicolás Rodríguez Sanabria

Carga con un tarrito de ambil del que extrae un poco del menjurje negruzco con el dedo meñique para untarlo en la lengua mientras dice: “Esto lo deja como al borde de la muerte y lo bonito es que ahí sólo importa lo que de verdad uno quiere”. 

Su nombre aparece de vez en cuando en los medios cuando se habla de drogas y casi siempre con el mismo enunciado: “Una de las personas que más sabe sobre marihuana en Colombia”. Pero se quedan cortos. Juan Daniel Gómez, hoy coordinador de Neuropsicología en la Universidad Javeriana, ha dedicado casi 40 años de su vida al estudio de las drogas, la adicción y la neuropsicofarmacología, y ha estado tras bambalinas en varios proyectos de envergadura. 

Participó en estudios sobre la adicción en el Instituto Max Planck para Psiquiatría, en Rotterdam, y luego en Panamá. En  Colombia ha trabajado con la ONU y colaboró en el Plan Distrital de Prevención de la Drogadicción en la Alcaldía de Andrés Pastrana. Ha formado parte de proyectos de reducción de daños, como el del bus de la metadona en Ámsterdam, o el protocolo distrital para sustituir bazuco por marihuana en Bogotá. Actualmente asesora a la corporación Acción Técnica Social y a su proyecto Échele Cabeza cuando se dé en la cabeza. 

“El ser humano siempre ha usado drogas. Las drogas están y estarán siempre con nosotros. De hecho las considero esenciales y necesarias en la naturaleza humana”

 

Aunque tiene una decena de títulos y reconocimientos que lo respaldan, no han faltado tropiezos en su carrera profesional a causa de su orientación vanguardista frente al tema de las drogas. Menciona, por ejemplo, un incidente en la Universidad de los Andes: “Eso fue un conflicto terrible con Augusto Pérez, fundador y director del programa de drogadicción La Casa, porque me decía que yo estaba promoviendo el consumo de drogas y me pidió la renuncia. Yo le dije: ¿Tiene un papel ahí?, y le firmé”. 

Es poco ortodoxo, por decir lo menos. Además de neuropsicólogo, es etnólogo y en su visión de mundo se entremezclan constantemente las dos disciplinas. Cree fervientemente en el conocimiento antiguo de los pueblos indígenas y en los saberes subalternos. Está convencido de que quien maneje el tema de las drogas debe tener una perspectiva transdisciplinaria y cultural: “Tenemos mucho que aprender de los otros saberes, de los subalternos: los sobanderos, la abuelita, el taita Jacanamijoy, el del mamo, en fin. Esos saberes tienen mucho que decirnos”. 

Al final de la entrevista dice: “La verdad es que yo me he considerado algo así como un profeta, pero ¿sabe qué pasa con los profetas? Los queman. Tiempo después alguien dice: “Ay, ¿recuerda a ese que decía esto y lo otro?”, y ahí se acuerdan de sus palabras”. 

¿De dónde viene su pasión por el tema de las drogas y la neuropsicofarmacología?

Hacia 1980 yo estaba estudiando psicología en la nocturna y tenía que pagarme mis estudios. Venía haciendo un trabajo de asistencia religiosa en hospitales psiquiátricos y en Manizales fui a una unidad psiquiátrica y pedí empleo. Me dijeron que me contrataban en el programa de farmacodependencia que acababa de empezar en el hospital, y dije: listo. Esa noche fue muy dura para mí. Yo era usuario de marihuana y obviamente me generó un conflicto moral y de principios, porque en esa época esos programas eran libres de drogas. De alguna manera supe sortearlo. No fue fácil pero empecé a trabajar ahí y desde entonces, precisamente desde ese cuestionamiento personal, empecé a meterme en el tema. 

Me contó que Raphael Mechoulam (químico israelí reconocido por ser el primero en aislar las sustancias activas del cannabis) le envió varios gramos de cannabidiol (CBD) puro para estudios clínicos.

Aunque está indicado para la epilepsia, el CBD es probablemente la sustancia activa de la marihuana que menos dependencia produce y la que tiene mayores utilidades medicinales. De manera que, y lo digo con todo respeto a los que tienen una actitud compasiva frente a las personas con dolor crónico, inflamaciones, etc., me parece una bestialidad darle marihuana medicinal, la yerba, a una persona que padece alguna de estas enfermedades para las cuales estaría indicado el uso de estos principios activos que no se prestan para el abuso. Sobre todo la marihuana medicinal, que tiene una mayor potencia que la clásica que consumíamos antes. Es una marihuana mejorada biológicamente, de tal manera que las proporciones de THC y CBD son muy similares y altas, de 12, 15 o hasta 25 por ciento de THC, es una dosis que produce dependencia. Ya no pensamos en lo que llamábamos droga blanda, se habla de una medio dura.

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¿Cuál es su opinión sobre el nuevo decreto que legaliza la marihuana medicinal?

Mire, el senador Galán (principal promotor del decreto) me consultó. Cuando le presté asesoría, él ya había terminado su proyecto. Yo le dije: “Métale otra vaina, diga por ejemplo que se pueden extraer los fitocannabinoides en laboratorios, ojalá nacionales porque los de arriba quieren siempre apropiarse de este negocio”. Él habló con sus asesores y me dijo: “Sí, pero es que si yo digo eso van a pensar que hay una tajada”. Entonces le dije: “Llámelos a todos. Llame a la industria farmacéutica nacional, haga una declaración de no conflicto de intereses con la industria”. Al final no supe cómo quedo el decreto y ni me interesa porque yo lo que veo es que todo el mundo está feliz con el tema de la legalización. 

Yo lo que siento definitivamente es que la industria farmacéutica interesada en el negocio de la marihuana está haciendo mucha fuerza a través de una agenda comercial oculta, hablando de que ya los consumidores no son delincuentes sino enfermos. Nosotros los ingenuos, sobre todo los del sur, los que vamos por el enfoque de derechos, estamos felices con el tema porque ya no nos meten a la cárcel sino al POS y así tenemos una millonada de cotizantes más. Yo estoy muy actualizado en el tema del negocio de la marihuana, me llegan reportes diarios del Marijuana Business Daily, donde uno lee todo lo que hay detrás de ese mercado.

Usted dice que primero se quería desaparecer la droga y se trataba a los consumidores de criminales, y ahora Estados Unidos, que fue el que empezó la guerra contra las drogas, se dio cuenta de que no se podía y cambia el enfoque a uno patologizante y de mercado. 

Sí, pero el tema de fondo es la doble moral que siempre ha estado presente en esto. Por allá a comienzos del siglo anterior, en el famoso Tratado de Versalles, los gringos y los ingleses en su condición de vencedores les prohibieron a los alemanes comercializar la cocaína y la heroína que producían en laboratorios alemanes, suizos y austriacos. La verdadera razón era que ellos estaban defendiendo el whisky escocés y el tabaco de Virginia, que eran las drogas legales ideales; estaban en realidad viendo un enemigo potencial a este súper negocio. Luego los europeos, los alemanes principalmente, empezaron a cuestionar a los E.U. de que cómo así que ustedes tienen la doble moral de vender trago pero no dejan vender otras drogas. Entonces los republicanos y los cuáqueros, me imagino que también los amish, dijeron que había que prohibir el alcohol y  llegó la prohibición en E.U. Entonces se llamó la época del Speakeasy, del hable suave, hable pacito: mi abuelo tenia un bastón que se desatornillaba y adentro cabía un cuarto de botella de whisky. Todo el mundo escondía whisky en sótanos, y todo el mundo bebía y se emborrachaba y era el negocio de los negocios. Hoy hay otro Speakeasy, el de decir pacito: deje el perico en la ventana del baño, y ese tipo de cosas. El tema aquí es un tema económico y es porque esto mueve cantidades de dinero absolutamente exorbitantes, yo creo que más del 3% del producto mundial bruto. 

“Esculque en este edificio la cartera y los bolsillos de cada persona y le aseguro que mínimo en el 60% de ellos encuentra medicamentos. Y todos somos normales”

Esto significa algo muy complicado por una sencilla razón: el ser humano siempre ha usado drogas. Las drogas están y estarán siempre con nosotros. De hecho las considero esenciales y necesarias en la naturaleza humana. No  existe la dependencia de las drogas, la dependencia es dependencia de nuestros propios neurotransmisores que se sobreactivan cuando consumimos drogas. Esto nadie nos lo va a quitar del organismo, ni el deseo de ensanchar nuestra mente, de hacer neuroenhancement, ni la experiencia enteogénica que es más bonita.

Y aquí es cuando usted habla de la diferencia entre enfermos y dependientes…

Sí, resulta que hay personas que son proclives genéticamente a la dependencia. Es decir que esos neurotransmisores que adquirimos en la evolución biológica de la especie sufren una desregulación y a la persona le puede faltar alguno de ellos, especialmente la dopamina. Se llama el Síndrome de Disregulación Dopaminérgica (DDS por sus siglas en inglés). Hace que la gente sea tendiente a buscar recompensas adicionales a las que le da uno el sueldo, hacer el amor, comer, bailar, meditar, jugar, etc. Y entonces la gente busca más trabajo, más sexo, más consumo, más marihuana, más cosas. La OMS (Organización Mundial de la Salud) dice que solo 27 millones de personas son consumidores problemáticos de los 350 millones que hay. Pues esto se parece a la ley de Pareto, la ley 80/20, en este caso 90/10. 

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Mi hipótesis es que los otros 315 millones de personas en realidad no tienen DDS, ninguna proclividad genética, no sólo a las drogas, sino a otras cosas. A estos les ocurre lo que pasaba con los perritos del aeropuerto que les daban cocaína, los volvían adictos, y cuando los llevaban al aeropuerto estaban en síndrome de abstinencia y encontraban la droga. Ellos no tenían la proclividad genética, pero es que estas moléculas tienen la propiedad de establecer una relación con el organismo que es independiente del control voluntario. De esa manera se vuelven dependientes, pero estas personas no necesitan marihuana de por vida como terapia sustitutiva. Esa es la diferencia entre enfermo y consumidor que se volvió dependiente, dependiente no es igual a enfermo. 

Pero claro, si dicen que todos los 350 millones están enfermos y alguien va al médico y le recetan off-label (fuera de indicación) como llaman los gringos, es decir, si el médico se lo formula, usted puede fumar marihuana. Usted llega por ejemplo a cafecitos en Toronto y en la trastienda ve a la gente fumando, llega la policía y pide documentos, le muestran la fórmula médica de marihuana y listo, siga fumando tranquilo. ¿Qué hicieron?: legalizarla. 

¿Cuáles son los intereses detrás del afán por querer tratar a todos los 350 millones de enfermos y no sólo a los dependientes? 

Imagínese a un medico chiquito, una persona que está buscando empleo y necesita ganar dinero. ¿Qué hace la industria farmacéutica con ellos? Les  ofrece congresos, llega a los consultorios y le ofrece la botellita de whisky o el lapicero, la agenda o la ancheta, y le dan una serie de incentivos que no tenemos, por ejemplo, los que no formulamos. Vaya usted y anuncie un congreso de “literatura medieval y sus implicaciones en la percepción de los indígenas por parte de los conquistadores” a ver si se lo patrocina alguien. En cambio, diga “estamos patrocinando la liga contra la fibromialgia”. Inmediatamente le caen como buitres cuatro fuerzas de venta de la industria farmacéutica diciendo yo le doy las libretas, el almuerzo, todo, y la razón es que entre más ventas, más crece su cotización en la bolsa. Entonces el POS y los dealers académicos, es decir los psiquiatras y los médicos, empiezan a formular marihuana a todo el mundo, esa es otra bestialidad.

Y esos dueños del mundo siguen apropiándose de lo que hasta hace 150 años era propiedad de nuestro propio sistema inmunológico. El ser humano no necesitó de medicamentos hasta hace poco, pero ahora cada día dependemos más de la industria biotecnológica en general.

Usted lo ha comparado también con el mercado de las drogas psiquiátricas…

Sí, pero también las otras, las over-the-counter, las de venta libre. Esculque en este edificio la cartera y los bolsillos de cada persona y le aseguro que mínimo en el 60% de ellos encuentra medicamentos. Y todos somos normales.

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Ya que estamos pasando de la guerra directa contra las drogas a la reducción de daños, ¿qué opina de programas como el de cambio de jeringas?

Eso es un chiste, ¿cuántos adictos a la heroína habrá en Colombia? Y es un programa bandera con toda la publicidad. Me parece muy bonito pero de las personas que consumen heroína habría que ver cuántas son enfermas y cuántas sólo se chutaron y quedaron ahí. Yo hice una etnografía en Holanda una vez con heroinómanos que tenían sida y fumé heroína por ahí cuatro semanas y quedé adicto. Llegó una noche que me levanté con ganas de fumar, no tenía dinero y me fui donde el tipo a decirle “deme lo que sea, yo le entrego ropa o lo que usted diga”. Ese día me di cuenta de que era grave. Me tocó largarme, yo trabajaba en la Universidad Erasmus en Rotterdam y me fui para Alemania donde eso es imposible de conseguir por la represión y los controles. Porque me volví adicto, una cosa bravísima, yo creo que a la tercera fumada ya estaba. El potencial de estas sustancias de producir dependencia es gravísimo. 

Muchas personas que tienen esa dependencia, con políticas de encierro se arreglan. Yo no estoy muy de acuerdo con muchos modelos de eso, pero separar a la persona del medio, de la arena de las drogas, puede ayudar a que las deje y a los ocho días no tiene ningún problema. No están enfermos. ¿Entonces con la heroína cuántos estarán realmente enfermos? Yo muy recientemente, hace unos diez o doce años, descubrí que los modelos de reducción de daños le estaban sirviendo tal vez de manera no muy clara a otros intereses, por ejemplo a la industria de las parafernalias plásticas y desechables, como las jeringas, y todo lo que viene con esto. Mucho ojo, el tema con la reducción de daño es que es perfecto para los enfermos, para los 27 millones. Reparta ese número entre la población mundial y a Colombia no le toca casi nada para el despelote tan grande que produce el tema de consumo de droga.

¿Es fácil diferenciar entre enfermos y dependientes, entre quienes tienen la proclividad genética y los que no?

Yo creo que sí. Tenemos toda la tecnología disponible para determinar si una persona tiene el DDS o no y en qué sentido la está afectando. Le voy a poner un ejemplo: el trastorno bipolar, por ejemplo, es un síndrome de desregulación de serotonina y noradrenalina. Por eso los inhibidores selectivos que captan esas sustancias son útiles para el trastorno bipolar: si una persona nació con ese problema, pues doctor psiquiatra dele su pastillita y hágale reducción de daños y riesgos, formúleselo con sustancias que tengan control de calidad, que se sepa qué es lo que tienen adentro, que los maneje la industria farmacéutica nacional. 

¿Pero y el resto qué? Nosotros nos estamos metiendo una cantidad de porquerías en el organismo que ni siquiera sabemos qué son, porque sencillamente nos tienen bombardeados de una industria capitalista absolutamente salvaje que lo único que está haciendo es destruyendo la humanidad. 

Y a parte de la codicia de la “industria farmacéutica del norte imperial”, como usted la llama, ¿qué hay de la industria nacional? ¿Cómo puede aprovecharse del negocio?

Es que aquí hay una colonización del ser, del saber y del poder, a través de los saberes expertos. Y los saberes expertos fueron inventados en Europa Central y en el mundo anglosajón, son los que vienen a enseñarnos una cantidad de cosas a los inexpertos, a nosotros los indios patisucios del sur, vienen y nos colonizan. ¿Qué hay en esta universidad en la que estamos?: saberes europeos y anglosajones, aquí no hay una escuela de sobanderos ni una escuela para el mal del susto. Eso es un saber barato.

Hace poco estuve en un congreso de bioética y el decano de una facultad de medicina empezó a hablar de células madre. Luego pasé yo a hablar de los sobanderos. Los sobanderos bogotanos antes del 9 de abril se ubicaban al pie del Cementerio Central y hoy en día están al pie de Medicina Legal, entonces uno se pregunta: ¿por qué al lado de los muertos? Pues porque es que ellos soban con manteca de muerto. Eso decía en mi conferencia y ese decano levantaba esas cejotas que tenía y se ponía colorado, y yo le decía: sí, doctor, manteca de muerto. ¿Sabe que son las células madre? Pues eso: manteca de muerto. Ellos lo llaman “madre” y lo hacen a través de una serie de procedimientos de los saberes expertos, porque hay que hacerle control de calidad a todo: ¿cómo así que leche sin pasteurizar en Ubaté?, y entonces ahora toda la leche que nunca nos produjo nada en Colombia hay que pasteurizarla. 

Así, cada vez los saberes expertos vienen y nos colonizan, de tal manera que hacen que nuestra industria farmacéutica sea simplemente una hija chiquita de la de ellos y está al servicio de ellos, de manera que el sur también es imperial, o como nos llamaba Chávez, peones del imperio. Pero podemos producir una industria nacional distinta, claro que se puede. Imagínese la industria farmacéutica apoyada en la etnobotánica colombiana para tratar las enfermedades propias de los colombianos, y no quiere decir que los saberes expertos sean malos, eso se puede sintetizar y producir una pastillita, como hacen ahora con la valeriana, y uno está tranquilo. 


“No  existe la dependencia de las drogas. Lo que hay es dependencia de nuestros propios neurotransmisores, que se sobreactivan cuando consumimos drogas”


¿Qué hay de la legalización para uso recreativo?

A mí se me hace absolutamente razonable siempre y cuando medie un gran proyecto cultural. Puede que suene arrogante, pero casi el mundo entero está convencido de que la reducción de daños y la regularización del consumo de drogas de un día para otro es la solución a todos los problemas y a los efectos contrarios que ha producido la guerra contra las drogas. No lo es. Es necesario un proyecto cultural donde haya un conocimiento suficientemente informado y educado, sobre todo en el cuidado de la vida y en la compresión del estado de salud real. Si usted sabe que no es una persona proclive a la adicción, es muy probable que diga “¿para qué meto?”, o que aprenda a tener un consumo moderado. Es posible el consumo moderado en los que no son enfermos, no necesitan reducción de daños, necesitan una cultura del consumo y son moderados y funcionales y cuál es el problema. Pero si se vuelve un consumo problemático lo más probable es que exista un DDS. 

La única solución es el proyecto cultural global que le enseñe a la gente lo que realmente son las sustancias psicoactivas y las otras sustancias de uso problemático. Si le metemos toda esa plata que se va en reducción de daños, en jeringas, en sustitución, en guerra contra las drogas, en enfoque libre de drogas, en prevención, en represión y reducción de la oferta, en fiscalización, etc., estoy seguro que entre cinco y diez años las estadísticas mundiales de consumo de drogas cambian radicalmente. 

Ahora, en lo personal, pienso que, para que ese cambio se dé cómo lo estoy pensando, se necesita que entremos en algo que para mí es inevitable y que ocurrirá algún día: el post-capitalismo y el post-desarrollo, espero ver el sol de ese día. Por eso me gusta la sabiduría ancestral indígena. Ellos nos han mostrado que es posible relacionarse de una manera ética, estética y saludable con las sustancias psicoactivas. No quiere decir que vamos tomar yagé y yo poporeo y mambeo y chupo ambil, no es eso. Son nuevas ciudadanías, nuevas identidades, nuevas formas de relacionarnos con esas nuevas formas de celebrar la vida de una manera bonita, no “saludable”, que esa palabra ya está tan contaminada.

Por eso prefiero el concepto del buen vivir de los aimaras: saber comer, dormir, beber, hacer el amor, dar las gracias, cultivar. Porque es que nosotros dormimos cuando hay que trabajar, trabajamos cuando hay que beber, bebemos cuando hay que trabajar y estamos absolutamente despelotados. Nosotros hacemos anualmente en Alemania, en la universidad donde hice mi doctorado, un congreso mundial de etnomedicina. Allá van todos los pueblos naturales que utilizan psicoactivos y eso es tan bonito. Se ve gente sana, no se ven adictos, no hay gente abyecta, llevada, usted lo que ve es cultura. Una cultura milenaria que lo único que hace es embellecer la cotidianidad. 

El uso recreativo legal no puede ser posible de un día para otro. Pero eso sí, algo que le aprendí a Augusto Pérez, a quien critico por unas cosas y admiro por otras: que lo aprueben pero yo no pago con mis impuestos el tratamiento de otro, porque es que eso es libre desarrollo de la personalidad y meter o no se decide libre, autónoma y responsablemente. Si alguien se fregó y se jodió el hígado por tomar alcohol o se le tostaron las neuronas por meter bazuco, eso fue decisión de él, de manera que lo pague él y no yo. Que asuma el control de su propia responsabilidad. Si consumo, asumo. 

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