Así le sacan provecho científico a la marihuana en la Universidad Nacional
Un grupo liderado por el profesor Jairo Cuervo trabaja en los laboratorios de la facultad de Química y en un invernadero dentro del campus, analizando plantas de marihuana y determinando niveles bioquímicos óptimos para la medicina. “La universidad más importante de Colombia no puede quedarse rezagada en campos de investigación como la medicina, la química y la etnofarmacología”.
Todos los invernaderos de la Universidad Nacional son hervideros, literalmente. Pero hay uno en particular que es más “caliente” que los demás: el del grupo de investigación en Sistemas Integrales de Producción Agrícola y Forestal (Sipaf). Y la razón no tiene que ver con la temperatura que puede alcanzar este espacio rodeado de plástico transparente, sino con lo que allí se cultiva: marihuana.
La mitad del espacio está destinada al frijol sabanero y la otra a la cannabis. La entrada al invernadero no está alejada del edificio de Ciencias Agrarias, pero se camufla entre los otros invernaderos que colindan con la calle 26. Por la vía pasa un tractor y su conductor, ondeando una gorra, saluda. Unos alambres que manipula Jairo Cuervo, profesor y líder del Sipaf, son el único sistema de seguridad con el que cuenta este cultivo dentro de la Nacho, el cual hace parte de un proyecto que nació en 2006.
Todo parece indicar que el frijol sabanero es solo una fachada para mantener al margen a los entusiastas de la bareta que estudian en la institución y que “nos dejan las maticas todas peluqueadas”, explica el profe. Aunque ya conocía la fortaleza de algunas plantas ancestrales como la coca, pues había trabajado ocho años en Santander de Quilichao con comunidades Nasa, no fue sino hasta el año 2000, luego de dos meses de fiebres y desmayos en un hospital, que Cuervo se topó con la marihuana.
“Lo primero que hago cuando a mí me detectan el cáncer [de hígado] es ir al bioenergético, quien me confirma lo que ya yo me sospechaba: me habían embrujado con un brebaje por un lío de faldas”. Así lo confiesa Cuervo, con algo de incomodidad. Entonces se instruyó sobre los poderes de las plantas y, como si se tratara de una ruta alternativa para sobrevivir al cáncer, diseñó una dieta natural y se armó de suplementos alternativos como veneno de escorpión azul, cúrcuma, bicarbonato, guanábana y gotas de marihuana que aplicaba debajo de su lengua para luchar contra la enfermedad.
“Por eso es que es tan importante enfocarse en el ámbito médico y científico para su explotación como recurso —enfatiza Cuervo, hoy vivito y coleando—, más ahora que el país se enfrenta al reto de la cannabis medicinal”. Y dicho reto comienza con el Plan de Cultivo, como es definido por el proyecto de decreto del uso de cannabis con fines médicos y científicos, que además de ser el documento que deben digerir y presentar los solicitantes ante el Consejo Nacional de Estupefacientes —o a quien éste designe—, es el paso previo para poder tramitar las licencias de producción, fabricación, exportación, e investigación, las cuales son expedidas por el Ministerio de Justicia y del Derecho y el Ministerio de Salud y Protección Social.
Aquí es donde entra en juego el departamento de Farmacia de la Facultad de Química de la Universidad Nacional, pues en sus laboratorios se determina con exactitud los niveles y porcentajes de cannabinoides de las marihuanas que deberían manipularse para ser medicina.
Para Gabriel David, doctorando en Agroecología y parte activa del equipo del Sipaf, lo principal es nivelar esos porcentajes y así empezar a tratar oficialmente enfermedades como la epilepsia, la artritis, la fibromialgia y, claro, el cáncer, entre otros padecimientos que desde hace años tratan productos de empresas que se mantuvieron en las sombras hasta hace poco.
(Conozca además cómo montar una empresa de marihuana medicinal.)
Los extractos cannábicos son costosos debido a que de un kilo de materia prima se obtienen solo 10 mililitros de aceite, me explica Gabriel David, quien lleva a cabo el proceso químico conocido como arrastre por vapor en su laboratorio, ubicado en el tercer piso del edificio de Ciencias Agrarias de la Nacho.
Ese análisis no solo es necesario para cerciorarse de que las plantas de Mango Biche, Punto Rojo, Santa Marta Golden y Corinto sean esas y no otras, sino porque también hace parte del Plan de Cultivo, el cual de manera enfática también se encarga de definir los cronogramas de trabajo, un organigrama de responsabilidades y las labores de cada uno de los involucrados en la etapa de cultivo, así como también una cifra de inversión estimada para la ejecución de dichas actividades y los procedimientos agrícolas que serán implementados en el área de cultivo, sin dejar de lado la certificación de “calidad e idoneidad” de las semillas que serán cultivadas y el “protocolo para realizar control del contenido de metabolitos sometidos a fiscalización, en sus plantas y productos, de acuerdo con las metodologías y parámetros que establezca remitir dicho protocolo para su verificación”.
Actualmente el narcotráfico es un obstáculo para investigaciones científicas como estas, sin embargo las más recientes decisiones políticas del país, como el decreto 613 “por el cual se reglamenta la Ley 1787 de 2016 en relación con el acceso seguro e informado al uso médico y científico del cannabis”, parecen estar motivando al avance con respecto al tema de la marihuana terapéutica.
Pero, ¿de qué forma?
Para Johana Niño, coordinadora del Grupo de Investigación y Estudio del Cannabis y otros Enteógenos (Giece), también de la Nacho, Colombia podría estar convirtiéndose en una maquila cannábica cuyo meollo empieza desde lo jurídico. “¿Por qué Colombia es el único país que está incluyendo las semillas en la legislación? —Se pregunta—. O nos pellizcamos, o vemos a las multinacionales vendernos más caro lo nuestro. ¡Esto es biopiratería!”. La investigadora lo argumenta haciendo referencia al caso de la Santa Marta Golden, considerada como la mejor marihuana del mundo en las décadas de 1970 y 1980 y la cual hoy está siendo patentada por empresas extranjeras.
Johana Niño también defendió las cualidades de la planta frente al Senado en la audiencia pública Marihuana más allá de lo medicinal, celebrada el 5 de septiembre de 2016, en la cual se ahondó en los diferentes usos que pueden dársele al cáñamo, tales como la industria cosmética y textil, e incluso los biocombustibles y la bioconstrucción. También senadores como Viviane Morales y Armando Benedetti se refirieron al tema. “Acá pasó algo raro —le dijo Benedetti a El Espectador—, porque una licencia la entregaron a pocas horas de que saliera la ley. Esas licencias las otorgaron gratis y ese documento a esas empresas les vale hoy en día US$50 millones”.
Morales, por su parte, le pidió a la Procuraduría que investigara el papel del Ministro a la hora de entregar las licencias, pues Pharma Cielo se constituyó como empresa en Colombia el 21 de diciembre de 2015, justo un día antes de que Santos firmara y expidiera un primer decreto para establecer el marco de licencias para el cultivo, procesamiento, investigación, desarrollo y exportación de extractos de cannabis con fines medicinales, el cual fue revocado a mediados del año siguiente “ya que la comisión primera del senado encontró ciertas irregularidades. Aún así, antes de quedar sin efectos legales, fue adjudicado a tres empresas (Pharma Cielo, Ecomedics y Cannavida), y se diferencian de las actuales en los siguientes aspectos: 1) no tienen tiempo de duración, es decir, son vitalicias; y 2) no tienen costo de tarifas definidas”, precisó uno de los abogados cannábicos cercanos a Cartel Urbano.
¿Será que en Colombia se están aceitando todos estos procesos legales en pro de los pacientes y de las producciones naciones? ¿O será más de lo mismo, otra maquila, ahora cannábica, que beneficiará a la industria farmacéutica?
El Sipaf tiene por objetivo que las comunidades se involucren y sean partícipes de los procesos de desarrollo que las plantas pueden representar para los colombianos, brindando incluso una estabilidad en lo económico, así como la protección para los recursos del país.
“La idea es que las comunidades no sean ajenas a dicho conocimiento —dice Johana Niño— sino que más bien fuese éste el puente que permitiera la fusión entre la ancestralidad indígena y las dinámicas de lo que hoy es un nuevo mercado, en el que Colombia podría ser potencia”.
Cuervo, con sus pocas plantas destinadas para investigaciones científicas, sabe que el Sipaf tiene una desventaja frente a compañías como Cannavida, que ya cuenta con 17.5 hectáreas de marihuana medicinal en Barichara, valoradas en 70 millones de dólares, o como Pharma Cielo, que recientemente anunció la instalación de cultivos en 3.37 hectáreas en la zona del Cauca. No obstante, los integrantes del grupo de investigación en Sistemas Integrales de Producción Agrícola y Forestal de la Nacional, más que conversar con las plantas, como recomiendan las abuelas, parece que las escuchan, pues conocen a fondo sus escasos cultivos. “Estas fueron regadas bajo el sol, por lo que se quemaron —precisa Cuervo—. A estas otras les falta nitrógeno”. “Una planta nativa puede estar dando una cosecha de libra y media en siete, ocho meses —señala Gabriel David—, mientras que las que son importadas tardan tres o cuatro meses, pero asimismo dan la mitad de moño”.
Las pocas plantas de semillas importadas que hay en el invernadero parecen estar muriendo. Sus hojas con parches desteñidos anuncian que no sobrevivirán a las heladas bogotanas. Al ser semillas europeas genéticamente modificadas, puede que sus niveles de THC sean altos con respecto a otras razas nacionales, pero las propiedades bioquímicas tal vez se hayan debilitado o simplemente no sean propicias para el desarrollo en estas condiciones bioclimáticas andinas.
Todo la situación política actual no es más que una “hipocresía cannábica” para Lucas Pasos Abadia, sociólogo, etnofarmacólogo, activista del colectivo ‘Las plantas no son como las pintan’ y antiprohibicionista de las drogas: “Lo pactado en La Habana en materia de drogas está condenado al fracaso, pues se queda muy corto a la necesidad real de un país en posconflicto, sobre todo cuando ninguna de las 24 propuestas que la sociedad civil propuso antes de los diálogos fueron escuchadas luego de sentarse a construir dichas propuestas los días 24, 25 y 26 de septiembre de 2013 en el foro sobre drogas ilícitas”.
No obstante, el líder del Sipaf cree que “es importante que la comunidad científica y académica colombiana tenga su papel en la actual revolución que las sustancias psicoactivas están provocando”. Lo dice mientras, ya de salida, asegura nuevamente la puerta del invernadero con alambres. “Es deber de la Nacional, como comunidad académica, jugársela toda, pues la universidad más importante de Colombia no puede quedarse rezagada en campos de investigación como la medicina, la química, la farmacología y la etnofarmacología”. Por su parte, Johana Niño concluye que “la cannabis debe salir del clóset para dar el debate que en verdad merece, porque que si seguimos escondiéndonos, nosotros mismos estamos criminalizándonos”.
Todo la situación política actual no es más que una “hipocresía cannábica” para Lucas Pasos Abadia, sociólogo, etnofarmacólogo, activista del colectivo ‘Las plantas no son como las pintan’ y antiprohibicionista de las drogas: “Lo pactado en La Habana en materia de drogas está condenado al fracaso, pues se queda muy corto a la necesidad real de un país en posconflicto, sobre todo cuando ninguna de las 24 propuestas que la sociedad civil propuso antes de los diálogos fueron escuchadas luego de sentarse a construir dichas propuestas los días 24, 25 y 26 de septiembre de 2013 en el foro sobre drogas ilícitas”.
No obstante, el líder del Sipaf cree que “es importante que la comunidad científica y académica colombiana tenga su papel en la actual revolución que las sustancias psicoactivas están provocando”. Lo dice mientras, ya de salida, asegura nuevamente la puerta del invernadero con alambres. “Es deber de la Nacional, como comunidad académica, jugársela toda, pues la universidad más importante de Colombia no puede quedarse rezagada en campos de investigación como la medicina, la química, la farmacología y la etnofarmacología”. Por su parte, Johana Niño concluye que “la cannabis debe salir del clóset para dar el debate que en verdad merece, porque que si seguimos escondiéndonos, nosotros mismos estamos criminalizándonos”.